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April 23, 2023 08:52
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El Árbol de la Ciencia de Pío Baroja en texto plano
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P�O BAROJA | |
Primera parte: La vida de un estudiante en | |
Madrid | |
I.- Andr�s Hurtado comienza la carrera | |
Ser�an las diez de la ma�ana de un d�a de octubre. En el patio de la Escuela de | |
Arquitectura, grupos de estudiantes esperaban a que se abriera la clase. | |
De la puerta de la calle de los Estudios que daba a este patio, iban entrando | |
muchachos j�venes que, al encontrarse reunidos, se saludaban, re�an y hablaban. | |
Por una de estas anomal�as cl�sicas de Espa�a, aquellos estudiantes que esperaban | |
en el patio de la Escuela de Arquitectura no eran arquitectos del porvenir, sino futuros | |
m�dicos y farmac�uticos. | |
La clase de qu�mica general del a�o preparatorio de medicina y farmacia se daba en | |
esta �poca en una antigua capilla del Instituto de San Isidro convertida en clase, y �ste | |
ten�a su entrada por la Escuela de Arquitectura. | |
La cantidad de estudiantes y la impaciencia que demostraban por entrar en el aula se | |
explicaba f�cilmente por ser aqu�l primer d�a de curso y del comienzo de la carrera. | |
Ese paso del bachillerato al estudio de facultad siempre da al estudiante ciertas | |
ilusiones, le hace creerse m�s hombre, que su vida ha de cambiar. | |
Andr�s Hurtado, algo sorprendido de verse entre tanto compa�ero, miraba | |
atentamente arrimado a la pared la puerta de un �ngulo del patio por donde ten�an que | |
pasar. | |
Los chicos se agrupaban delante de aquella puerta como el p�blico a la entrada de | |
un teatro. | |
Andr�s segu�a apoyado en la pared, cuando sinti� que le agarraban del brazo y le | |
dec�an: | |
--�Hola, chico! Hurtado se volvi� y se encontr� con su compa�ero de Instituto Julio | |
Aracil. | |
Hab�an sido condisc�pulos en San Isidro; pero Andr�s hac�a tiempo que no ve�a a | |
Julio. �ste hab�a estudiado el �ltimo a�o del bachillerato, seg�n dijo, en provincias. | |
--�Qu�, t� tambi�n vienes aqu�? --le pregunt� Aracil. | |
--Ya ves. | |
--�Qu� estudias? | |
--Medicina. | |
--�Hombre! Yo tambi�n. Estudiaremos juntos. | |
Aracil se encontraba en compa��a de un muchacho de m�s edad que �l, a juzgar por | |
su aspecto, de barba rubia y ojos claros. Este muchacho y Aracil, los dos correctos, | |
hablaban con desd�n de los dem�s estudiantes, en su mayor�a palurdos provincianos, | |
que manifestaban la alegr�a y la sorpresa de verse juntos con gritos y carcajadas. | |
Abrieron la clase, y los estudiantes, apresur�ndose y apret�ndose como si fueran a | |
ver un espect�culo entretenido, comenzaron a pasar. | |
--Habr� que ver c�mo entran dentro de unos d�as --dijo Aracil burlonamente. | |
--Tendr�n la misma prisa para salir que ahora tienen para entrar --repuso el otro. | |
Aracil, su amigo y Hurtado se sentaron juntos. La clase era la antigua capilla del | |
Instituto de San Isidro de cuando �ste pertenec�a a los jesuitas. Ten�a el techo pintado | |
con grandes figuras a estilo de Jordaens; en los �ngulos de la escocia los cuatro | |
evangelistas y en el centro una porci�n de figuras y escenas b�blicas. | |
Desde el suelo hasta cerca del techo se levantaba una grader�a de madera muy | |
empinada con una escalera central, lo que daba a la clase el aspecto del gallinero de un | |
teatro. | |
Los estudiantes llenaron los bancos casi hasta arriba; no estaba a�n el catedr�tico, y | |
como hab�a mucha gente alborotadora entre los alumnos, alguno comenz� a dar | |
golpecitos en el suelo con el bast�n; otros muchos le imitaron, y se produjo una furiosa | |
algarab�a. | |
De pronto se abri� una puertecilla del fondo de la tribuna, y apareci� un se�or viejo, | |
muy empaquetado, seguido de dos ayudantes j�venes. | |
Aquella aparici�n teatral del profesor y de los ayudantes provoc� grandes | |
murmullos; alguno de los alumnos m�s atrevido comenz� a aplaudir, y viendo que el | |
viejo catedr�tico no s�lo no se incomodaba, sino que saludaba como reconocido, | |
aplaudieron a�n m�s. | |
--Esto es una ridiculez --dijo Hurtado. | |
--A �l no le debe parecer eso --replic� Aracil ri�ndose--; pero si es tan majadero | |
que le gusta que le aplaudan, le aplaudiremos. | |
El profesor era un pobre hombre presuntuoso, rid�culo. Hab�a estudiado en Par�s y | |
adquirido los gestos y las posturas amaneradas de un franc�s petulante. | |
El buen se�or comenz� un discurso de salutaci�n a sus alumnos, muy enf�tico y | |
altisonante, con algunos toques sentimentales: les habl� de su maestro Liebig, de su | |
amigo Pasteur, de su camarada Berthelot, de la Ciencia, del microscopio... | |
Su melena blanca, su bigote engomado, su perilla puntiaguda, que le temblaba al | |
hablar, su voz hueca y solemne le daban el aspecto de un padre severo de drama, y | |
alguno de los estudiantes que encontr� este parecido, recit� en voz alta y cavernosa los | |
versos de Don Diego Tenorio cuando entra en la Hoster�a del Laurel en el drama de | |
Zorrilla: | |
Que un hombre de mi linaje Descienda a tan ruin mansi�n. | |
Los que estaban al lado del recitador irrespetuoso se echaron a re�r, y los dem�s | |
estudiantes miraron al grupo de los alborotadores. | |
--�Qu� es eso? �Qu� pasa? --dijo el profesor poni�ndose los lentes y acerc�ndose | |
al barandado de la tribuna--. �Es que alguno ha perdido la herradura por ah�? Yo | |
suplico a los que est�n al lado de ese asno que rebuzna con tal perfecci�n que se alejen | |
de �l, porque sus coces deben ser mortales de necesidad. | |
Rieron los estudiantes con gran entusiasmo, el profesor dio por terminada la clase | |
retir�ndose, haciendo un saludo ceremonioso y los chicos aplaudieron a rabiar. | |
Sali� Andr�s Hurtado con Aracil, y los dos, en compa��a del joven de la barba | |
rubia, que se llamaba Montaner, se encaminaron a la Universidad Central, en donde | |
daban la clase de Zoolog�a y la de Bot�nica. | |
En esta �ltima los estudiantes intentaron repetir el esc�ndalo de la clase de Qu�mica; | |
pero el profesor, un viejecillo seco y malhumorado, les sali� al encuentro, y les dijo que | |
de �l no se re�a nadie, ni nadie le aplaud�a como si fuera un histri�n. | |
De la Universidad, Montaner, Aracil y Hurtado marcharon hacia el centro. | |
Andr�s experimentaba por Julio Aracil bastante antipat�a, aunque en algunas cosas | |
le reconoc�a cierta superioridad; pero sinti� a�n mayor aversi�n por Montaner. | |
Las primeras palabras entre Montaner y Hurtado fueron poco amables. Montaner | |
hablaba con una seguridad de todo algo ofensiva; se cre�a, sin duda, un hombre de | |
mundo. Hurtado le replic� varias veces bruscamente. | |
Los dos condisc�pulos se encontraron en esta primera conversaci�n completamente | |
en desacuerdo. | |
Hurtado era republicano, Montaner defensor de la familia real; Hurtado era enemigo | |
de la burgues�a, Montaner partidario de la clase rica y de la aristocracia. | |
--Dejad esas cosas --dijo varias veces Julio Aracil--; tan est�pido es ser | |
mon�rquico como republicano; tan tonto defender a los pobres como a los ricos. La | |
cuesti�n ser�a tener dinero, un cochecito como �se --y se�alaba uno-- y una mujer | |
como aqu�lla. | |
La hostilidad entre Hurtado y Montaner todav�a se manifest� delante del escaparate | |
de una librer�a. Hurtado, era partidario de los escritores naturalistas, que a Montaner no | |
le gustaban; Hurtado, era entusiasta de Espronceda; Montaner, de Zorrilla; no se | |
entend�an en nada. | |
Llegaron a la Puerta del Sol y tomaron por la Carrera de San Jer�nimo. | |
--Bueno, yo me voy a casa --dijo Hurtado. | |
--�D�nde vives? --le pregunt� Aracil. | |
--En la calle de Atocha. | |
--Pues los tres vivimos cerca. | |
Fueron juntos a la plaza de Ant�n Mart�n y all� se separaron con muy poca | |
afabilidad. | |
II.- Los estudiantes | |
En esta �poca era todav�a Madrid una de las pocas ciudades que conservaba esp�ritu | |
rom�ntico. | |
Todos los pueblos tienen, sin duda, una serie de f�rmulas pr�cticas para la vida, | |
consecuencia de la raza, de la historia, del ambiente f�sico y moral. Tales f�rmulas, tal | |
especial manera de ver, constituye un pragmatismo �til, simplificador, sintetizador. | |
El pragmatismo nacional cumple su misi�n mientras deja paso libre a la realidad; | |
pero si se cierra este paso, entonces la normalidad de un pueblo se altera, la atm�sfera se | |
enrarece, las ideas y los hechos toman perspectivas falsas. | |
En un ambiente de ficciones, residuo de un pragmatismo viejo y sin renovaci�n | |
viv�a el Madrid de hace a�os. | |
Otras ciudades espa�olas se hab�an dado alguna cuenta de la necesidad de | |
transformarse y de cambiar; Madrid segu�a inm�vil, sin curiosidad, sin deseo de | |
cambio. | |
El estudiante madrile�o, sobre todo el venido de provincias, llegaba a la corte con | |
un esp�ritu donjuanesco, con la idea de divertirse, jugar, perseguir a las mujeres, | |
pensando, como dec�a el profesor de Qu�mica con su solemnidad habitual, quemarse | |
pronto en un ambiente demasiado oxigenado. | |
Menos el sentido religioso, la mayor�a no lo ten�an, ni les preocupaba gran cosa la | |
religi�n; los estudiantes de las postrimer�as del siglo XIX ven�an a la corte con el | |
esp�ritu de un estudiante del siglo XVII, con la ilusi�n de imitar, dentro de lo posible, a | |
Don Juan Tenorio y de vivir. | |
llevando a sangre y a fuego | |
amores y desaf�os. | |
El estudiante culto, aunque quisiera ver las cosas dentro de la realidad e intentara | |
adquirir una idea clara de su pa�s y del papel que representaba en el mundo, no pod�a. | |
La acci�n de la cultura europea en Espa�a era realmente restringida, y localizada a | |
cuestiones t�cnicas, los peri�dicos daban una idea incompleta de todo; la tendencia | |
general era hacer creer que lo grande de Espa�a pod�a ser peque�o fuera de ella y al | |
contrario, por una especie de mala fe internacional. | |
Si en Francia o en Alemania no hablaban de las cosas de Espa�a, o hablaban de | |
ellas en broma, era porque nos odiaban; ten�amos aqu� grandes hombres que produc�an | |
la envidia de otros pa�ses: Castelar, C�novas, Echegaray... Espa�a entera, y Madrid | |
sobre todo, viv�a en un ambiente de optimismo absurdo. Todo lo espa�ol era lo mejor. | |
Esa tendencia natural a la mentira, a la ilusi�n del pa�s pobre que se a�sla, contribu�a | |
al estancamiento, a la fosilificaci�n de las ideas. | |
Aquel ambiente de inmovilidad, de falsedad, se reflejaba en las c�tedras. Andr�s | |
Hurtado pudo comprobarlo al comenzar a estudiar Medicina. Los profesores del a�o | |
preparatorio eran viej�simos; hab�a algunos que llevaban cerca de cincuenta a�os | |
explicando. | |
Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa simpat�a y respeto que ha | |
habido siempre en Espa�a por lo in�til. | |
Sobre todo, aquella clase de Qu�mica de la antigua capilla del Instituto de San Isidro | |
era escandalosa. El viejo profesor recordaba las conferencias del Instituto de Francia, de | |
c�lebres qu�micos, y cre�a, sin duda, que explicando la obtenci�n del nitr�geno y del | |
cloro estaba haciendo un descubrimiento, y le gustaba que le aplaudieran. Satisfac�a su | |
pueril vanidad dejando los experimentos aparatosos para la conclusi�n de la clase con el | |
fin de retirarse entre aplausos como un prestidigitador. | |
Los estudiantes le aplaud�an, riendo a carcajadas. A veces, en medio de la clase, a | |
alguno de los alumnos se le ocurr�a marcharse, se levantaba y se iba. Al bajar por la | |
escalera de la grader�a los pasos del fugitivo produc�an gran estr�pito, y los dem�s | |
muchachos sentados llevaban el comp�s golpeando con los pies y con los bastones. | |
En la clase se hablaba, se fumaba, se le�an novelas, nadie segu�a la explicaci�n; | |
alguno lleg� a presentarse con una corneta, y cuando el profesor se dispon�a a echar en | |
un vaso de agua un trozo de potasio, dio dos toques de atenci�n; otro meti� un perro | |
vagabundo, y fue un problema echarlo. | |
Hab�a estudiantes descarados que llegaban a las mayores insolencias; gritaban, | |
rebuznaban, interrump�an al profesor. Una de las gracias de estos estudiantes era la de | |
dar un nombre falso cuando se lo preguntaban. | |
--Usted --dec�a el profesor se�al�ndole con el dedo, mientras le temblaba la perilla | |
por la c�lera--, �c�mo se llama usted? | |
--�Qui�n? �Yo? | |
--S�, se�or �usted, usted! �C�mo se llama usted? --a�ad�a el profesor, mirando la | |
lista. | |
--Salvador S�nchez. | |
--Alias Frascuelo --dec�a alguno, entendido con �l. | |
--Me llamo Salvador S�nchez; no s� a qui�n le importar� que me llame as�, y si hay | |
alguno que le importe, que lo diga --replicaba el estudiante, mirando al sitio de donde | |
hab�a salido la voz y haci�ndose el incomodado. | |
--�Vaya usted a paseo! --replicaba el otro. | |
--�Eh! �Eh! �Fuera! �Al corral! --gritaban varias voces. | |
--Bueno, bueno. Est� bien. V�yase usted --dec�a el profesor, temiendo las | |
consecuencias de estos altercados. | |
El muchacho se marchaba, y a los pocos d�as volv�a a repetir la gracia, dando como | |
suyo el nombre de alg�n pol�tico c�lebre o de alg�n torero. | |
Andr�s Hurtado los primeros d�as de clase no sal�a de su asombro. Todo aquello era | |
demasiado absurdo. �l hubiese querido encontrar una disciplina fuerte y al mismo | |
tiempo afectuosa, y se encontraba con una clase grotesca en que los alumnos se | |
burlaban del profesor. Su preparaci�n para la Ciencia no pod�a ser m�s desdichada. | |
III.- Andr�s Hurtado y su familia | |
En casi todos los momentos de su vida Andr�s experimentaba la sensaci�n de | |
sentirse solo y abandonado. | |
La muerte de su madre le hab�a dejado un gran vac�o en el alma y una inclinaci�n | |
por la tristeza. | |
La familia de Andr�s, muy numerosa, se hallaba formada por el padre y cinco | |
hermanos. El padre, don Pedro Hurtado, era un se�or alto, flaco, elegante, hombre | |
guapo y calavera en su juventud. | |
De un ego�smo fren�tico, se consideraba el meta-centro del mundo. Ten�a una | |
desigualdad de car�cter perturbadora, una mezcla de sentimientos aristocr�ticos y | |
plebeyos insoportable. Su manera de ser se revelaba de una manera ins�lita e | |
inesperada. Dirig�a la casa desp�ticamente, con una mezcla de chinchorrer�a y de | |
abandono, de despotismo y de arbitrariedad, que a Andr�s le sacaba de quicio. | |
Varias veces, al o�r a don Pedro quejarse del cuidado que le proporcionaba el | |
manejo de la casa, sus hijos le dijeron que lo dejara en manos de Margarita. Margarita | |
contaba ya veinte a�os, y sab�a atender a las necesidades familiares mejor que el padre; | |
pero don Pedro no quer�a. | |
A �ste le gustaba disponer del dinero, ten�a como norma gastar de cuando en | |
cuando veinte o treinta duros en caprichos suyos, aunque supiera que en su casa se | |
necesitaban para algo imprescindible. | |
Don Pedro ocupaba el cuarto mejor, usaba ropa interior fina, no pod�a utilizar | |
pa�uelos de algod�n como todos los dem�s de la familia, sino de hilo y de seda. Era | |
socio de dos casinos, cultivaba amistades con gente de posici�n y con algunos | |
arist�cratas, y administraba la casa de la calle de Atocha, donde viv�an. | |
Su mujer, Fermina Iturrioz, fue una v�ctima; pas� la existencia creyendo que sufrir | |
era el destino natural de la mujer. Despu�s de muerta, don Pedro Hurtado hac�a el honor | |
a la difunta de reconocer sus grandes virtudes. | |
--No os parec�is a vuestra madre --dec�a a sus hijos--; aqu�lla fue una santa. | |
A Andr�s le molestaba que don Pedro hablara tanto de su madre, y a veces le | |
contest� violentamente, dici�ndole que dejara en paz a los muertos. | |
De los hijos, el mayor y el peque�o, Alejandro y Luis, eran los favoritos del padre. | |
Alejandro era un retrato degradado de don Pedro. M�s in�til y ego�sta a�n, nunca | |
quiso hacer nada, ni estudiar ni trabajar, y le hab�an colocado en una oficina del Estado, | |
adonde iba solamente a cobrar el sueldo. | |
Alejandro daba espect�culos bochornosos en casa; volv�a a las altas horas de las | |
tabernas, se emborrachaba y vomitaba y molestaba a todo el mundo. | |
Al comenzar la carrera Andr�s, Margarita ten�a unos veinte a�os. | |
Era una muchacha decidida, un poco seca, dominadora y ego�sta. | |
Pedro ven�a tras ella en edad y representaba la indiferencia filos�fica y la buena | |
pasta. Estudiaba para abogado, y sal�a bien por recomendaciones; pero no se cuidaba de | |
la carrera para nada. Iba al teatro, se vest�a con elegancia, ten�a todos los meses una | |
novia distinta. Dentro de sus medios gozaba de la vida alegremente. | |
El hermano peque�o, Luisito, de cuatro o cinco a�os, ten�a poca salud. | |
La disposici�n espiritual de la familia era un tanto original. Don Pedro prefer�a a | |
Alejandro y a Luis; consideraba a Margarita como si fuera una persona mayor; le era | |
indiferente su hijo Pedro, y casi odiaba a Andr�s, porque no se somet�a a su voluntad. | |
Hubiera habido que profundizar mucho para encontrar en �l alg�n afecto paternal. | |
Alejandro sent�a dentro de la casa las mismas simpat�as que el padre; Margarita | |
quer�a m�s que a nadie a Pedro y a Luisito, estimaba a Andr�s y respetaba a su padre. | |
Pedro era un poco indiferente; experimentaba alg�n cari�o por Margarita y por Luisito y | |
una gran admiraci�n por Andr�s. Respecto a este �ltimo, quer�a apasionadamente al | |
hermano peque�o, ten�a afecto por Pedro y por Margarita, aunque con �sta re��a | |
constantemente, despreciaba a Alejandro y casi odiaba a su padre; no le pod�a soportar, | |
le encontraba petulante, ego�sta, necio, pagado de s� mismo. | |
Entre padre e hijo exist�a una incompatibilidad absoluta, completa, no pod�an estar | |
conformes en nada. Bastaba que uno afirmara una cosa para que el otro tomara la | |
posici�n contraria. | |
IV.- En el aislamiento | |
La madre de Andr�s, navarra fan�tica, hab�a llevado a los nueve o diez a�os a sus | |
hijos a confesarse. | |
Andr�s, de chico sinti� mucho miedo, s�lo con la idea de acercarse al confesionario. | |
Llevaba en la memoria el d�a de la primera confesi�n, como una cosa trascendental, la | |
lista de todos sus pecados; pero aquel d�a, sin duda el cura ten�a prisa y le despach� sin | |
dar gran importancia a sus peque�as transgresiones morales. | |
Esta primera confesi�n fue para �l un chorro de agua fr�a; su hermano Pedro le dijo | |
que �l se hab�a confesado ya varias veces, pero que nunca se tomaba el trabajo de | |
recordar sus pecados. A la segunda confesi�n, Andr�s fue dispuesto a no decir al cura | |
m�s que cuatro cosas para salir del paso. A la tercera o cuarta vez se comulgaba sin | |
confesarse sin el menor escr�pulo. | |
Despu�s, cuando muri� su madre, en algunas ocasiones su padre y su hermana le | |
preguntaban si hab�a cumplido con Pascua, a lo cual �l contestaba que s� | |
indiferentemente. | |
Los dos hermanos mayores, Alejandro y Pedro, hab�an estudiado en un colegio | |
mientras cursaban el bachillerato; pero al llegar el turno a Andr�s, el padre dijo que era | |
mucho gasto, y llevaron al chico al Instituto de San Isidro y all� estudi� un tanto | |
abandonado. Aquel abandono y el andar con los chicos de la calle despabil� a Andr�s. | |
Se sent�a aislado de la familia, sin madre, muy solo, y la soledad le hizo | |
reconcentrado y triste. No le gustaba ir a los paseos donde hubiera gente, como a su | |
hermano Pedro; prefer�a meterse en su cuarto y leer novelas. | |
Su imaginaci�n galopaba, lo consum�a todo de antemano. Har� esto y luego esto -- | |
pensaba--. �Y despu�s? Y resolv�a este despu�s y se le presentaba otro y otro. | |
Cuando concluy� el bachillerato se decidi� a estudiar Medicina sin consultar a | |
nadie. Su padre se lo hab�a indicado muchas veces: Estudia lo que quieras; eso es cosa | |
tuya. | |
A pesar de dec�rselo y de recomend�rselo el que su hijo siguiese sus inclinaciones | |
sin consult�rselo a nadie, interiormente le indignaba. | |
Don Pedro estaba constantemente predispuesto contra aquel hijo, que �l consideraba | |
d�scolo y rebelde. Andr�s no ced�a en lo que estimaba derecho suyo, y se plantaba | |
contra su padre y su hermano mayor con una terquedad violenta y agresiva. | |
Margarita ten�a que intervenir en estas trifulcas, que casi siempre conclu�an | |
march�ndose Andr�s a su cuarto o a la calle. | |
Las discusiones comenzaban por la cosa m�s insignificante; el desacuerdo entre | |
padre e hijo no necesitaba un motivo especial para manifestarse, era absoluto y | |
completo; cualquier punto que se tocara bastaba para hacer brotar la hostilidad, no se | |
cambiaba entre ellos una palabra amable. | |
Generalmente el motivo de las discusiones era pol�tico; don Pedro se burlaba de los | |
revolucionarios, a quien dirig�a todos sus desprecios e invectivas, y Andr�s contestaba | |
insultando a la burgues�a, a los curas y al ej�rcito. | |
Don Pedro aseguraba que una persona decente no pod�a ser m�s que conservador. | |
En los partidos avanzados ten�a que haber necesariamente gentuza, seg�n �l. | |
Para don Pedro el hombre rico era el hombre por excelencia; tend�a a considerar la | |
riqueza, no como una casualidad, sino como una virtud; adem�s supon�a que con el | |
dinero se pod�a todo. Andr�s recordaba el caso frecuente de muchachos imb�ciles, hijos | |
de familias ricas, y demostraba que un hombre con un arca llena de oro y un par de | |
millones del Banco de Inglaterra en una isla desierta no podr�a hacer nada; pero su | |
padre no se dignaba atender estos argumentos. | |
Las discusiones de casa de Hurtado se reflejaban invertidas en el piso de arriba | |
entre un se�or catal�n y su hijo. En casa del catal�n, el padre era el liberal y el hijo el | |
conservador; ahora que el padre era un liberal c�ndido y que hablaba mal el castellano, | |
y el hijo un conservador muy burl�n y mal intencionado. Muchas veces se o�a llegar | |
desde el patio una voz de trueno con acento catal�n, que dec�a: | |
--Si la Gloriosa no se hubiera quedado en su camino, ya se hubiera visto lo que era | |
Espa�a. | |
Y poco despu�s la voz del hijo, que gritaba burlonamente. | |
--�La Gloriosa! �Valiente mamarrachada! | |
--�Qu� est�pidas discusiones! --dec�a Margarita con un moh�n de desprecio, | |
dirigi�ndose a su hermano Andr�s--. �Como si por lo que vosotros habl�is se fueran a | |
resolver las cosas! A medida que Andr�s se hac�a hombre, la hostilidad entre �l y su | |
padre aumentaba. El hijo no le ped�a nunca dinero; quer�a considerar a don Pedro como | |
a un extra�o. | |
V.- El rinc�n de Andr�s | |
La casa donde viv�a la familia Hurtado era propiedad de un marqu�s, a quien don | |
Pedro hab�a conocido en el colegio. | |
Don Pedro la administraba, cobraba los alquileres y hablaba mucho y con | |
entusiasmo del marqu�s y de sus fincas, lo que a su hijo le parec�a de una absoluta | |
bajeza. | |
La familia de Hurtado estaba bien relacionada; don Pedro, a pesar de sus | |
arbitrariedades y de su despotismo casero, era amabil�simo con los de fuera y sab�a | |
sostener las amistades �tiles. | |
Hurtado conoc�a a toda la vecindad y era muy complaciente con ella. Guardaba a | |
los vecinos muchas atenciones, menos a los de las guardillas, a quienes odiaba. | |
En su teor�a del dinero equivalente a m�rito, llevada a la pr�ctica, desheredado ten�a | |
que ser sin�nimo de miserable. | |
Don Pedro, sin pensarlo, era un hombre a la antigua; la sospecha de que un obrero | |
pretendiese considerarse como una persona, o de que una mujer quisiera ser | |
independiente le ofend�a como un insulto. | |
S�lo perdonaba a la gente pobre su pobreza, si un�an a �sta la desverg�enza y la | |
canaller�a. Para la gente baja, a quien se pod�a hablar de t�, chulos, mozas de partido, | |
jugadores, guardaba don Pedro todas sus simpat�as. | |
En la casa, en uno de los cuartos del piso tercero, viv�an dos ex bailarinas, | |
protegidas por un viejo senador. | |
La familia de Hurtado las conoc�a por las del Mo�ete. | |
El origen del apodo proven�a de la ni�a de la favorita del viejo senador. A la ni�a la | |
peinaban con un mo�o recogido en medio de la cabeza muy peque�o. Luisito, al verla | |
por primera vez, le llam� la Chica del Mo�ete, y luego el apodo del Mo�ete pas� por | |
extensi�n a la madre y a la t�a. Don Pedro hablaba con frecuencia de las dos ex | |
bailarinas y las elogiaba mucho; su hijo Alejandro celebraba las frases de su padre como | |
si fueran de un camarada suyo; Margarita se quedaba seria al o�r las alusiones a la vida | |
licenciosa de las bailarinas, y Andr�s volv�a la cabeza desde�osamente, dando a | |
entender que los alardes c�nicos de su padre le parec�an rid�culos y fuera de lugar. | |
�nicamente a las horas de comer Andr�s se reun�a con su familia; en lo restante del | |
tiempo no se le ve�a. | |
Durante el bachillerato Andr�s hab�a dormido en la misma habitaci�n que su | |
hermano Pedro; pero al comenzar la carrera pidi� a Margarita le trasladaran a un cuarto | |
bajo de techo, utilizado para guardar trastos viejos. | |
Margarita al principio se opuso; pero luego accedi�, mand� quitar los armarios y | |
ba�les, y all� se instal� Andr�s. | |
La casa era grande, con esos pasillos y recovecos un poco misteriosos de las | |
construcciones antiguas. | |
Para llegar al nuevo cuarto de Andr�s hab�a que subir unas escaleras, lo que le | |
dejaba completamente independiente. | |
El cuartucho ten�a un aspecto de celda; Andr�s pidi� a Margarita le cediera un | |
armario y lo llen� de libros y papeles, colg� en las paredes los huesos del esqueleto que | |
le dio su t�o el doctor Iturrioz y dej� el cuarto con cierto aire de antro de mago o de | |
nigrom�ntico. | |
All� se encontraba a su gusto, solo; dec�a que estudiaba mejor con aquel silencio; | |
pero muchas veces se pasaba el tiempo leyendo novelas o mirando sencillamente por la | |
ventana. | |
Esta ventana ca�a sobre la parte de atr�s de varias casas de las calles de Santa Isabel | |
y de la Esperancilla, y sobre unos patios y tejavanas. | |
Andr�s hab�a dado nombres novelescos a lo que se ve�a desde all�: la casa | |
misteriosa, la casa de la escalera, la torre de la cruz, el puente del gato negro, el tejado | |
del dep�sito de agua... | |
Los gatos de casa de Andr�s sal�an por la ventana y hac�an largas excursiones por | |
estas tejavanas y saledizos, robaban de las cocinas, y un d�a uno de ellos se present� con | |
una perdiz en la boca. | |
Luisito sol�a ir content�simo al cuarto de su hermano, observaba las maniobras de | |
los gatos, miraba la calavera con curiosidad; le produc�a todo un gran entusiasmo. | |
Pedro, que siempre hab�a tenido por su hermano cierta admiraci�n, iba tambi�n a | |
verle a su cubil y a admirarle como a un bicho raro. | |
Al final del primer a�o de carrera, Andr�s empez� a tener mucho miedo de salir mal | |
de los ex�menes. | |
Las asignaturas eran para marear a cualquiera; los libros muy voluminosos; apenas | |
hab�a tiempo de enterarse bien; luego las clases en distintos sitios, distantes los unos de | |
los otros, hac�an perder tiempo andando de aqu� para all�, lo que constitu�a motivos de | |
distracci�n. | |
Adem�s, y esto Andr�s no pod�a achac�rselo a nadie m�s que a s� mismo, muchas | |
veces, con Aracil y con Montaner, iba, dejando la clase, a la parada de Palacio o al | |
Retiro, y despu�s, por la noche, en vez de estudiar, se dedicaba a leer novelas. | |
Lleg� mayo y Andr�s se puso a devorar los libros a ver si pod�a resarcirse del | |
tiempo perdido. | |
Sent�a un gran temor de salir mal, m�s que nada por la rechifla del padre, que pod�a | |
decir: Para eso creo que no necesitabas tanta soledad. | |
Con gran asombro suyo aprob� cuatro asignaturas, y le suspendieron, sin ning�n | |
asombro por su parte, en la �ltima, en el examen de Qu�mica. No quiso confesar en casa | |
el peque�o tropiezo e invent� que no se hab�a presentado. | |
--�Valiente primo! --le dijo su hermano Alejandro. | |
Andr�s decidi� estudiar con energ�a durante el verano. All�, en su celda, se | |
encontrar�a muy bien, muy tranquilo y a gusto. | |
Pronto se olvid� de sus prop�sitos, y en vez de estudiar miraba por la ventana con | |
un anteojo la gente que sal�a en las casas de la vecindad. | |
Por la ma�ana dos muchachitas aparec�an en unos balcones lejanos. | |
Cuando se levantaba Andr�s ya estaban ellas en el balc�n. Se peinaban y se pon�an | |
cintas en el pelo. | |
No se les ve�a bien la cara, porque el anteojo, adem�s de ser de poco alcance, no era | |
acrom�tico y daba una gran irisaci�n de todos los objetos. | |
Un chico que viv�a enfrente de esas muchachas sol�a echarlas un rayo de sol con un | |
espejito. Ellas le re��an y amenazaban, hasta que, cansadas, se sentaban a coser en el | |
balc�n. | |
En una guardilla pr�xima hab�a una vecina que al levantarse se pintaba la cara. Sin | |
duda no sospechaba que pudieran mirarle y realizaba su operaci�n de un modo | |
concienzudo. Deb�a de hacer una verdadera obra de arte; parec�a un ebanista barnizando | |
un mueble. | |
Andr�s, a pesar de que le�a y le�a el libro, no se enteraba de nada. Al comenzar a | |
repasar vio que, excepto las primeras lecciones de Qu�mica, de todo lo dem�s apenas | |
pod�a contestar. | |
Pens� en buscar alguna recomendaci�n; no quer�a decirle nada a su padre, y fue a | |
casa de su t�o Iturrioz a explicarle lo que le pasaba. Iturrioz le pregunt�: | |
--�Sabes algo de qu�mica? --Muy poco. | |
--�No has estudiado? --S�; pero se me olvida todo en seguida. | |
--Es que hay que saber estudiar. Salir bien en los ex�menes es una cuesti�n | |
mnemot�cnica, que consiste en aprender y repetir el m�nimum de datos hasta | |
dominarlos...; pero, en fin, ya no es tiempo de eso, te recomendar�, vete con esta carta a | |
casa del profesor. | |
Andr�s fue a ver al catedr�tico, que le trat� como a un recluta. | |
El examen que hizo d�as despu�s le asombr� por lo detestable; se levant� de la silla | |
confuso, lleno de verg�enza. Esper�, teniendo la seguridad de que saldr�a mal; pero se | |
encontr�, con gran sorpresa, que le hab�an aprobado. | |
VI.- La sala de disecci�n | |
El curso siguiente, de menos asignaturas, era algo m�s f�cil, no hab�a tantas cosas | |
que retener en la cabeza. | |
A pesar de esto, s�lo la Anatom�a bastaba para poner a prueba la memoria mejor | |
organizada. | |
Unos meses despu�s del principio de curso, en el tiempo fr�o, se comenzaba la clase | |
de disecci�n. | |
Los cincuenta o sesenta alumnos se repart�an en diez o doce mesas y se agrupaban | |
de cinco en cinco en cada una. | |
Se reunieron en la misma mesa, Montaner, Aracil y Hurtado, y otros dos a quien | |
ellos consideraban como extra�os a su peque�o c�rculo. | |
Sin saber por qu�, Hurtado y Montaner, que en el curso anterior se sent�an hostiles | |
se hicieron muy amigos en el siguiente. | |
Andr�s le pidi� a su hermana Margarita que le cosiera una blusa para la clase de | |
disecci�n; una blusa negra con mangas de hule y vivos amarillos. | |
Margarita se la hizo. Estas blusas no eran nada limpias, porque en las mangas, sobre | |
todo, se pegaban piltrafas de carne, que se secaban y no se ve�an. | |
La mayor�a de los estudiantes ansiaban llegar a la sala de disecci�n y hundir el | |
escalpelo en los cad�veres, como si les quedara un fondo at�vico de crueldad primitiva. | |
En todos ellos se produc�a un alarde de indiferencia y de jovialidad al encontrarse | |
frente a la muerte, como si fuera una cosa divertida y alegre destripar y cortar en | |
pedazos los cuerpos de los infelices que llegaban all�. | |
Dentro de la clase de disecci�n, los estudiantes gustaban de encontrar grotesca la | |
muerte; a un cad�ver le pon�an un cucurucho en la boca o un sombrero de papel. | |
Se contaba de un estudiante de segundo a�o que hab�a embromado a un amigo | |
suyo, que sab�a era un poco aprensivo, de este modo: cogi� el brazo de un muerto, se | |
emboz� en la capa y se acerc� a saludar a su amigo. | |
--�Hola, qu� tal? --le dijo sacando por debajo de la capa la mano del cad�ver--. | |
Bien y t�, contest� el otro. El amigo estrech� la mano, se estremeci� al notar su frialdad | |
y qued� horrorizado al ver que por debajo de la capa sal�a el brazo de un cad�ver. | |
De otro caso sucedido por entonces, se habl� mucho entre los alumnos. Uno de los | |
m�dicos del hospital, especialista en enfermedades nerviosas, hab�a dado orden de que a | |
un enfermo suyo, muerto en su sala, se le hiciera la autopsia y se le extrajera el cerebro | |
y se le llevara a su casa. | |
El interno extrajo el cerebro y lo envi� con un mozo al domicilio del m�dico. La | |
criada de la casa, al ver el paquete, crey� que eran sesos de vaca, y los llev� a la cocina | |
y los prepar� y los sirvi� a la familia. | |
Se contaban muchas historias como �sta, fueran verdad o no, con verdadera | |
fruici�n. Exist�a entre los estudiantes de Medicina una tendencia al esp�ritu de clase, | |
consistente en un com�n desd�n por la muerte; en cierto entusiasmo por la brutalidad | |
quir�rgica, y en un gran desprecio por la sensibilidad. | |
Andr�s Hurtado no manifestaba m�s sensibilidad que los otros; no le hac�a tampoco | |
ninguna mella ver abrir, cortar y descuartizar cad�veres. | |
Lo que s� le molestaba, era el procedimiento de sacar los muertos del carro en donde | |
los tra�an del dep�sito del hospital. Los mozos cog�an estos cad�veres, uno por los | |
brazos y otro por los pies, los aupaban y los echaban al suelo. | |
Eran casi siempre cuerpos esquel�ticos, amarillos, como momias. | |
Al dar en la piedra, hac�an un ruido desagradable, extra�o, como de algo sin | |
elasticidad, que se derrama; luego, los mozos iban cogiendo los muertos, uno a uno, por | |
los pies y arrastr�ndolos por el suelo; y al pasar unas escaleras que hab�a para bajar a un | |
patio donde estaba el dep�sito de la sala, las cabezas iban dando l�gubremente en los | |
escalones de piedra. La impresi�n era terrible; aquello parec�a el final de una batalla | |
prehist�rica, o de un combate de circo romano, en que los vencedores fueran arrastrando | |
a los vencidos. | |
Hurtado imitaba a los h�roes de las novelas le�das por �l, y reflexionaba acerca de la | |
vida y de la muerte; pensaba que si las madres de aquellos desgraciados que iban al | |
"spoliarium", hubiesen vislumbrado el final miserable de sus hijos, hubieran deseado | |
seguramente parirlos muertos. | |
Otra cosa desagradable para Andr�s, era el ver despu�s de hechas las disecciones, | |
c�mo met�an todos los pedazos sobrantes en unas calderas cil�ndricas pintadas de rojo, | |
en donde aparec�a una mano entre un h�gado, y un trozo de masa encef�lica, y un ojo | |
opaco y turbio en medio del tejido pulmonar. | |
A pesar de la repugnancia que le inspiraban tales cosas, no le preocupaban; la | |
anatom�a y la disecci�n le produc�an inter�s. | |
Esta curiosidad por sorprender la vida; este instinto de inquisici�n tan humano, lo | |
experimentaba �l como casi todos los alumnos. | |
Uno de los que lo sent�an con m�s fuerza, era un catal�n amigo de Aracil, que a�n | |
estudiaba en el Instituto. | |
Jaime Mass� as� se llamaba, ten�a la cabeza peque�a, el pelo negro, muy fino, la tez | |
de un color blanco amarillento, y la mand�bula prognata. Sin ser inteligente, sent�a tal | |
curiosidad por el funcionamiento de los �rganos, que si pod�a se llevaba a casa la mano | |
o el brazo de un muerto, para disecarlos a su gusto. Con las piltrafas, seg�n dec�a, | |
abonaba unos tiestos o los echaba al balc�n de un arist�crata de la vecindad a quien | |
odiaba. | |
Mass�, especial en todo, ten�a los estigmas de un degenerado. Era muy | |
supersticioso; andaba por en medio de las calles y nunca por las aceras; dec�a medio en | |
broma, medio en serio, que al pasar iba dejando como rastro, un hilo invisible que no | |
deb�a romperse. As�, cuando iba a un caf� o al teatro sal�a por la misma puerta por | |
donde hab�a entrado para ir recogiendo el misterioso hilo. | |
Otra cosa caracterizaba a Mass�; su wagnerismo entusiasta e intransigente que | |
contrastaba con la indiferencia musical de Aracil, de Hurtado y de los dem�s. | |
Aracil hab�a formado a su alrededor una camarilla de amigos a quienes dominaba y | |
mortificaba, y entre �stos se contaba Mass�; le daba grandes plantones, se burlaba de �l, | |
lo ten�a como a un payaso. | |
Aracil demostraba casi siempre una crueldad desde�osa, sin brutalidad, de un | |
car�cter femenino. | |
Aracil, Montaner y Hurtado, como muchachos que viv�an en Madrid, se reun�an | |
poco con los estudiantes provincianos; sent�an por ellos un gran desprecio; todas esas | |
historias del casino del pueblo, de la novia y de las calaveradas en el lugar�n de la | |
Mancha o de Extremadura, les parec�an cosas plebeyas, buenas para gente de calidad | |
inferior. | |
Esta misma tendencia aristocr�tica, m�s grande sobre todo en Aracil y en Montaner | |
que en Andr�s, les hac�a huir de lo estruendoso, de lo vulgar, de lo bajo; sent�an | |
repugnancia por aquellas chirlatas en donde los estudiantes de provincias perd�an curso | |
tras curso, est�pidamente jugando al billar o al domin�. | |
A pesar de la influencia de sus amigos, que le induc�an a aceptar las ideas y la vida | |
de un se�orito madrile�o de buena sociedad, Hurtado se resist�a. | |
Sujeto a la acci�n de la familia, de sus condisc�pulos, y de los libros, Andr�s iba | |
formando su esp�ritu con el aporte de conocimientos y datos un poco heterog�neos. | |
Su biblioteca aumentaba con desechos; varios libros ya antiguos de Medicina y de | |
Biolog�a, le dio su t�o Iturrioz; otros, en su mayor�a folletines y novelas, los encontr� en | |
casa; algunos los fue comprando en las librer�as de lance. Una se�ora vieja, amiga de la | |
familia, le regal� unas ilustraciones y la historia de la Revoluci�n francesa, de Thiers. | |
Este libro, que comenz� treinta veces y treinta veces lo dej� aburrido, lleg� a leerlo y a | |
preocuparle. | |
Despu�s de la historia de Thiers, ley� los "Girondinos" de Lamartine. | |
Con la l�gica un poco rectil�nea del hombre joven, lleg� a creer que el tipo m�s | |
grande de la Revoluci�n, era Saint Just. En muchos libros, en las primeras p�ginas en | |
blanco, escribi� el nombre de su h�roe, y lo rode� como a un sol de rayos. | |
Este entusiasmo absurdo lo mantuvo secreto; no quiso comunic�rselo a sus amigos. | |
Sus cari�os y sus odios revolucionarios, se los reservaba, no sal�an fuera de su cuarto. | |
De esta manera, Andr�s Hurtado se sent�a distinto cuando hablaba con sus | |
condisc�pulos en los pasillos de San Carlos y cuando so�aba en la soledad de su | |
cuartucho. | |
Ten�a Hurtado dos amigos a quienes ve�a de tarde en tarde. | |
Con ellos debat�a las mismas cuestiones que con Aracil y Montaner, y pod�a as� | |
apreciar y comparar sus puntos de vista. | |
De estos amigos, compa�eros de Instituto, el uno, estudiaba para ingeniero, y se | |
llamaba Rafael Sa�udo; el otro era un chico enfermo, Ferm�n Ibarra. | |
A Sa�udo, Andr�s le ve�a los s�bados por la noche en un caf� de la calle Mayor, | |
que se llamaba Caf� del Siglo. | |
A medida que pasaba el tiempo, ve�a Hurtado c�mo diverg�a en gustos y en ideas de | |
su amigo Sa�udo, con quien antes, de chico, se encontraba tan de acuerdo. | |
Sa�udo y sus condisc�pulos no hablaban en el caf� m�s que de m�sica; de las �peras | |
del Real, y sobre todo, de Wagner. Para ellos, la ciencia, la pol�tica, la revoluci�n, | |
Espa�a, nada ten�a importancia al lado de la m�sica de Wagner. Wagner era el Mes�as, | |
Beethoven y Mozart los precursores. Hab�a algunos beethovenianos que no quer�an | |
aceptar a Wagner, no ya como el Mes�as, ni aun siquiera como un continuador digno de | |
sus antecesores, y no hablaban m�s que de la quinta y de la novena, en �xtasis. A | |
Hurtado, que no le preocupaba la m�sica, estas conversaciones le impacientaban. | |
Empez� a creer que esa idea general y vulgar de que el gusto por la m�sica significa | |
espiritualidad, era inexacta. Por lo menos en los casos que �l ve�a, la espiritualidad no se | |
confirmaba. | |
Entre aquellos estudiantes amigos de Sa�udo, muy filarm�nicos, hab�a muchos, casi | |
todos, mezquinos, mal intencionados, envidiosos. | |
Sin duda, pens� Hurtado, que le gustaba explic�rselo todo, la vaguedad de la m�sica | |
hace que los envidiosos y los canallas, al o�r las melod�as de Mozart, o las armon�as de | |
Wagner, descansen con delicia de la acritud interna que les producen sus malos | |
sentimientos, como un hiperclorh�drico al ingerir una sustancia neutra. | |
En aquel Caf� del Siglo, adonde iba Sa�udo, el p�blico en su mayor�a era de | |
estudiantes; hab�a tambi�n algunos grupos de familia, de esos que se atornillan en una | |
mesa, con gran desesperaci�n del mozo, y unas cuantas muchachas de aire equ�voco. | |
Entre ellas llamaba la atenci�n una rubia muy guapa, acompa�ada de su madre. La | |
madre era una chatorrona gorda, con el colmillo retorcido, y la mirada de jabal�. Se | |
conoc�a su historia; despu�s de vivir con un sargento, el padre de la muchacha, se hab�a | |
casado con un relojero alem�n, hasta que �ste, harto de la golfer�a de su mujer, la hab�a | |
echado de su casa a puntapi�s. | |
Sa�udo y sus amigos se pasaban la noche del s�bado hablando mal de todo el | |
mundo, y luego comentando con el pianista y el violinista del caf�, las bellezas de una | |
sonata de Beethoven o de un minu� de Mozart. Hurtado comprendi� que aqu�l no era su | |
centro y dej� de ir por all�. | |
Varias noches, Andr�s entraba en alg�n caf� cantante con su tablado para las | |
cantadoras y bailadoras. El baile flamenco le gustaba y el canto tambi�n cuando era | |
sencillo; pero aquellos especialistas de caf�, hombres gordos que se sentaban en una | |
silla con un palito y comenzaban a dar jip�os y a poner la cara muy triste, le parec�an | |
repugnantes. | |
La imaginaci�n de Andr�s le hac�a ver peligros imaginarios que por un esfuerzo de | |
voluntad intentaba desafiar y vencer. | |
Hab�a algunos caf�s cantantes y casas de juego, muy cerrados, que a Hurtado se le | |
antojaban peligrosos; uno de ellos, era el caf� del Brillante, donde se formaban grupos | |
de chulos, camareras y bailadoras; el otro, un garito de la calle de la Magdalena, con las | |
ventanas ocultas por cortinas verdes. Andr�s se dec�a: Nada, hay que entrar aqu�; y | |
entraba temblando de miedo. | |
Estos miedos variaban en �l. | |
Durante alg�n tiempo, tuvo como una mujer extra�a, a una buscona de la calle del | |
Candil, con unos ojos negros sombreados de oscuro, y una sonrisa que mostraba sus | |
dientes blancos. | |
Al verla, Andr�s se estremec�a y se echaba a temblar. Un d�a la oy� hablar con | |
acento gallego, y sin saber por qu�, todo su terror desapareci�. | |
Muchos domingos por la tarde, Andr�s iba a casa de su condisc�pulo Ferm�n Ibarra. | |
Ferm�n estaba enfermo con una artritis, y se pasaba la vida leyendo libros de ciencia | |
recreativa. Su madre le ten�a como a un ni�o y le compraba juguetes mec�nicos que a �l | |
le divert�an. | |
Hurtado le contaba lo que hac�a, le hablaba de la clase de disecci�n, de los caf�s | |
cantantes, de la vida de Madrid de noche. | |
Ferm�n, resignado, le o�a con gran curiosidad. Cosa absurda; al salir de casa del | |
pobre enfermo, Andr�s ten�a una idea agradable de su vida. | |
�Era un sentimiento malvado de contraste? �El sentirse sano y fuerte cerca del | |
impedido y del d�bil? Fuera de aquellos momentos, en los dem�s, el estudio, las | |
discusiones, la casa, los amigos, sus correr�as, todo esto, mezclado con sus | |
pensamientos, le daba una impresi�n de dolor, de amargura en el esp�ritu. La vida en | |
general, y sobre todo la suya, le parec�a una cosa fea, turbia, dolorosa e indominable. | |
VII.- Aracil y Montaner | |
Aracil, Montaner y Hurtado concluyeron felizmente su primer curso de Anatom�a. | |
Aracil se fue a Galicia, en donde se hallaba empleado su padre; Montaner, a un pueblo | |
de la Sierra y Andr�s se qued� sin amigos. | |
El verano le pareci� largo y pesado; por las ma�anas iba con Margarita y Luisito al | |
Retiro, y all� corr�an y jugaban los tres; luego la tarde y la noche las pasaba en casa | |
dedicado a leer novelas; una porci�n de folletines publicados en los peri�dicos durante | |
varios a�os, Dumas padre, Eugenio Su�, Montep�n, Gaboriau, Miss Braddon sirvieron | |
de pasto a su af�n de leer. Tal dosis de literatura, de cr�menes, de aventuras y de | |
misterios acab� por aburrirle. | |
Los primeros d�as del curso le sorprendieron agradablemente. En estos d�as oto�ales | |
duraba todav�a la feria de Septiembre en el Prado, delante del Jard�n Bot�nico, y al | |
mismo tiempo que las barracas con juguetes, los t�os vivos, los tiros al blanco y los | |
montones de nueces, almendras y acerolas, hab�a puestos de libros en donde se | |
congregaban los bibli�filos, a revolver y a hojear los viejos vol�menes llenos de polvo. | |
Hurtado sol�a pasar todo el tiempo que duraba la feria registrando los libracos entre el | |
se�or grave, vestido de negro, con anteojos, de aspecto doctoral, y alg�n cura | |
esquel�tico, de sotana ra�da. | |
Ten�a Andr�s cierta ilusi�n por el nuevo curso, iba a estudiar Fisiolog�a y cre�a que | |
el estudio de las funciones de la vida le interesar�a tanto o m�s que una novela; pero se | |
enga��, no fue as�. | |
Primeramente el libro de texto era un libro est�pido, hecho con recortes de obras | |
francesas y escrito sin claridad y sin entusiasmo; ley�ndolo no se pod�a formar una idea | |
clara del mecanismo de la vida; el hombre aparec�a, seg�n el autor, como un armario | |
con una serie de aparatos dentro, completamente separados los unos de los otros como | |
los negociados de un ministerio. | |
Luego, el catedr�tico era hombre sin ninguna afici�n a lo que explicaba, un se�or | |
senador, de esos latosos, que se pasaba las tardes en el Senado discutiendo tonter�as y | |
provocando el sue�o de los abuelos de la Patria. | |
Era imposible que con aquel texto y aquel profesor llegara nadie a sentir el deseo de | |
penetrar en la ciencia de la vida. La Fisiolog�a, curs�ndola as�, parec�a una cosa est�lida | |
y deslavazada, sin problemas de inter�s ni ning�n atractivo. | |
Hurtado tuvo una verdadera decepci�n. Era indispensable tomar la Fisiolog�a como | |
todo lo dem�s, sin entusiasmo, como uno de los obst�culos que salvar para concluir la | |
carrera. | |
Esta idea, de una serie de obst�culos, era la idea de Aracil. | |
�l consideraba una locura el pensar que hab�an de encontrar un estudio agradable. | |
Julio, en esto, y en casi todo, acertaba. Su gran sentido de la realidad le enga�aba | |
pocas veces. | |
Aquel curso, Hurtado intim� bastante con Julio Aracil. Julio era un a�o o a�o y | |
medio m�s viejo que Hurtado y parec�a m�s hombre. | |
Era moreno, de ojos brillantes y saltones, la cara de una expresi�n viva, la palabra | |
f�cil, la inteligencia r�pida. | |
Con estas condiciones cualquiera hubiese pensado que se hac�a simp�tico; pero no, | |
le pasaba todo lo contrario; la mayor�a de los conocidos le profesaban poco afecto. | |
Julio viv�a con unas t�as viejas; su padre, empleado en una capital de provincia, era | |
de una posici�n bastante modesta. Julio se mostraba muy independiente, pod�a haber | |
buscado la protecci�n de su primo Enrique Aracil que por entonces acababa de obtener | |
una plaza de m�dico en el hospital, por oposici�n, y que pod�a ayudarle; pero Julio no | |
quer�a protecci�n alguna; no iba ni a ver a su primo; pretend�a deb�rselo todo a s� | |
mismo. Dada su tendencia pr�ctica, era un poco parad�jica esta resistencia suya a ser | |
protegido. | |
Julio, muy h�bil, no estudiaba casi nada, pero aprobaba siempre. | |
Buscaba amigos menos inteligentes que �l para explotarles; all� donde ve�a una | |
superioridad cualquiera, fuese en el orden que fuese, se retiraba. Lleg� a confesar a | |
Hurtado, que le molestaba pasear con gente de m�s estatura que �l. | |
Julio aprend�a con gran facilidad todos los juegos. Sus padres, haciendo un | |
sacrificio, pod�an pagarle los libros, las matr�culas y la ropa. La t�a de Julio sol�a darle | |
para que fuera alguna vez al teatro un duro todos los meses, y Aracil se las arreglaba | |
jugando a las cartas con sus amigos, de tal manera, que despu�s de ir al caf� y al teatro y | |
comprar cigarrillos, al cabo del mes, no s�lo le quedaba el duro de su t�a, sino que ten�a | |
dos o tres m�s. | |
Aracil era un poco petulante, se cuidaba el pelo, el bigote, las u�as y le gustaba | |
ech�rselas de guapo. Su gran deseo en el fondo era dominar, pero no pod�a ejercer su | |
dominaci�n en una zona extensa, ni trazarse un plan, y toda su voluntad de poder y toda | |
su habilidad se empleaba en cosas peque�as. | |
Hurtado le comparaba a esos insectos activos que van dando vueltas a un camino | |
circular con una decisi�n inquebrantable e in�til. | |
Una de las ideas gratas a Julio era pensar que hab�a muchos vicios y depravaciones | |
en Madrid. | |
La venalidad de los pol�ticos, la fragilidad de las mujeres, todo lo que significara | |
claudicaci�n, le gustaba; que una c�mica, por hacer un papel importante, se entend�a | |
con un empresario viejo y repulsivo; que una mujer, al parecer honrada, iba a una casa | |
de citas, le encantaba. | |
Esa omnipotencia del dinero, antip�tica para un hombre de sentimientos delicados, | |
le parec�a a Aracil algo sublime, admirable, un holocausto natural a la fuerza del oro. | |
Julio era un verdadero fenicio; proced�a de Mallorca y probablemente hab�a en �l | |
sangre sem�tica. | |
Por lo menos si la sangre faltaba, las inclinaciones de la raza estaban �ntegras. | |
So�aba con viajar por el Oriente, y aseguraba siempre que, de tener dinero, los primeros | |
pa�ses que visitar�a ser�an Egipto y el Asia Menor. | |
El doctor Iturrioz, t�o carnal de Andr�s Hurtado, sol�a afirmar probablemente de una | |
manera arbitraria, que en Espa�a, desde un punto de vista moral; hay dos tipos: el tipo | |
ib�rico y el tipo semita. Al tipo ib�rico asignaba el doctor las cualidades fuertes y | |
guerreras de la raza; al tipo semita, las tendencias rapaces, de intriga y de comercio. | |
Aracil era un ejemplar acabado del tipo semita. Sus ascendientes debieron ser | |
comerciantes de esclavos en alg�n pueblo del Mediterr�neo. A Julio le molestaba todo | |
lo que fuera violento y exaltado: el patriotismo, la guerra, el entusiasmo pol�tico o | |
social; le gustaba el fausto, la riqueza, las alhajas, y como no ten�a dinero para | |
comprarlas buenas, las llevaba falsas y casi le hac�a m�s gracia lo mixtificado que lo | |
bueno. | |
Daba tanta importancia al dinero, sobre todo al dinero ganado, que el comprobar lo | |
dif�cil de conseguirlo le agradaba. Como era su dios, su �dolo, de darse demasiado | |
f�cilmente, le hubiese parecido mal. Un para�so conseguido sin esfuerzo no entusiasma | |
al creyente; la mitad por lo menos del m�rito de la gloria est� en su dificultad, y para | |
Julio la dificultad de conseguir el dinero, constitu�a uno de sus mayores encantos. | |
Otra de las condiciones de Aracil era acomodarse a las circunstancias, para �l no | |
hab�a cosas desagradables; de considerarlo necesario, lo aceptaba todo. | |
Con su sentido previsor de hormiga, calculaba la cantidad de placeres obtenibles | |
por una cantidad de dinero. Esto constitu�a una de sus mayores preocupaciones. | |
Miraba los bienes de la tierra con ojos de tasador jud�o. Si se convenc�a de que una | |
cosa de treinta c�ntimos la hab�a comprado por veinte, sent�a un verdadero disgusto. | |
Julio le�a novelas francesas de escritores medio naturalistas, medio galantes; estas | |
relaciones de la vida de lujo y de vicio de Par�s le encantaban. | |
De ser cierta la clasificaci�n de Iturrioz, Montaner tambi�n ten�a m�s del tipo | |
semita que del ib�rico. Era enemigo de lo violento y de lo exaltado, perezoso, tranquilo, | |
comod�n. | |
Blando de car�cter, daba al principio de tratarle cierta impresi�n de acritud y | |
energ�a, que no era m�s que el reflejo del ambiente de su familia, constituida por el | |
padre y la madre y varias hermanas solteronas, de car�cter duro y avinagrado. | |
Cuando Andr�s lleg� a conocer a fondo a Montaner, se hizo amigo suyo. | |
Concluyeron los tres compa�eros el curso. Aracil se march�, como sol�a hacerlo | |
todos los veranos, al pueblo en donde estaba su familia, y Montaner y Hurtado se | |
quedaron en Madrid. | |
El verano fue sofocante; por las noches, Montaner, despu�s de cenar, iba a casa de | |
Hurtado, y los dos amigos paseaban por la Castellana y por el Prado, que por entonces | |
tomaba el car�cter de un paseo provinciano aburrido, polvoriento y l�nguido. | |
Al final del verano un amigo le dio a Montaner una entrada para los Jardines del | |
Buen Retiro. | |
Fueron los dos todas las noches. | |
O�an cantar �peras antiguas, interrumpidas por los gritos de la gente que pasaba | |
dentro del vag�n de una monta�a rusa que cruzaba el jard�n; segu�an a las chicas, y a la | |
salida se sentaban a tomar horchata o lim�n en alg�n puesto del Prado. | |
Lo mismo Montaner que Andr�s hablaban casi siempre mal de Julio; estaban de | |
acuerdo en considerarle ego�sta, mezquino, s�rdido, incapaz de hacer nada por nadie. | |
Sin embargo, cuando Aracil llegaba a Madrid, los dos se reun�an siempre con �l. | |
VIII.- Una f�rmula de la vida | |
El a�o siguiente, el cuarto de carrera, hab�a para los alumnos, y sobre todo para | |
Andr�s Hurtado, un motivo de curiosidad: la clase de don Jos� de Letamendi. | |
Letamendi era de estos hombres universales que se ten�an en la Espa�a de hace | |
unos a�os; hombres universales a quienes no se les conoc�a ni de nombre pasados los | |
Pirineos. Un desconocimiento tal en Europa de genios tan trascendentales, se explicaba | |
por esa hip�tesis absurda, que aunque no la defend�a nadie claramente, era aceptada por | |
todos, la hip�tesis del odio y la mala fe internacionales que hac�a que las cosas grandes | |
de Espa�a fueran peque�as en el extranjero y viceversa. | |
Letamendi era un se�or flaco, bajito, escu�lido, con melenas grises y barba blanca. | |
Ten�a cierto tipo de aguilucho, la nariz corva, los ojos hundidos y brillantes. Se ve�a en | |
�l un hombre que se hab�a hecho una cabeza, como dicen los franceses. Vest�a siempre | |
levita algo entallada, y llevaba un sombrero de copa de alas planas, de esos sombreros | |
cl�sicos de los melenudos profesores de la Sorbona. | |
En San Carlos corr�a como una verdad indiscutible que Letamendi era un genio; | |
uno de esos hombres �guilas que se adelantan a su tiempo; todo el mundo le encontraba | |
abstruso porque hablaba y escrib�a con gran empaque un lenguaje medio filos�fico, | |
medio literario. | |
Andr�s Hurtado, que se hallaba ansioso de encontrar algo que llegase al fondo de | |
los problemas de la vida, comenz� a leer el libro de Letamendi con entusiasmo. La | |
aplicaci�n de las Matem�ticas a la Biolog�a le pareci� admirable. | |
Andr�s fue pronto un convencido. | |
Como todo el que cree hallarse en posesi�n de una verdad tiene cierta tendencia de | |
proselitismo, una noche Andr�s fue al caf� donde se reun�an Sa�udo y sus amigos a | |
hablar de las doctrinas de Letamendi, a explicarlas y a comentarlas. | |
Estaba como siempre Sa�udo con varios estudiantes de ingenieros. | |
Hurtado se reuni� con ellos y aprovech� la primera ocasi�n para llevar la | |
conversaci�n al terreno que deseaba y expuso la f�rmula de la vida de Letamendi e | |
intent� explicar los corolarios que de ella deduc�a el autor. | |
Al decir Andr�s que la vida, seg�n Letamendi, es una funci�n indeterminada entre | |
la energ�a individual y el cosmos, y que esta funci�n no puede ser m�s que suma, resta, | |
multiplicaci�n y divisi�n, y que no pudiendo ser suma, ni resta, ni divisi�n, tiene que ser | |
multiplicaci�n, uno de los amigos de Sa�udo se ech� a re�r. | |
--�Por qu� se r�e usted? --le pregunt� Andr�s, sorprendido. | |
--Porque en todo eso que dice usted hay una porci�n de sofismas y de falsedades. | |
Primeramente hay muchas m�s funciones matem�ticas que sumar, restar, multiplicar y | |
dividir. | |
--�Cu�les? --Elevar a potencia, extraer ra�ces... Despu�s, aunque no hubiera m�s | |
que cuatro funciones matem�ticas primitivas, es absurdo pensar que en el conflicto de | |
estos dos elementos la energ�a de la vida y el cosmos, uno de ellos, por lo menos, | |
heterog�neo y complicado, porque no haya suma, ni resta, ni divisi�n, ha de haber | |
multiplicaci�n. Adem�s, ser�a necesario demostrar por qu� no puede haber suma, por | |
qu� no puede haber resta y por qu� no puede haber divisi�n. | |
Despu�s habr�a que demostrar por qu� no puede haber dos o tres funciones | |
simult�neas. No basta decirlo. | |
--Pero eso lo da el razonamiento. | |
--No, no; perdone usted --replic� el estudiante--. Por ejemplo, entre esa mujer y | |
yo puede haber varias funciones matem�ticas: suma, si hacemos los dos una misma cosa | |
ayud�ndonos; resta, si ella quiere una cosa y yo la contraria y vence uno de los dos | |
contra el otro; multiplicaci�n, si tenemos un hijo, y divisi�n si yo la corto en pedazos a | |
ella o ella a m�. | |
--Eso es una broma --dijo Andr�s. | |
--Claro que es una broma --replic� el estudiante--, una broma por el estilo de las | |
de su profesor; pero que tiende a una verdad, y es que entre la fuerza de la vida y el | |
cosmos hay un infinito de funciones distintas: sumas, restas, multiplicaciones, de todo, | |
y que adem�s es muy posible que existan otras funciones que no tengan expresi�n | |
matem�tica. | |
Andr�s Hurtado, que hab�a ido al caf� creyendo que sus preposiciones convencer�an | |
a los alumnos de ingenieros, se qued� un poco perplejo y cariacontecido al comprobar | |
su derrota. | |
Ley� de nuevo el libro de Letamendi, sigui� oyendo sus explicaciones y se | |
convenci� de que todo aquello de la f�rmula de la vida y sus corolarios, que al principio | |
le pareci� serio y profundo, no eran m�s que juegos de prestidigitaci�n, unas veces | |
ingeniosos, otras veces vulgares, pero siempre sin realidad alguna, ni metaf�sica, ni | |
emp�rica. | |
Todas estas f�rmulas matem�ticas y su desarrollo no eran m�s que vulgaridades | |
disfrazadas con un aparato cient�fico, adornadas por conceptos ret�ricos que la | |
papanater�a de profesores y alumnos tomaba como visiones de profeta. | |
Por dentro, aquel buen se�or de las melenas, con su mirada de �guila y su | |
diletantismo art�stico, cient�fico y literario; pintor en sus ratos de ocio, violinista y | |
compositor y genio por los cuatro costados, era un mixtificador audaz con ese fondo | |
aparatoso y botarate de los mediterr�neos. Su �nico m�rito real era tener condiciones de | |
literato, de hombre de talento verbal. | |
La palabrer�a de Letamendi produjo en Andr�s un deseo de asomarse al mundo | |
filos�fico y con este objeto compr� en unas ediciones econ�micas los libros de Kant, de | |
Fichte y de Schopenhauer. | |
Ley� primero "La Ciencia del Conocimiento", de Fichte, y no pudo enterarse de | |
nada. Sac� la impresi�n de que el mismo traductor no hab�a comprendido lo que | |
traduc�a; despu�s comenz� la lectura de "Parerga y Paralipomena", y le pareci� un libro | |
casi ameno, en parte c�ndido, y le divirti� m�s de lo que supon�a. Por �ltimo, intent� | |
descibrar "La cr�tica de la raz�n pura". Ve�a que con un esfuerzo de atenci�n pod�a | |
seguir el razonamiento del autor como quien sigue el desarrollo de un teorema | |
matem�tico; pero le pareci� demasiado esfuerzo para su cerebro y dej� Kant para m�s | |
adelante, y sigui� leyendo a Schopenhauer, que ten�a para �l el atractivo de ser un | |
consejero chusco y divertido. | |
Algunos pedantes le dec�an que Schopenhauer hab�a pasado de moda, como si la | |
labor de un hombre de inteligencia extraordinaria fuera como la forma de un sombrero | |
de copa. | |
Los condisc�pulos, a quien asombraban estos buceamientos de Andr�s Hurtado, le | |
dec�an: | |
--�Pero no te basta con la filosof�a de Letamendi? | |
--Si eso no es filosof�a ni nada --replicaba Andr�s--. Letamendi es un hombre sin | |
una idea profunda; no tiene en la cabeza m�s que palabras y frases. Ahora, como | |
vosotros no las comprend�is, os parecen extraordinarias. | |
El verano, durante las vacaciones, Andr�s ley� en la Biblioteca Nacional algunos | |
libros filos�ficos nuevos de los profesores franceses e italianos y le sorprendieron. La | |
mayor�a de estos libros no ten�an m�s que el t�tulo sugestivo; lo dem�s era una eterna | |
divagaci�n acerca de m�todos y clasificaciones. | |
A Hurtado no le importaba nada la cuesti�n de los m�todos y de las clasificaciones, | |
ni saber si la Sociolog�a era una ciencia o un ciempi�s inventado por los sabios; lo que | |
quer�a encontrar era una orientaci�n, una verdad espiritual y pr�ctica al mismo tiempo. | |
Los bazares de la ciencia de los Lombroso y los Ferri, de los Fouill�e y de los Janet, | |
le produjeron una mala impresi�n. | |
Este esp�ritu latino y su claridad tan celebrada le pareci� una de las cosas m�s | |
insulsas, m�s banales y anodinas. Debajo de los t�tulos pomposos no hab�a m�s que | |
vulgaridad a todo pasto. Aquello era, con relaci�n a la filosof�a, lo que son los | |
espec�ficos de la cuarta plana de los peri�dicos respecto a la medicina verdadera. | |
En cada autor franc�s se le figuraba a Hurtado ver un se�or cyranesco, tomando | |
actitudes gallardas y hablando con voz nasal; en cambio, todos los italianos le parec�an | |
bar�tonos de zarzuela. | |
Viendo que no le gustaban los libros modernos volvi� a emprender con la obra de | |
Kant, y ley� entera con grandes trabajos la "Cr�tica de la raz�n pura". | |
Ya aprovechaba algo m�s lo que le�a y le quedaban las l�neas generales de los | |
sistemas que iba desentra�ando. | |
IX.- Un rezagado | |
Al principio de oto�o y comienzo del curso siguiente, Luisito, el hermano menor, | |
cay� enfermo con fiebres. | |
Andr�s sent�a por Luisito un cari�o exclusivo y hura�o. El chico le preocupaba de | |
una manera patol�gica, le parec�a que los elementos todos se conjuraban contra �l. | |
Visit� al enfermito el doctor Aracil, el pariente de Julio, y a los pocos d�as indic� | |
que se trataba de una fiebre tifoidea. | |
Andr�s pas� momentos angustiosos; le�a con desesperaci�n en los libros de | |
Patolog�a de descripci�n y el tratamiento de la fiebre tifoidea y hablaba con el m�dico | |
de los remedios que podr�an emplearse. | |
El doctor Aracil a todo dec�a que no. | |
--Es una enfermedad que no tiene tratamiento espec�fico --aseguraba--; ba�arle, | |
alimentarle y esperar, nada m�s. | |
Andr�s era el encargado de preparar el ba�o y tomar la temperatura a Luis. | |
El enfermo tuvo d�as de fiebre muy alta. Por las ma�anas, cuando bajaba la | |
calentura, preguntaba a cada momento por Margarita y Andr�s. �ste, en el curso de la | |
enfermedad, qued� asombrado de la resistencia y de la energ�a de su hermana; pasaba | |
las noches sin dormir cuidando del ni�o; no se le ocurr�a jam�s, y si se le ocurr�a no le | |
daba importancia, la idea de que pudiera contagiarse. | |
Andr�s desde entonces comenz� a sentir una gran estimaci�n por Margarita; el | |
cari�o de Luisito los hab�a unido. | |
A los treinta o cuarenta d�as la fiebre desapareci�, dejando al ni�o flaco, hecho un | |
esqueleto. | |
Andr�s adquiri� con este primer ensayo de m�dico un gran escepticismo. Empez� a | |
pensar si la medicina no servir�a para nada. Un buen puntal para este escepticismo le | |
proporcionaba las explicaciones del profesor de Terap�utica, que consideraba in�tiles | |
cuando no perjudiciales casi todos los preparados de la farmacopea. | |
No era una manera de alentar los entusiasmos m�dicos de los alumnos, pero | |
indudablemente el profesor lo cre�a as� y hac�a bien en decirlo. | |
Despu�s de las fiebres Luisito qued� d�bil y a cada paso daba a la familia una | |
sorpresa desagradable; un d�a era un calentur�n, al otro unas convulsiones. Andr�s | |
muchas noches ten�a que ir a las dos o a las tres de la ma�ana en busca del m�dico y | |
despu�s salir a la botica. | |
En este curso, Andr�s se hizo amigo de un estudiante rezagado, ya bastante viejo, a | |
quien cada a�o de carrera costaba por lo menos dos o tres. | |
Un d�a este estudiante le pregunt� a Andr�s qu� le pasaba para estar sombr�o y | |
triste. Andr�s le cont� que ten�a al hermano enfermo, y el otro intent� tranquilizarle y | |
consolarle. Hurtado le agradeci� la simpat�a y se hizo amigo del viejo estudiante. | |
Antonio Lamela, as� se llamaba el rezagado, era gallego, un tipo flaco, nervioso, de | |
cara escu�lida, nariz afilada, una zalea de pelos negros en la barba ya con algunas canas, | |
y la boca sin dientes, de hombre d�bil. | |
A Hurtado le llam� la atenci�n el aire de hombre misterioso de Lamela, y a �ste le | |
choc� sin duda el aspecto reconcentrado de Andr�s. Los dos ten�an una vida interior | |
distinta al resto de los estudiantes. | |
El secreto de Lamela era que estaba enamorado, pero enamorado de verdad, de una | |
mujer de la aristocracia, una mujer de t�tulo, que andaba en coche e iba a palco al Real. | |
Lamela le tom� a Hurtado por confidente y le cont� sus amores con toda clase de | |
detalles. Ella estaba enamorad�sima de �l, seg�n aseguraba el estudiante; pero exist�an | |
una porci�n de dificultades y de obst�culos que imped�an la aproximaci�n del uno al | |
otro. | |
A Andr�s le gustaba encontrarse con un tipo distinto a la generalidad. En las | |
novelas se daba como una anomal�a un hombre joven sin un gran amor; en la vida lo | |
an�malo era encontrar un hombre enamorado de verdad. El primero que conoci� Andr�s | |
fue Lamela; por eso le interesaba. | |
El viejo estudiante padec�a un romanticismo intenso, mitigado en algunas cosas por | |
una tendencia beocia de hombre pr�ctico. Lamela cre�a en el amor y en Dios; pero esto | |
no le imped�a emborracharse y andar de cr�pula con frecuencia. | |
Seg�n �l, hab�a que dar al cuerpo sus necesidades mezquinas y groseras y conservar | |
el esp�ritu limpio. | |
Esta filosof�a la condensaba, diciendo: Hay que dar al cuerpo lo que es del cuerpo, y | |
al alma lo que es del alma. | |
--Si todo eso del alma, es una pamplina --le dec�a Andr�s--. Son cosas inventadas | |
por los curas para sacar dinero. | |
--�C�llate, hombre, c�llate! No disparates. | |
Lamela en el fondo era un rezagado en todo: en la carrera y en las ideas. Discurr�a | |
como un hombre de a principio del siglo. La concepci�n mec�nica actual del mundo | |
econ�mico y de la sociedad, para �l no exist�a. Tampoco exist�a cuesti�n social. Toda la | |
cuesti�n social se resolv�a con la caridad y con que hubiese gentes de buen coraz�n. | |
--Eres un verdadero cat�lico --le dec�a Andr�s--; te has fabricado el m�s c�modo | |
de los mundos. | |
Cuando Lamela le mostr� un d�a a su amada, Andr�s se qued� estupefacto. Era una | |
solterona fea, negra, con una nariz de cacat�a y m�s a�os que un loro. | |
Adem�s de su aire antip�tico, ni siquiera hac�a caso del estudiante gallego, a quien | |
miraba con desprecio, con un gesto desagradable y avinagrado. | |
Al esp�ritu fantaseador de Lamela no llegaba nunca la realidad. | |
A pesar de su apariencia sonriente y humilde, ten�a un orgullo y una confianza en s� | |
mismo extraordinaria; sent�a la tranquilidad del que cree conocer el fondo de las cosas y | |
de las acciones humanas. | |
Delante de los dem�s compa�eros Lamela no hablaba de sus amores; pero cuando le | |
cog�a a Hurtado por su cuenta, se desbordaba. Sus confidencias no ten�an fin. | |
A todo le quer�a dar una significaci�n complicada y fuera de lo normal. | |
--Chico --dec�a sonriendo y agarrando del brazo a Andr�s--. Ayer la vi. | |
--�Hombre! | |
--S� --a�ad�a con gran misterio--. Iba con la se�ora de compa��a; fui detr�s de | |
ella, entr� en su casa y poco despu�s sali� un criado al balc�n. �Es raro, eh? | |
--�Raro? �Por qu�? --preguntaba Andr�s. | |
--Es que luego el criado no cerr� el balc�n. | |
Hurtado se le quedaba mirando pregunt�ndose c�mo funcionar�a el cerebro de su | |
amigo para encontrar extra�as las cosas m�s naturales del mundo y para creer en la | |
belleza de aquella dama. | |
Algunas veces que iban por el Retiro charlando, Lamela se volv�a y dec�a: | |
--�Mira, c�llate! | |
--Pues �qu� pasa? | |
--Que aquel que viene all� es de esos enemigos m�os que le hablan a ella mal de | |
m�. Viene espi�ndome. | |
Andr�s se quedaba asombrado. | |
Cuando ya ten�a m�s confianza con �l le dec�a: | |
--Mira, Lamela, yo como t�, me presentar�a a la Sociedad de Psicolog�a de Par�s o | |
de Londres. | |
--�A qu�? | |
--Y dir�a: Est�dienme ustedes, porque creo que soy el hombre m�s extraordinario | |
del mundo. | |
El gallego se re�a con su risa bonachona. | |
--Es que t� eres un ni�o --replicaba--; el d�a que te enamores ver�s c�mo me das | |
la raz�n a m�. | |
Lamela viv�a en una casa de hu�spedes de la plaza de Lavapi�s; ten�a un cuarto | |
peque�o, desarreglado, y como estudiaba, cuando estudiaba, metido en la cama, sol�a | |
descoser los libros y los guardaba desencuadernados en pliegos sueltos en el ba�l o | |
extendidos sobre la mesa. | |
Alguna que otra vez fue Hurtado a verle a su casa. | |
La decoraci�n de su cuarto consist�a en una serie de botellas vac�as, colocadas por | |
todas partes. | |
Lamela compraba el vino para �l y lo guardaba en sitios inveros�miles, de miedo de | |
que los dem�s hu�spedes entrasen en el cuarto y se lo bebieran, lo que, por lo que | |
contaba, era frecuente. Lamela ten�a escondidas las botellas dentro de la chimenea, en el | |
ba�l, en la c�moda. | |
De noche, seg�n le dijo a Andr�s, cuando se acostaba pon�a una botella de vino | |
debajo de la cama, y si se despertaba cog�a la botella y se beb�a la mitad de un trago. | |
Estaba convencido de que no hab�a hipn�tico como el vino, y que a su lado el sulfonal y | |
el cloral eran verdaderas filfas. | |
Lamela nunca discut�a las opiniones de los profesores, no le interesaban gran cosa; | |
para �l no pod�a aceptarse m�s clasificaci�n entre ellos que la de los catedr�ticos de | |
buena intenci�n, amigos de aprobar, y los de mala intenci�n, que suspend�an s�lo por | |
ech�rselas de sabios y darse tono. | |
En la mayor�a de los casos Lamela divid�a a los hombres en dos grupos: los unos, | |
gente franca, honrada, de buen fondo, de buen coraz�n; los otros, gente mezquina y | |
vanidosa. | |
Para Lamela, Aracil y Montaner eran de esta �ltima clase, de los m�s mezquinos e | |
insignificantes. | |
Verdad es que ninguno de los dos le tomaba en serio a Lamela. | |
Andr�s contaba en su casa las extravagancias de su amigo. A Margarita le | |
interesaban mucho estos amores. Luisito, que ten�a la imaginaci�n de un chico | |
enfermizo, hab�a inventado, escuch�ndole a su hermano, un cuento que se llamaba "Los | |
amores de un estudiante gallego con la reina de las cacat�as". | |
X.- Paso por San Juan de Dios | |
Sin gran brillantez, pero tambi�n sin grandes fracasos, Andr�s Hurtado iba | |
avanzando en su carrera. | |
Al comenzar el cuarto a�o se le ocurri� a Julio Aracil asistir a unos cursos de | |
enfermedades ven�reas que daba un m�dico en el Hospital de San Juan de Dios. | |
Aracil invit� a Montaner y a Hurtado a que le acompa�aran; unos meses despu�s | |
iba a haber ex�menes de alumnos internos para ingreso en el Hospital General; | |
pensaban presentarse los tres, y no estaba mal el ver enfermos con frecuencia. | |
La visita en San Juan de Dios fue un nuevo motivo de depresi�n y melancol�a para | |
Hurtado. | |
Pensaba que por una causa o por otra el mundo le iba presentando su cara m�s fea. | |
A los pocos d�as de frecuentar el hospital, Andr�s se inclinaba a creer que el | |
pesimismo de Schopenhauer era una verdad casi matem�tica. El mundo le parec�a una | |
mezcla de manicomio y de hospital; ser inteligente constitu�a una desgracia, y s�lo la | |
felicidad pod�a venir de la inconsciencia y de la locura. Lamela, sin pensarlo, viviendo | |
con sus ilusiones, tomaba las proporciones de un sabio. | |
Aracil, Montaner y Hurtado visitaron una sala de mujeres de San Juan de Dios. | |
Para un hombre excitado e inquieto como Andr�s, el espect�culo ten�a que ser | |
deprimente. Las enfermas eran de lo m�s ca�do y miserable. Ver tanta desdichada sin | |
hogar, abandonada, en una sala negra, en un estercolero humano; comprobar y | |
evidenciar la podredumbre que envenena la vida sexual, le hizo a Andr�s una angustiosa | |
impresi�n. | |
El hospital aquel, ya derruido por fortuna, era un edificio inmundo, sucio, mal | |
oliente; las ventanas de las salas daban a la calle de Atocha y ten�an, adem�s de las | |
rejas, unas alambreras para que las mujeres recluidas no se asomaran y escandalizaran. | |
De este modo no entraba all� el sol ni el aire. | |
El m�dico de la sala, amigo de Julio, era un vejete rid�culo, con unas largas patillas | |
blancas. El hombre, aunque no sab�a gran cosa, quer�a darse aire de catedr�tico, lo cual | |
a nadie pod�a parecer un crimen; lo miserable, lo canallesco era que trataba con una | |
crueldad in�til a aquellas desdichadas acogidas all� y las maltrataba de palabra y de | |
obra. | |
�Por qu�? Era incomprensible. | |
Aquel petulante idiota mandaba llevar castigadas a las enfermas a las guardillas y | |
tenerlas uno o dos d�as encerradas por delitos imaginarios. El hablar de una cama a otra | |
durante la visita, el quejarse en la cura, cualquier cosa, bastaba para estos severos | |
castigos. Otras veces mandaba ponerlas a pan y agua. Era un macaco cruel este tipo, a | |
quien hab�an dado una misi�n tan humana como la de cuidar de pobres enfermas. | |
Hurtado no pod�a soportar la bestialidad de aquel idiota de las patillas blancas. | |
Aracil se re�a de las indignaciones de su amigo. | |
Una vez Hurtado decidi� no volver m�s por all�. Hab�a una mujer que guardaba | |
constantemente en el regazo un gato blanco. Era una mujer que debi� haber sido muy | |
bella, con ojos negros, grandes, sombreados, la nariz algo corva y el tipo egipcio. El | |
gato era, sin duda, lo �nico que le quedaba de un pasado mejor. Al entrar el m�dico, la | |
enferma sol�a bajar disimuladamente al gato de la cama y dejarlo en el suelo; el animal | |
se quedaba escondido, asustado, al ver entrar al m�dico con sus alumnos; pero uno de | |
los d�as el m�dico le vio y comenz� a darle patadas. | |
--Coged a ese gato y matarlo --dijo el idiota de las patillas blancas al practicante. | |
El practicante y una enfermera comenzaron a perseguir al animal por toda la sala; la | |
enferma miraba angustiada esta persecuci�n. | |
--Y a esta t�a llevadla a la guardilla --a�adi� el m�dico. | |
La enferma segu�a la caza con la mirada, y cuando vio que cog�an a su gato, dos | |
l�grimas gruesas corrieron por sus mejillas p�lidas. | |
--�Canalla! �Idiota! --exclam� Hurtado, acerc�ndose al m�dico con el pu�o | |
levantado. | |
--No seas est�pido! --dijo Aracil--. Si no quieres venir aqu�, m�rchate. | |
--S�, me voy, no tengas cuidado; por no patearle las tripas a ese idiota, miserable. | |
Desde aquel d�a ya no quiso volver m�s a San Juan de Dios. | |
La exaltaci�n humanitaria de Andr�s hubiera aumentado sin las influencias que | |
obraban en su esp�ritu. Una de ellas era la de Julio, que se burlaba de todas las ideas | |
exageradas, como dec�a �l; la otra, la de Lamela, con su idealismo pr�ctico, y, por | |
�ltimo, la lectura de "Parerga y Paralipomena", de Schopenhauer, que le induc�a a la no | |
acci�n. | |
A pesar de estas tendencias enfrenadoras, durante muchos d�as estuvo Andr�s | |
impresionado por lo que dijeron varios obreros en un mitin de anarquistas del Liceo | |
R�us. Uno de ellos, Ernesto �lvarez, un hombre moreno, de ojos negros y barba | |
entrecana, habl� en aquel mitin de una manera elocuente y exaltada; habl� de los ni�os | |
abandonados, de los mendigos, de las mujeres ca�das... | |
Andr�s sinti� el atractivo de este sentimentalismo, quiz� algo morboso. Cuando | |
expon�a sus ideas acerca de la injusticia social. | |
Julio Aracil le sal�a al encuentro con su buen sentido: | |
--Claro que hay cosas malas en la sociedad --dec�a Aracil--. �Pero qui�n las va a | |
arreglar? �Esos vividores que hablan en los m�tines? Adem�s, hay desdichas que son | |
comunes a todos; esos alba�iles de los dramas populares que se nos vienen a quejar de | |
que sufren el fr�o del invierno y el calor del verano, no son los �nicos; lo mismo nos | |
pasa a los dem�s. | |
Las palabras de Aracil eran la gota de agua fr�a en las exaltaciones humanitarias de | |
Andr�s. | |
--Si quieres dedicarte a esas cosas --le dec�a--, hazte pol�tico, aprende a hablar. | |
--Pero si yo no me quiero dedicar a pol�tico --replicaba Andr�s indignado. | |
--Pues si no, no puedes hacer nada. | |
Claro que toda reforma en un sentido humanitario ten�a que ser colectiva y | |
realizarse por un procedimiento pol�tico, y a Julio no le era muy dif�cil convencer a su | |
amigo de lo turbio de la pol�tica. | |
Julio llevaba la duda a los romanticismos de Hurtado; no necesitaba insistir mucho | |
para convencerle de que la pol�tica es un arte de granjer�a. | |
Realmente, la pol�tica espa�ola nunca ha sido nada alto ni nada noble; no era muy | |
dif�cil convencer a un madrile�o de que no deb�a tener confianza en ella. | |
La inacci�n, la sospecha de la inanidad y de la impureza de todo arrastraban a | |
Hurtado cada vez m�s a sentirse pesimista. | |
Se iba inclinando a un anarquismo espiritual, basado en la simpat�a y en la piedad, | |
sin soluci�n pr�ctica ninguna. | |
La l�gica justiciera y revolucionaria de los Saint-Just ya no le entusiasmaba, le | |
parec�a una cosa artificial y fuera de la naturaleza. Pensaba que en la vida ni hab�a ni | |
pod�a haber justicia. | |
La vida era una corriente tumultuosa e inconsciente donde los actores representaban | |
una tragedia que no comprend�an, y los hombres, llegados a un estado de | |
intelectualidad, contemplaban la escena con una mirada compasiva y piadosa. | |
Estos vaivenes en las ideas, esta falta de plan y de freno, le llevaban a Andr�s al | |
mayor desconcierto, a una sobreexcitaci�n cerebral continua e in�til. | |
XI.- De alumno interno | |
A mediados de curso se celebraron ex�menes de alumnos internos para el Hospital | |
General. | |
Aracil, Montaner y Hurtado decidieron presentarse. El examen consist�a en unas | |
preguntas hechas al capricho por los profesores acerca de puntos de las asignaturas ya | |
cursadas por los alumnos. Hurtado fue a ver a su t�o Iturrioz para que le recomendara. | |
--Bueno; te recomendar� --le dijo el t�o--. �Tienes afici�n a la carrera? | |
--Muy poca. | |
--Y entonces �para qu� quieres entrar en el hospital? | |
--�Ya qu� le voy a hacer! Ver� si voy adquiriendo la afici�n. | |
Adem�s, cobrar� unos cuartos, que me convienen. | |
--Muy bien --contest� Iturrioz--. Contigo se sabe a qu� atenerse; eso me gusta. | |
En el examen, Aracil y Hurtado salieron aprobados. | |
Primero ten�an que ser libretistas; su obligaci�n consist�a en ir por la ma�ana y | |
apuntar las recetas que ordenaba el m�dico; por la tarde, recoger la botica, repartirla y | |
hacer guardias. De libretistas, con seis duros al mes, pasaban a internos de clase | |
superior, con nueve, y luego a ayudantes, con doce duros, lo que representaba la | |
cantidad respetable de dos pesetas al d�a. | |
Andr�s fue llamado por un m�dico amigo de su t�o, que visitaba una de las salas | |
altas del tercer piso del hospital. La sala era de medicina. | |
El m�dico, hombre estudioso, hab�a llegado a dominar el diagn�stico como pocos. | |
Fuera de su profesi�n no le interesaba nada; pol�tica, literatura, arte, filosof�a o | |
astronom�a, todo lo que no fuera auscultar o percutir, analizar orinas o esputos, era letra | |
muerta para �l. | |
Consideraba, y quiz� ten�a raz�n, que la verdadera moral del estudiante de medicina | |
estribaba en ocuparse �nicamente de lo m�dico, y fuera de esto, divertirse. A Andr�s le | |
preocupaban m�s las ideas y los sentimientos de los enfermos que los s�ntomas de las | |
enfermedades. | |
Pronto pudo ver el m�dico de la sala la poca afici�n de Hurtado por la carrera. | |
--Usted piensa en todo menos en lo que es medicina --le dijo a Andr�s con | |
severidad. | |
El m�dico de la sala estaba en lo cierto. El nuevo interno no llevaba el camino de | |
ser un cl�nico; le interesaban los aspectos psicol�gicos de las cosas; quer�a investigar | |
qu� hac�an las hermanas de la Caridad, si ten�an o no vocaci�n; sent�a curiosidad por | |
saber la organizaci�n del hospital y averiguar por d�nde se filtraba el dinero consignado | |
por la Diputaci�n. | |
La inmoralidad dominaba dentro del vetusto edificio. Desde los administradores de | |
la Diputaci�n provincial hasta una sociedad de internos que vend�a la quinina del | |
hospital en las boticas de la calle de Atocha, hab�a seguramente todas las formas de la | |
filtraci�n. En las guardias, los internos y los se�ores capellanes se dedicaban a jugar al | |
monte, y en el Arsenal funcionaba casi constantemente una timba en la que la postura | |
menor era una perra gorda. | |
Los m�dicos, entre los que hab�a algunos muy chulos; los curas, que no lo eran | |
menos, y los internos, se pasaban la noche tirando de la oreja a Jorge. | |
Los se�ores capellanes se jugaban las pesta�as; uno de ellos era un hombrecito | |
bajito, c�nico y rubio, que hab�a llegado a olvidar sus estudios de cura y adquirido | |
afici�n por la medicina. Como la carrera de m�dico era demasiado larga para �l, se iba a | |
examinar de ministrante, y si pod�a, pensaba abandonar definitivamente los h�bitos. | |
El otro cura era un mozo brav�o, alto, fuerte, de facciones en�rgicas. Hablaba de una | |
manera terminante y desp�tica; sol�a contar con gracejo historias verdes, que | |
provocaban b�rbaros comentarios. | |
Si alguna persona devota le reprochaba la inconveniencia de sus palabras, el cura | |
cambiaba de voz y de gesto, y con una marcada hipocres�a, tomando un tonillo de falsa | |
unci�n, que no cuadraba bien con su cara morena y con la expresi�n de sus ojos negros | |
y atrevidos, afirmaba que la religi�n nada ten�a que ver con los vicios de sus indignos | |
sacerdotes. | |
Algunos internos que le conoc�an desde hac�a alg�n tiempo y le hablaban de t�, le | |
llamaban Lagartijo, porque se parec�a algo a este c�lebre torero. | |
--Oye, t�, Lagartijo --le dec�an. | |
--Qu� m�s quisiera yo --replicaba el cura-- que cambiar la estola por una muleta, | |
y en vez de ayudar a bien morir ponerme a matar toros. | |
Como perd�a en el juego con frecuencia, ten�a muchos apuros. | |
Una vez le dec�a a Andr�s, entre juramentos pintorescos: | |
--Yo no puedo vivir as�. No voy a tener m�s remedio que lanzarme a la calle a | |
decir misa en todas partes y tragarme todos los d�as catorce hostias. | |
A Hurtado estos rasgos de cinismo no le agradaban. | |
Entre los practicantes hab�a algunos curios�simos, verdaderas ratas de hospital, que | |
llevaban quince o veinte a�os all�, sin concluir la carrera, y que visitaban | |
clandestinamente en los barrios bajos m�s que muchos m�dicos. | |
Andr�s se hizo amigo de las hermanas de la Caridad de su sala y de algunas otras. | |
Le hubiera gustado creer, a pesar de no ser religioso, por romanticismo, que las | |
hermanas de la Caridad eran angelicales; pero la verdad, en el hospital no se las ve�a | |
m�s que cuidarse de cuestiones administrativas y de llamar al confesor cuando un | |
enfermo se pon�a grave. | |
Adem�s, no eran criaturas idealistas, m�sticas, que consideraran el mundo como un | |
valle de l�grimas, sino muchachas sin recursos, algunas viudas, que tomaban el cargo | |
como un oficio, para ir viviendo. | |
Luego las buenas hermanas ten�an lo mejor del hospital acotado para ellas... | |
Una vez un enfermo le dio a Andr�s un cuadernito encontrado entre papeles viejos | |
que hab�an sacado del pabell�n de las hijas de la Caridad. | |
Era el diario de una monja, una serie de notas muy breves, muy lac�nicas, con | |
algunas impresiones acerca de la vida del hospital, que abarcaban cinco o seis meses. | |
En la primera p�gina ten�a un nombre: sor Mar�a de la Cruz, y al lado una fecha. | |
Andr�s ley� el diario y qued� sorprendido. Hab�a all� una narraci�n tan sencilla, tan | |
ingenua de la vida hospitalesca, contada con tanta gracia, que le dej� emocionado. | |
Andr�s quiso enterarse de qui�n era sor Mar�a, de si viv�a en el hospital o d�nde | |
estaba. | |
No tard� en averiguar que hab�a muerto. Una monja, ya vieja, la hab�a conocido. Le | |
dijo a Andr�s que al poco tiempo de llegar al hospital la trasladaron a una sala de t�ficos, | |
y all� adquiri� la enfermedad y muri�. | |
No se atrevi� Andr�s a preguntar c�mo era, qu� cara ten�a, aunque hubiese dado | |
cualquier cosa por saberlo. | |
Andr�s guard� el diario de la monja como una reliquia, y muchas veces pens� en | |
c�mo ser�a, y hasta lleg� a sentir por ella una verdadera obsesi�n. | |
Un tipo misterioso y extra�o del hospital, que llamaba mucho la atenci�n, y de | |
quien se contaban varias historias, era el hermano Juan. Este hombre, que no se sab�a de | |
d�nde hab�a venido, andaba vestido con una blusa negra, alpargatas y un crucifijo | |
colgado al cuello. El hermano Juan cuidaba por gusto de los enfermos contagiosos. Era, | |
al parecer, un m�stico, un hombre que viv�a en su centro natural, en medio de la miseria | |
y el dolor. | |
El hermano Juan era un hombre bajito, ten�a la barba negra, la mirada brillante, los | |
ademanes suaves, la voz meliflua. Era un tipo sem�tico. | |
Viv�a en un callej�n que separaba San Carlos del Hospital General. Este callej�n | |
ten�a dos puentes encristalados que lo cruzaban, y debajo de uno de ellos, del que estaba | |
m�s cerca de la calle de Atocha, hab�a establecido su cuchitril el hermano Juan. | |
En este cuchitril se encerraba con un perrito que le hac�a compa��a. | |
A cualquier hora que fuesen a llamar al hermano, siempre hab�a luz en su | |
camaranch�n y siempre se le encontraba despierto. | |
Seg�n algunos, se pasaba la vida leyendo libros verdes; seg�n otros, rezaba; uno de | |
los internos aseguraba haberle visto poniendo notas en unos libros en franc�s y en ingl�s | |
acerca de psicopat�as sexuales. | |
Una noche en que Andr�s estaba de guardia, uno de los internos dijo: | |
--Vamos a ver al hermano Juan y a pedirle algo de comer y de beber. | |
Fueron todos al callej�n en donde el hermano ten�a su escondrijo. Hab�a luz, | |
miraron por si se ve�a algo, pero no se encontraba rendija por donde espiar lo que hac�a | |
en el interior el misterioso enfermero. Llamaron e inmediatamente apareci� el hermano | |
con su blusa negra. | |
--Estamos de guardia, hermano Juan --dijo uno de los internos--; venimos a ver si | |
nos da usted algo para tomar un modesto piscolabis. | |
--�Pobrecitos! �Pobrecitos! --exclam� �l--. Me encuentran ustedes muy pobre. | |
Pero ya ver�, ya ver� si tengo algo. Y el hombre desapareci� tras de la puerta, la cerr� | |
con mucho cuidado y se present� al poco rato con un paquete de caf�, otro de az�car y | |
otro de galletas. | |
Volvieron los estudiantes al cuarto de guardia, comieron las galletas, tomaron el | |
caf� y discutieron el caso del hermano. | |
No hab�a unanimidad: unos cre�an que era un hombre distinguido; otros que era un | |
antiguo criado; para algunos era un santo; para otros un invertido sexual o algo por el | |
estilo. | |
El hermano Juan era el tipo raro del hospital. Cuando recib�a dinero, no se sab�a de | |
d�nde, convidaba a comer a los convalecientes y regalaba las cosas que necesitaban los | |
enfermos. | |
A pesar de su caridad y de sus buenas obras, este hermano Juan era para Andr�s | |
repulsivo, le produc�a una impresi�n desagradable, una impresi�n f�sica, org�nica. | |
Hab�a en �l algo anormal, indudablemente. �Es tan l�gico, tan natural en el hombre | |
huir del dolor, de la enfermedad, de la tristeza! Y, sin embargo, para �l, el sufrimiento, | |
la pena, la suciedad deb�an de ser cosas atrayentes. | |
Andr�s comprend�a el otro extremo, que el hombre huyese del dolor ajeno, como de | |
una cosa horrible y repugnante, hasta llegar a la indignidad, a la inhumanidad; | |
comprend�a que se evitara hasta la idea de que hubiese sufrimiento alrededor de uno; | |
pero ir a buscar lo sucio, lo triste, deliberadamente, para convivir con ello, le parec�a | |
una monstruosidad. | |
As� que cuando ve�a al hermano Juan sent�a esa impresi�n repelente, de inhibici�n, | |
que se experimenta ante los monstruos. | |
Segunda parte: Las carnarias | |
I.- Las minglanillas | |
Julio Aracil hab�a intimado con Andr�s. La vida en com�n de ambos en San Carlos | |
y en el hospital iba unificando sus costumbres, aunque no sus ideas ni sus afectos. | |
Con su dura filosof�a del �xito Julio comenzaba a sentir m�s estimaci�n por | |
Hurtado que por Montaner. | |
Andr�s hab�a pasado a ser interno como �l; Montaner no s�lo no pudo aprobar en | |
estos ex�menes, sino que perdi� el curso, y abandon�ndose por completo empez� a no ir | |
a clase y a pasar el tiempo haciendo el amor a una muchacha vecina suya. | |
Julio Aracil comenzaba a experimentar por su amigo su gran desprecio y a desearle | |
que todo le saliera mal. | |
Julio, con el peque�o sueldo del hospital, hac�a cosas extraordinarias, maravillosas; | |
lleg� hasta a jugar a la Bolsa, a tener acciones de minas, a comprar un t�tulo de la | |
Deuda. | |
Julio quer�a que Andr�s siguiera sus pasos de hombre de mundo. | |
--Te voy a presentar en casa de las Minglanillas --le dijo un d�a riendo. | |
--�Qui�nes son las Minglanillas? --pregunt� Hurtado. | |
--Unas chicas amigas m�as. | |
--�Se llaman as�? | |
--No; pero yo las llamo as�; porque, sobre todo la madre, parece un personaje de | |
Taboada. | |
--�Y qu� son? | |
--Son unas chicas hijas de una viuda pensionista, Nin� y Lul�. Yo estoy arreglado | |
con Nin�, con la mayor; t� te puedes entender con la chiquita. | |
--�Pero arreglado hasta qu� punto est�s con ella? | |
--Pues hasta todos los puntos. Solemos ir los dos a un rinc�n de la calle de | |
Cervantes, que yo conozco, y que te lo recomendar� cuando lo necesites. | |
--�Te vas a casar con ella despu�s? | |
--�Quita de ah�, hombre! No ser�a mal imb�cil. | |
--Pero has inutilizado a la muchacha. | |
--�Yo! �Qu� estupidez! | |
--�Pues no es tu querida? | |
--�Y qui�n lo sabe? Adem�s, �a qui�n le importa? | |
--Sin embargo... | |
--�Ca! Hay que dejarse de tonter�as y aprovecharse. Si t� puedes hacer lo mismo, | |
ser�s un tonto si no lo haces. | |
A Hurtado no le parec�a bien este ego�smo; pero ten�a curiosidad por conocer a la | |
familia, y fue una tarde con Julio a verla. | |
Viv�a la viuda y las dos hijas en la calle de F�car, en una casa s�rdida, de esas con | |
patio de vecindad y galer�as llenas de puertas. | |
Hab�a en casa de la viuda un ambiente de miseria bastante triste; la madre y las hijas | |
llevaban trajes ra�dos y remendados; los muebles eran pobres, menos alguno que otro | |
indicador de ciertos esplendores pasados, las sillas estaban destripadas y en los agujeros | |
de la estera se met�a el pie al pasar. | |
La madre, do�a Leonarda, era mujer poco simp�tica; ten�a la cara amarillenta, de | |
color de membrillo; la expresi�n dura, falsamente amable; la nariz corva; unos cuantos | |
lunares en la barba, y la sonrisa forzada. | |
La buena se�ora manifestaba unas �nfulas aristocr�ticas grotescas, y recordaba los | |
tiempos en que su marido hab�a sido subsecretario e iba la familia a veranear a San Juan | |
de Luz. El que las chicas se llamaran Nin� y Lul� proced�a de la ni�era que tuvieron por | |
primera vez, una francesa. | |
Estos recuerdos de la gloria pasada, que do�a Leonarda evocaba accionando con el | |
abanico cerrado como si fuera una batuta, le hac�an poner los ojos en blanco y suspirar | |
tristemente. | |
Al llegar a casa con Aracil, Julio se puso a charlar con Nin�, y Andr�s sostuvo la | |
conversaci�n con Lul� y con su madre. | |
Lul� era una muchacha graciosa, pero no bonita; ten�a los ojos verdes, oscuros, | |
sombreados por ojeras negruzcas; unos ojos que a Andr�s le parecieron muy humanos; | |
la distancia de la nariz a la boca y de la boca a la barba era en ella demasiado grande, lo | |
que le daba cierto aspecto simio; la frente peque�a, la boca, de labios finos, con una | |
sonrisa entre ir�nica y amarga; los dientes blancos, puntiagudos; la nariz un poco | |
respingona, y la cara p�lida, de mal color. | |
Lul� demostr� a Hurtado que ten�a gracia, picard�a e ingenio de sobra; pero le | |
faltaba el atractivo principal de una muchacha: la ingenuidad, la frescura, la candidez. | |
Era un producto marchito por el trabajo, por la miseria y por la inteligencia. Sus | |
dieciocho a�os no parec�an juventud. | |
Su hermana Nin�, de facciones incorrectas, y sobre todo menos espirituales, era m�s | |
mujer, ten�a deseo de agradar, hipocres�a, disimulo. El esfuerzo constante hecho por | |
Nin� para presentarse como ingenua y c�ndida le daba un car�cter m�s femenino, m�s | |
corriente tambi�n y vulgar. | |
Andr�s qued� convencido de que la madre conoc�a las verdaderas relaciones de | |
Julio y de su hija Nin�. Sin duda ella misma hab�a dejado que la chica se | |
comprometiera, pensando que luego Aracil no la abandonar�a. | |
A Hurtado no le gust� la casa; aprovecharse, como Julio, de la miseria de la familia | |
para hacer de Nin� su querida, con la idea de abandonarla cuando le conviniera, le | |
parec�a una mala acci�n. | |
Todav�a si Andr�s no hubiera estado en el secreto de las intenciones de Julio, | |
hubiese ido a casa de do�a Leonarda sin molestia; pero tener la seguridad de que un d�a | |
los amores de su amigo acabar�an con una peque�a tragedia de lloros y de lamentos, en | |
que do�a Leonarda chillar�a y a Nin� le dar�an soponcios, era una perspectiva que le | |
disgustaba. | |
II.- Una cachupinada | |
Antes de Carnaval, Julio Aracil le dijo a Hurtado: | |
--�Sabes? Vamos a tener baile en casa de las Minglanillas. | |
--�Hombre! �Cu�ndo va a ser eso? | |
--El domingo de Carnaval. El petr�leo para la luz y las pastas, el alquiler del piano | |
y el pianista se pagar�n entre todos. De manera que si t� quieres ser de la cuadrilla, ya | |
est�s apoquinando. | |
--Bueno. No hay inconveniente.�Cu�nto hay que pagar? | |
--Ya te lo dir� uno de estos d�as. | |
--�Qui�nes van a ir? | |
--Pues ir�n algunas muchachas de la vecindad con sus novios, Casares, ese | |
periodista amigo m�o, un sainetero y otros. Estar� bien. Habr� chicas guapas. | |
El domingo de Carnaval, despu�s de salir de guardia del hospital, fue Hurtado al | |
baile. Eran ya las once de la noche. El sereno le abri� la puerta. La casa de do�a | |
Leonarda rebosaba gente; la hab�a hasta en la escalera. | |
Al entrar Andr�s se encontr� a Julio en un grupo de j�venes a quienes no conoc�a. | |
Julio le present� a un sainetero, un hombre est�pido y f�nebre, que a las primeras | |
palabras, para demostrar sin duda su profesi�n, dijo unos cuantos chistes, a cual m�s | |
conocidos y vulgares. Tambi�n le present� a Anto�ito Casares, empleado y periodista, | |
hombre de gran partido entre las mujeres. | |
Anto�ito era un andaluz con una moral de chulo; se figuraba que dejar pasar a una | |
mujer sin sacarle algo era una gran torpeza. Para Casares toda mujer le deb�a, s�lo por el | |
hecho de serlo, una contribuci�n, una gabela. | |
Anto�ito clasificaba a las mujeres en dos clases: unas las pobres, para divertirse, y | |
otras las ricas, para casarse con alguna de ellas por su dinero, a ser posible. | |
Anto�ito buscaba la mujer rica con una constancia de anglosaj�n. | |
Como ten�a buen aspecto y vest�a bien, al principio las muchachas a quien se dirig�a | |
le acog�an como a un pretendiente aceptable. El audaz trataba de ganar terreno; hablaba | |
a las criadas, mandaba cartas, paseaba la calle. A esto llamaba �l "trabajar" a una mujer. | |
La muchacha, mientras consideraba al galanteador como un buen partido, no le | |
rechazaba; pero cuando se enteraba de que era un empleadillo humilde, un periodista | |
desconocido y gorr�n, ya no le volv�a a mirar a la cara. | |
Julio Aracil sent�a un gran entusiasmo por Casares, a quien consideraba como un | |
compadre digno de �l. Los dos pensaban ayudarse mutuamente para subir en la vida. | |
Cuando comenzaron a tocar el piano todos los muchachos se lanzaron en busca de | |
pareja. | |
--�T� sabes bailar? --le pregunt� Aracil a Hurtado. | |
--Yo no. | |
--Pues mira, vete al lado de Lul�, que tampoco quiere bailar, y tr�tala con | |
consideraci�n. | |
--�Por qu� me dices esto? | |
--Porque hace un momento --a�adi� Julio con iron�a-- do�a Leonarda me ha | |
dicho: A mis hijas hay que tratarlas como si fueran v�rgenes, Julito, como si fueran | |
v�rgenes. | |
Y Julio Aracil sonri�, remedando a la madre de Nin�, con su sonrisa de hombre mal | |
intencionado y canalla. | |
Andr�s fue abri�ndose paso. | |
Hab�a varios quinqu�s de petr�leo iluminando la sala y el gabinete. | |
En el comedorcito, la mesa ofrec�a a los concurrentes bandejas con dulces y pastas | |
y botellas de vino blanco. Entre las muchachas que m�s sensaci�n produc�an en el baile | |
hab�a una rubia, muy guapa, muy vistosa. Esta rubia ten�a su historia. Un se�or rico que | |
la rondaba se la llev� a un hotel de la Prosperidad, y d�as despu�s la rubia se escap� del | |
hotel, huyendo del raptor, que al parecer era un s�tiro. | |
Toda la familia de la muchacha ten�a cierto estigma de anormalidad. El padre, un | |
venerable anciano por su aspecto, hab�a tenido un proceso por violar a una ni�a, y un | |
hermano de la rubia, despu�s de disparar dos tiros a su mujer, intent� suicidarse. | |
A esta rubia guapa, que se llamaba Estrella, la distingu�an casi todas las vecinas con | |
un odio furioso. | |
Al parecer, por lo que dijeron, exhib�a en el balc�n, para que rabiaran las | |
muchachas de la vecindad, medias negras caladas, camisas de seda llenas de lacitos y | |
otra porci�n de prendas interiores lujosas y espl�ndidas que no pod�an proceder m�s que | |
de un comercio poco honorable. | |
Do�a Leonarda no quer�a que sus hijas se trataran con aquella muchacha; seg�n | |
dec�a, ella no pod�a sancionar amistades de cierto g�nero. | |
La hermana de la Estrella, Elvira, de doce o trece a�os, era muy bonita, muy | |
descocada, y segu�a, sin duda, las huellas de la mayor. | |
--�Esta "peque" de la vecindad es m�s sinverg�enza! --dijo una vieja detr�s de | |
Andr�s, se�alando a la Elvira. | |
La Estrella bailaba como hubiese podido hacerlo la diosa Venus, y al moverse, sus | |
caderas y su pecho abultado se destacaban de una manera un poco insultante. | |
Casares, al verla pasar, la dec�a: | |
--�Vaya usted con Dios, guerrera! Andr�s avanz� en el cuarto hasta sentarse cerca | |
de Lul�. | |
--Muy tarde ha venido usted --le dijo ella. | |
--S�, he estado de media guardia en el hospital. | |
--�Qu�, no va usted a bailar? | |
--Yo no s�. | |
--�No? --No. �Y usted? | |
--Yo no tengo ganas. Me mareo. | |
Casares se acerc� a Lul� a invitarle a bailar. | |
--Oiga usted, negra --la dijo. | |
--�Qu� quiere usted, blanco? --le pregunt� ella con descaro. | |
--�No quiere usted darse unas vueltecitas conmigo? | |
--No, se�or. | |
--�Y por qu�? | |
--Porque no me sale... de adentro --contest� ella de una manera achulada. | |
--Tiene usted mala sangre, negra --le dijo Casares. | |
--S�, que usted la debe tener buena, blanco --replic� ella. | |
--�Por qu� no ha querido usted bailar con �l? --le pregunt� Andr�s. | |
--Porque es un boceras; un t�o antip�tico, que cree que todas las mujeres est�n | |
enamoradas de �l. | |
�Que se vaya a paseo! Sigui� el baile con animaci�n creciente y Andr�s permaneci� | |
sin hablar al lado de Lul�. | |
--Me hace usted mucha gracia --dijo ella de pronto, ri�ndose, con una risa que le | |
daba la expresi�n de una alima�a. | |
--�Por qu�? --pregunt� Andr�s, enrojeciendo s�bitamente. | |
--�No le ha dicho a usted Julio que se entienda conmigo? �S�, verdad? | |
--No, no me ha dicho nada. | |
--S�, diga usted que s�. Ahora, que usted es demasiado delicado para confesarlo. A | |
�l le parece eso muy natural. Se tiene una novia pobre, una se�orita cursi como nosotras | |
para entretenerse, y despu�s se busca una mujer que tenga alg�n dinero para casarse. | |
--No creo que �sa sea su intenci�n. | |
--�Que no? �Ya lo creo! �Usted se figura que no va a abandonar a Nin�? En seguida | |
que acabe la carrera. Yo le conozco mucho a Julio. Es un ego�sta y un canallita. Est� | |
enga�ando a mi madre y a mi hermana... y total, �para qu�? | |
--No s� lo que har� Julio..., yo s� que no lo har�a. | |
--Usted no, porque usted es de otra manera... Adem�s, en usted no hay caso, | |
porque no se va a enamorar usted de m� ni aun para divertirse. | |
--�Por qu� no? | |
--Porque no. | |
Ella comprend�a que no gustara a los hombres. A ella misma le gustaban m�s las | |
chicas, y no es que tuviera instintos viciosos; pero la verdad era que no le hac�an | |
impresi�n los hombres. | |
Sin duda, el velo que la naturaleza y el pudor han puesto sobre todos los motivos de | |
la vida sexual, se hab�a desgarrado demasiado pronto para ella; sin duda supo lo que | |
eran la mujer y el hombre en una �poca en que su instinto nada le dec�a, y esto le hab�a | |
producido una mezcla de indiferencia y de repulsi�n por todas las cosas del amor. | |
Andr�s pens� que esta repulsi�n proven�a m�s que nada de la miseria org�nica, de | |
la falta de alimentaci�n y de aire. | |
Lul� le confes� que estaba deseando morirse, de verdad, sin romanticismo alguno; | |
cre�a que nunca llegar�a a vivir bien. | |
La conversaci�n les hizo muy amigos a Andr�s y a Lul�. | |
A las doce y media hubo que terminar el baile. Era condici�n indispensable, fijada | |
por do�a Leonarda; las muchachas ten�an que trabajar al d�a siguiente, y por m�s que | |
todo el mundo pidi� que se continuara, do�a Leonarda fue inflexible y para la una | |
estaba ya despejada la casa. | |
III.- Las moscas | |
Andr�s sali� a la calle con un grupo de hombres. | |
Hac�a un fr�o intenso. | |
--�Ad�nde ir�amos? --pregunt� Julio --Vamos a casa de do�a Virginia --propuso | |
Casares--. �Ustedes la conocer�n? --Yo s� la conozco --contest� Aracil. | |
Se acercaron a una casa pr�xima, de la misma calle, que hac�a esquina a la de la | |
Ver�nica. En un balc�n del piso principal se le�a este letrero a la luz de un farol: | |
VIRGINIA GARC�A | |
COMADRONA CON T�TULO DEL COLEGIO | |
DE SAN CARLOS | |
(Sage femme) | |
--No se ha debido acostar, porque hay luz --dijo Casares. | |
Julio llam� al sereno, que les abri� la puerta, y subieron todos al piso principal. | |
Sali� a recibirles una criada vieja que les pas� a un comedor en donde estaba la | |
comadrona sentada a una mesa con dos hombres. Ten�an delante una botella de vino y | |
tres vasos. | |
Do�a Virginia era una mujer alta, rubia, gorda, con una cara de angelito de Rubens | |
que llevara cuarenta y cinco a�os revoloteando por el mundo. Ten�a la tez iluminada y | |
rojiza, como la piel de un cochinillo asado y unos lunares en el ment�n que le hac�an | |
parecer una mujer barbuda. | |
Andr�s la conoc�a de vista por haberla encontrado en San Carlos en la cl�nica de | |
partos, ataviada con unos trajes claros y unos sombreros de ni�a bastante rid�culos. | |
De los dos hombres, uno era el amante de la comadrona. Do�a Virginia le present� | |
como un italiano profesor de idiomas de un colegio. | |
Este se�or, por lo que habl�, daba la impresi�n de esos personajes que han viajado | |
por el extranjero viviendo en hoteles de dos francos y que luego ya no se pueden | |
acostumbrar a la falta de "confort" de Espa�a. | |
El otro, un tipo de aire siniestro, barba negra y anteojos, era nada menos que el | |
director de la revista "El Mas�n Ilustrado". | |
Do�a Virginia dijo a sus visitantes que aquel d�a estaba de guardia, cuidando a una | |
parturienta. La comadrona ten�a una casa bastante grande con unos gabinetes | |
misteriosos que daban a la calle de la Ver�nica; all� instalaba a las muchachas, hijas de | |
familia, a las cuales un mal paso dejaba en situaci�n comprometida. | |
Do�a Virginia pretend�a demostrar que era de una exquisita sensibilidad. | |
--�Pobrecitas! --dec�a de sus hu�spedes--. �Qu� malos son ustedes los hombres! A | |
Andr�s esta mujer le pareci� repulsiva. | |
En vista de que no pod�an quedarse all�, sali� todo el grupo de hombres a la calle. A | |
los pocos pasos se encontraron con un muchacho, sobrino de un prestamista de la calle | |
de Atocha, acompa�ando a una chulapa con la que pensaba ir al baile de la Zarzuela. | |
--�Hola, Victorio! --le salud� Aracil. | |
--Hola, Julio --contest� el otro--. �Qu� tal? �De d�nde salen ustedes? | |
--De aqu�; de casa de do�a Virginia. | |
--�Valiente t�a! Es una explotadora de esas pobres muchachas que lleva a su casa | |
enga�adas. | |
�Un prestamista llamando explotadora a una comadrona! Indudablemente, el caso | |
no era del todo vulgar. | |
El director de "El Mas�n Ilustrado", que se reuni� con Andr�s, le dijo con aire | |
grave que do�a Virginia era una mujer de cuidado; hab�a echado al otro mundo dos | |
maridos con dos jicarazos; no le asustaba nada. Hac�a abortar, suprim�a chicos, | |
secuestraba muchachas y las vend�a. Acostumbrada a hacer gimnasia y a dar masaje, | |
ten�a m�s fuerza que un hombre, y para ella no era nada sujetar a una mujer como si | |
fuera un ni�o. | |
En estos negocios de abortos y de tercer�as manifestaba una audacia enorme. Como | |
esas moscas sarc�fagas que van a los animales despedazados y a las carnes muertas, as� | |
aparec�a do�a Virginia con sus palabras amables, all� donde olfateaba la familia | |
arruinada a quien arrastraban al "spoliarium". | |
El italiano, asegur� el director de "El Mas�n Ilustrado", no era profesor de idiomas | |
ni mucho menos, sino un c�mplice en los negocios nefandos de do�a Virginia, y si sab�a | |
franc�s e ingl�s era porque hab�a andado durante mucho tiempo de carterista, | |
desvalijando a la gente en los hoteles. | |
Fueron todos con Victorio hasta la Carrera de San Jer�nimo; all�, el sobrino del | |
prestamista les invit� a acompa�arle al baile de la Zarzuela; pero Aracil y Casares | |
supusieron que Victorio no les querr�a pagar la entrada, y dijeron que no. | |
--Vamos a hacer una cosa --propuso el sainetero amigo de Casares. | |
--�Qu�? --pregunt� Julio. | |
--Vamos a casa de Villas�s. | |
Pura habr� salido del teatro ahora. | |
Villas�s, seg�n le dijeron a Andr�s, era un autor dram�tico que ten�a dos hijas | |
coristas. Este Villas�s viv�a en la Cuesta de Santo Domingo. | |
Se dirigieron a la Puerta del Sol; compraron pasteles en la calle del Carmen esquina | |
a la del Olivo; fueron despu�s a la Cuesta de Santo Domingo y se detuvieron delante de | |
una casa grande. | |
--Aqu� no alborotemos --advirti� el sainetero--, porque el sereno no nos abrir�a. | |
Abri� el sereno, entraron en un espacioso portal, y Casares y su amigo, Julio, | |
Andr�s y el director de "El Mas�n Ilustrado" comenzaron a subir una ancha escalera | |
hasta llegar a las guardillas alumbr�ndose con f�sforos. | |
Llamaron en una puerta, apareci� una muchacha que les hizo pasar a un estudio de | |
pintor y poco despu�s se present� un se�or de barba y pelo entrecano envuelto en un | |
gab�n. | |
Este se�or Rafael Villas�s era un pobre diablo, autor de comedias y de dramas | |
detestables en verso. | |
El poeta, como se llamaba �l, viv�a su vida en artista, en bohemio; era en el fondo | |
un completo majadero, que hab�a echado a perder a sus hijas por un est�pido | |
romanticismo. | |
Pura y Ernestina llevaban un camino desastroso; ninguna de las dos ten�an | |
condici�n para la escena; pero el padre no cre�a m�s que en el arte, y las hab�a llevado al | |
Conservatorio, luego metido en un teatro de partiquinas y relacionado con periodistas y | |
c�micos. | |
Pura, la mayor, ten�a un hijo con un sainetero amigo de Casares, y Ernestina estaba | |
enredada con un revendedor. | |
El amante de Pura, adem�s de un acreditado imb�cil, fabricante de chistes | |
est�pidos, como la mayor�a de los del gremio, era un granuja, dispuesto a llevarse todo | |
lo que ve�a. Aquella noche estaba all�. Era un hombre alto, flaco, moreno, con el labio | |
inferior colgante. | |
Los dos saineteros hicieron gala de su ingenio, sacando a relucir una colecci�n de | |
chistes viejos y manidos. Ellos dos y los otros, Casares, Aracil y el director de "El | |
Mas�n Ilustrado", tomaron la casa de Villas�s como terreno conquistado e hicieron una | |
porci�n de horrores con una mala intenci�n canallesca. | |
Se re�an de la chifladura del padre, que cre�a que todo aquello era la vida art�stica. | |
El pobre imb�cil no notaba la mala voluntad que pon�an todos en sus bromas. | |
Las hijas, dos mujeres est�pidas y feas, comieron con avidez los pasteles que hab�an | |
llevado los visitantes sin hacer caso de nada. | |
Uno de los saineteros hizo el le�n, tir�ndose por el suelo y rugiendo, y el padre ley� | |
unas quintillas que se aplaudieron a rabiar. | |
Hurtado, cansado del ruido y de las gracias de los saineteros, fue a la cocina a beber | |
un vaso de agua y se encontr� con Casares y el director de "El Mas�n Ilustrado". �ste | |
estaba empe�ado en ensuciarse en uno de los pucheros de la cocina y echarlo luego en | |
la tinaja del agua. | |
Le parec�a la suya una ocurrencia gracios�sima. | |
--Pero usted es un imb�cil --le dijo Andr�s bruscamente. | |
--�C�mo? | |
--Que es usted un imb�cil, una mala bestia. | |
--�Usted no me dice a m� eso! --grit� el mas�n. | |
--�No est� usted oyendo que se lo digo? | |
--En la calle no me repite usted eso. | |
--En la calle y en todas partes. | |
Casares tuvo que intervenir, y como sin duda quer�a marcharse, aprovech� la | |
ocasi�n de acompa�ar a Hurtado diciendo que iba para evitar cualquier conflicto. Pura | |
baj� a abrirles la puerta, y el periodista y Andr�s fueron juntos hasta la Puerta del Sol. | |
Casares le brind� su protecci�n a Andr�s; sin duda, promet�a protecci�n y ayuda a todo | |
el mundo. | |
Hurtado se march� a casa mal impresionado. Do�a Virginia, explotando y | |
vendiendo mujeres; aquellos j�venes, escarneciendo a una pobre gente desdichada. La | |
piedad no aparec�a por el mundo. | |
IV.- Lul� | |
La conversaci�n que tuvo en el baile con Lul� dio a Hurtado el deseo de intimar | |
algo m�s con la muchacha. | |
Realmente la chica era simp�tica y graciosa. Ten�a los ojos desnivelados, uno m�s | |
alto que otro, y al re�r los entornaba hasta convertirlos en dos rayitas, lo que le daba una | |
gran expresi�n de malicia; su sonrisa levantaba las comisuras de los labios para arriba, y | |
su cara tomaba un aire sat�rico y agudo. | |
No se mord�a la lengua para hablar. Dec�a habitualmente horrores. No hab�a en ella | |
dique para su desenfreno espiritual, y cuando llegaba a lo m�s escabroso, una expresi�n | |
de cinismo brillaba en sus ojos. | |
El primer d�a que fue Andr�s a ver a Lul� despu�s del baile, cont� su visita a casa | |
de do�a Virginia. | |
--�Estuvieron ustedes a ver a la comadrona? --pregunt� Lul�. | |
--S�. | |
--Valiente t�a cerda. | |
--Ni�a --exclam� do�a Leonarda--, �qu� expresiones son �sas? | |
--�Pues qu� es, sino una alcahueta o algo peor? | |
--�Jes�s! �Qu� palabras! | |
--A m� me vino un d�a --sigui� diciendo Lul�-- pregunt�ndome si quer�a ir con | |
ella a casa de un viejo. �Qu� t�a guarra! A Hurtado le asombraba la mordacidad de Lul�. | |
No ten�a ese repertorio vulgar de chistes o�dos en el teatro; en ella todo era callejero, | |
popular. | |
Andr�s comenz� a ir con frecuencia a la casa, s�lo para o�r a Lul�. Era, sin duda, | |
una mujer inteligente, cerebral, como la mayor�a de las muchachas que viven trabajando | |
en las grandes ciudades, con una aspiraci�n mayor por ver, por enterarse, por | |
distinguirse, que por sentir placeres sensuales. | |
A Hurtado le sorprend�a, pero no le produc�a la m�s ligera idea de hacerle el amor. | |
Hubiera sido imposible para �l pensar que pudiera llegar a tener con Lul� m�s que una | |
cordial amistad. | |
Lul� bordaba para un taller de la calle de Segovia, y sol�a ganar hasta tres pesetas al | |
d�a. Con esto, unido a la peque�a pensi�n de do�a Leonarda, viv�a la familia; Nin� | |
ganaba poco, porque, aunque trabajaba, era torpe. | |
Cuando Andr�s iba por las tardes, se encontraba a Lul� con el bastidor en las | |
rodillas, unas veces cantando a voz en grito, otras muy silenciosa. | |
Lul� cog�a r�pidamente las canciones de la calle y las cantaba con una picard�a | |
admirable. Sobre todo, esas tonadillas encanalladas, de letra grotesca, eran las que m�s | |
le gustaban. | |
El tango aquel que empieza diciendo: | |
Un cocinero de C�diz, muy afamado, | |
a las mujeres las compara con el guisado. | |
y esos otros en que las mujeres entran en quinta, o tienen que ser marineras, el de la | |
?"Ni�a qu�"?, o el de las mujeres que montan en bicicleta, en el que hay esa | |
preocupaci�n graciosa, expresada as�: | |
Por eso hay ahora | |
mil discusiones, | |
por si han de llevar | |
faldas o pantalones. | |
Todas estas canciones populares las cantaba con much�sima gracia. | |
A veces le faltaba el humor y ten�a esos silencios llenos de pensamientos de las | |
chicas inquietas y neur�ticas. En aquellos instantes sus ideas parec�an converger hacia | |
adentro, y la fuerza de la ideaci�n le impulsaba a callar. Si la llamaban de pronto, | |
mientras estaba ensimismada, se ruborizaba y se confund�a. | |
--No s� lo que anda maquinando cuando est� as� --dec�a su madre--; pero no debe | |
ser nada bueno. | |
Lul� le cont� a Andr�s que de chica hab�a pasado una larga temporada sin querer | |
hablar. En aquella �poca el hablar le produc�a una gran tristeza, y desde entonces le | |
quedaban estos arrechuchos. | |
Muchas veces Lul� dejaba el bastidor y se largaba a la calle a comprar algo en la | |
mercer�a pr�xima, y contestaba a las frases de los horteras de la manera m�s procaz y | |
descarada. | |
Este poco apego a defender los intereses de la clase les parec�a a do�a Leonarda y a | |
Nin� una verdadera verg�enza. | |
--Ten en cuenta que tu padre fue un personaje --dec�a do�a Leonarda con �nfasis. | |
--Y nosotras nos morimos de hambre --replicaba Lul�. | |
Cuando oscurec�a y las tres mujeres dejaban la labor, Lul� se met�a en alg�n rinc�n, | |
apoy�ndose en varios sitios al mismo tiempo. | |
As� como encajonada, en un espacio estrecho, formado por dos sillas y la mesa o | |
por las sillas y el armario del comedor, se pon�a a hablar con su habitual cinismo, | |
escandalizando a su madre y a su hermana. Todo lo que fuera deforme en un sentido | |
humano la regocijaba. | |
Estaba acostumbrada a no guardar respeto a nada ni a nadie. No pod�a tener amigas | |
de su edad, porque le gustaba espantar a las mojigatas con barbaridades; en cambio, era | |
buena para los viejos y para los enfermos, comprend�a sus man�as, sus ego�smos, y se | |
re�a de ellos. | |
Era tambi�n servicial; no le molestaba andar con un chico sucio en brazos o cuidar | |
de una vieja enferma de la guardilla. | |
A veces, Andr�s la encontraba m�s deprimida que de ordinario; entre aquellos | |
parapetos de sillas viejas sol�a estar con la cabeza apoyada en la mano, ri�ndose de la | |
miseria del cuarto, mirando fijamente el techo o alguno de los agujeros de la estera. | |
Otras veces se pon�a a cantar la misma canci�n sin parar. | |
--Pero, muchacha, �c�llate! --dec�a su madre--. Me tienes loca con ese estribillo. | |
Y Lul� callaba; pero al poco tiempo volv�a con la canci�n. | |
A veces iba por la casa un amigo del marido de do�a Leonarda, don Prudencio | |
Gonz�lez. | |
Don Prudencio era un chulo grueso, de abdomen abultado. Gastaba levita negra, | |
chaleco blanco, del que colgaba la cadena del reloj llena de dijes. Ten�a los ojos | |
desde�osos, peque�os, el bigote corto y pintado y la cara roja. | |
Hablaba con acento andaluz y tomaba posturas acad�micas en la conversaci�n. | |
El d�a que iba don Prudencio, do�a Leonarda se multiplicaba. | |
--Usted, que ha conocido a mi marido --dec�a con voz lacrimosa--. Usted, que nos | |
ha visto en otra posici�n. | |
Y do�a Leonarda hablaba con l�grimas en los ojos de los esplendores pasados. | |
V.- M�s de Lul� | |
Algunos d�as de fiesta, por la tarde, Andr�s acompa�� a Lul� y a su madre a dar un | |
paseo por el Retiro o por el Jard�n Bot�nico. | |
El Bot�nico le gustaba m�s a Lul� por ser m�s popular y estar cerca de su casa, y | |
por aquel olor acre que daban los viejos mirtos de las avenidas. | |
--Porque es usted, le dejo que acompa�e a Lul� --dec�a do�a Leonarda con cierto | |
retint�n. | |
--Bueno, bueno, mam� --replicaba Lul�--. Todo eso est� de m�s. | |
En el Bot�nico se sentaban en alg�n banco y charlaban. Lul� contaba su vida y sus | |
impresiones, sobre todo de la ni�ez. Los recuerdos de la infancia estaban muy grabados | |
en su imaginaci�n. | |
--�Me da una pena pensar en cuando era chica! --dec�a. | |
--�Por qu�? �Viv�a usted bien? --le preguntaba Hurtado. | |
--No, no; pero me da mucha pena. | |
Contaba Lul� que de ni�a la pegaban para que no comiera el yeso de las paredes y | |
los peri�dicos. | |
En aquella �poca hab�a tenido jaquecas, ataques de nervios; pero ya hac�a mucho | |
tiempo que no padec�a ning�n trastorno. Eso s�, era un poco desigual; tan pronto se | |
sent�a capaz de estar derecha una barbaridad de tiempo, como se encontraba tan | |
cansada, que el menor esfuerzo la rend�a. | |
Esta desigualdad org�nica se reflejaba en su manera de ser espiritual y material. | |
Lul� era muy arbitraria; pon�a sus antipat�as y sus simpat�as sin raz�n alguna. | |
No le gustaba comer con orden, ni quer�a alimentos calientes; s�lo le apetec�an | |
cosas fr�as, picantes, con vinagre, escabeche, naranjas... | |
--�Ah! si yo fuera de su familia, eso no se lo consentir�a a usted --le dec�a Andr�s. | |
--�No? | |
--No. | |
--Pues diga usted que es mi primo. | |
--Usted r�ase --contestaba Andr�s--, pero yo la meter�a en cintura. | |
--�Ay, ay, ay, que me estoy mareando! --contestaba ella, cantando | |
descaradamente. | |
Andr�s Hurtado trataba a pocas mujeres; si hubiese conocido m�s y podido | |
comparar, hubiera llegado a sentir estimaci�n por Lul�. | |
En el fondo de su falta de ilusi�n y de moral, al menos de moral corriente, ten�a esta | |
muchacha una idea muy humana y muy noble de las cosas. A ella no le parec�an mal el | |
adulterio, ni los vicios, ni las mayores enormidades; lo que le molestaba era la doblez, la | |
hipocres�a, la mala fe. Sent�a un gran deseo de lealtad. | |
Dec�a que si un hombre la pretend�a, y ella viera que la quer�a de verdad, se ir�a con | |
�l, fuera rico o pobre, soltero o casado. | |
Tal afirmaci�n parec�a una monstruosidad, una indecencia a Nin� y a do�a | |
Leonarda. Lul� no aceptaba derechos ni pr�cticas sociales. | |
--Cada cual debe hacer lo que quiera --dec�a. | |
El desenfado inicial de su vida le daba un valor para opinar muy grande. | |
--�De veras se ir�a usted con un hombre? --le preguntaba Andr�s. | |
--Si me quer�a de verdad, �ya lo creo! Aunque me pegara despu�s. | |
--�Sin casarse? | |
--Sin casarme; �por qu� no? Si viv�a dos o tres a�os con ilusi�n y con entusiasmo, | |
pues eso no me lo quitaba nadie. | |
--�Y luego?... | |
--Luego seguir�a trabajando como ahora, o me envenenar�a. | |
Esta tendencia al final tr�gico era muy frecuente en Lul�; sin duda le atra�a la idea | |
de acabar, y de acabar de una manera melodram�tica. Dec�a que no le gustar�a llegar a | |
vieja. | |
En su franqueza extraordinaria, hablaba con cinismo. Un d�a le dijo a Andr�s: | |
--Ya ve usted: hace unos a�os estuve a punto de perder la honra, como decimos las | |
mujeres. | |
--�Por qu�? --pregunt� Andr�s, asombrado, al o�r esta revelaci�n. | |
--Porque un bestia de la vecindad quiso forzarme. Yo ten�a doce a�os. Y gracias | |
que llevaba pantalones y empec� a chillar; si no... estar�a deshonrada --a�adi� con voz | |
campanuda. | |
--Parece que la idea no le espanta a usted mucho. | |
--Para una mujer que no es guapa, como yo, y que tiene que estar siempre | |
trabajando, como yo, la cosa no tiene gran importancia. | |
�Qu� hab�a de verdad en esta man�a de sinceridad y de an�lisis de Lul�? --se | |
preguntaba Andr�s--. �Era espont�nea, era sentida, o hab�a algo de ostentaci�n para | |
parecer original? Dif�cil era averiguarlo. | |
Algunos s�bados por la noche, Julio y Andr�s convidaban a Lul�, a Nin� y a su | |
madre a ir a alg�n teatro, y despu�s entraban en un caf�. | |
VI.- Manolo el Chafand�n | |
Una amiga, con la cual sol�a prestarse mutuos servicios Lul�, era una vieja, | |
planchadora de la vecindad, que se llamaba Venancia. | |
La se�ora Venancia tendr�a unos sesenta a�os, y trabajaba constantemente; invierno | |
y verano estaba en su cuartucho, sin cesar de planchar un momento. La se�ora Venancia | |
viv�a con su hija y su yerno, un chulapo a quien llamaban Manolo el Chafand�n. | |
El tal Manolo, hombre de muchos oficios y de ninguno, no trabajaba m�s que rara | |
vez, y viv�a a costa de la suegra. | |
Manolo ten�a tres o cuatro hijos, y el �ltimo era una ni�a de pecho que sol�a estar | |
con frecuencia metida en un cesto en el cuarto de la se�ora Venancia, a quien Lul� sol�a | |
pasear en brazos por la galer�a. | |
--�Qu� va a ser esta ni�a? --preguntaban algunos. | |
Y Lul� contestaba: | |
--Golfa, golfa --u otra palabra m�s dura, y a�ad�a: As� la llevar�n en coche, como | |
a la Estrella. | |
La hija de la se�ora Venancia era una vaca sin cencerro, holgazana, borracha, que | |
se pasaba la vida disputando con las comadres de la vecindad. Como a Manolo, su | |
hombre, no le gustaba trabajar toda la familia viv�a a costa de la Se�ora Venancia, y el | |
dinero del taller de planchado no bastaba, naturalmente, para subvenir a las necesidades | |
de la casa. | |
Cuando la Venancia y el yerno disputaban, la mujer de Manolo siempre sal�a a la | |
defensa del marido, como si este holgaz�n tuviera derecho a vivir del trabajo de los | |
dem�s. | |
Lul�, que era justiciera, un d�a, al ver que la hija atropellaba a la madre, sali� en | |
defensa de la Venancia, y se insult� con la mujer de Manolo; la llam� t�a zorra, | |
borracha, perro y a�adi� que su marido era un cabronazo; la otra le dijo que ella y toda | |
su familia eran unas cursis muertas de hambre, y gracias a que se interpusieron otras | |
vecinas, no se tiraron de los pelos. | |
Aquellas palabras ocasionaron un conflicto, porque Manolo el Chafand�n, que era | |
un chulo aburrido, de estos cobardes, decidi� pedir explicaciones a Lul� de sus palabras. | |
Do�a Leonarda y Nin�, al saber lo ocurrido, se escandalizaron. Do�a Leonarda ech� | |
una chiller�a a Lul� por mezclarse con aquella gente. | |
Do�a Leonarda no ten�a sensibilidad m�s que para las cosas que se refer�an a su | |
respetabilidad social. | |
--Est�s empe�ada en ultrajarnos --dijo a Lul� medio llorando--. �Qu� vamos a | |
hacer, Dios m�o, cuando venga ese hombre? | |
--Que venga --replic� Lul�--; yo le dir� que es un gandul y que m�s le val�a | |
trabajar y no vivir de su suegra. | |
--�Pero a ti qu� te importa lo que hacen los dem�s? �Por qu� te mezclas con esa | |
gente? | |
Llegaron por la tarde Julio Aracil y Andr�s y do�a Leonarda les puso al corriente de | |
lo ocurrido. | |
--Qu� demonio; no les pasar� a ustedes nada --dijo Andr�s--; aqu� estaremos | |
nosotros. | |
Aracil, al saber lo que suced�a y la visita anunciada del Chafand�n, se hubiera | |
marchado con gusto, porque no era amigo de trifulcas; pero por no pasar por un | |
cobarde, se qued�. | |
A media tarde llamaron a la puerta, y se oy� decir. | |
--�Se puede? | |
--Adelante --dijo Andr�s. | |
Se present� Manolo el Chafand�n, vestido de d�a de fiesta, muy elegante, muy | |
empaquetado, con un sombrero ancho torero y una gran cadena de reloj de plata. En su | |
mejilla un lunar negro y rizado trazaba tantas vueltas como el muelle de un reloj de | |
bolsillo. | |
Do�a Leonarda y Nin� temblaron al ver a Manolo. Andr�s y Julio le invitaron a | |
explicarse. | |
El Chafand�n puso su garrota en el antebrazo izquierdo, y comenz� una retah�la | |
larga de reflexiones y consideraciones acerca de la honra y de las palabras que se dicen | |
imprudentemente. | |
Se ve�a que estaba sondeando a ver si se pod�a atrever a ech�rselas de valiente, | |
porque aquellos se�oritos lo mismo pod�an ser dos panolis que dos puntos bragados que | |
le hartasen de mojicones. | |
Lul� escuchaba nerviosa, moviendo los brazos y las piernas, dispuesta a saltar. | |
El Chafand�n comenz� a envalentonarse al ver que no le contestaban, y subi� el | |
tono de la voz. | |
--Porque aqu� (y se�al� a Lul� con el garrote) le ha llamado a mi se�ora zorra, y mi | |
se�ora no es una zorra; habr� otras m�s zorras que ella, y aqu� (y volvi� a se�alar a | |
Lul�) ha dicho que yo soy un cabronazo, y �maldita sea la!... que yo le como los h�gados | |
al que diga eso. | |
Al terminar su frase, el Chafand�n dio un golpe con el garrote en el suelo. | |
Viendo que el Chafand�n se desmandaba, Andr�s, un poco p�lido, se levant� y le | |
dijo: | |
--Bueno; si�ntese usted. | |
--Estoy bien as� --dijo el chulo. | |
--No, hombre. Si�ntese usted. Est� usted hablando desde hace mucho tiempo, de | |
pie, y se va usted a cansar. | |
Manolo el Chafand�n se sent�, algo escamado. | |
--Ahora, diga usted --sigui� diciendo Andr�s--, qu� es lo que usted quiere, en | |
resumen. | |
--�En resumen? | |
--S�. | |
--Pues yo quiero una explicaci�n. | |
--Una explicaci�n, �de qu�? | |
--De las palabras que ha dicho aqu� (y volvi� a se�alar a Lul�) contra mi se�ora y | |
contra este servidor. | |
--Vamos, hombre, no sea usted imb�cil. | |
--Yo no soy imb�cil. | |
--�Qu� quiere usted que diga esta se�orita? �Que su mujer no es una zorra, ni una | |
borracha, ni un perro, y que usted no es un cabronazo? Bueno; Lul�, diga usted eso para | |
que este buen hombre se vaya tranquilo. | |
--A m� ning�n pollo neque me toma el pelo --dijo el Chafand�n, levant�ndose. | |
--Yo lo que voy a hacer --dijo Andr�s irritado-- es darle un silletazo en la cabeza | |
y echarle a puntapi�s por las escaleras. | |
--�Usted? | |
--S�; yo. | |
Y Andr�s se acerc� al chulo con la silla en el aire. Do�a Leonarda y sus hijas | |
empezaron a gritar; el Chafand�n se acerc� r�pidamente a la puerta y la abri�. | |
Andr�s se fue a �l; pero el Chafand�n cerr� la puerta y se escap� por la galer�a, | |
soltando bravatas e insultos. | |
Andr�s quer�a salir a calentarle las costillas para ense�arle a tratar a las personas; | |
pero entre las mujeres y Julio le convencieron de que se quedara. | |
Durante toda la ri�a Lul� estaba vibrando, dispuesta a intervenir. Cuando Andr�s se | |
despidi�, le estrech� la mano entre las suyas con m�s fuerza que de ordinario. | |
VII.- Historia de la Venancia | |
La escena bufa con Manolo el Chafand�n hizo que en la casa de do�a Leonarda se le | |
considerara a Andr�s como a un h�roe. Lul� le llev� un d�a al taller de la Venancia. La | |
Venancia era una de estas viejas secas, limpias, trabajadoras; se pasaba el d�a sin | |
descansar un momento. | |
Ten�a una vida curiosa. De joven hab�a estado de doncella en varias casas, hasta que | |
muri� su �ltima se�ora y dej� de servir. | |
La idea del mundo de la Venancia era un poco caprichosa. | |
Para ella el rico, sobre todo el arist�crata, pertenec�a a una clase superior a la | |
humana. | |
Un arist�crata ten�a derecho a todo, al vicio, a la inmoralidad, al ego�smo; estaba | |
como por encima de la moral corriente. Una pobre como ella, voluble, ego�sta o ad�ltera | |
le parec�a una cosa monstruosa; pero esto mismo en una se�orona lo encontraba | |
disculpable. | |
A Andr�s le asombraba una filosof�a tan extra�a, por la cual el que posee salud, | |
fuerza, belleza y privilegios tiene m�s derecho a otras ventajas, que el que no conoce | |
m�s que la enfermedad, la debilidad, lo feo y lo sucio. | |
Aunque no se sabe la garant�a cient�fica que tenga, hay en el cielo cat�lico, seg�n la | |
gente, un santo, San Pascual Bail�n, que baila delante del Alt�simo, y que dice siempre: | |
M�s, m�s, m�s. Si uno tiene suerte le da m�s, m�s, m�s; si tiene desgracias le da | |
tambi�n m�s, m�s, m�s. Esta filosof�a bailonesca era la de la se�ora Venancia. | |
La se�ora Venancia, mientras planchaba, contaba historias de sus amos. Andr�s fue | |
a o�rla con gusto. | |
La primera ama donde sirvi� la Venancia era una mujer caprichosa y loca, de un | |
humor endiablado; pegaba a los hijos, al marido, a los criados, y le gustaba enemistar a | |
sus amigos. | |
Una de las maniobras que empleaba era hacer que uno se escondiera detr�s de una | |
cortina al llegar otra persona, y a �sta le incitaba para que hablase mal del que estaba | |
escondido y le oyese. | |
La dama obligaba a su hija mayor a vestirse de una manera pobre y rid�cula, con el | |
objeto de que nadie se fijara en ella. Lleg� en su maldad hasta esconder unos cubiertos | |
en el jard�n y acusar a un criado de ladr�n y hacer que lo llevaran a la c�rcel. | |
Una vez en esta casa, la Venancia velaba a uno de los hijos de la se�ora que se | |
encontraba muy grave. El ni�o estaba en la agon�a y a eso de las diez de la noche muri�. | |
La Venancia fue llorando a avisar a su se�ora lo que ocurr�a, y se la encontr� vestida | |
para un baile. Le dio la triste noticia, y ella dijo: Bueno, no digas nada ahora. La se�ora | |
se fue al baile, y cuando volvi� comenz� a llorar, haci�ndose la desesperada. | |
--�Qu� loba! --dijo Lul� al o�r la narraci�n. | |
De esta casa la se�ora Venancia hab�a pasado a otra de una duquesa muy guapa, | |
muy generosa, pero de un desenfreno terrible. | |
Aqu�lla ten�a los amantes a pares --dijo la Venancia--. Muchas veces iba a la | |
iglesia de Jes�s con un h�bito de estame�a parda, y pasaba all� horas y horas rezando, y | |
a la salida la esperaba su amante en coche y se iba con �l. | |
--Un d�a --cont� la planchadora estaba la duquesa con su querido en la alcoba, yo | |
dorm�a en un cuarto pr�ximo que ten�a una puerta de comunicaci�n. De pronto oigo un | |
estr�pito de campanillazos y de golpes. Aqu� est� el marido --pens�--. Salt� de la cama | |
y entr� por la puerta excusada en la habitaci�n de mi se�ora. El duque, a quien hab�a | |
abierto alg�n criado, golpeaba furioso la puerta de la alcoba; la puerta no ten�a m�s que | |
un pestillo ligero, que hubiera cedido a la menor fuerza; yo la atranqu� con el palo de | |
una cortina. El amante, azorado, no sab�a qu� hacer; estaba en una facha muy rid�cula. | |
Yo le llev� por la puerta excusada, le di las ropas de mi marido y le ech� a la escalera. | |
Despu�s me vest� de prisa y fui a ver al duque, que bramaba furioso, con una pistola | |
en la mano, dando golpes en la puerta de la alcoba. | |
La se�ora, al o�r mi voz, comprendi� que la situaci�n estaba salvada y abri� la | |
puerta. El duque mir� por todos los rincones, mientras ella le contemplaba tan tranquila. | |
Al d�a siguiente, la se�ora me bes� y me abraz�, y me dijo que se arrepent�a de todo | |
coraz�n, que en adelante iba a hacer una vida recatada; pero a los quince d�as ya ten�a | |
otro amante. | |
La Venancia conoc�a toda la vida �ntima del mundo aristocr�tico de su �poca; los | |
sarpullidos de los brazos y el furor er�tico de Isabel II; la impotencia de su marido; los | |
vicios, las enfermedades, las costumbres de los arist�cratas las sab�a por detalles vistos | |
por sus ojos. | |
A Lul� le interesaban estas historias. | |
Andr�s afirmaba que toda aquella gente era una sucia morralla, indigna de simpat�a | |
y de piedad; pero la se�ora Venancia, con su extra�a filosof�a, no aceptaba esta opini�n; | |
por el contrario, dec�a que todos eran muy buenos, muy caritativos, que hac�an grandes | |
limosnas y remediaban muchas miserias. | |
Algunas veces Andr�s trat� de convencer a la planchadora de que el dinero de la | |
gente rica proced�a del trabajo y del sudor de pobres miserables que labraban el campo, | |
en las dehesas y en los cortijos. | |
Andr�s afirmaba que tal estado de injusticia pod�a cambiar; pero esto para la se�ora | |
Venancia era una fantas�a. | |
--As� hemos encontrado el mundo y as� lo dejaremos --dec�a la vieja, convencida | |
de que su argumento no ten�a r�plica. | |
VIII.- Otros tipos de la casa | |
Una de las cosas caracter�sticas de Lul� era que ten�a reconcentrada su atenci�n en | |
la vecindad y en el barrio de tal modo, que lo ocurrido en otros puntos de Madrid para | |
ella no ofrec�a el menor inter�s. Mientras trabajaba en su bastidor llevaba el alza y la | |
baja de lo que pasaba entre los vecinos. | |
La casa donde viv�an, aunque a primera vista no parec�a muy grande, ten�a mucho | |
fondo y habitaban en ella gran n�mero de familias. | |
Sobre todo, la poblaci�n de las guardillas era numerosa y pintoresca. | |
Pasaban por ella una porci�n de tipos extra�os del hampa y la pobreter�a madrile�a. | |
Una inquilina de las guardillas, que daba siempre que hacer, era la t�a Negra, una | |
verdulera ya vieja. La pobre mujer se emborrachaba y padec�a un delirio alcoh�lico | |
pol�tico, que consist�a en vitorear a la Rep�blica y en insultar a las autoridades, a los | |
ministros y a los ricos. | |
Los agentes de seguridad la ten�an por blasfema, y la llevaban de cuando en cuando | |
a la sombra a pasar una quincena; pero al salir volv�a a las andadas. | |
La t�a Negra, cuando estaba cuerda y sin alcohol, quer�a que la dijeran la se�ora | |
Nieves, pues as� se llamaba. | |
Otra vieja rara de la vecindad era la se�ora Benjamina, a quien daban el mote de | |
Do�a Pitusa. | |
Do�a Pitusa era una viejezuela peque�a, de nariz corva, ojos muy vivos y boca de | |
sumidero. | |
Sol�a ir a pedir limosna a la iglesia de Jes�s y a la de Montserrat; dec�a a todas horas | |
que hab�a tenido muchas desgracias de familia y p�rdidas de fortuna; quiz� pensaba que | |
esto justificaba su afici�n al aguardiente. | |
La se�ora Benjamina recorr�a medio Madrid pidiendo con distintos pretextos, | |
enviando cartas lacrimosas. Muchas veces, al anochecer, se pon�a en una bocacalle con | |
el velo negro echado sobre la cara; y sorprend�a al transe�nte con una narraci�n tr�gica, | |
expresada en tonos teatrales; dec�a que era viuda de un general; que acababa de | |
mor�rsele un hijo de veinte a�os, el �nico sost�n de su vida; que no ten�a para | |
amortajarle ni encender un cirio con que alumbrar su cad�ver. | |
El transe�nte, a veces se estremec�a, a veces replicaba que deb�a tener muchos hijos | |
de veinte a�os, cuando con tanta frecuencia se le mor�a uno. | |
El hijo verdadero de la Benjamina ten�a m�s de veinte a�os; se llamaba el Chuleta, | |
y estaba empleado en una funeraria. Era chato, muy delgado, algo giboso, de aspecto | |
enfermizo, con unos pelos azafranados en la barba y ojos de besugo. Dec�an en la | |
vecindad que �l inspiraba las historias melodram�ticas de su madre. El Chuleta era un | |
tipo f�nebre; deb�a ser verdaderamente desagradable verle en la tienda en medio de sus | |
ata�des. | |
El Chuleta era muy vengativo y rencoroso, no se olvidaba de nada; a Manolo el | |
Chafand�n le guardaba un odio insaciable. | |
El Chuleta ten�a muchos hijos, todos con el mismo aspecto de abatimiento y de | |
estupidez tr�gica del padre y todos tan mal intencionados y tan rencorosos como �l. | |
Hab�a tambi�n en las guardillas una casa de hu�spedes de una gallega bizca, tan | |
ancha de arriba como de abajo. Esta gallega, la Paca, ten�a de pupilos, entre otros, un | |
mozo de la clase de disecci�n de San Carlos, tuerto, a quien conoc�an Aracil y Hurtado; | |
un enfermero del hospital General y un cesante, a quien llamaban don Cleto. | |
Don Cleto Meana era el fil�sofo de la casa, era un hombre bien educado y culto, | |
que hab�a ca�do en la miseria. Viv�a de algunas caridades que le hac�an los amigos. Era | |
un viejecito bajito y flaco, muy limpio, muy arreglado, de barba gris recortada; llevaba | |
el traje ra�do, pero sin manchas, y el cuello de la camisa era impecable. | |
�l mismo se cortaba el pelo, se lavaba la ropa, se pintaba las botas con tinta cuando | |
ten�an alguna hendidura blanca, y se cortaba los flecos de los pantalones. La Venancia | |
sol�a plancharle los cuellos de balde. Don Cleto era un estoico. | |
--Yo, con un panecillo al d�a y unos cuantos cigarros vivo bien como un pr�ncipe | |
--dec�a el pobre. | |
Don Cleto paseaba por el Retiro y Recoletos; se sentaba en los bancos, entablaba | |
conversaci�n con la gente; si no le ve�a nadie, cog�a algunas colillas y las guardaba, | |
porque, como era un caballero, no le gustaba que le sorprendieran en ciertos trabajos | |
menesteres. | |
Don Cleto disfrutaba con los espect�culos de la calle; la llegada de un pr�ncipe | |
extranjero, el entierro de un pol�tico constitu�an para �l grandes acontecimientos. | |
Lul�, cuando le encontraba en la escalera, le dec�a: | |
--�Ya se va usted, don Cleto? | |
--S�; voy a dar una vueltecita. | |
--De pira �eh? Es usted un pirant�n, don Cleto. | |
--Ja, ja, ja --re�a �l--. �Qu� chicas �stas! �Qu� cosas dicen! Otro tipo de la casa | |
muy conocido era el Maestr�n, un manchego muy pedante y sabihondo, droguero, | |
curandero y sanguijuelero. El Maestr�n ten�a un tenducho en la calle del F�car, y all� | |
sol�a estar con frecuencia con la Silveria, su hija, una buena moza, muy guapa, a quien | |
Victorio, el sobrino del prestamista, iba poniendo los puntos. El Maestr�n, muy celoso | |
en cuestiones de honor, estaba dispuesto, al menos as� lo dec�a �l, a pegarle una | |
pu�alada al que intentara deshonrarle. | |
Toda esta gente de la casa pagaba su contribuci�n en dinero o en especie al t�o de | |
Victorio, el prestamista de la calle de Atocha, llamado don Mart�n, y a quien por mal | |
nombre se le conoc�a por el t�o Miserias. | |
El t�o Miserias, el personaje m�s importante del barrio, viv�a en una casa suya de la | |
calle de la Ver�nica, una casa peque�a, de un piso solo, como de pueblo, con dos | |
balcones llenos de tiestos y una reja en el piso bajo. | |
El t�o Miserias era un viejo encorvado, afeitado y ce�udo. | |
Llevaba un trapo cuadrado, negro, en un ojo, lo que hac�a su cara m�s sombr�a. | |
Vest�a siempre de luto; en invierno usaba zapatillas de orillo y una capa larga, que le | |
colgaba de los hombros como de un perchero. | |
Don Mart�n, el humano, como le llamaba Andr�s, sal�a muy temprano de su casa y | |
estaba en la trastienda de su establecimiento, siempre de vigilancia. En los d�as fr�os se | |
pasaba la vida delante de un brasero, respirando continuamente un aire cargado de �xido | |
de carbono. | |
Al anochecer se retiraba a su casa, echaba una mirada a sus tiestos y cerraba los | |
balcones. | |
Don Mart�n ten�a, adem�s de la tienda de la calle de Atocha, otra de menos | |
categor�a en la del Tribulete. En esta �ltima su negocio principal era tomar en empe�o | |
s�banas y colchones a la gente pobre. | |
Don Mart�n no quer�a ver a nadie. Consideraba que la sociedad le deb�a atenciones | |
que le negaba. | |
Un dependiente, un buen muchacho al parecer, en quien ten�a colocada su | |
confianza, le jug� una mala pasada. Un d�a el dependiente cogi� un hacha que ten�an en | |
la casa de pr�stamos para hacer astillas con que encender el brasero, y abalanz�ndose | |
sobre don Mart�n, empez� a golpes con �l, y por poco no le abre la cabeza. | |
Despu�s el muchacho, dando por muerto a don Mart�n, cogi� los cuartos del | |
mostrador y se fue a una casa de trato de la calle de San Jos�, y all� le prendieron. | |
Don Mart�n qued� indignado cuando vio que el tribunal, aceptando una serie de | |
circunstancias atenuantes, no conden� al muchacho m�s que a unos meses de c�rcel. | |
--Es un esc�ndalo --dec�a el usurero pensativo--. Aqu� no se protege a las | |
personas honradas. | |
No hay benevolencia m�s que para los criminales. | |
Don Mart�n era tremendo; no perdonaba a nadie; a un burrero de la vecindad, | |
porque no le pagaba unos r�ditos, le embarg� las burras de leche, y por m�s que el | |
burrero dec�a que si no le dejaba las burras ser�a m�s dif�cil que le pagara, don Mart�n | |
no accedi�. Hubiera sido capaz de comerse las burras por aprovecharlas. | |
Victorio, el sobrino del prestamista, promet�a ser un gerifalte como el t�o, aunque de | |
otra escuela. El tal Victorio era un Don Juan de casa de pr�stamos. | |
Muy elegante, muy chulo, con los bigotes retorcidos, los dedos llenos de alhajas y | |
la sonrisa de hombre satisfecho, hac�a estragos en los corazones femeninos. Este joven | |
explotaba al prestamista. El dinero que el t�o Miserias hab�a arrancado a los desdichados | |
vecinos pasaba a Victorio, que se lo gastaba con rumbo. | |
A pesar de esto, no se perd�a, al rev�s, llevaba camino de enriquecerse y de | |
acrecentar su fortuna. | |
Victorio era due�o de una chirlata de la calle del Olivar, donde se jugaba a juegos | |
prohibidos, y de una taberna de la calle del Le�n. | |
La taberna le daba a Victorio grandes ganancias, porque ten�a una tertulia muy | |
productiva. Varios puntos entendidos con la casa iniciaban una partida de juego, y | |
cuando hab�a dinero en la mesa, alguno gritaba: | |
--�Se�ores, la polic�a! Y unas cuantas manos sol�citas cog�an las monedas, mientras | |
que los agentes de polic�a conchabados entraban en el cuarto. | |
A pesar de su condici�n de explotador y de conquistador de muchachas, la gente del | |
barrio no le odiaba a Victorio. A todos les parec�a muy natural y l�gico lo que hac�a. | |
IX.- La crueldad universal | |
Ten�a Andr�s un gran deseo de comentar filos�ficamente las vidas de los vecinos de | |
la casa de Lul�. | |
A sus amigos no le interesaban estos comentarios y filosof�as, y decidi�, una | |
ma�ana de un d�a de fiesta, ir a ver a su t�o Iturrioz. | |
Al principio de conocerle --Andr�s no le trat� a su t�o hasta los catorce o quince | |
a�os-- Iturrioz le pareci� un hombre seco y ego�sta, que lo tomaba todo con | |
indiferencia; luego, sin saber a punto fijo hasta d�nde llegaba su ego�smo y su | |
sequedad, encontr� que era una de las pocas personas con quien se pod�a conversar | |
acerca de puntos trascendentales. | |
Iturrioz viv�a en un quinto piso del barrio de Arg�elles, en una casa con una | |
hermosa azotea. | |
Le asist�a un criado, antiguo soldado de la �poca en que Iturrioz fue m�dico militar. | |
Entre amo y criado hab�an arreglado la azotea, pintado las tejas con alquitr�n, sin | |
duda para hacerlas impermeables y puesto unas grader�as donde estaban escalonadas las | |
cajas de madera y los cubos llenos de tierra donde ten�an sus plantas. | |
Aquella ma�ana en que se present� Andr�s en casa de Iturrioz, su t�o se estaba | |
ba�ando y el criado le llev� a la azotea. | |
Se ve�a desde all� el Guadarrama entre dos casas altas; hacia el Oeste, el tejado del | |
cuartel de la Monta�a ocultaba los cerros de la Casa de Campo, y a un lado del cuartel | |
se destacaba la torre de M�stoles y la carretera de Extremadura, con unos molinos de | |
viento en sus inmediaciones. M�s al Sur brillaban, al sol de una ma�ana de abril, las | |
manchas verdes de los cementerios de San Isidro y San Justo, las dos torres de Getafe y | |
la ermita del Cerrillo de los �ngeles. | |
Poco despu�s sal�a Iturrioz a la azotea. | |
--�Qu�, te pasa algo? --le dijo a su sobrino al verle. | |
--Nada; ven�a a charlar un rato con usted. | |
--Muy bien, si�ntate; yo voy a regar mis tiestos. | |
Iturrioz abri� la fuente que ten�a en un �ngulo de la terraza, llen� de agua una cuba | |
y comenz� con un cacharro a echar agua en las plantas. | |
Andr�s habl� de la gente de la vecindad de Lul�, de las escenas del hospital; como | |
casos extra�os, dignos de un comentario; de Manolo el Chafand�n, del t�o Miserias, de | |
don Cleto, de Do�a Virginia... | |
--�Qu� consecuencia puede sacarse de todas estas vidas? --pregunt� Andr�s al | |
final. | |
--Para m� la consecuencia es f�cil --contest� Iturrioz con el bote de agua en la | |
mano--. Que la vida es una lucha constante, una cacer�a cruel en que nos vamos | |
devorando los unos a los otros. | |
Plantas, microbios, animales. | |
--S�, yo tambi�n he pensado en eso --repuso Andr�s--; pero voy abandonando la | |
idea. Primeramente el concepto de la lucha por la vida llevada as� a los animales, a las | |
plantas y hasta los minerales, como se hace muchas veces, no es m�s que un concepto | |
antropom�rfico, despu�s, �qu� lucha por la vida es la de ese hombre don Cleto, que se | |
abstiene de combatir, o la de ese hermano Juan, que da su dinero a los enfermos? | |
--Te contestar� por partes --repuso Iturrioz dejando el bote para regar, porque | |
estas discusiones le apasionaban--. T� me dices, este concepto de lucha es un concepto | |
antropom�rfico. Claro, llamamos a todos los conflictos lucha, porque es la idea humana | |
que m�s se aproxima a esa relaci�n que para nosotros produce un vencedor y un | |
vencido. Si no tuvi�ramos este concepto en el fondo, no hablar�amos de lucha. La hiena | |
que monda los huesos de un cad�ver, la ara�a que sorbe una mosca, no hace m�s ni | |
menos que el �rbol bondadoso llev�ndose de la tierra el agua y las sales necesarias para | |
su vida. | |
El espectador indiferente, como yo, ve a la hiena, a la ara�a y al �rbol, y se los | |
explica. El hombre justiciero le pega un tiro a la hiena, aplasta con la bota a la ara�a y | |
se sienta a la sombra del �rbol, y cree que hace bien. | |
--Entonces �para usted no hay lucha, ni hay justicia? | |
--En un sentido absoluto, no; en un sentido relativo, s�. Todo lo que vive tiene un | |
proceso para apoderarse primero del espacio, ocupar un lugar, luego para crecer y | |
multiplicarse; este proceso de la energ�a de un vivo contra los obst�culos del medio, es | |
lo que llamamos lucha. Respecto de la justicia, yo creo que lo justo en el fondo es lo | |
que nos conviene. Sup�n en el ejemplo de antes que la hiena en vez de ser muerta por el | |
hombre mata al hombre, que el �rbol cae sobre �l y le aplasta, que la ara�a le hace una | |
picadura venenosa; pues nada de eso nos parece justo, porque no nos conviene. A pesar | |
de que en el fondo no haya m�s que esto, un inter�s utilitario �qui�n duda que la idea de | |
justicia y de equidad es una tendencia que existe en nosotros? �Pero c�mo la vamos a | |
realizar? | |
--Eso es lo que yo me pregunto �c�mo realizarla? | |
--�Hay que indignarse porque una ara�a mate a una mosca? --sigui� diciendo | |
Iturrioz--. Bueno. Indign�monos. �Qu� vamos a hacer? �Matarla? Mat�mosla. Eso no | |
impedir� que sigan las ara�as comi�ndose a las moscas. �Vamos a quitarle al hombre | |
esos instintos fieros que te repugnan? �Vamos a borrar esa tendencia del poeta latino: | |
"Homo, homini lupus", el hombre es un lobo para el hombre? Est� bien. En cuatro o | |
cinco mil a�os lo podremos conseguir. El hombre ha hecho de un carn�voro como el | |
chacal un omn�voro como el perro; pero se necesitan muchos siglos para eso. No s� si | |
habr�s le�do que Spallanzani hab�a acostumbrado a una paloma a comer carne, y a un | |
�guila a comer y digerir el pan. Ah� tienes el caso de esos grandes ap�stoles religiosos y | |
laicos; son �guilas que se alimentan de pan en vez de alimentarse de carnes palpitantes, | |
son lobos vegetarianos. Ah� tienes el caso del hermano Juan... | |
--�se no creo que sea un �guila, ni un lobo. | |
--Ser� un mochuelo o una gardu�a; pero de instintos perturbados. | |
--S�, es muy posible --repuso Andr�s--; pero creo que nos hemos desviado de la | |
cuesti�n; no veo la consecuencia. | |
--La consecuencia, a la que yo iba era �sta, que ante la vida no hay m�s que dos | |
soluciones pr�cticas para el hombre sereno, o la abstenci�n y la contemplaci�n | |
indiferente de todo, o la acci�n limit�ndose a un c�rculo peque�o. Es decir, que se puede | |
tener el quijotismo contra una anomal�a; pero tenerlo contra una regla general, es | |
absurdo. | |
--De manera que, seg�n usted, el que quiere hacer algo tiene que restringir su | |
acci�n justiciera a un medio peque�o. | |
--Claro, a un medio peque�o; t� puedes abarcar en tu contemplaci�n la casa, el | |
pueblo, el pa�s, la sociedad, el mundo, todo lo vivo y todo lo muerto; pero si intentas | |
realizar una acci�n, y una acci�n justiciera, tendr�s que restringirte hasta el punto de que | |
todo te vendr� ancho, quiz� hasta la misma conciencia. | |
--Es lo que tiene de bueno la filosof�a --dijo Andr�s con amargura--; le convence | |
a uno de que lo mejor es no hacer nada. | |
Iturrioz dio unas cuantas vueltas por la azotea y luego dijo: | |
--Es la �nica objeci�n que me puedes hacer; pero no es m�a la culpa. | |
--Ya lo s�. | |
--Ir a un sentido de justicia universal --prosigui� Iturrioz-- es perderse; adaptando | |
el principio de Fritz M�ller de que la embriolog�a de un animal reproduce su | |
genealog�a, o como dice Haeckel, que la ontogenia es una recapitulaci�n de la filogenia, | |
se puede decir que la psicolog�a humana no es m�s que una s�ntesis de la psicolog�a | |
animal. As� se encuentran en el hombre todas las formas de la explotaci�n y de la lucha: | |
la del microbio, la del insecto, la de la fiera... �Ese usurero que t� me has descrito, el t�o | |
Miserias!, �qu� de avatares no tiene en la zoolog�a! Ah� est�n los acin�tidos chupadores | |
que absorben la substancia protoplasm�tica de otros infusorios; ah� est�n todas las | |
especies de aspergilos que viven sobre las substancias en descomposici�n. Estas | |
antipat�as de gente maleante, �no est�n admirablemente representadas en ese | |
antagonismo irreductible del bacilo del pus azul con la bacteridia carbuncosa? | |
--S�, es posible --murmur� Andr�s. | |
--Y entre los insectos, �qu� de t�os Miserias!, �qu� de Victorios!, �qu� de Manolos | |
los Chafandines, no hay! Ah� tienes el "ichneumon", que mete sus huevos en una | |
lombriz y la inyecta una substancia que obra como el cloroformo; el "sphex", que coge | |
las ara�as peque�as, las agarrota, las sujeta y envuelve en la tela y las echa vivas en las | |
celdas de sus larvas para que las vayan devorando; ah� est�n las avispas, que hacen lo | |
mismo arrojando al "spoliarium" que sirve de despensa para sus cr�as, los peque�os | |
insectos paralizados por un lancetazo que les dan con el aguij�n en los ganglios | |
motores; ah� est� el "estafilino" que se lanza a traici�n sobre otro individuo de su | |
especie, le sujeta, le hiere y le absorbe los jugos; ah� est� el "meloe", que penetra | |
subrepticiamente en los panales de las abejas, se introduce en el alv�olo en donde la | |
reina pone su larva, se atraca de miel y luego se come a la larva; ah� est�... | |
--S�, s�, no siga usted m�s; la vida es una cacer�a horrible. | |
--La naturaleza es lo que tiene; cuando trata de reventar a uno, lo revienta a | |
conciencia. La justicia es una ilusi�n humana; en el fondo todo es destruir, todo es crear. | |
Cazar, guerrear, digerir, respirar, son formas de creaci�n y de destrucci�n al mismo | |
tiempo. | |
--Y entonces, �qu� hacer? --murmur� Andr�s--. �Ir a la inconsciencia? �Digerir, | |
guerrear, cazar, con la serenidad de un salvaje? | |
--�Crees t� en la serenidad del salvaje? --pregunt� Iturrioz--. �Qu� ilusi�n! Eso | |
tambi�n es una invenci�n nuestra. El salvaje nunca ha ido sereno. | |
--�Es que no habr� plan ninguno para vivir con cierto decoro? --pregunt� Andr�s. | |
--El que lo tiene es porque ha inventado uno para su uso. Yo hoy creo que todo lo | |
natural, que todo lo espont�neo es malo; que s�lo lo artificial, lo creado por el hombre, | |
es bueno. Si pudiera vivir�a en un club de Londres, no ir�a nunca al campo sino a un | |
parque, beber�a agua filtrada y respirar�a aire esterilizado... | |
Andr�s ya no quiso atender a Iturrioz, que comenzaba a fantasear por | |
entretenimiento. Se levant� y se apoy� en el barandado de la azotea. | |
Sobre los tejados de la vecindad revoloteaban unas palomas; en un canal�n grande | |
corr�an y jugueteaban unos gatos. | |
Separados por una tapia alta hab�a enfrente dos jardines; uno era de un colegio de | |
ni�as, el otro de un convento de frailes. | |
El jard�n del convento se hallaba rodeado por �rboles frondosos; el del colegio no | |
ten�a m�s que algunos macizos con hierbas y flores, y era una cosa extra�a que daba | |
cierta impresi�n de algo aleg�rico, ver al mismo tiempo jugar a las ni�as corriendo y | |
gritando, y a los frailes que pasaban silenciosos en filas de cinco o seis dando la vuelta | |
al patio. | |
--Vida es lo uno y vida es lo otro --dijo Iturrioz filos�ficamente comenzando a | |
regar sus plantas. | |
Andr�s se fue a la calle. | |
�Qu� hacer? �Qu� direcci�n dar a la vida? --se preguntaba con angustia. Y la | |
gente, las cosas, el sol, le parec�an sin realidad ante el problema planteado en su | |
cerebro. | |
Tercera parte: Tristezas y dolores | |
I.- D�a de Navidad | |
Un d�a, ya en el �ltimo a�o de la carrera, antes de las Navidades, al volver Andr�s | |
del hospital, le dijo Margarita que Luisito escup�a sangre. Al o�rlo Andr�s qued� fr�o | |
como muerto. | |
Fue a ver al ni�o, apenas ten�a fiebre, no le dol�a el costado, respiraba con facilidad; | |
s�lo un ligero tinte de rosa coloreaba una mejilla, mientras la otra estaba p�lida. | |
No se trataba de una enfermedad aguda. La idea de que el ni�o estuviera | |
tuberculoso le hizo temblar a Andr�s. Luisito, con la inconsciencia de la infancia, se | |
dejaba reconocer y sonre�a. | |
Andr�s recogi� un pa�uelo manchado con sangre y lo llev� a que lo analizasen al | |
laboratorio. Pidi� al m�dico de su sala que recomendara el an�lisis. | |
Durante aquellos d�as vivi� en una zozobra constante; el dictamen del laboratorio | |
fue tranquilizador; no se hab�a podido encontrar el bacilo de Koch en la sangre del | |
pa�uelo; sin embargo, esto no le dej� a Hurtado completamente satisfecho. | |
El m�dico de la sala, a instancias de Andr�s, fue a casa a reconocer al enfermito. | |
Encontr� a la percusi�n cierta opacidad en el v�rtice del pulm�n derecho. Aquello pod�a | |
no ser nada; pero unido a la ligera hemoptisis, indicaba con muchas probabilidades una | |
tuberculosis incipiente. | |
El profesor y Andr�s discutieron el tratamiento. Como el ni�o era linf�tico, algo | |
propenso a catarros, consideraron conveniente llevarlo a un pa�s templado, a orillas del | |
Mediterr�neo a ser posible; all� le podr�an someter a una alimentaci�n intensa, darle | |
ba�os de sol, hacerle vivir al aire libre y dentro de la casa en una atm�sfera creosotada, | |
rodearle de toda clase de condiciones para que pudiera fortificarse y salir de la infancia. | |
La familia no comprend�a la gravedad, y Andr�s tuvo que insistir para convencerles | |
de que el estado del ni�o era peligroso. | |
El padre, don Pedro, ten�a unos primos en Valencia, y estos primos, solterones, | |
pose�an varias casas en pueblos pr�ximos a la capital. | |
Se les escribi� y contestaron r�pidamente; todas las casas suyas estaban alquiladas | |
menos una de un pueblecito inmediato a Valencia. | |
Andr�s decidi� ir a verla. | |
Margarita le advirti� que no hab�a dinero en casa; no se hab�a cobrado a�n la paga | |
de Navidad. | |
--Pedir� dinero en el hospital e ir� en tercera --dijo Andr�s. | |
--�Con este fr�o! �Y el d�a de Nochebuena! | |
--No importa. | |
--Bueno, vete a casa de los t�os --le advirti� Margarita. | |
--No, �para qu�? --contest� �l--. Yo veo la casa del pueblo, y si me parece bien os | |
mando un telegrama diciendo: Contestadles que s�. | |
--Pero eso es una groser�a. Si se enteran... | |
--�Qu� se van a enterar! Adem�s, yo no quiero andar con ceremonias y con | |
tonter�as; bajo en Valencia, voy al pueblo, os mando el telegrama y me vuelvo en | |
seguida. | |
No hubo manera de convencerle. | |
Despu�s de cenar tom� un coche y se fue a la estaci�n. Entr� en un vag�n de | |
tercera. | |
La noche de diciembre estaba fr�a, cruel. El vaho se congelaba en los cristales de las | |
ventanillas y el viento helado se met�a por entre las rendijas de la portezuela. | |
Andr�s se emboz� en la capa hasta los ojos, se subi� el cuello y se meti� las manos | |
en los bolsillos del pantal�n. Aquella idea de la enfermedad de Luisito le turbaba. | |
La tuberculosis era una de esas enfermedades que le produc�a un terror espantoso; | |
constitu�a una obsesi�n para �l. Meses antes se hab�a dicho que Roberto Koch hab�a | |
inventado un remedio eficaz para la tuberculosis: la tuberculina. | |
Un profesor de San Carlos fue a Alemania y trajo la tuberculina. | |
Se hizo el ensayo con dos enfermos a quienes se les inyect� el nuevo remedio. La | |
reacci�n febril que les produjo hizo concebir al principio algunas esperanzas; pero luego | |
se vio que no s�lo no mejoraban, sino que su muerte se aceleraba. | |
Si el chico estaba realmente tuberculoso, no hab�a salvaci�n. | |
Con aquellos pensamientos desagradables marchaba Andr�s en el vag�n de tercera, | |
medio adormecido. | |
Al amanecer se despert�, con las manos y los pies helados. | |
El tren marchaba por la llanura castellana y el alba apuntaba en el horizonte. | |
En el vag�n no iba m�s que un aldeano fuerte, de aspecto en�rgico y duro de | |
manchego. | |
Este aldeano le dijo: | |
--�Qu�, tiene usted fr�o, buen amigo? | |
--S�, un poco. | |
--Tome usted mi manta. | |
--�Y usted? | |
--Yo no la necesito. Ustedes los se�oritos son muy delicados. | |
A pesar de las palabras rudas, Andr�s le agradeci� el obsequio en el fondo del | |
coraz�n. | |
Aclaraba el cielo, una franja roja bordeaba el campo. | |
Empezaba a cambiar el paisaje, y el suelo, antes llano, mostraba colinas y �rboles | |
que iban pasando por delante de la ventanilla del tren. | |
Pasada la Mancha, fr�a y yerma, comenz� a templar el aire. | |
Cerca de J�tiva sali� el sol, un sol amarillo, que se derramaba por el campo | |
entibiando el ambiente. | |
La tierra presentaba ya un aspecto distinto. | |
Apareci� Alcira con los naranjos llenos de fruta, con el r�o J�car profundo, de lenta | |
corriente. El sol iba elev�ndose en el cielo; comenzaba a hacer calor; al pasar de la | |
meseta castellana a la zona mediterr�nea la naturaleza y la gente eran otras. | |
En las estaciones los hombres y las mujeres, vestidos con trajes claros, hablaban a | |
gritos, gesticulaban, corr�an. | |
--Eh, t�, "ch�" --se o�a decir. | |
Ya se ve�an llanuras con arrozales y naranjos, barracas blancas con el techado | |
negro, alguna palmera que pasaba en la rapidez de la marcha como tocando el cielo. Se | |
vio espejear la Albufera, unas estaciones antes de llegar a Valencia, y poco despu�s | |
Andr�s apareci� en el raso de la plaza de San Francisco, delante de un solar grande. | |
Andr�s se acerc� a un tartanero, le pregunt� cu�nto le cobrar�a por llevarle al | |
pueblecito, y despu�s de discusiones y de regateos quedaron de acuerdo en un duro por | |
ir, esperar media hora y volver a la estaci�n. | |
Subi� Andr�s y la tartana cruz� varias calles de Valencia y tom� por una carretera. | |
El carrito ten�a por detr�s una lona blanca y al agitarse �sta por el viento se ve�a el | |
camino lleno de claridad y de polvo; la luz cegaba. | |
En una media hora la tartana embocaba la primera calle del pueblo, que aparec�a | |
con su torre y su c�pula brillante. A Andr�s le pareci� la disposici�n de la aldea buena | |
para lo que �l deseaba; el campo de los alrededores no era de huerta, sino de tierras de | |
secano medio monta�osas. | |
A la entrada del pueblo, a mano izquierda, se ve�a un castillejo y varios grupos de | |
enormes girasoles. | |
Tom� la tartana por la calle larga y ancha, continuaci�n de la carretera, hasta | |
detenerse cerca de una explanada levantada sobre el nivel de la calle. | |
El carrito se detuvo frente a una casa baja encalada, con su puerta azul muy grande | |
y tres ventanas muy chicas. Baj� Andr�s; un cartel pegado en la puerta indicaba que la | |
llave la ten�an en la casa de al lado. | |
Se asom� al portal pr�ximo y una vieja con la tez curtida y negra por el sol le dio la | |
llave, un pedazo de hierro que parec�a un arma de combate prehist�rica. | |
Abri� Andr�s el postigo, que chirri� agriamente sobre sus goznes, y entr� en un | |
espacioso vest�bulo con una puerta en arco que daba hacia el jard�n. | |
La casa apenas ten�a fondo; por el arco del vest�bulo se sal�a a una galer�a ancha y | |
hermosa con un emparrado y una verja de madera pintada de verde. De la galer�a, | |
extendida paralelamente a la carretera, se bajaba por cuatro escalones al huerto rodeado | |
por un camino que bordeaba sus tapias. | |
Este huerto, con varios �rboles frutales desnudos de hojas, se hallaba cruzado por | |
dos avenidas que formaban una plazoleta central y lo divid�an en cuatro parcelas | |
iguales. Los hierbajos y jaramagos espesos cubr�an la tierra y borraban los caminos. | |
Enfrente del arco del vest�bulo hab�a un cenador formado por palos, sobre el cual se | |
sosten�an las ramas de un rosal silvestre, cuyo follaje adornado por florecitas blancas era | |
tan tupido que no dejaba pasar la luz del sol. | |
A la entrada de aquella peque�a glorieta, sobre pedestales de ladrillo hab�a dos | |
estatuas de yeso, Flora y Pomona. Andr�s penetr� en el cenador. En la pared del fondo | |
se ve�a un cuadro de azulejos blancos y azules con figuras que representaban a Santo | |
Tom�s de Villanueva vestido de obispo, con su b�culo en la mano y un negro y una | |
negra arrodillados junto a �l. | |
Luego Hurtado recorri� la casa; era lo que �l deseaba; hizo un plano de las | |
habitaciones y del jard�n y estuvo un momento descansando, sentado en la escalera. | |
Hac�a tanto tiempo que no hab�a visto �rboles, vegetaci�n, que aquel huertecito | |
abandonado, lleno de hierbajos le pareci� un para�so. | |
Este d�a de Navidad tan espl�ndido, tan luminoso, le llen� de paz y de melancol�a. | |
Del pueblo, del campo, de la atm�sfera transparente llegaba el silencio, s�lo | |
interrumpido por el cacareo lejano de los gatos; los moscones y las avispas brillaban al | |
sol. | |
�Con qu� gusto se hubiera tendido en la tierra a mirar horas y horas aquel cielo tan | |
azul, tan puro! Unos momentos despu�s, una campana de son agudo comenz� a tocar. | |
Andr�s entreg� la llave en la casa pr�xima, despert� al tartanero medio dormido en | |
su tartana, y emprendi� la vuelta. | |
En la estaci�n de Valencia mand� un telegrama a su familia, compr� algo de comer | |
y unas horas m�s tarde volv�a para Madrid, embozado en su capa, rendido, en otro | |
coche de tercera. | |
II.- Vida infantil | |
Al llegar a Madrid, Andr�s le dio a su hermana Margarita instrucciones de c�mo | |
deb�an instalarse en la casa. Unas semanas despu�s tomaron el tren, don Pedro, | |
Margarita y Luisito. | |
Andr�s y sus otros dos hermanos se quedaron en Madrid. | |
Andr�s ten�a que repasar las asignaturas de la Licenciatura. | |
Para librarse de la obsesi�n de la enfermedad del ni�o se puso a estudiar como | |
nunca lo hab�a hecho. | |
Algunas veces iba a visitar a Lul� y le comunicaba sus temores. | |
--Si ese chico se pusiera bien --murmuraba. | |
--�Le quiere usted mucho? --pregunt� Lul�. | |
--S�, como si fuera mi hijo. | |
Era yo ya grande cuando naci� �l, fig�rese usted. | |
Por junio, Andr�s se examin� del curso y de la Licenciatura, y sali� bien. | |
--�Qu� va usted a hacer? --le dijo Lul�. | |
--No s�; por ahora ver� si se pone bien esa criatura, despu�s ya pensar�. | |
El viaje fue para Andr�s distinto, y m�s agradable que en diciembre; ten�a dinero, y | |
tom� un billete de primera. En la estaci�n de Valencia le esperaba el padre. | |
--�Qu� tal el chico? --le pregunt� Andr�s. | |
--Est� mejor. | |
Dieron al mozo el tal�n del equipaje, y tomaron una tartana, que les llev� | |
r�pidamente al pueblo. | |
Al ruido de la tartana salieron a la puerta Margarita, Luisito y una criada vieja. El | |
chico estaba bien; alguna que otra vez ten�a una ligera fiebre, pero se ve�a que mejoraba. | |
La que hab�a cambiado casi por completo era Margarita; el aire y el sol le hab�an dado | |
un aspecto de salud que la embellec�a. | |
Andr�s vio el huerto, los perales, los albaricoqueros y los granados llenos de hojas y | |
de flores. | |
La primera noche Andr�s no pudo dormir bien en la casa por el olor a ra�z | |
desprendido de la tierra. | |
Al d�a siguiente Andr�s, ayudado por Luisito, comenz� a arrancar y a quemar todos | |
los hierbajos del patio. Luego plantaron entre los dos melones, calabazas, ajos, fuera o | |
no fuera tiempo. De todas sus plantaciones lo �nico que naci� fueron los ajos. �stos, | |
unidos a los geranios y a los dompedros, daban un poco de verdura; lo dem�s mor�a por | |
el calor del sol y la falta de agua. | |
Andr�s se pasaba horas y horas sacando cubos del pozo. Era imposible tener un | |
trozo de jard�n verde. En seguida de regar, la tierra se secaba, y las plantas se doblaban | |
tristemente sobre su tallo. | |
En cambio todo lo que estaba plantado anteriormente, las pasionarias, las hiedras y | |
las enredaderas, a pesar de la sequedad del suelo, se extend�an y daban hermosas flores; | |
los racimos de la parra se coloreaban, los granados se llenaban de flor roja y las naranjas | |
iban engordando en el arbusto. | |
Luisito llevaba una vida higi�nica, dorm�a con la ventana abierta, en un cuarto que | |
Andr�s por las noches regaba con creosota. | |
Por la ma�ana, al levantarse de la cama, tomaba una ducha fr�a en el cenador de | |
Flora y Pomona. | |
Al principio no le gustaba, pero luego se acostumbr�. | |
Andr�s hab�a colgado del techo del cenador una regadera enorme, y en el asa at� | |
una cuerda que pasaba por una polea y terminaba en una piedra sostenida en un banco. | |
Dejando caer la piedra, la regadera se inclinaba y echaba una lluvia de agua fr�a. | |
Por la ma�ana, Andr�s y Luis iban a un pinar pr�ximo al pueblo, y estaban all� | |
muchas veces hasta el mediod�a; despu�s del paseo com�an y se echaban a dormir. | |
Por la tarde ten�an tambi�n sus entretenimientos: perseguir a las lagartijas y | |
salamandras, subir al peral, regar las plantas. El tejado estaba casi levantado por los | |
panales de las avispas; decidieron declarar la guerra a estos temibles enemigos y | |
quitarles los panales. | |
Fue una serie de escaramuzas que emocionaron a Luisito y le dieron motivo para | |
muchas charlas y comparaciones. | |
Por la tarde, cuando ya se pon�a el sol, Andr�s prosegu�a su lucha contra la | |
sequedad, sacando agua del pozo, que era muy profundo. En medio de este calor | |
sofocante, las abejas rezongaban, las avispas iban a beber el agua del riego y las | |
mariposas revoloteaban de flor en flor. A veces aparec�an manchas de hormigas con alas | |
en la tierra o costras de pulgones en las plantas. | |
Luisito ten�a m�s tendencia a leer y a hablar que a jugar violentamente. Esta | |
inteligencia precoz le daba que pensar a Andr�s. No le dejaba que hojeara ning�n libro, | |
y le enviaba a que se reuniera con los chicos de la calle. | |
Andr�s, mientras tanto, sentado en el umbral de la puerta, con un libro en la mano, | |
ve�a pasar los carros por la calle cubierta de una espesa capa de polvo. Los carreteros, | |
tostados por el sol, con las caras brillantes por el sudor, cantaban tendidos sobre pellejos | |
de aceite o de vino, y las mulas marchaban en fila medio dormidas. | |
Al anochecer pasaban unas muchachas, que trabajaban en una f�brica, y saludaban a | |
Andr�s con un adi�s un poco seco, sin mirarle a la cara. Entre estas chicas hab�a una | |
que llamaban la Clavariesa, muy guapa, muy perfilada, sol�a ir con un pa�uelo de seda | |
en la mano agit�ndolo en el aire, y vest�a con colores un poco chillones, pero que hac�an | |
muy bien en aquel ambiente claro y luminoso. | |
Luisito, negro por el sol, hablando ya con el mismo acento valenciano que los | |
dem�s chicos, jugaba en la carretera. | |
No se hac�a completamente montaraz y salvaje como hubiera deseado Andr�s, pero | |
estaba sano y fuerte. Hablaba mucho. Siempre andaba contando cuentos, que | |
demostraban su imaginaci�n excitada. | |
--�De d�nde saca este chico esas cosas que cuenta? --preguntaba Andr�s a | |
Margarita. | |
--No s�; las inventa �l. | |
Luisito ten�a un gato viejo que le segu�a, y que dec�a que era un brujo. | |
El chico caricaturizaba a la gente que iba a la casa. | |
Una vieja de Borbot�, un pueblo de al lado, era de las que mejor imitaba. Esta vieja | |
vend�a huevos y verduras, y dec�a: "�Ous, figues!" Otro hombre reluciente y gordo, con | |
un pa�uelo en la cabeza, que a cada momento dec�a: �"Sap"? era tambi�n de los | |
modelos de Luisito. | |
Entre los chicos de la calle hab�a algunos que le preocupaban mucho. Uno de ellos | |
era el Roch, el hijo del saludador, que viv�a en un barrio de cuevas pr�ximo. | |
El Roch era un chiquillo audaz, peque�o, rubio desmedrado, sin dientes, con los | |
ojos lega�osos. Contaba c�mo su padre hac�a sus misteriosas curas, lo mismo en las | |
personas que en los caballos, y hablaba de c�mo hab�a averiguado su poder curativo. | |
El Roch sab�a muchos procedimientos y brujer�as para curar las insolaciones y | |
conjurar los males de ojo que hab�a o�do en su casa. | |
El Roch ayudaba a vivir a la familia, andaba siempre correteando con una cesta al | |
brazo. | |
--Ves estos caracoles --le dec�a a Luisito--, pues con estos caracoles y un poco de | |
arroz comeremos todos en casa. | |
--�D�nde los has cogido? --le preguntaba Luisito. | |
--En un sitio que yo s� --contestaba el Roch, que no quer�a comunicar sus | |
secretos. | |
Tambi�n en las cuevas viv�an otros dos merodeadores, de unos catorce a quince | |
a�os, amigos de Luisito: el Choriset y el Chitano. | |
El Choriset era un troglodita, con el esp�ritu de un hombre primitivo. Su cabeza, su | |
tipo, su expresi�n eran de un bereber. | |
Andr�s sol�a hacerle preguntas acerca de su vida y de sus ideas. | |
--Yo por un real matar�a a un hombre --sol�a decir el Choriset, mostrando sus | |
dientes blancos y brillantes. | |
--Pero te coger�an y te llevar�an a presidio. | |
--�Ca! Me meter�a en una cueva que hay cerca de la m�a, y me estar�a all�. | |
--�Y comer? �C�mo ibas a comer? | |
--Saldr�a de noche a comprar pan. | |
--Pero con un real no te bastar�a para muchos d�as. | |
--Matar�a a otro hombre --replicaba el Choriset, riendo. | |
El Chitano no ten�a m�s tendencia que el robo; siempre andaba merodeando por ver | |
si pod�a llevarse algo. | |
Andr�s, por m�s que no ten�a inter�s en hacer all� amistades, iba conociendo a la | |
gente. | |
La vida del pueblo era en muchas cosas absurda; las mujeres paseaban separadas de | |
los hombres, y esta separaci�n de sexos exist�a en casi todo. | |
A Margarita le molestaba que su hermano estuviese constantemente en casa, y le | |
incitaba a que saliera. Algunas tardes, Andr�s sol�a ir al caf� de la plaza, se enteraba de | |
los conflictos que hab�a en el pueblo entre la m�sica del Casino republicano y la del | |
Casino carlista, y el Mercaer, un obrero republicano, le explicaba de una manera | |
pintoresca lo que hab�a sido la Revoluci�n francesa y los tormentos de la Inquisici�n. | |
III.- La casa antigua | |
Varias veces don Pedro fue y volvi� de Madrid al pueblo. | |
Luisito parec�a que estaba bien, no ten�a tos ni fiebre; pero conservaba aquella | |
tendencia fantaseadora que le hac�a divagar y discurrir de una manera impropia de su | |
edad. | |
--Yo creo que no es cosa de que sig�is aqu� --dijo el padre. | |
--�Por qu� no? --pregunt� Andr�s. | |
--Margarita no puede vivir siempre metida en un rinc�n. A ti no te importa; pero a | |
ella s�. | |
--Que se vaya a Madrid por una temporada. | |
--�Pero t� crees que Luis no est� curado todav�a? | |
--No s�; pero me parece mejor que siga aqu�. | |
--Bueno; veremos a ver qu� se hace. | |
Margarita explic� a su hermano que su padre dec�a que no ten�an medios para | |
sostener as� dos casas. | |
--No tiene medios para esto; pero s� para gastar en el Casino --contest� Andr�s. | |
--Eso a ti no te importa --contest� Margarita enfadada. | |
--Bueno; lo que voy a hacer yo es ver si me dan una plaza de m�dico de pueblo y | |
llevar al chico. | |
Lo tendr� unos cuantos a�os en el campo, y luego que haga lo que quiera. | |
En esta incertidumbre, y sin saber si iban a quedarse o a marcharse, se present� en | |
la casa una se�ora de Valencia, prima tambi�n de don Pedro. Esta se�ora era una de esas | |
mujeres decididas y mandonas que les gusta disponerlo todo. | |
Do�a Julia decidi� que Margarita, Andr�s y Luisito fueran a pasar una temporada a | |
casa de los t�os. Ellos los recibir�an muy a gusto. Don Pedro encontr� la soluci�n muy | |
pr�ctica. | |
--�Qu� os parece? --pregunt� a Margarita y a Andr�s. | |
--A m�, lo que decid�is --contest� Margarita. | |
--A m� no me parece una buena soluci�n --dijo Andr�s. | |
--�Por qu�? | |
--Porque el chico no estar� bien. | |
--Hombre, el clima es igual --repuso el padre. | |
--S�; pero no es lo mismo vivir en el interior de una ciudad, entre calles estrechas, a | |
estar en el campo. Adem�s, que esos se�ores parientes nuestros, como solterones, | |
tendr�n una porci�n de chinchorrer�as y no les gustar�n los chicos. | |
--No, eso no. Es gente amable, y tienen una casa bastante grande para que haya | |
libertad. | |
--Bueno. Entonces probaremos. | |
Un d�a fueron todos a ver a los parientes. A Andr�s, s�lo tener que ponerse la | |
camisa planchada, le dej� de un humor endiablado. | |
Los parientes viv�an en un caser�n viejo de la parte antigua de la ciudad. Era una | |
casa grande, pintada de azul, con cuatro balcones, muy separados unos de otros, y | |
ventanas cuadradas encima. | |
El portal era espacioso y comunicaba con un patio enlosado como una plazoleta que | |
ten�a en medio un farol. | |
De este patio part�a la escalera exterior, ancha, de piedra blanca, que entraba en el | |
edificio al llegar al primer piso, pasando por un arco rebajado. | |
Llam� don Pedro, y una criada vestida de negro les pas� a una sala grande, triste y | |
oscura. | |
Hab�a en ella un reloj de pared alto, con la caja llena de incrustaciones, muebles | |
antiguos de estilo Imperio, varias cornucopias y un plano de Valencia de a principios | |
del siglo XVIII. | |
Poco despu�s sali� don Juan, el primo del padre de Hurtado, un se�or de cuarenta a | |
cincuenta a�os, que les salud� a todos muy amablemente y les hizo pasar a otra sala, en | |
donde un viejo, reclinado en ancha butaca, le�a un peri�dico. | |
La familia la compon�an tres hermanos y una hermana, los tres solteros. El mayor, | |
don Vicente, estaba enfermo de gota y no sal�a apenas; el segundo, don Juan, era | |
hombre que quer�a pasar por joven, de aspecto muy elegante y pulcro; la hermana, do�a | |
Isabel, ten�a el color muy blanco, el pelo muy negro y la voz lacrimosa. | |
Los tres parec�an conservados en una urna; deb�an estar siempre a la sombra en | |
aquellas salas de aspecto conventual. | |
Se trat� del asunto de que Margarita y sus hermanos pasaran all� una temporada, y | |
los solterones aceptaron la idea con placer. | |
Don Juan, el menor, ense�� la casa a Andr�s, que era extensa. | |
Alrededor del patio, una ancha galer�a encristalada le daba vuelta. Los cuartos | |
estaban pavimentados con azulejos relucientes y resbaladizos y ten�an escalones para | |
subir y bajar, salvando las diferencias de nivel. Hab�a un sinn�mero de puertas de | |
diferente tama�o. En la parte de atr�s de la casa, a la altura del primer piso de la calle | |
brotaba, en medio de un huertecillo sombr�o, un alt�simo naranjo. | |
Todas las habitaciones presentaban el mismo aspecto silencioso, algo moruno, de | |
luz velada. | |
El cuarto destinado para Andr�s y para Luisito era muy grande y daba enfrente de | |
los tejados azules de la torrecilla de una iglesia. | |
Unos d�as despu�s de la visita, se instalaron Margarita, Andr�s y Luis en la casa. | |
Andr�s estaba dispuesto a ir a un partido. Le�a en "El Siglo M�dico" las vacantes de | |
m�dicos rurales, se enteraba de qu� clase de pueblos eran y escrib�a a los secretarios de | |
los Ayuntamientos pidiendo informes. | |
Margarita y Luisito se encontraban bien con sus t�os; Andr�s, no; no sent�a ninguna | |
simpat�a por estos solterones, defendidos por su dinero y por su casa contra las | |
inclemencias de la suerte; les hubiera estropeado la vida con gusto. | |
Era un instinto un poco canalla, pero lo sent�a as�. | |
Luisito, que se vio mimado por sus t�os, dej� pronto de hacer la vida que | |
recomendaba Andr�s; no quer�a ir a tomar el sol ni a jugar a la calle; se iba poniendo | |
m�s exigente y melindroso. | |
La dictadura cient�fica que Andr�s pretend�a ejercer no se reconoc�a en la casa. | |
Muchas veces le dijo a la criada vieja que barr�a el cuarto que dejara abiertas las | |
ventanas para que entrara el sol; pero la criada no le obedec�a. | |
--�Por qu� cierra usted el cuarto? --le pregunt� una vez--. Yo quiero que est� | |
abierto. �Oye usted? La criada apenas sab�a castellano, y despu�s de una charla confusa | |
le contest� que cerraba el cuarto para que no entrara el sol. | |
--Si es que yo quiero precisamente eso --la dijo Andr�s--. �Usted ha o�do hablar | |
de los microbios? --Yo, no, se�or. | |
--�No ha o�do usted decir que hay unos g�rmenes..., una especie de cosas vivas que | |
andan por el aire y que producen las enfermedades? | |
--�Unas cosas vivas en el aire? Ser�n las moscas. | |
--S�; son como las moscas, pero no son las moscas. | |
--No; pues no las he visto. | |
--No, si no se ven; pero existen. Esas cosas vivas est�n en el aire, en el polvo, sobre | |
los muebles..., y esas cosas vivas, que son malas, mueren con la luz... | |
�Ha comprendido usted? --S�, s�, se�or. | |
--Por eso hay que dejar las ventanas abiertas... para que entre el sol. | |
Efectivamente; al d�a siguiente las ventanas estaban cerradas, y la criada vieja | |
contaba a las otras que el se�orito estaba loco, porque dec�a que hab�a unas moscas en el | |
aire que no se ve�an y que las mataba el sol. | |
IV.- Aburrimiento | |
Las gestiones para encontrar un pueblo adonde ir no dieron resultado tan | |
r�pidamente como Andr�s deseaba, y en vista de esto, para matar el tiempo, se decidi� a | |
estudiar las asignaturas del Doctorado. Despu�s marchar�a a Madrid y luego a cualquier | |
parte. | |
Luisito pasaba el invierno bien; al parecer estaba curado. | |
Andr�s no quer�a salir a la calle; sent�a una insociabilidad intensa. Le parec�a una | |
fatiga tener que conocer a nueva gente. | |
--Pero hombre, �no vas a salir? --le preguntaba Margarita. | |
--Yo no. �Para qu�? No me interesa nada de cuanto pasa fuera. | |
Andar por las calles le fastidiaba, y el campo de los alrededores de Valencia, a pesar | |
de su fertilidad, no le gustaba. | |
Esta huerta, siempre verde, cortada por acequias de agua turbia, con aquella | |
vegetaci�n jugosa y oscura, no le daba ganas de recorrerla. | |
Prefer�a estar en casa. All� estudiaba e iba tomando datos acerca de un punto de | |
psicof�sica que pensaba utilizar para la tesis del Doctorado. | |
Debajo de su cuarto hab�a una terraza sombr�a, musgosa, con algunos jarrones con | |
chumberas y piteras donde no daba nunca el sol. | |
All� sol�a pasear Andr�s en las horas de calor. Enfrente hab�a otra terraza donde | |
andaba de un lado a otro un cura viejo, de la iglesia pr�xima, rezando. Andr�s y el cura | |
se saludaban al verse muy amablemente. | |
Al anochecer, de esta terraza Andr�s iba a una azotea peque�a, muy alta, construida | |
sobre la linterna de la escalera. | |
All� se sentaba hasta que se hac�a de noche. Luisito y Margarita iban a pasear en | |
tartana con sus t�os. | |
Andr�s contemplaba el pueblo, dormido bajo la luz del sol y los crep�sculos | |
esplendorosos. | |
A lo lejos se ve�a el mar, una mancha alargada de un verde p�lido, separada en l�nea | |
recta y clara del cielo, de color algo lechoso en el horizonte. | |
En aquel barrio antiguo las casas pr�ximas eran de gran tama�o; sus paredes se | |
hallaban desconchadas, los tejados cubiertos de musgos verdes y rojos, con matas en los | |
aleros, de jaramagos amarillentos. | |
Se ve�an casas blancas, azules, rosadas, con sus terrados y azoteas; en las cercas de | |
los terrados se sosten�an barre�os con tierra, en donde las chumberas y las pitas | |
extend�an sus r�gidas y anchas paletas; en alguna de aquellas azoteas se ve�an montones | |
de calabazas surcadas y ventrudas, y de otras redondas y lisas. | |
Los palomares se levantaban como grandes jaulones ennegrecidos. | |
En el terrado pr�ximo de una casa, sin duda, abandonada, se ve�an rollos de esteras, | |
montones de cuerdas de estropajo, cacharros rotos esparcidos por el suelo; en otra | |
azotea aparec�a un pavo real que andaba suelto por el tejado, y daba unos gritos agudos | |
y desagradables. | |
Por encima de las terrazas y tejados aparec�an las torres del pueblo: el Miguelete, | |
rechoncho y fuerte; el cimborrio de la catedral, a�reo y delicado, y luego aqu� y all� una | |
serie de torrecillas, casi todas cubiertas con tejas azules y blancas que brillaban con | |
centelleantes reflejos. | |
Andr�s contemplaba aquel pueblo, casi para �l desconocido, y hac�a mil c�balas | |
caprichosas acerca de la vida de sus habitantes. | |
Ve�a abajo esta calle, esta rendija sinuosa, estrecha, entre dos filas de caserones. El | |
sol, que al mediod�a la cortaba en una zona de sombra y otra de luz, iba, a medida que | |
avanzaba la tarde, escalando las casas de una acera hasta brillar en los cristales de las | |
buhardillas y en los luceros, y desaparecer. | |
En la primavera, las golondrinas y los vencejos trazaban c�rculos caprichosos en el | |
aire, lanzando gritos agudos. Andr�s las segu�a con la vista. Al anochecer se retiraban. | |
Entonces pasaban algunos mochuelos y gavilanes. Venus comenzaba a brillar con m�s | |
fuerza y aparec�a J�piter. En la calle, un farol de gas parpadeaba triste y so�oliento... | |
Andr�s bajaba a cenar, y muchas veces por la noche volv�a de nuevo a la azotea a | |
contemplar las estrellas. | |
Esta contemplaci�n nocturna le produc�a como un flujo de pensamientos | |
perturbadores. La imaginaci�n se lanzaba a la carrera a galopar por los campos de la | |
fantas�a. Muchas veces el pensar en las fuerzas de la naturaleza, en todos los g�rmenes | |
de la tierra, del aire y del agua, desarroll�ndose en medio de la noche, le produc�a el | |
v�rtigo. | |
V.- Desde lejos | |
Al acercarse mayo, Andr�s le dijo a su hermana que iba a Madrid a examinarse del | |
Doctorado. | |
--�Vas a volver? --le pregunt� Margarita. | |
--No s�; creo que no. | |
--Qu� antipat�a le has tomado a esta casa y al pueblo. No me lo explico. | |
--No me encuentro bien aqu�. | |
--Claro. �Haces lo posible por estar mal! Andr�s no quiso discutir y se fue a | |
Madrid, se examin� de las asignaturas del Doctorado, y ley� la tesis que hab�a escrito en | |
Valencia. | |
En Madrid se encontraba mal; su padre y �l segu�an tan hostiles como antes. | |
Alejandro se hab�a casado y llevaba a su mujer, una pobre infeliz, a comer a su casa. | |
Pedro hac�a vida de mundano. | |
Andr�s, si hubiese tenido dinero, se hubiera marchado a viajar por el mundo; pero | |
no ten�a un cuarto. Un d�a ley� en un peri�dico que el m�dico de un pueblo de la | |
provincia de Burgos necesitaba un sustituto por dos meses. | |
Escribi�; le aceptaron. Dijo en su casa que le hab�a invitado un compa�ero a pasar | |
unas semanas en un pueblo. Tom� un billete de ida y vuelta, y se fue. El m�dico a quien | |
ten�a que sustituir era un hombre rico, viudo, dedicado a la numism�tica. Sab�a poco de | |
medicina, y no ten�a afici�n m�s que por la historia y las cuestiones de monedas. | |
--Aqu� no podr� usted lucirse con su ciencia m�dica --le dijo a Andr�s, | |
burlonamente--. Aqu�, sobre todo en verano, no hay apenas enfermos, algunos c�licos, | |
algunas enteritis, alg�n caso, poco frecuente, de fiebre tifoidea, nada. | |
El m�dico pas� r�pidamente de esta cuesti�n profesional, que no le interesaba, a sus | |
monedas, y ense�� a Andr�s la colecci�n; la segunda de la provincia. Al decir la | |
segunda suspiraba, dando a entender lo triste que era para �l hacer esta declaraci�n. | |
Andr�s y el m�dico se hicieron muy amigos. El numism�tico le dijo que si quer�a | |
vivir en su casa se la ofrec�a con mucho gusto, y Andr�s se qued� all� en compa��a de | |
una criada vieja. | |
El verano fue para �l delicioso; el d�a entero lo ten�a libre para pasear y para leer; | |
hab�a cerca del pueblo un monte sin �rboles, que llamaban el Teso, formado por | |
pedrizas, en cuyas junturas nac�an jaras, romeros y cantuesos. Al anochecer era aquello | |
una delicia de olor y de frescura. | |
Andr�s pudo comprobar que el pesimismo y el optimismo son resultados org�nicos | |
como las buenas o las malas digestiones. En aquella aldea se encontraba | |
admirablemente, con una serenidad y una alegr�a desconocidas para �l; sent�a que el | |
tiempo pasara demasiado pronto. | |
Llevaba mes y medio en este oasis, cuando un d�a el cartero le entreg� un sobre | |
manoseado, con letra de su padre. Sin duda, hab�a andado la carta de pueblo en pueblo | |
hasta llegar a aqu�l. �Qu� vendr�a all� dentro? Andr�s abri� la carta, la ley� y qued� | |
at�nito. Luisito acababa de morir en Valencia. Margarita hab�a escrito dos cartas a su | |
hermano, dici�ndole que fuera, porque el ni�o preguntaba mucho por �l; pero como don | |
Pedro no sab�a el paradero de Andr�s, no pudo remit�rselas. | |
Andr�s pens� en marcharse inmediatamente; pero al leer de nuevo la carta, ech� de | |
ver que hac�a ya ocho d�as que el ni�o hab�a muerto y estaba enterrado. | |
La noticia le produjo un gran estupor. El alejamiento, el haber dejado a su marcha a | |
Luisito sano y fuerte, le imped�a experimentar la pena que hubiese sentido cerca del | |
enfermo. | |
Aquella indiferencia suya, aquella falta de dolor, le parec�a algo malo. El ni�o hab�a | |
muerto; �l no experimentaba ninguna desesperaci�n. �Para qu� provocar en s� mismo un | |
sufrimiento in�til? Este punto lo debati� largas horas en la soledad. | |
Andr�s escribi� a su padre y a Margarita. Cuando recibi� la carta de su hermana, | |
pudo seguir la marcha de la enfermedad de Luisito. Hab�a tenido una meningitis | |
tuberculosa, con dos o tres d�as de un per�odo prodr�mico, y luego una fiebre alta que | |
hizo perder al ni�o el conocimiento; as� hab�a estado una semana gritando, delirando, | |
hasta morir en un sue�o. | |
En la carta de Margarita se trasluc�a que estaba destrozada por las emociones. | |
Andr�s recordaba haber visto en el hospital a un ni�o, de seis a siete a�os, con | |
meningitis; recordaba que en unos d�as qued� tan delgado que parec�a transl�cido, con | |
la cabeza enorme, la frente abultada, los l�bulos frontales como si la fiebre los | |
desuniera, un ojo bizco, los labios blancos, las sienes hundidas y la sonrisa de | |
alucinado. Este chiquillo gritaba como un p�jaro, y su sudor ten�a un olor especial, | |
como a rat�n, del sudor del tuberculoso. | |
A pesar de que Andr�s pretend�a representarse el aspecto de Luisito enfermo, no se | |
lo figuraba nunca atacado con la terrible enfermedad, sino alegre y sonriente como le | |
hab�a visto la �ltima vez, el d�a de la marcha. | |
Cuarta parte: Inquisiciones | |
I.- Plan filos�fico | |
Al pasar sus dos meses de sustituto, Andr�s volvi� a Madrid; ten�a guardados | |
sesenta duros, y como no sab�a qu� hacer con ellos, se los envi� a su hermana | |
Margarita. | |
Andr�s hac�a gestiones para conseguir un empleo, y mientras tanto iba a la | |
Biblioteca Nacional. | |
Estaba dispuesto a marcharse a cualquier pueblo si no encontraba nada en Madrid. | |
Un d�a se top� en la sala de lectura con Ferm�n Ibarra, el condisc�pulo enfermo, que | |
ya estaba bien, aunque andaba cojeando y apoy�ndose en un grueso bast�n. | |
Ferm�n se acerc� a saludar efusivamente a Hurtado. | |
Le dijo que estudiaba para ingeniero en Lieja, y sol�a volver a Madrid en las | |
vacaciones. | |
Andr�s siempre hab�a tenido a Ibarra como a un chico. Ferm�n le llev� a su casa y le | |
ense�� sus inventos, porque era inventor; estaba haciendo un tranv�a el�ctrico de | |
juguete y otra porci�n de artificios mec�nicos. | |
Ferm�n le explic� su funcionamiento y le dijo que pensaba pedir patentes por unas | |
cuantas cosas, entre ellas una llanta con trozos de acero para los neum�ticos de los | |
autom�viles. | |
A Andr�s le pareci� que su amigo desvariaba, pero no quiso quitarle las ilusiones. | |
Sin embargo, tiempo despu�s, al ver a los autom�viles con llantas de trozos de acero | |
como las que hab�a ideado Ferm�n, pens� que �ste deb�a tener verdadera inteligencia de | |
inventor. | |
......................................................................................................... | |
Andr�s, por las tardes, visitaba a su t�o Iturrioz. Se lo encontraba casi siempre en su | |
azotea leyendo o mirando las maniobras de una abeja solitaria o de una ara�a. | |
--�sta es la azotea de Epicuro --dec�a Andr�s riendo. | |
Muchas veces t�o y sobrino discutieron largamente. Sobre todo, los planes ulteriores | |
de Andr�s fueron los m�s debatidos. | |
Un d�a la discusi�n fue m�s larga y m�s completa: | |
--�Qu� piensas hacer? --le pregunt� Iturrioz. | |
--�Yo! Probablemente tendr� que ir a un pueblo de m�dico. | |
--Veo que no te hace gracia la perspectiva. | |
--No; la verdad. A m� hay cosas de la carrera que me gustan; pero la pr�ctica, no. | |
Si pudiese entrar en un laboratorio de fisiolog�a, creo que trabajar�a con entusiasmo. | |
--�En un laboratorio de fisiolog�a! �Si los hubiera en Espa�a! | |
--�Ah, claro!, si los hubiera. | |
Adem�s no tengo preparaci�n cient�fica. Se estudia de mala manera. | |
--En mi tiempo pasaba lo mismo --dijo Iturrioz--. Los profesores no sirven m�s | |
que para el embrutecimiento met�dico de la juventud estudiosa. Es natural. El espa�ol | |
todav�a no sabe ense�ar; es demasiado fan�tico, demasiado vago y casi siempre | |
demasiado farsante. Los profesores no tienen m�s finalidad que cobrar su sueldo y | |
luego pescar pensiones para pasar el verano. | |
--Adem�s falta disciplina. | |
--Y otras muchas cosas. Pero, bueno, �t� qu� vas a hacer? �No te entusiasma | |
visitar? | |
--No. | |
--�Y entonces qu� plan tienes? | |
--�Plan personal? Ninguno. | |
--Demonio. �Tan pobre est�s de proyectos? | |
--S�, tengo uno; vivir con el m�ximum de independencia. En Espa�a en general no | |
se paga el trabajo, sino la sumisi�n. Yo quisiera vivir del trabajo, no del favor. | |
--Es dif�cil. �Y como plan filos�fico? �Sigues en tus buceamientos? | |
--S�. Yo busco una filosof�a que sea primeramente una cosmogon�a, una hip�tesis | |
racional de la formaci�n del mundo; despu�s, una explicaci�n biol�gica del origen de la | |
vida y del hombre. | |
--Dudo mucho que la encuentres. T� quieres una s�ntesis que complete la | |
cosmolog�a y la biolog�a; una explicaci�n del Universo f�sico y moral. �No es eso? | |
--S�. | |
--�Y en d�nde has ido a buscar esa s�ntesis? | |
--Pues en Kant, y en Schopenhauer sobre todo. | |
--Mal camino --repuso Iturrioz--; lee a los ingleses; la ciencia en ellos va envuelta | |
en sentido pr�ctico. No leas esos metaf�sicos alemanes; su filosof�a es como un alcohol | |
que emborracha y no alimenta. �Conoces el "Leviathan" de Hobbes? Yo te lo prestar� si | |
quieres. | |
--No; �para qu�? Despu�s de leer a Kant y a Schopenhauer, esos fil�sofos | |
franceses e ingleses dan la impresi�n de carros pesados, que marchan chirriando y | |
levantando polvo. | |
--S�, quiz� sean menos �giles de pensamiento que los alemanes; pero en cambio no | |
te alejan de la vida. | |
--�Y qu�? --replic� Andr�s--. Uno tiene la angustia, la desesperaci�n de no saber | |
qu� hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido, sin br�jula, sin luz a | |
donde dirigirse. �Qu� se hace con la vida? �Qu� direcci�n se le da? Si la vida fuera tan | |
fuerte que le arrastrara a uno, el pensar ser�a una maravilla, algo como para el caminante | |
detenerse y sentarse a la sombra de un �rbol, algo como penetrar en un oasis de paz; | |
pero la vida es est�pida, sin emociones, sin accidentes, al menos aqu�, y creo que en | |
todas partes, y el pensamiento se llena de terrores como compensaci�n a la esterilidad | |
emocional de la existencia. | |
--Est�s perdido --murmur� Iturrioz--. Ese intelectualismo no te puede llevar a | |
nada bueno. | |
--Me llevar� a saber, a conocer. �Hay placer m�s grande que �ste? La antigua | |
filosof�a nos daba la magn�fica fachada de un palacio; detr�s de aquella magnificencia | |
no hab�a salas espl�ndidas, ni lugares de delicias, sino mazmorras oscuras. �se es el | |
m�rito sobresaliente de Kant; �l vio que todas las maravillas descritas por los fil�sofos | |
eran fantas�as, espejismos; vio que las galer�as magn�ficas no llevaban a ninguna parte. | |
--�Vaya un m�rito! --murmur� Iturrioz. | |
--Enorme. Kant prueba que son indemostrables los dos postulados m�s | |
trascendentales de las religiones y de los sistemas filos�ficos: Dios y la libertad. Y lo | |
terrible es que prueba que son indemostrables a pesar suyo. | |
--�Y qu�? | |
--�Y qu�! Las consecuencias son terribles; ya el universo no tiene comienzo en el | |
tiempo ni l�mite en el espacio; todo est� sometido al encadenamiento de causas y | |
efectos; ya no hay causa primera; la idea de causa primera, como ha dicho | |
Schopenhauer, es la idea de un trozo de madera hecho de hierro. | |
--A m� esto no me asombra. | |
--A m� s�. Me parece lo mismo que si vi�ramos un gigante que marchara al parecer | |
con un fin y alguien descubriera que no ten�a ojos. Despu�s de Kant el mundo es ciego; | |
ya no puede haber ni libertad ni justicia, sino fuerzas que obran por un principio de | |
causalidad en los dominios del espacio y del tiempo. Y esto tan grave no es todo; hay | |
adem�s otra cosa que se desprende por primera vez claramente de la filosof�a de Kant, y | |
es que el mundo no tiene realidad; es que ese espacio y ese tiempo y ese principio de | |
causalidad no existen fuera de nosotros tal como nosotros los vemos, que pueden ser | |
distintos, que pueden no existir... | |
--Bah. Eso es absurdo --murmur� Iturrioz--. Ingenioso si se quiere, pero nada | |
m�s. | |
--No; no s�lo no es absurdo, sino que es pr�ctico. Antes para m� era una gran pena | |
considerar el infinito del espacio; creer el mundo inacabable me produc�a una gran | |
impresi�n; pensar que al d�a siguiente de mi muerte el espacio y el tiempo seguir�an | |
existiendo me entristec�a, y eso que consideraba que mi vida no es una cosa envidiable; | |
pero cuando llegu� a comprender que la idea del espacio y del tiempo son necesidades | |
de nuestro esp�ritu, pero que no tienen realidad; cuando me convenc� por Kant que el | |
espacio y el tiempo no significan nada, por lo menos que la idea que tenemos de ellos | |
puede no existir fuera de nosotros, me tranquilic�. Para m� es un consuelo pensar que as� | |
como nuestra retina produce los colores, nuestro cerebro produce las ideas de tiempo, de | |
espacio y de causalidad. | |
Acabado nuestro cerebro, se acab� el mundo. Ya no sigue el tiempo, ya no sigue el | |
espacio, ya no hay encadenamiento de causas. Se acab� la comedia, pero | |
definitivamente. | |
Podemos suponer que un tiempo y un espacio sigan para los dem�s. | |
�Pero eso qu� importa si no es el nuestro, que es el �nico real? | |
--Bah, �Fantas�as! �Fantas�as! --dijo Iturrioz. | |
II.- Realidad de las cosas | |
--No, no, realidades --replic� Andr�s--. �Qu� duda cabe que el mundo que | |
conocemos es el resultado del reflejo de la parte de cosmos del horizonte sensible en | |
nuestro cerebro? Este reflejo unido, contrastado, con las im�genes reflejadas en los | |
cerebros de los dem�s hombres que han vivido y que viven, es nuestro conocimiento del | |
mundo, es nuestro mundo. �Es as�, en realidad, fuera de nosotros? No lo sabemos, no lo | |
podremos saber jam�s. | |
--No veo claro. Todo eso me parece poes�a. | |
--No; poes�a no. Usted juzga por las sensaciones que le dan los sentidos. �No es | |
verdad? --Cierto. | |
--Y esas sensaciones e im�genes las ha ido usted valorizando desde ni�o con las | |
sensaciones e im�genes de los dem�s. �Pero tiene usted la seguridad de que ese mundo | |
exterior es tal como usted lo ve? �Tiene usted la seguridad ni siquiera de que existe? -- | |
S�. | |
--La seguridad pr�ctica, claro; pero nada m�s. | |
--Esa basta. | |
--No, no basta. Basta para un hombre sin deseo de saber, si no, �para qu� se | |
inventar�an teor�as acerca del calor o acerca de la luz? Se dir�a: hay objetos calientes y | |
fr�os, hay color verde o azul; no necesitamos saber lo que son. | |
--No estar�a mal que procedi�ramos as�. Si no, la duda lo arrasa, lo destruye todo. | |
--Claro que lo destruye todo. | |
--Las matem�ticas mismas quedan sin base. | |
--Claro. Las proposiciones matem�ticas y l�gicas son �nicamente las leyes de la | |
inteligencia humana; pueden ser tambi�n las leyes de la naturaleza exterior a nosotros, | |
pero no lo podemos afirmar. La inteligencia lleva como necesidades inherentes a ella, | |
las nociones de causa, de espacio y de tiempo, como un cuerpo lleva tres dimensiones. | |
Estas nociones de causa, de espacio y de tiempo son inseparables de la inteligencia, y | |
cuando �sta afirma sus verdades y sus axiomas "a priori", no hace m�s que se�alar su | |
propio mecanismo. | |
--�De manera que no hay verdad? | |
--S�; el acuerdo de todas las inteligencias en una misma cosa es lo que llamamos | |
verdad. Fuera de los axiomas l�gicos y matem�ticos, en los cuales no se puede suponer | |
que no haya unanimidad, en lo dem�s todas las verdades tienen como condici�n el ser | |
un�nimes. | |
--�Entonces son verdades porque son un�nimes? --pregunt� Iturrioz. | |
--No, son un�nimes, porque son verdades. | |
--Me da igual. | |
--No, no. Si usted me dice: la gravedad es verdad porque es una idea un�nime, yo | |
le dir� no; la gravedad es un�nime porque es verdad. Hay alguna diferencia. Para m�, | |
dentro de lo relativo de todo, la gravedad es una verdad absoluta. | |
--Para m� no; puede ser una verdad relativa. | |
--No estoy conforme --dijo Andr�s--. Sabemos que nuestro conocimiento es una | |
relaci�n imperfecta entre las cosas exteriores y nuestro yo; pero como esa relaci�n es | |
constante, en su tanto de imperfecci�n, no le quita ning�n valor a la relaci�n entre una | |
cosa y otra. | |
Por ejemplo, respecto al term�metro cent�grado: usted me podr� decir que dividir en | |
cien grados la diferencia de temperatura que hay entre el agua helada y el agua en | |
ebullici�n es una arbitrariedad, cierto; pero si en esta azotea hay veinte grados y en la | |
cueva quince, esa relaci�n es una cosa exacta. | |
--Bueno. Est� bien. Quiere decir que t� aceptas la posibilidad de la mentira inicial. | |
D�jame suponer la mentira en toda la escala de conocimientos. Quiero suponer que la | |
gravedad es una costumbre, que ma�ana un hecho cualquiera la desmentir�. �Qui�n me | |
lo va a impedir? | |
--Nadie; pero usted, de buena fe, no puede aceptar esa posibilidad. El | |
encadenamiento de causas y efectos es la ciencia. Si ese encadenamiento no existiera, | |
ya no habr�a asidero ninguno; todo podr�a ser verdad. | |
--Entonces vuestra ciencia se basa en la utilidad. | |
--No; se basa en la raz�n y en la experiencia. | |
--No, porque no pod�is llevar la raz�n hasta las �ltimas consecuencias. | |
--Ya se sabe que no, que hay claros. La ciencia nos da la descripci�n de una | |
falange de este mamuth, que se llama universo; la filosof�a nos quiere dar la hip�tesis | |
racional de c�mo puede ser este mamuth. �Que ni los datos emp�ricos ni los datos | |
racionales son todos absolutos? �Qui�n lo duda! La ciencia valora los datos de la | |
observaci�n; relaciona las diversas ciencias particulares, que son como islas exploradas | |
en el oc�ano de lo desconocido, levanta puentes de paso entre unas y otras, de manera | |
que en su conjunto tengan cierta unidad. Claro que estos puentes no pueden ser m�s que | |
hip�tesis, teor�as, aproximaciones a la verdad. | |
--Los puentes son hip�tesis y las islas lo son tambi�n. | |
--No, no estoy conforme. La ciencia es la �nica construcci�n fuerte de la | |
humanidad. Contra ese bloque cient�fico del determinismo, afirmado ya por los griegos, | |
�cu�ntas olas no han roto? Religiones, morales, utop�as; hoy todas esas peque�as | |
supercher�as del pragmatismo y de las ideas-fuerzas..., y sin embargo, el bloque | |
contin�a inconmovible, y la ciencia no s�lo arrolla estos obst�culos, sino que los | |
aprovecha para perfeccionarse. | |
--S� --contest� Iturrioz--; la ciencia arrolla esos obst�culos y arrolla tambi�n al | |
hombre. | |
--Eso en parte es verdad --murmur� Andr�s, paseando por la azotea. | |
III.- El �rbol de la ciencia y el �rbol de la vida | |
--Ya la ciencia para vosotros --dijo Iturrioz-- no es una instituci�n con un fin | |
humano, ya es algo m�s; la hab�is convertido en �dolo. | |
--Hay la esperanza de que la verdad, aun la que hoy es in�til, pueda ser �til ma�ana | |
--replic� Andr�s. | |
--�Bah! �Utop�a! �T� crees que vamos a aprovechar las verdades astron�micas | |
alguna vez? | |
--�Alguna vez? Las hemos aprovechado ya. | |
--�En qu�? | |
--En el concepto del mundo. | |
--Est� bien; pero yo hablaba de un aprovechamiento pr�ctico, inmediato. Yo en el | |
fondo estoy convencido de que la verdad en bloque es mala para la vida. Esa anomal�a | |
de la naturaleza que se llama la vida necesita estar basada en el capricho, quiz� en la | |
mentira. | |
--En eso estoy conforme --dijo Andr�s--. La voluntad, el deseo de vivir, es tan | |
fuerte en el animal como en el hombre. En el hombre es mayor la comprensi�n. A m�s | |
comprender, corresponde menos desear. Esto es l�gico, y adem�s se comprueba en la | |
realidad. La apetencia por conocer se despierta en los individuos que aparecen al final | |
de una evoluci�n, cuando el instinto de vivir languidece. El hombre, cuya necesidad es | |
conocer, es como la mariposa que rompe la cris�lida para morir. El individuo sano, | |
vivo, fuerte, no ve las cosas como son, porque no le conviene. Est� dentro de una | |
alucinaci�n. Don Quijote, a quien Cervantes quiso dar un sentido negativo, es un | |
s�mbolo de la afirmaci�n de la vida. Don Quijote vive m�s que todas las personas | |
cuerdas que le rodean, vive m�s y con m�s intensidad que los otros. El individuo o el | |
pueblo que quiere vivir se envuelve en nubes como los antiguos dioses cuando se | |
aparec�an a los mortales. El instinto vital necesita de la ficci�n para afirmarse. La | |
ciencia entonces, el instinto de cr�tica, el instinto de averiguaci�n, debe encontrar una | |
verdad: la cantidad de mentira que es necesaria para la vida. �Se r�e usted? | |
--S�, me r�o, porque eso que t� expones con palabras del d�a, est� dicho nada menos | |
que en la Biblia. | |
--�Bah! | |
--S�, en el G�nesis. T� habr�s le�do que en el centro del para�so hab�a dos �rboles, | |
el �rbol de la vida y el �rbol de la ciencia del bien y del mal. El �rbol de la vida era | |
inmenso, frondoso, y, seg�n algunos santos padres, daba la inmortalidad. El �rbol de la | |
ciencia no se dice c�mo era; probablemente ser�a mezquino y triste. �Y t� sabes lo que | |
le dijo Dios a Ad�n? | |
--No recuerdo; la verdad. | |
--Pues al tenerle a Ad�n delante, le dijo: Puedes comer todos los frutos del jard�n; | |
pero cuidado con el fruto del �rbol de la ciencia del bien y del mal, porque el d�a que t� | |
comas su fruto morir�s de muerte. Y Dios, seguramente, a�adi�: Comed del �rbol de la | |
vida, sed bestias, sed cerdos, sed ego�stas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no | |
com�is del �rbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dar� una tendencia a mejorar | |
que os destruir�. �No es un consejo admirable? | |
--S�, es un consejo digno de un accionista del Banco --repuso Andr�s. | |
--�C�mo se ve el sentido pr�ctico de esa granujer�a sem�tica! --dijo Iturrioz--. | |
�C�mo olfatearon esos buenos jud�os, con sus narices corvas, que el estado de | |
conciencia pod�a comprometer la vida! | |
--Claro, eran optimistas; griegos y semitas ten�an el instinto fuerte de vivir, | |
inventaban dioses para ellos, un para�so exclusivamente suyo. Yo creo que en el fondo | |
no comprend�an nada de la naturaleza. | |
--No les conven�a. | |
--Seguramente no les conven�a. En cambio, los turanios y los arios del Norte | |
intentaron ver la naturaleza tal como es. | |
--�Y, a pesar de eso, nadie les hizo caso y se dejaron domesticar por los semitas del | |
Sur? | |
--�Ah, claro! El semitismo, con sus tres impostores, ha dominado al mundo, ha | |
tenido la oportunidad y la fuerza; en una �poca de guerras dio a los hombres un dios de | |
las batallas, a las mujeres y a los d�biles un motivo de lamentos, de quejas y de | |
sensibler�a. | |
Hoy, despu�s de siglos de dominaci�n sem�tica, el mundo vuelve a la cordura, y la | |
verdad aparece como una aurora p�lida tras de los terrores de la noche. | |
--Yo no creo en esa cordura --dijo Iturrioz-- ni creo en la ruina del semitismo. El | |
semitismo jud�o, cristiano o musulm�n, seguir� siendo el amo del mundo, tomar� | |
avatares extraordinarios. �Hay nada m�s interesante que la Inquisici�n, de �ndole tan | |
sem�tica, dedicada a limpiar de jud�os y moros al mundo? �Hay caso m�s curioso que el | |
de Torquemada, de origen jud�o? | |
--S�, eso define el car�cter sem�tico, la confianza, el optimismo, el oportunismo... | |
Todo eso tiene que desaparecer. La mentalidad cient�fica de los hombres del norte de | |
Europa lo barrer�. | |
--Pero, �d�nde est�n esos hombres? �D�nde est�n esos precursores? | |
--En la ciencia, en la filosof�a, en Kant sobre todo. Kant ha sido el gran destructor | |
de la mentira greco-sem�tica. �l se encontr� con esos dos �rboles b�blicos de que usted | |
hablaba antes y fue apartando las ramas del �rbol de la vida que ahogaban al �rbol de la | |
ciencia. Tras �l no queda, en el mundo de las ideas, m�s que un camino estrecho y | |
penoso: la Ciencia. Detr�s de �l, sin tener quiz� su fuerza y su grandeza, viene otro | |
destructor, otro oso del Norte, Schopenhauer, que no quiso dejar en pie los subterfugios | |
que el maestro sostuvo amorosamente por falta de valor. Kant pide por misericordia que | |
esa gruesa rama del �rbol de la vida, que se llama libertad, responsabilidad, derecho, | |
descanse junto a las ramas del �rbol de la ciencia para dar perspectivas a la mirada del | |
hombre. Schopenhauer, m�s austero, m�s probo en su pensamiento, aparta esa rama, y | |
la vida aparece como una cosa oscura y ciega, potente y jugosa sin justicia, sin bondad, | |
sin fin; una corriente llevada por una fuerza "x", que �l llama voluntad y que, de cuando | |
en cuando, en medio de la materia organizada, produce un fen�meno secundario, una | |
fosforescencia cerebral, un reflejo, que es la inteligencia. Ya se ve claro en estos dos | |
principios vida y verdad, voluntad e inteligencia. | |
--Ya debe haber fil�sofos y bi�filos --dijo Iturrioz. | |
--�Por qu� no? Fil�sofos y bi�filos. En estas circunstancias el instinto vital, todo | |
actividad y confianza, se siente herido y tiene que reaccionar y reacciona. Los unos, la | |
mayor�a literatos, ponen su optimismo en la vida, en la brutalidad de los instintos y | |
cantan la vida cruel, canalla, infame, la vida sin finalidad, sin objeto, sin principios y sin | |
moral, como una pantera en medio de una selva. | |
Los otros ponen el optimismo en la misma ciencia. Contra la tendencia agn�stica de | |
un Du Bois-Reymond que afirm� que jam�s el entendimiento del hombre llegar�a a | |
conocer la mec�nica del universo, est�n las tendecias de Berthelot, de Metchnikoff, de | |
Ram�n y Cajal en Espa�a, que supone que se puede llegar a averiguar el fin del hombre | |
en la Tierra. Hay, por �ltimo, los que quieren volver a las ideas viejas y a los viejos | |
mitos, porque son �tiles para la vida. �stos son profesores de ret�rica, de esos que | |
tienen la sublime misi�n de contarnos c�mo se estornudaba en el siglo XVIII despu�s | |
de tomar rap�, los que nos dicen que la ciencia fracasa y que el materialismo, el | |
determinismo, el encadenamiento de causa a efecto es una cosa grosera, y que el | |
espiritualismo es algo sublime y refinado. �Qu� risa! �Qu� admirable lugar com�n para | |
que los obispos y los generales cobren su sueldo y los comerciantes puedan vender | |
impunemente bacalao podrido! �Creer en el �dolo o en el fetiche es s�mbolo de | |
superioridad; creer en los �tomos, como Dem�crito o Epicuro, se�al de estupidez! Un | |
"aissaua" de Marruecos que se rompe la cabeza con un hacha y traga cristales en honor | |
de la divinidad, o un buen mandingo con su taparrabos, son seres refinados y cultos; en | |
cambio el hombre de ciencia que estudia la naturaleza es un ser vulgar y grosero. �Qu� | |
admirable paradoja para vestirse de galas ret�ricas y de sonidos nasales en la boca de un | |
acad�mico franc�s! Hay que re�rse cuando dicen que la ciencia fracasa. Tonter�a: lo que | |
fracasa es la mentira; la ciencia marcha adelante, arroll�ndolo todo. | |
--S�, estamos conformes, lo hemos dicho antes, arroll�ndolo todo. Desde un punto | |
de vista puramente cient�fico, yo no puedo aceptar esa teor�a de la duplicidad de la | |
funci�n vital: inteligencia a un lado, voluntad a otro, no. | |
--Yo no digo inteligencia a un lado y voluntad a otro --replic� Andr�s--, sino | |
predominio de la inteligencia o predominio de la voluntad. Una lombriz tiene voluntad e | |
inteligencia, voluntad de vivir tanta como el hombre, resiste a la muerte como puede; el | |
hombre tiene tambi�n voluntad e inteligencia, pero en otras proporciones. | |
--Lo que quiero decir es que no creo que la voluntad sea s�lo una m�quina de | |
desear y la inteligencia una m�quina de reflejar. | |
--Lo que sea en s�, no lo s�; pero a nosotros nos parece esto racionalmente. Si todo | |
reflejo tuviera para nosotros un fin, podr�amos sospechar que la inteligencia no es s�lo | |
un aparato reflector, una luna indiferente para cuando se coloca en su horizonte | |
sensible; pero la conciencia refleja lo que puede aprehender sin inter�s, | |
autom�ticamente y produce im�genes. Estas im�genes desprovistas de lo contingente | |
dejan un s�mbolo, un esquema que debe ser la idea. | |
--No creo en esa indiferencia autom�tica que t� atribuyes a la inteligencia. No | |
somos un intelecto puro, ni una m�quina de desear, somos hombres que al mismo | |
tiempo piensan, trabajan, desean, ejecutan... Yo creo que hay ideas que son fuerzas. | |
--Yo, no. La fuerza est� en otra cosa. La misma idea que impulsa a un anarquista | |
rom�ntico a escribir unos versos rid�culos y humanitarios, es la que hace a un | |
dinamitero poner una bomba. La misma ilusi�n imperialista tiene Bonaparte que | |
Lebaudy, el emperador del Sahara. Lo que les diferencia es algo org�nico. | |
--�Qu� confusi�n! En qu� laberinto nos vamos metiendo --murmur� Iturrioz. | |
--Sintetice usted nuestra discusi�n y nuestros distintos puntos de vista. | |
--En parte, estamos conformes. | |
T� quieres, partiendo de la relatividad de todo, darle un valor absoluto a las | |
relaciones entre las cosas. | |
--Claro, lo que dec�a antes; el metro en s�, medida arbitraria; los trescientos sesenta | |
grados de un c�rculo, medida tambi�n arbitraria; las relaciones obtenidas con el metro o | |
con el arco, exactas. | |
--No, �si estamos conformes! Ser�a imposible que no lo estuvi�ramos en todo lo | |
que se refiere a la matem�tica y a la l�gica; pero cuando nos vamos alejando de estos | |
conocimientos simples y entramos en el dominio de la vida, nos encontramos dentro de | |
un laberinto, en medio de la mayor confusi�n y desorden. En este baile de m�scaras, en | |
donde bailan millones de figuras abigarradas, t� me dices: Acerqu�monos a la verdad. | |
�D�nde est� la verdad? �Qui�n es ese enmascarado que pasa por delante de nosotros? | |
�Qu� esconde debajo de su capa gris? �Es un rey o un mendigo? �Es un joven | |
admirablemente formado o un viejo enclenque y lleno de �lceras? La verdad es una | |
br�jula loca que no funciona en este caos de cosas desconocidas. | |
--Cierto, fuera de la verdad matem�tica y de la verdad emp�rica que se va | |
adquiriendo lentamente, la ciencia no dice mucho. Hay que tener la probidad de | |
reconocerlo..., y esperar. | |
--�Y, mientras tanto, abstenerse de vivir, de afirmar? Mientras tanto no vamos a | |
saber si la Rep�blica es mejor que la Monarqu�a, si el Protestantismo es mejor o peor | |
que el Catolicismo, si la propiedad individual es buena o mala; mientras la Ciencia no | |
llegue hasta ah�, silencio. | |
--�Y qu� remedio queda para el hombre inteligente? | |
--Hombre, s�. T� reconoces que fuera del dominio de las matem�ticas y de las | |
ciencias emp�ricas existe, hoy por hoy, un campo enorme a donde todav�a no llegan las | |
indicaciones de la ciencia. �No es eso? | |
--S�. | |
--�Y por qu� en ese campo no tomar como norma la utilidad? | |
--Lo encuentro peligroso --dijo Andr�s--. Esta idea de la utilidad, que al principio | |
parece sencilla, inofensiva, puede llegar a legitimar las mayores enormidades, a | |
entronizar todos los prejuicios. | |
--Cierto, tambi�n, tomando como norma la verdad, se puede ir al fanatismo m�s | |
b�rbaro. La verdad puede ser un arma de combate. | |
--S�, false�ndola, haciendo que no lo sea. No hay fanatismo en matem�ticas, ni en | |
ciencias naturales. �Qui�n puede vanagloriarse de defender la verdad en pol�tica o en | |
moral? El que as� se vanagloria, es tan fan�tico como el que defiende cualquier sistema | |
pol�tico o religioso. La ciencia no tiene nada que ver con eso; ni es cristiana, ni es atea, | |
ni revolucionaria, ni reaccionaria. | |
--Pero ese agnosticismo, para todas las cosas que no se conocen cient�ficamente, es | |
absurdo, porque es antibiol�gico. Hay que vivir. T� sabes que los fisi�logos han | |
demostrado que, en el uso de nuestros sentidos, tendemos a percibir, no de la manera | |
m�s exacta, sino de la manera m�s econ�mica, m�s ventajosa, m�s �til. �Qu� mejor | |
norma de la vida que su utilidad, su engrandecimiento? | |
--No, no; eso llevar�a a los mayores absurdos en la teor�a y en la pr�ctica. | |
Tendr�amos que ir aceptando ficciones l�gicas: el libre albedr�o, la responsabilidad, el | |
m�rito; acabar�amos acept�ndolo todo, las mayores extravagancias de las religiones. | |
--No, no aceptar�amos m�s que lo �til. | |
--Pero para lo �til no hay comprobaci�n como para lo verdadero --replic� | |
Andr�s--. La fe religiosa para un cat�lico, adem�s de ser verdad, es �til; para un | |
irreligioso puede ser falsa y �til, y para otro irreligioso puede ser falsa e in�til. | |
--Bien, pero habr� un punto en que estemos todos de acuerdo, por ejemplo, en la | |
utilidad de la fe para una acci�n dada. La fe, dentro de lo natural, es indudable que tiene | |
una gran fuerza. Si yo me creo capaz de dar un salto de un metro, lo dar�; si me creo | |
capaz de dar un salto de dos o tres metros, quiz� lo d� tambi�n. | |
--Pero si se cree usted capaz de dar un salto de cincuenta metros, no lo dar� usted | |
por mucha fe que tenga. | |
--Claro que no; pero eso no importa para que la fe sirva en el radio de acci�n de lo | |
posible. | |
Luego la fe es �til, biol�gica; luego hay que conservarla. | |
--No, no. Eso que usted llama fe no es m�s que la conciencia de nuestra fuerza. �sa | |
existe siempre, se quiera o no se quiera. La otra fe conviene destruirla; dejarla es un | |
peligro; tras de esa puerta que abre hacia lo arbitrario una filosof�a basada en la utilidad, | |
en la comodidad o en la eficacia, entran todas las locuras humanas. | |
--En cambio, cerrando esa puerta y no dejando m�s norma que la verdad, la vida | |
languidece, se hace p�lida, an�mica, triste. Yo no s� qui�n dec�a: La legalidad nos mata; | |
como �l podemos decir: La raz�n y la ciencia nos apabullan. La sabidur�a del jud�o se | |
comprende cada vez m�s que se insiste en este punto: a un lado el �rbol de la ciencia, al | |
otro el �rbol de la vida. | |
--Habr� que creer que el �rbol de la ciencia es como el cl�sico manzanillo, que | |
mata a quien se acoge a su sombra --dijo Andr�s burlonamente. | |
--S�, r�ete. | |
--No, no me r�o. | |
IV.- Disociaci�n | |
--No s�, no s� --murmur� Iturrioz--. Creo que vuestro intelectualismo no os | |
llevar� a nada. | |
�Comprender? �Explicarse las cosas? �Para qu�? Se puede ser un gran artista, un | |
gran poeta, se puede ser hasta un matem�tico y un cient�fico y no comprender en el | |
fondo nada. El intelectualismo es est�ril. La misma Alemania, que ha tenido el cetro del | |
intelectualismo, hoy parece que lo repudia. En la Alemania actual casi no hay fil�sofos, | |
todo el mundo est� �vido de vida pr�ctica. El intelectualismo, el criticismo, el | |
anarquismo van de baja. | |
--�Y qu�? �Tantas veces han ido de baja y han vuelto a renacer! --contest� Andr�s. | |
--�Pero se puede esperar algo de esa destrucci�n sistem�tica y vengativa? --No es | |
sistem�tica ni vengativa. Es destruir lo que no se afirme de por s�; es llevar el an�lisis a | |
todo; es ir disociando las ideas tradicionales, para ver qu� nuevos aspectos toman; qu� | |
componentes tienen. Por la desintegraci�n electrol�tica de los �tomos van apareciendo | |
estos iones y electrones mal conocidos. Usted sabe tambi�n que algunos hist�logos han | |
cre�do encontrar en el protoplasma de las c�lulas granos que consideran como unidades | |
org�nicas elementales y que han llamado bioblastos. �Por qu� lo que est�n haciendo en | |
f�sica en este momento los Roentgen y los Becquerel y en biolog�a los Haeckel y los | |
Hertwing no se ha de hacer en filosof�a y en moral? Claro que en las afirmaciones de la | |
qu�mica y de la histolog�a no est� basada una pol�tica, ni una moral, y si ma�ana se | |
encontrara el medio de descomponer y de transmutar los cuerpos simples, no habr�a | |
ning�n papa de la ciencia cl�sica que excomulgara a los investigadores. | |
--Contra tu disociaci�n en el terreno moral, no ser�a un papa el que protestara, ser�a | |
el instinto conservador de la sociedad. | |
--Ese instinto ha protestado siempre contra todo lo nuevo y seguir� protestando; | |
�eso qu� importa? La disociaci�n anal�tica ser� una obra de saneamiento, una | |
desinfecci�n de la vida. | |
--Una desinfecci�n que puede matar al enfermo. | |
--No, no hay cuidado. El instinto de conservaci�n del cuerpo social es bastante | |
fuerte para rechazar todo lo que no puede digerir. Por muchos g�rmenes que se | |
siembren, la descomposici�n de la sociedad ser� biol�gica. | |
--�Y para qu� descomponer la sociedad? �Es que se va a construir un mundo nuevo | |
mejor que el actual? --S�, yo creo que s�. | |
--Yo lo dudo. Lo que hace a la sociedad malvada es el ego�smo del hombre, y el | |
ego�smo es un hecho natural, es una necesidad de la vida. �Es que supones que el | |
hombre de hoy es menos ego�sta y cruel que el de ayer? Pues te enga�as. | |
�Si nos dejaran!; el cazador que persigue zorras y conejos cazar�a hombres si | |
pudiera. As� como se sujeta a los patos y se les alimenta para que se les hipertrofie el | |
h�gado, tendr�amos a las mujeres en adobo para que estuvieran m�s suaves. Nosotros, | |
civilizados, hacemos jockeys como los antiguos monstruos, y si fuera posible les | |
quitar�amos el cerebro a los cargadores para que tuvieran m�s fuerza, como antes la | |
Santa Madre Iglesia quitaba los test�culos a los cantores de la Capilla Sixtina para que | |
cantasen mejor. �Es que t� crees que el ego�smo va a desaparecer? Desaparecer�a la | |
Humanidad. �Es que supones, como algunos soci�logos ingleses y los anarquistas, que | |
se identificar� el amor de uno mismo con el amor de los dem�s? --No; yo supongo que | |
hay formas de agrupaci�n social unas mejores que otras, y que se deben ir dejando las | |
malas y tomando las buenas. | |
--Esto me parece muy vago. A una colectividad no se le mover� jam�s dici�ndole: | |
Puede haber una forma social mejor. Es como si a una mujer se le dijera: Si nos unimos, | |
quiz� vivamos de una manera soportable. No, a la mujer y a la colectividad hay que | |
prometerles el para�so; esto demuestra la ineficacia de tu idea anal�tica y disociadora. | |
Los semitas inventaron un para�so materialista (en el mal sentido) en el principio del | |
hombre; el cristianismo, otra forma de semitismo, coloc� el para�so al final y fuera de la | |
vida del hombre y los anarquistas, que no son m�s que unos neocristianos; es decir, | |
neosemitas; ponen su para�so en la vida y en la tierra. En todas partes y en todas �pocas | |
los conductores de hombres son prometedores de para�sos. | |
--S�, quiz�; pero alguna vez tenemos que dejar de ser ni�os, alguna vez tenemos | |
que mirar a nuestro alrededor con serenidad. | |
�Cu�ntos terrores no nos ha quitado de encima el an�lisis! Ya no hay monstruos en | |
el seno de la noche, ya nadie nos acecha. Con nuestras fuerzas vamos siendo due�os del | |
mundo. | |
V.- La compa��a del hombre | |
--S�, nos ha quitado terrores --exclam� Iturrioz--; pero nos ha quitado tambi�n | |
vida. �S�, es la claridad la que hace la vida actual completamente vulgar! Suprimir los | |
problemas es muy c�modo; pero luego no queda nada. Hoy, un chico lee una novela del | |
a�o treinta, y las desesperaciones de Larra y de Espronceda, y se r�e; tiene la evidencia | |
de que no hay misterios. | |
La vida se ha hecho clara; el valor del dinero aumenta; el burguesismo crece con la | |
democracia. | |
Ya es imposible encontrar rincones po�ticos al final de un pasadizo tortuoso; ya no | |
hay sorpresas. | |
--Usted es un rom�ntico. | |
--Y t� tambi�n. Pero yo soy un rom�ntico pr�ctico. Yo creo que hay que afirmar el | |
conjunto de mentiras y verdades que son de uno hasta convertirlo en una cosa viva. | |
Creo que hay que vivir con las locuras que uno tenga, cuid�ndolas y hasta | |
aprovech�ndose de ellas. | |
--Eso me parece lo mismo que si un diab�tico aprovechara el az�car de su cuerpo | |
para endulzar su taza de caf�. | |
--Caricaturizas mi idea, pero no importa. | |
--El otro d�a le� en un libro --a�adi� Andr�s burlonamente-- que un viajero cuenta | |
que en un remoto pa�s los naturales le aseguraron que ellos no eran hombres, sino loros | |
de cola roja. �Usted cree que hay que afirmar las ideas hasta que uno se vea las plumas | |
y la cola? --S�; creyendo en algo m�s �til y grande que ser un loro, creo que hay que | |
afirmar con fuerza. Para llegar a dar a los hombres una regla com�n, una disciplina, una | |
organizaci�n, se necesita una fe, una ilusi�n, algo que aunque sea una mentira salida de | |
nosotros mismos parezca una verdad llegada de fuera. Si yo me sintiera con energ�a, | |
�sabes lo que har�a! | |
--�Qu�? | |
--Una milicia como la que invent� Loyola, con un car�cter puramente humano: La | |
Compa��a del Hombre. | |
--Aparece el vasco en usted. | |
--Quiz�. | |
--�Y con qu� fin iba usted a fundar esa compa��a? | |
--Esta compa��a tendr�a la misi�n de ense�ar el valor, la serenidad, el reposo; de | |
arrancar toda tendencia a la humildad, a la renunciaci�n, a la tristeza, al enga�o, a la | |
rapacidad, al sentimentalismo... | |
--La escuela de los hidalgos. | |
--Eso es, la escuela de los hidalgos. | |
--De los hidalgos ib�ricos, naturalmente. Nada de semitismo. | |
--Nada; un hidalgo limpio de semitismo; es decir, de esp�ritu cristiano, me | |
parecer�a un tipo completo. | |
--Cuando funde usted esa compa��a, acu�rdese usted de m�. Escr�bame usted al | |
pueblo. | |
--�Pero de veras te piensas marchar? | |
--S�; si no encuentro nada aqu�, me voy a marchar. | |
--�Pronto? | |
--S�, muy pronto. | |
--Ya me tendr�s al corriente de tu experiencia. Te encuentro mal armado para esa | |
prueba. | |
--Usted no ha fundado todav�a su compa��a... | |
--Ah, ser�a util�sima. Ya lo creo. | |
Cansados de hablar, se callaron. Comenzaba a hacerse de noche. | |
Las golondrinas trazaban c�rculos en el aire, chillando. Venus hab�a salido en el | |
poniente, de color anaranjado, y poco despu�s brillaba J�piter con su luz azulada. En las | |
casas comenzaban a iluminarse las ventanas. Filas de faroles iban encendi�ndose, | |
formando dos l�neas paralelas en la carretera de Extremadura. De las plantas de la | |
azotea, de los tiestos de s�ndalo y de menta llegaban r�fagas perfumadas... | |
Quinta parte: La experiencia en el pueblo | |
I.- De viaje | |
Unos d�as despu�s nombraban a Hurtado m�dico titular de Alcolea del Campo. | |
Era �ste un pueblo del centro de Espa�a, colocado en esa zona intermedia donde | |
acaba Castilla y comienza Andaluc�a. Era villa de importancia, de ocho a diez mil | |
habitantes; para llegar a ella hab�a que tomar la l�nea de C�rdoba, detenerse en una | |
estaci�n de la Mancha y seguir a Alcolea en coche. | |
En seguida de recibir el nombramiento, Andr�s hizo su equipaje y se dirigi� a la | |
estaci�n del Mediod�a. La tarde era de verano, pesada, sofocante, de aire seco y lleno de | |
polvo. | |
A pesar de que el viaje lo hac�a de noche, Andr�s supuso que ser�a demasiado | |
molesto ir en tercera, y tom� un billete de primera clase. | |
Entr� en el and�n, se acerc� a los vagones, y en uno que ten�a el cartel de no | |
fumadores, se dispuso a subir. | |
Un hombrecito vestido de negro, afeitado, con anteojos, le dijo con voz melosa y | |
acento americano: | |
--Oiga, se�or; este vag�n es para los no fumadores. | |
Andr�s no hizo el menor caso de la advertencia, y se acomod� en un rinc�n. | |
Al poco rato se present� otro viajero, un joven alto, rubio, membrudo, con las gu�as | |
de los bigotes levantadas hasta los ojos. | |
El hombre bajito, vestido de negro, le hizo la misma advertencia de que all� no se | |
fumaba. | |
--Lo veo aqu� --contest� el viajero algo molesto, y subi� al vag�n. | |
Quedaron los tres en el interior del coche sin hablarse; Andr�s, mirando vagamente | |
por la ventanilla, y pensando en las sorpresas que le reservar�a el pueblo. | |
El tren ech� a andar. | |
El hombrecito negro sac� una especie de t�nica amarillenta, se envolvi� en ella, se | |
puso un pa�uelo en la cabeza y se tendi� a dormir. El mon�tono golpeteo del tren | |
acompa�aba el soliloquio interior de Andr�s; se vieron a lo lejos varias veces las luces | |
de Madrid en medio del campo, pasaron tres o cuatro estaciones desiertas, y entr� el | |
revisor. Andr�s sac� su billete, el joven alto hizo lo mismo, y el hombrecito, despu�s de | |
quitarse su balandr�n, se registr� los bolsillos y mostr� un billete y un papel. | |
El revisor advirti� al viajero que llevaba un billete de segunda. | |
El hombrecito de negro, sin m�s ni m�s, se encoleriz�, y dijo que aquello era una | |
groser�a; hab�a avisado en la estaci�n su deseo de cambiar de clase; �l era un extranjero, | |
una persona acomodada, con mucha plata, s�, se�or, que hab�a viajado por toda Europa | |
y toda Am�rica, y s�lo en Espa�a, en un pa�s sin civilizaci�n, sin cultura, en donde no | |
se ten�a la menor atenci�n al extranjero, pod�an suceder cosas semejantes. | |
El hombrecito insisti� y acab� insultando a los espa�oles. Ya estaba deseando dejar | |
este pa�s, miserable y atrasado; afortunadamente, al d�a siguiente estar�a en Gibraltar, | |
camino de Am�rica. | |
El revisor no contestaba; Andr�s miraba al hombrecito, que gritaba descompuesto, | |
con aquel acento meloso y repulsivo, cuando el joven rubio, irgui�ndose, le dijo con voz | |
violenta: | |
--No le permito hablar as� de Espa�a. Si usted es extranjero y no quiere vivir aqu�, | |
v�yase usted a su pa�s pronto, y sin hablar, porque si no, se expone usted a que le echen | |
por la ventanilla, y voy a ser yo; ahora mismo. | |
--�Pero, se�or! --exclam� el extranjero--. Es que quieren atropellarme... | |
--No es verdad. El que atropella es usted. Para viajar se necesita educaci�n, y | |
viajando con espa�oles no se habla mal de Espa�a. | |
--Si yo amo a Espa�a y el car�cter espa�ol --exclam� el hombrecito--. Mi familia | |
es toda espa�ola. �Para qu� he venido a Espa�a si no para conocer a la madre patria? | |
--No quiero explicaciones. No necesito o�rlas --contest� el otro con voz seca, y se | |
tendi� en el div�n como para manifestar el poco aprecio que sent�a por su compa�ero de | |
viaje. | |
Andr�s qued� asombrado; realmente aquel joven hab�a estado bien. | |
�l, con su intelectualismo, pens� qu� clase de tipo ser�a el hombre bajito, vestido de | |
negro; el otro hab�a hecho una afirmaci�n rotunda de su pa�s y de su raza. | |
El hombrecito comenz� a explicarse, hablando solo. Hurtado se hizo el dormido. | |
Un poco despu�s de media noche llegaron a una estaci�n plagada de gente; una | |
compa��a de c�micos trasbordaba, dejando la l�nea de Valencia, de donde ven�an, para | |
tomar la de Andaluc�a. Las actrices, con un guardapolvo gris; los actores, con sombreros | |
de paja y gorritas, se acercaban todos como gente que no se apresura, que sabe viajar, | |
que considera el mundo como suyo. Se acomodaron los c�micos en el tren y se oy� | |
gritar de vag�n a vag�n: | |
--�Eh, Fern�ndez!, �d�nde est� la botella? | |
--�Molina, que la caracter�stica te llama! | |
--�A ver ese traspunte que se ha perdido! Se tranquilizaron los c�micos, y el tren | |
sigui� su marcha. | |
Ya al amanecer, a la p�lida claridad de la ma�ana, se iban viendo tierras de vi�a y | |
olivos en hilera. | |
Estaba cerca la estaci�n donde ten�a que bajar Andr�s. Se prepar�, y al detenerse el | |
tren salt� al and�n, desierto. Avanz� hacia la salida y dio la vuelta a la estaci�n. | |
Enfrente, hacia el pueblo, se ve�a una calle ancha, con unas casas grandes blancas y dos | |
filas de luces el�ctricas mortecinas. La luna, en menguante, iluminaba el cielo. Se sent�a | |
en el aire un olor como dulce a paja seca. | |
A un hombre que pas� hacia la estaci�n le dijo: | |
--�A qu� hora sale el coche para Alcolea? --A las cinco. Del extremo de esta | |
misma calle suele salir. | |
Andr�s avanz� por la calle, pas� por delante de la garita de consumos, iluminada, | |
dej� la maleta en el suelo y se sent� encima a esperar. | |
II.- Llegada al pueblo | |
Ya era entrada la ma�ana cuando la diligencia parti� para Alcolea. | |
El d�a se preparaba a ser ardoroso. El cielo estaba azul, sin una nube; el sol | |
brillante; la carretera marchaba recta, cortando entre vi�edos y alguno que otro olivar, | |
de olivos viejos y encorvados. El paso de la diligencia levantaba nubes de polvo. | |
En el coche no iba m�s que una vieja vestida de negro, con un cesto al brazo. | |
Andr�s intent� conversar con ella, pero la vieja era de pocas palabras o no ten�a | |
ganas de hablar en aquel momento. | |
En todo el camino el paisaje no variaba; la carretera sub�a y bajaba por suaves | |
lomas entre id�nticos vi�edos. A las tres horas de marcha apareci� el pueblo en una | |
hondonada. A Hurtado le pareci� grand�simo. | |
El coche tom� por una calle ancha de casas bajas, luego cruz� varias encrucijadas y | |
se detuvo en una plaza delante de un caser�n blanco, en uno de cuyos balcones se le�a: | |
Fonda de la Palma. | |
--�Usted parar� aqu�? --le pregunt� el mozo. | |
--S�, aqu�. | |
Andr�s baj� y entr� en el portal. Por la cancela se ve�a un patio, a estilo andaluz, | |
con arcos y columnas de piedra. Se abri� la reja y el due�o sali� a recibir al viajero. | |
Andr�s le dijo que probablemente estar�a bastante tiempo, y que le diera un cuarto | |
espacioso. | |
--Aqu� abajo le pondremos a usted --y le llev� a una habitaci�n bastante grande, | |
con una ventana a la calle. | |
Andr�s se lav� y sali� de nuevo al patio. A la una se com�a. Se sent� en una de las | |
mecedoras. Un canario, en su jaula, colgada del techo, comenz� a gorjear de una manera | |
estrepitosa. | |
La soledad, la frescura, el canto del canario hicieron a Andr�s cerrar los ojos y | |
dormir un rato. | |
Le despert� la voz del criado, que dec�a: | |
--Puede usted pasar a almorzar. | |
Entr� en el comedor. Hab�a en la mesa tres viajantes de comercio. | |
Uno de ellos era un catal�n que representaba f�bricas de Sabadell; el otro, un | |
riojano que vend�a tartratos para los vinos, y el �ltimo, un andaluz que viv�a en Madrid | |
y corr�a aparatos el�ctricos. | |
El catal�n no era tan petulante como la generalidad de sus paisanos del mismo | |
oficio; el riojano no se las echaba de franco ni de bruto, y el andaluz no pretend�a ser | |
gracioso. | |
Estos tres mirlos blancos del comisionismo eran muy anticlericales. | |
La comida le sorprendi� a Andr�s, porque no hab�a m�s que caza y carne. Esto, | |
unido al vino muy alcoh�lico, ten�a que producir una verdadera incandescencia interior. | |
Despu�s de comer, Andr�s y los tres viajantes fueron a tomar caf� al casino. Hac�a | |
en la calle un calor espantoso; el aire ven�a en r�fagas secas como salidas de un horno. | |
No se pod�a mirar a derecha y a izquierda; las casas, blancas como la nieve, rebozadas | |
de cal, reverberaban esta luz v�vida y cruel hasta dejarle a uno ciego. | |
Entraron en el casino. Los viajantes pidieron caf� y jugaron al domin�. Un | |
enjambre de moscas revoloteaba en el aire. Terminada la partida volvieron a la fonda a | |
dormir la siesta. | |
Al salir a la calle, la misma bofetada de calor le sorprendi� a Andr�s; en la fonda los | |
viajantes se fueron a sus cuartos. Andr�s hizo lo propio, y se tendi� en la cama | |
aletargado. Por el resquicio de las maderas entraba una claridad brillante, como una | |
l�mina de oro; de las vigas negras, con los espacios entre una y otra pintados de azul, | |
colgaban telas de ara�a plateadas. En el patio segu�a cantando el canario con su gorjeo | |
chill�n, y a cada paso se o�an campanadas lentas y tristes... | |
El mozo de la fonda le hab�a advertido a Hurtado, que si ten�a que hablar con | |
alguno del pueblo no podr�a verlo, por lo menos, hasta las seis. Al dar esta hora, Andr�s | |
sali� de casa y se fue a visitar al secretario del Ayuntamiento y al otro m�dico. | |
El secretario era un tipo un poco petulante, con el pelo negro rizado y los ojos | |
vivos. Se cre�a un hombre superior, colocado en un medio bajo. | |
El secretario brind� en seguida su protecci�n a Andr�s. | |
--Si quiere usted --le dijo-- iremos ahora mismo a ver a su compa�ero, el doctor | |
S�nchez. | |
--Muy bien, vamos. | |
El doctor S�nchez viv�a cerca, en una casa de aspecto pobre. Era un hombre grueso, | |
rubio, de ojos azules, inexpresivos, con una cara de carnero, de aire poco inteligente. | |
El doctor S�nchez llev� la conversaci�n a la cuesti�n de la ganancia, y le dijo a | |
Andr�s que no creyera que all�, en Alcolea, se sacaba mucho. | |
Don Tom�s, el m�dico arist�crata del pueblo, se llevaba toda la clientela rica. Don | |
Tom�s Solana era de all�; ten�a una casa hermosa, aparatos modernos, relaciones... | |
--Aqu� el titular no puede m�s que mal vivir --dijo S�nchez. | |
--�Qu� le vamos a hacer! --murmur� Andr�s--. Probaremos. | |
El secretario, el m�dico y Andr�s salieron de la casa para dar una vuelta. | |
Segu�a aquel calor exasperante, aquel aire inflamado y seco. Pasaron por la plaza, | |
con su iglesia llena de a�adidos y composturas, y sus puestos de cosas de hierro y | |
esparto. Siguieron por una calle ancha, de caserones blancos, con su balc�n central lleno | |
de geranios, y su reja, afiligranada, con una cruz de Calatrava en lo alto. | |
De los portales se ve�a el zagu�n con un z�calo azul y el suelo empedrado de | |
piedrecitas, formando dibujos. Algunas calles extraviadas, con grandes paredones de | |
color de tierra, puertas enormes y ventanas peque�as, parec�an de un pueblo moro. En | |
uno de aquellos patios vio Andr�s muchos hombres y mujeres de luto, rezando. | |
--�Qu� es esto? --pregunt�. | |
--Aqu� le llaman un rezo --dijo el secretario; y explic� que era una costumbre que | |
se ten�a de ir a las casas donde hab�a muerto alguno a rezar el rosario. | |
Salieron del pueblo por una carretera llena de polvo; las galeras de cuatro ruedas | |
volv�an del campo cargadas con montones de gavillas. | |
--Me gustar�a ver el pueblo entero; no me formo idea de su tama�o --dijo Andr�s. | |
--Pues subiremos aqu�, a este cerrillo --indic� el secretario. | |
--Yo les dejo a ustedes, porque tengo que hacer una visita --dijo el m�dico. | |
Se despidieron de �l, y el secretario y Andr�s comenzaron a subir un cerro rojo, que | |
ten�a en la cumbre una torre antigua, medio derruida. | |
Hac�a un calor horrible, todo el campo parec�a quemado, calcinado; el cielo | |
plomizo, con reflejos de cobre, iluminaba los polvorientos vi�edos, y el sol se pon�a tras | |
de un velo espeso de calina, a trav�s del cual quedaba convertido en un disco | |
blanquecino y sin brillo. | |
Desde lo alto del cerro se ve�a la llanura cerrada por lomas grises, tostada por el sol; | |
en el fondo, el pueblo inmenso se extend�a con sus paredes blancas, sus tejados de color | |
de ceniza, y su torre dorada en medio. Ni un boscaje, ni un �rbol, s�lo vi�edos y | |
vi�edos, se divisaban en toda la extensi�n abarcada por la vista; �nicamente dentro de | |
las tapias de algunos corrales una higuera extend�a sus anchas y oscuras hojas. | |
Con aquella luz del anochecer, el pueblo parec�a no tener realidad; se hubiera cre�do | |
que un soplo de viento lo iba a arrastrar y a deshacer como nube de polvo sobre la tierra | |
enardecida y seca. | |
En el aire hab�a un olor empireum�tico, dulce, agradable. | |
--Est�n quemando orujo en alguna alquitara --dijo el secretario. | |
Bajaron el secretario y Andr�s del cerrillo. El viento levantaba r�fagas de polvo en | |
la carretera; las campanas comenzaban a tocar de nuevo. | |
Andr�s entr� en la fonda a cenar, y sali� por la noche. Hab�a refrescado; aquella | |
impresi�n de irrealidad del pueblo se acentuaba. | |
A un lado y a otro de las calles, languidec�an las cansadas l�mparas de luz el�ctrica. | |
Sali� la luna; la enorme ciudad, con sus fachadas blancas, dorm�a en el silencio; en | |
los balcones centrales encima del port�n, pintado de azul, brillaban los geranios; las | |
rejas, con sus cruces, daban una impresi�n de romanticismo y de misterio, de tapadas y | |
escapatorias de convento; por encima de alguna tapia, brillante de blancura como un | |
t�mpano de nieve, ca�a una guirnalda de hiedra negra, y todo este pueblo, grande, | |
desierto, silencioso, ba�ado por la suave claridad de la luna, parec�a un inmenso | |
sepulcro. | |
III.- Primeras dificultades | |
Andr�s Hurtado habl� largamente con el doctor S�nchez, de las obligaciones del | |
cargo. Quedaron de acuerdo en dividir Alcolea en dos secciones, separadas por la calle | |
Ancha. | |
Un mes, Hurtado visitar�a la parte derecha, y al siguiente la izquierda. As� | |
conseguir�an no tener que recorrer los dos todo el pueblo. | |
El doctor S�nchez recab� como condici�n indispensable, el que si alguna familia de | |
la secci�n visitada por Andr�s quer�a que la visitara �l o al contrario, se har�a seg�n los | |
deseos del enfermo. | |
Hurtado acept�; ya sab�a que no hab�a de tener nadie predilecci�n por llamarle a �l; | |
pero no le importaba. | |
Comenz� a hacer la visita. | |
Generalmente, el n�mero de enfermos que le correspond�an no pasaba de seis o | |
siete. | |
Andr�s hac�a las visitas por la ma�ana; despu�s, en general, por la tarde no ten�a | |
necesidad de salir de casa. | |
El primer verano lo pas� en la fonda; llevaba una vida so�olienta; o�a a los viajantes | |
de comercio que en la mesa discurseaban y alguna que otra vez iba al teatro, una barraca | |
construida en un patio. | |
La visita por lo general, le daba pocos quebraderos de cabeza; sin saber por qu�, | |
hab�a supuesto los primeros d�as que tendr�a continuos disgustos; cre�a que aquella | |
gente manchega ser�a agresiva, violenta, orgullosa; pero no, la mayor�a eran sencillos, | |
afables, sin petulancia. | |
En la fonda, al principio se encontraba bien; pero se cans� pronto de estar all�. Las | |
conversaciones de los viajantes le iban fastidiando; la comida, siempre de carne y | |
sazonada con especias picantes, le produc�a digestiones pesadas. | |
--�Pero no hay legumbres aqu�? --le pregunt� al mozo un d�a. | |
--S�. | |
--Pues yo quisiera comer legumbres: jud�as, lentejas. | |
El mozo se qued� estupefacto, y a los pocos d�as le dijo que no pod�a ser; hab�a que | |
hacer una comida especial; los dem�s hu�spedes no quer�an comer legumbres; el amo | |
de la fonda supon�a que era una verdadera deshonra para su establecimiento poner un | |
plato de habichuelas o de lentejas. | |
El pescado no se pod�a llevar en el rigor del verano, porque no ven�a en buenas | |
condiciones. El �nico pescado fresco eran las ranas, cosa un poco c�mica como | |
alimento. | |
Otra de las dificultades era ba�arse; no hab�a modo. El agua de Alcolea era un lujo | |
y un lujo caro. La tra�an en carros desde una distancia de cuatro leguas, y cada c�ntaro | |
val�a diez c�ntimos. Los pozos estaban muy profundos; sacar el agua suficiente de ellos | |
para tomar un ba�o, constitu�a un gran trabajo; se necesitaba emplear una hora lo | |
menos. Con aquel r�gimen de carne y con el calor, Andr�s estaba constantemente | |
excitado. | |
Por las noches iba a pasear solo por las calles desiertas. A primera hora, en las | |
puertas de las casas, algunos grupos de mujeres y chicos sal�an a respirar. Muchas veces | |
Andr�s se sentaba en la calle Ancha en el escal�n de una puerta y miraba las dos filas de | |
luces el�ctricas que brillaban en la atm�sfera turbia. �Qu� tristeza! �Qu� malestar f�sico | |
le produc�a aquel ambiente! A principios de septiembre, Andr�s decidi� dejar la fonda. | |
S�nchez le busc� una casa. A S�nchez no le conven�a que el m�dico rival suyo, se | |
hospedara en la mejor fonda del pueblo; all� estaba en relaci�n con los viajeros, en sitio | |
muy c�ntrico; pod�a quitarle visitas. S�nchez le llev� a Andr�s a una casa de las afueras, | |
a un barrio que llamaban del Marrubial. | |
Era una casa de labor, grande, antigua, blanca, con el front�n pintado de azul y una | |
galer�a tapiada en el primer piso. | |
Ten�a sobre el portal un ancho balc�n y una reja labrada a una callejuela. | |
El amo de la casa era del mismo pueblo que S�nchez, y se llamaba Jos�; pero le | |
dec�an en burla en todo el pueblo, Pepinito. Fueron Andr�s y S�nchez a ver la casa, y el | |
ama les ense�� un cuarto peque�o, estrecho, muy adornado, con una alcoba en el fondo | |
oculta por una cortina roja. | |
--Yo quisiera --dijo Andr�s-- un cuarto en el piso bajo y a poder ser, grande. | |
--En el piso bajo no tengo --dijo ella-- m�s que un cuarto grande, pero sin | |
arreglar. | |
--Si pudiera usted ense�arlo. | |
--Bueno. | |
La mujer abri� una sala antigua y sin muebles con una reja afiligranada a la | |
callejuela que se llamaba de los Carretones. | |
--�Y este cuarto est� libre? | |
--S�. | |
--Ah, pues aqu� me quedo --dijo Andr�s. | |
--Bueno, como usted quiera; se blanquear�, se barrer� y se traer� la cama. | |
S�nchez se fue y Andr�s habl� con su nueva patrona. | |
--�Usted no tendr� una tinaja inservible? --le pregunt�. | |
--�Para qu�? | |
--Para ba�arme. | |
--En el corralillo hay una. | |
--Vamos a verla. | |
La casa ten�a en la parte de atr�s una tapia de adobes cubierta con bardales de ramas | |
que limitaba varios patios y corrales adem�s del establo, la tejavana para el carro, la | |
sarmentera, el lagar, la bodega y la almazara. | |
En un cuartucho que hab�a servido de tahona y que daba a un corralillo, hab�a una | |
tinaja grande cortada por la mitad y hundida en el suelo. | |
--�Esta tinaja me la podr� usted ceder a m�? --pregunt� Andr�s. | |
--S�, se�or; �por qu� no? | |
--Ahora, quisiera que me indicara usted alg�n mozo que se encargara de llenar | |
todos los d�as la tinaja; yo le pagar� lo que me diga. | |
--Bueno. El mozo de casa lo har�. �Y de comer? �Qu� quiere usted comer? �Lo | |
que comemos en casa? | |
--S�, lo mismo. | |
--�No quiere usted alguna otra cosa m�s? �Aves? �Fiambres? | |
--No, no. En tal caso, si a usted no le molesta, quisiera que en las dos comidas | |
pusieran un plato de legumbres. | |
Con estas advertencias, la nueva patrona crey� que su hu�sped, si no estaba loco, no | |
le faltaba mucho. | |
La vida en la casa le pareci� a Andr�s m�s simp�tica que en la fonda. | |
Por las tardes, despu�s de las horas de bochorno, se sentaba en el patio a hablar con | |
la gente de casa. La patrona era una mujer morena, de tez blanca, de cara casi perfecta; | |
ten�a un tipo de Dolorosa; ojos negr�simos y pelo brillante como el azabache. | |
El marido, Pepinito, era un hombre est�pido, con facha de degenerado, cara | |
juanetuda, las orejas muy separadas de la cabeza y el labio colgante. Consuelo, la hija | |
de doce o trece a�os, no era tan desagradable como su padre ni tan bonita como su | |
madre. | |
Con un primer detalle adjudic� Andr�s sus simpat�as y antipat�as en la casa. | |
Una tarde de domingo, la criada cogi� una cr�a de gorri�n en el tejado y la baj� al | |
patio. | |
--Mira, ll�valo al pobrecito al corral --dijo el ama--, que se vaya. | |
--No puede volar --contest� la criada, y lo dej� en el suelo. | |
En esto entr� Pepinito, y al ver al gorri�n se acerc� a una puerta y llam� al gato. El | |
gato, un gato negro con los ojos dorados, se asom� al patio. Pepinito entonces, asust� al | |
p�jaro con el pie, y al verlo revolotear, el gato se abalanz� sobre �l y le hizo arrancar un | |
quejido. Luego se escap� con los ojos brillantes y el gorri�n en la boca. | |
--No me gusta ver esto --dijo el ama. | |
Pepinito, el patr�n, se ech� a re�r con un gesto de pedanter�a y de superioridad del | |
hombre que se encuentra por encima de todo sentimentalismo. | |
IV.- La hostilidad m�dica | |
Don Juan S�nchez hab�a llegado a Alcolea hac�a m�s de treinta a�os de maestro | |
cirujano; despu�s, pasando unos ex�menes, se lleg� a licenciar. Durante bastantes a�os | |
estuvo, con relaci�n al m�dico antiguo, en una situaci�n de inferioridad, y cuando el | |
otro muri�, el hombre comenz� a crecerse y a pensar que ya que �l tuvo que sufrir las | |
chinchorrer�as del m�dico anterior, era l�gico que el que viniera sufriera las suyas. | |
Don Juan era un manchego ap�tico y triste, muy serio, muy grave, muy aficionado a | |
los toros. | |
No perd�a ninguna de las corridas importantes de la provincia, y llegaba a ir hasta | |
las fiestas de los pueblos de la Mancha baja y de Andaluc�a. | |
Esta afici�n bast� a Andr�s para considerarle como un bruto. | |
El primer rozamiento que tuvieron Hurtado y �l fue por haber ido S�nchez a una | |
corrida de Baeza. | |
Una noche llamaron a Andr�s del molino de la Estrella, un molino de harina que se | |
hallaba a un cuarto de hora del pueblo. | |
Fueron a buscarle en un cochecito. | |
La hija del molinero estaba enferma; ten�a el vientre hinchado, y esta hinchaz�n del | |
vientre se hab�a complicado con una retenci�n de orina. | |
A la enferma la visitaba S�nchez; pero aquel d�a, al llamarle por la ma�ana | |
temprano, dijeron en casa del m�dico que no estaba; se hab�a ido a los toros de Baeza. | |
Don Tom�s tampoco se encontraba en el pueblo. | |
El cochero fue explicando a Andr�s lo ocurrido, mientras animaba al caballo con la | |
fusta. | |
Hac�a una noche admirable; miles de estrellas resplandec�an soberbias, y de cuando | |
en cuando pasaba alg�n meteoro por el cielo. En pocos momentos, y dando algunos | |
barquinazos en los hoyos de la carretera, llegaron al molino. | |
Al detenerse el coche, el molinero se asom� a ver qui�n ven�a, y exclam�: | |
--�C�mo? �No estaba don Tom�s? | |
--No. | |
--�Y a qui�n traes aqu�? | |
--Al m�dico nuevo. | |
El molinero, iracundo, comenz� a insultar a los m�dicos. Era hombre rico y | |
orgulloso, que se cre�a digno de todo. | |
--Me han llamado aqu� para ver a una enferma --dijo Andr�s fr�amente--. �Tengo | |
que verla o no? Porque si no, me vuelvo. | |
--Ya, �qu� se va a hacer! Suba usted. | |
Andr�s subi� una escalera hasta el piso principal, y entr� detr�s del molinero en un | |
cuarto en donde estaba una muchacha en la cama y su madre cuid�ndola. | |
Andr�s se acerc� a la cama. El molinero sigui� renegando. | |
--Bueno. C�llese usted --le dijo Andr�s--, si quiere usted que reconozca a la | |
enferma. | |
El hombre se call�. La muchacha era hidr�pica, ten�a v�mitos, disnea y ligeras | |
convulsiones. | |
Andr�s examin� a la enferma; su vientre hinchado parec�a el de una rana, a la | |
palpaci�n se notaba claramente la fluctuaci�n del l�quido que llenaba el peritoneo. | |
--�Qu�? �Qu� tiene? --pregunt� la madre. | |
--Esto es una enfermedad del h�gado, cr�nica, grave --contest� Andr�s, | |
retir�ndose de la cama para que la muchacha no le oyera--; ahora la hidropes�a se ha | |
complicado con la retenci�n de orina. | |
--�Y qu� hay que hacer, Dios m�o? �O no tiene cura? | |
--Si se pudiera esperar, ser�a mejor que viniera S�nchez. �l debe conocer la marcha | |
de la enfermedad. | |
--�Pero se puede esperar? --pregunt� el padre con voz col�rica. | |
Andr�s volvi� a reconocer a la enferma; el pulso estaba muy d�bil; la insuficiencia | |
respiratoria, probablemente resultado de la absorci�n de la urea en la sangre, iba | |
aumentando; las convulsiones se suced�an con m�s fuerza. Andr�s tom� la temperatura. | |
No llegaba a la normal. | |
--No se puede esperar --dijo Hurtado, dirigi�ndose a la madre. | |
--�Qu� hay que hacer? --exclam� el molinero--. Obre usted... | |
--Habr�a que hacer la punci�n abdominal --repuso Andr�s, siempre hablando a la | |
madre--. Si no quieren ustedes que la haga yo... | |
--S�, s�, usted. | |
--Bueno; entonces ir� a casa, coger� mi estuche y volver�. | |
El mismo molinero se puso al pescante del coche. Se ve�a que la frialdad desde�osa | |
de Andr�s le irritaba. Fueron los dos durante el camino sin hablarse. Al llegar a su casa, | |
Andr�s baj�, cogi� su estuche, un poco de algod�n y una pastilla de sublimado. | |
Volvieron al molino. | |
Andr�s anim� un poco a la enferma, jabon� y friccion� la piel en el sitio de | |
elecci�n, y hundi� el tr�car en el vientre abultado de la muchacha. Al retirar el tr�car y | |
dejar la c�nula, manaba el agua, verdosa, llena de serosidades, como de una fuente a un | |
barre�o. | |
Despu�s de vaciarse el l�quido, Andr�s pudo sondar la vejiga, y la enferma comenz� | |
a respirar f�cilmente. La temperatura subi� en seguida por encima de la normal. | |
Los s�ntomas de la uremia iban desapareciendo. Andr�s hizo que le dieran leche a la | |
muchacha, que qued� tranquila. | |
En la casa hab�a un gran regocijo. | |
--No creo que esto haya acabado --dijo Andr�s a la madre--; se reproducir�, | |
probablemente. | |
--�Qu� cree usted que deb�amos hacer? --pregunt� ella humildemente. | |
--Yo, como ustedes, ir�a a Madrid a consultar con un especialista. | |
Hurtado se despidi� de la madre y de la hija. El molinero mont� en el pescante del | |
coche para llevar a Andr�s a Alcolea. La ma�ana comenzaba a sonre�r en el cielo; el sol | |
brillaba en los vi�edos y en los olivares; las parejas de mulas iban a la labranza, y los | |
campesinos, de negro, montados en las ancas de los borricos, les segu�an. | |
Grandes bandadas de cuervos pasaban por el aire. | |
El molinero fue sin hablar en todo el camino; en su alma luchaban el orgullo y el | |
agradecimiento; quiz� esperaba que Andr�s le dirigiera la palabra; pero �ste no despeg� | |
los labios. Al llegar a casa baj� del coche, y murmur�: | |
--Buenos d�as. | |
--�Adi�s! | |
Y los dos hombres se despidieron como dos enemigos. | |
Al d�a siguiente, S�nchez se le acerc� a Andr�s, m�s ap�tico y m�s triste que nunca. | |
--Usted quiere perjudicarme --le dijo. | |
--S� por qu� dice usted eso --le contest� Andr�s--; pero yo no tengo la culpa. He | |
visitado a esa muchacha, porque vinieron a buscarme, y la oper�, porque no hab�a m�s | |
remedio, porque se estaba muriendo. | |
--S�; pero tambi�n le dijo usted a la madre que fuera a ver a un especialista de | |
Madrid, y eso no va en beneficio de usted ni en beneficio m�o. | |
S�nchez no comprend�a que este consejo lo hubiera dado Andr�s por probidad, y | |
supon�a que era por perjudicarle a �l. Tambi�n cre�a que por su cargo ten�a un derecho a | |
cobrar una especie de contribuci�n por todas las enfermedades de Alcolea. Que el t�o | |
Fulano cog�a un catarro fuerte, pues eran seis visitas para �l; que padec�a un | |
reumatismo, pues pod�an ser hasta veinte visitas. | |
El caso de la chica del molinero se coment� mucho en todas partes e hizo suponer | |
que Andr�s era un m�dico conocedor de procedimientos modernos. | |
S�nchez, al ver que la gente se inclinaba a creer en la ciencia del nuevo m�dico, | |
emprendi� una campa�a contra �l. Dijo que era hombre de libros, pero sin pr�ctica | |
alguna, y que adem�s era un tipo misterioso, del cual no se pod�a uno fiar. | |
Al ver que S�nchez le declaraba la guerra francamente, Andr�s se puso en guardia. | |
Era demasiado esc�ptico en cuestiones de medicina para hacer imprudencias. Cuando | |
hab�a que intervenir en casos quir�rgicos, enviaba al enfermo a S�nchez que, como | |
hombre de conciencia bastante el�stica, no se alarmaba por dejarle a cualquiera ciego o | |
manco. | |
Andr�s casi siempre empleaba los medicamentos a peque�as dosis; muchas veces | |
no produc�an efecto; pero al menos no corr�a el peligro de una torpeza. No dejaba de | |
tener �xitos; pero �l se confesaba ingenuamente a s� mismo que, a pesar de sus �xitos, | |
no hac�a casi nunca un diagn�stico bien. | |
Claro que por prudencia no aseguraba los primeros d�as nada; pero casi siempre las | |
enfermedades le daban sorpresas; una supuesta pleures�a, aparec�a como una lesi�n | |
hep�tica; una tifoidea, se le transformaba en una gripe real. | |
Cuando la enfermedad era clara, una viruela o una pulmon�a, entonces la conoc�a �l | |
y la conoc�an las comadres de la vecindad, y cualquiera. | |
�l no dec�a que los �xitos se deb�an a la casualidad; hubiera sido absurdo; pero | |
tampoco los luc�a como resultado de su ciencia. | |
Hab�a cosas grotescas en la pr�ctica diaria; un enfermo que tomaba un poco de | |
jarabe simple, y se encontraba curado de una enfermedad cr�nica del est�mago; otro, | |
que con el mismo jarabe, dec�a que se pon�a a la muerte. | |
Andr�s estaba convencido de que en la mayor�a de los casos una terap�utica muy | |
activa no pod�a ser beneficiosa m�s que en manos de un buen cl�nico, y para ser un buen | |
cl�nico era indispensable, adem�s de facultades especiales, una gran pr�ctica. | |
Convencido de esto, se dedicaba al m�todo expectante. | |
Daba mucha agua con jarabe. Ya le hab�a dicho confidencialmente al boticario: | |
--Usted cobre como si fuera quinina. | |
Este escepticismo en sus conocimientos y en su profesi�n le daba prestigio. | |
A ciertos enfermos les recomendaba los preceptos higi�nicos, pero nadie le hac�a | |
caso. | |
Ten�a un cliente, due�o de unas bodegas, un viejo artr�tico, que se pasaba la vida | |
leyendo folletines. | |
Andr�s le aconsejaba que no comiera carne y que anduviera. | |
--Pero si me muero de debilidad, doctor --dec�a �l--. No como m�s que un | |
pedacito de carne, una copa de Jerez y una taza de caf�. | |
--Todo eso es mal�simo --dec�a Andr�s. | |
Este demagogo, que negaba la utilidad de comer carne, indignaba a la gente | |
acomodada... y a los carniceros. | |
Hay una frase de un escritor franc�s que quiere ser tr�gica y es enormemente | |
c�mica. Es as�: "Desde hace treinta a�os no se siente placer en ser franc�s." El vinatero | |
artr�tico deb�a decir: "Desde que ha venido este m�dico, no se siente placer en ser rico." | |
La mujer del secretario del Ayuntamiento, una mujer muy remilgada y redicha, quer�a | |
convencer a Hurtado de que deb�a casarse y quedarse definitivamente en Alcolea. | |
--Ya veremos --contestaba Andr�s. | |
V.- Alcolea del Campo | |
Las costumbres de Alcolea eran espa�olas puras, es decir, de un absurdo completo. | |
El pueblo no ten�a el menor sentido social; las familias se met�an en sus casas, como | |
los trogloditas en su cueva. No hab�a solidaridad; nadie sab�a ni pod�a utilizar la fuerza | |
de la asociaci�n. Los hombres iban al trabajo y a veces al casino. Las mujeres no sal�an | |
m�s que los domingos a misa. | |
Por falta de instinto colectivo el pueblo se hab�a arruinado. | |
En la �poca del tratado de los vinos con Francia, todo el mundo, sin consultarse los | |
unos a los otros, comenz� a cambiar el cultivo de sus campos, dejando el trigo y los | |
cereales, y poniendo vi�edos; pronto el r�o de vino de Alcolea se convirti� en r�o de oro. | |
En este momento de prosperidad, el pueblo se agrand�, se limpiaron las calles, se | |
pusieron aceras, se instal� la luz el�ctrica...; luego vino la terminaci�n del tratado, y | |
como nadie sent�a la responsabilidad de representar el pueblo, a nadie se le ocurri� | |
decir: Cambiemos el cultivo; volvamos a nuestra vida antigua; empleemos la riqueza | |
producida por el vino en transformar la tierra para las necesidades de hoy. Nada. | |
El pueblo acept� la ruina con resignaci�n. | |
--Antes �ramos ricos --se dijo cada alcoleano--. Ahora seremos pobres. Es igual; | |
viviremos peor, suprimiremos nuestras necesidades. | |
Aquel estoicismo acab� de hundir al pueblo. | |
Era natural que as� fuese; cada ciudadano de Alcolea se sent�a tan separado del | |
vecino como de un extranjero. No ten�an una cultura com�n (no la ten�an de ninguna | |
clase); no participaban de admiraciones comunes: s�lo el h�bito, la rutina les un�a; en el | |
fondo, todos eran extra�os a todos. | |
Muchas veces a Hurtado le parec�a Alcolea una ciudad en estado de sitio. El sitiador | |
era la moral, la moral cat�lica. All� no hab�a nada que no estuviera almacenado y | |
recogido: las mujeres en sus casas, el dinero en las carpetas, el vino en las tinajas. | |
Andr�s se preguntaba: �Qu� hacen estas mujeres? �En qu� piensan? �C�mo pasan | |
las horas de sus d�as? Dif�cil era averiguarlo. | |
Con aquel r�gimen de guardarlo todo, Alcolea gozaba de un orden admirable; s�lo | |
un cementerio bien cuidado pod�a sobrepasar tal perfecci�n. | |
Esta perfecci�n se consegu�a haciendo que el m�s inepto fuera el que gobernara. La | |
ley de selecci�n en pueblos como aqu�l se cumpl�a al rev�s. El cedazo iba separando el | |
grano de la paja, luego se recog�a la paja y se desperdiciaba el grano. | |
Alg�n burl�n hubiera dicho que este aprovechamiento de la paja entre espa�oles no | |
era raro. Por aquella selecci�n a la inversa, resultaba que los m�s aptos all� eran | |
precisamente los m�s ineptos. | |
En Alcolea hab�a pocos robos y delitos de sangre: en cierta �poca los hab�a habido | |
entre jugadores y matones; la gente pobre no se mov�a, viv�a en una pasividad l�nguida; | |
en cambio los ricos se agitaban, y la usura iba sorbiendo toda la vida de la ciudad. | |
El labrador, de humilde pasar, que durante mucho tiempo ten�a una casa con cuatro | |
o cinco parejas de mulas, de pronto aparec�a con diez, luego con veinte; sus tierras se | |
extend�an cada vez m�s, y �l se colocaba entre los ricos. | |
La pol�tica de Alcolea respond�a perfectamente al estado de inercia y desconfianza | |
del pueblo. | |
Era una pol�tica de caciquismo, una lucha entre dos bandos contrarios, que se | |
llamaban el de los Ratones y el de los Mochuelos; los Ratones eran liberales, y los | |
Mochuelos conservadores. | |
En aquel momento dominaban los Mochuelos. El Mochuelo principal era el alcalde, | |
un hombre delgado, vestido de negro, muy clerical, cacique de formas suaves, que | |
suavemente iba llev�ndose todo lo que pod�a del municipio. | |
El cacique liberal del partido de los Ratones era don Juan, un tipo b�rbaro y | |
desp�tico, corpulento y forzudo, con unas manos de gigante; hombre, que cuando | |
entraba a mandar, trataba al pueblo en conquistador. Este gran Rat�n no disimulaba | |
como el Mochuelo; se quedaba con todo lo que pod�a, sin tomarse el trabajo de ocultar | |
decorosamente sus robos. | |
Alcolea se hab�a acostumbrado a los Mochuelos y a los Ratones, y los consideraba | |
necesarios. Aquellos bandidos eran los sostenes de la sociedad; se repart�an el bot�n; | |
ten�an unos para otros un "tab�" especial, como el de los polinesios. | |
Andr�s pod�a estudiar en Alcolea todas aquellas manifestaciones del �rbol de la | |
vida, y de la vida �spera manchega: la expansi�n del ego�smo, de la envidia, de la | |
crueldad, del orgullo. | |
A veces pensaba que todo esto era necesario; pensaba tambi�n que se pod�a llegar | |
en la indiferencia intelectualista, hasta disfrutar contemplando estas expansiones, | |
formas violentas de la vida. | |
�Por qu� incomodarse, si todo est� determinado, si es fatal, si no puede ser de otra | |
manera?, se preguntaba. �No era cient�ficamente un poco absurdo el furor que le entraba | |
muchas veces al ver las injusticias del pueblo? Por otro lado: �no estaba tambi�n | |
determinado, no era fatal el que su cerebro tuviera una irritaci�n que le hiciera protestar | |
contra aquel estado de cosas violentamente? Andr�s discut�a muchas veces con su | |
patrona. Ella no pod�a comprender que Hurtado afirmase que era mayor delito robar a la | |
comunidad, al Ayuntamiento, al Estado, que robar a un particular. | |
Ella dec�a que no; que defraudar a la comunidad, no pod�a ser tanto como robar a | |
una persona. En Alcolea casi todos los ricos defraudaban a la Hacienda, y no se les ten�a | |
por ladrones. | |
Andr�s trataba de convencerla, de que el da�o hecho con el robo a la comunidad, | |
era m�s grande que el producido contra el bolsillo de un particular; pero la Dorotea no | |
se convenc�a. | |
--�Qu� hermosa ser�a una revoluci�n --dec�a Andr�s a su patrona--, no una | |
revoluci�n de oradores y de miserables charlatanes, sino una revoluci�n de verdad! | |
Mochuelos y Ratones, colgados de los faroles, ya que aqu� no hay �rboles; y luego lo | |
almacenado por la moral cat�lica, sacarlo de sus rincones y echarlo a la calle: los | |
hombres, las mujeres, el dinero, el vino; todo a la calle. | |
Dorotea se re�a de estas ideas de su hu�sped, que le parec�an absurdas. | |
Como buen epic�reo, Andr�s no ten�a tendencia alguna por el apostolado. | |
Los del Centro republicano le hab�an dicho que diera conferencias acerca de | |
higiene; pero �l estaba convencido de que todo aquello era in�til, completamente est�ril. | |
�Para qu�? Sab�a que ninguna de estas cosas hab�a de tener eficacia, y prefer�a no | |
ocuparse de ellas. | |
Cuando le hablaban de pol�tica, Andr�s dec�a a los j�venes republicanos. | |
--No hagan ustedes un partido de protesta. �Para qu�? Lo menos malo que puede | |
ser es una colecci�n de ret�ricos y de charlatanes; lo m�s malo es que sea otra banda de | |
Mochuelos o de Ratones. | |
--�Pero, don Andr�s! Algo hay que hacer. | |
--�Qu� van ustedes a hacer! �Es imposible! Lo �nico que pueden ustedes hacer es | |
marcharse de aqu�. | |
El tiempo en Alcolea le resultaba a Andr�s muy largo. | |
Por la ma�ana hac�a su visita; despu�s volv�a a casa y tomaba el ba�o. | |
Al atravesar el corralillo se encontraba con la patrona, que dirig�a alguna labor de la | |
casa; la criada sol�a estar lavando la ropa en una media tinaja, cortada en sentido | |
longitudinal que parec�a una canoa, y la ni�a correteaba de un lado a otro. | |
En este corralillo ten�an una sarmentera, donde se secaban las gavillas de | |
sarmientos, y montones de le�a de cepas viejas. | |
Andr�s abr�a la antigua tahona y se ba�aba. Despu�s iba a comer. | |
El oto�o todav�a parec�a verano; era costumbre dormir la siesta. | |
Estas horas de siesta se le hac�an a Hurtado pesadas, horribles. | |
En su cuarto echaba una estera en el suelo y se tend�a sobre ella, a oscuras. Por la | |
rendija de las ventanas entraba una l�mina de luz; en el pueblo dominaba el m�s | |
completo silencio; todo estaba aletargado bajo el calor del sol; algunos moscones | |
rezongaban en los cristales; la tarde bochornosa, era interminable. | |
Cuando pasaba la fuerza del d�a, Andr�s sal�a al patio y se sentaba a la sombra del | |
emparrado a leer. | |
El ama, su madre y la criada cos�an cerca del pozo; la ni�a hac�a encaje de bolillos | |
con hilos y unos alfileres clavados sobre una almohada; al anochecer regaban los tiestos | |
de claveles, de geranios y de albahacas. | |
Muchas veces ven�an vendedores y vendedoras ambulantes a ofrecer frutas, | |
hortalizas o caza. | |
--�Ave Mar�a Pur�sima! --dec�an al entrar. Dorotea ve�a lo que tra�an. | |
--�Le gusta a usted esto, don Andr�s? --le preguntaba Dorotea a Hurtado. | |
--S�, pero por m� no se preocupe usted --contestaba �l. | |
Al anochecer volv�a el patr�n. | |
Estaba empleado en unas bodegas, y conclu�a a aquella hora el trabajo. | |
Pepinito era un hombre petulante; sin saber nada, ten�a la pedanter�a de un | |
catedr�tico. Cuando explicaba algo bajaba los p�rpados, con un aire de suficiencia tal, | |
que a Andr�s le daban ganas de extrangularle. | |
Pepinito trataba muy mal a su mujer y a su hija; constantemente las llamaba | |
est�pidas, borricas, torpes; ten�a el convencimiento de que �l era el �nico que hac�a bien | |
las cosas. | |
--�Que este bestia tenga una mujer tan guapa y tan simp�tica, es verdaderamente | |
desagradable! --pensaba Andr�s. | |
Entre las man�as de Pepinito estaba la de pasar por tremendo. | |
Le gustaba contar historias de ri�as y de muertes. Cualquiera al o�rle hubiese cre�do | |
que se estaban matando continuamente en Alcolea; contaba un crimen ocurrido hac�a | |
cinco a�os en el pueblo, y le daba tales variaciones y lo explicaba de tan distintas | |
maneras, que el crimen se desdoblaba y se multiplicaba. | |
Pepinito era del Tomelloso, y todo lo refer�a a su pueblo. El Tomelloso, seg�n �l, | |
era la ant�tesis de Alcolea; Alcolea era lo vulgar, el Tomelloso lo extraordinario; que se | |
hablase de lo que se hablase, Pepinito le dec�a a Andr�s: | |
--Deb�a usted ir al Tomelloso. | |
All� no hay ni un �rbol. | |
--Ni aqu� tampoco --le contestaba Andr�s, riendo. | |
--S�. Aqu� algunos --replicaba Pepinito--. All� todo el pueblo est� agujereado por | |
las cuevas para el vino, y no crea usted que son modernas, no, sino antiguas. All� ve | |
usted tinajones grandes metidos en el suelo. All� todo el vino que se hace es natural; | |
malo muchas veces, porque no saben prepararlo, pero natural. | |
--�Y aqu�? --Aqu� ya emplean la qu�mica --dec�a Pepinito, para quien Alcolea era | |
un pueblo degenerado por la civilizaci�n--; tartratos, campeche, fuchsina, demonios le | |
echan �stos al vino. | |
Al final de septiembre, unos d�as antes de la vendimia, la patrona le dijo a Andr�s: | |
--�Usted no ha visto nuestra bodega? --No. | |
--Pues vamos ahora a arreglarla. | |
El mozo y la criada estaban sacando le�a y sarmientos, metidos durante todo el | |
invierno en el lagar; y dos alba�iles iban picando las paredes. Dorotea y su hija le | |
ense�aron a Hurtado el lagar a la antigua, con su viga para prensar, las chanclas de | |
madera y de esparto que se ponen los pisadores en los pies y los vendos para | |
sujet�rselas. | |
Le mostraron las piletas donde va cayendo el mosto y lo recogen en cubos, y la | |
moderna bodega capaz para dos cosechas con barricas y conos de madera. | |
--Ahora, si no tiene usted miedo, bajaremos a la cueva antigua --dijo Dorotea. | |
--Miedo, �de qu�? --�Ah! Es una cueva donde hay duendes, seg�n dicen. | |
--Entonces hay que ir a saludarlos. | |
El mozo encendi� un candil y abri� una puerta que daba al corral. Dorotea, la ni�a y | |
Andr�s le siguieron. Bajaron a la cueva por una escalera desmoronada. El techo | |
rezumaba humedad. Al final de la escalera se abr�a una b�veda que daba paso a una | |
verdadera catacumba h�meda, fr�a, largu�sima, tortuosa. | |
En el primer trozo de esta cueva hab�a una serie de tinajones empotrados a medias | |
en la pared; en el segundo, de techo m�s bajo, se ve�an las tinajas de Colmenar, altas, | |
enormes, en fila, y a su lado las hechas en el Toboso, peque�as, llenas de mugre, que | |
parec�an viejas gordas y grotescas. | |
La luz del candil, al iluminar aquel antro, parec�a agrandar y achicar | |
alternativamente el vientre abultado de las vasijas. | |
Se explicaba que la fantas�a de la gente hubiese transformado en duendes aquellas | |
�nforas vinarias, de las cuales, las ventrudas y abultadas tinajas tobose�as, parec�an | |
enanos; y las altas y airosas fabricadas en Colmenar ten�an aire de gigantes. Todav�a en | |
el fondo se abr�a un anchur�n con doce grandes tinajones. Este hueco se llamaba la Sala | |
de los Ap�stoles. | |
El mozo asegur� que en aquella cueva se hab�an encontrado huesos humanos, y | |
mostr� en la pared la huella de una mano que �l supon�a era de sangre. | |
--Si a don Andr�s le gustara el vino --dijo Dorotea--, le dar�amos un vaso de este | |
a�ejo que tenemos en la solera. | |
--No, no; gu�rdelo usted para las grandes fiestas. | |
D�as despu�s comenz� la vendimia. Andr�s se acerc� al lagar, y el ver aquellos | |
hombres sudando y agit�ndose en el rinc�n bajo de techo, le produjo una impresi�n | |
desagradable. No cre�a que esta labor fuera tan penosa. | |
Andr�s record� a Iturrioz, cuando dec�a que s�lo lo artificial es bueno, y pens� que | |
ten�a raz�n. | |
Las decantadas labores rurales, motivo de inspiraci�n para los poetas, le parec�an | |
est�pidas y bestiales. �Cu�nto m�s hermosa, aunque estuviera fuera de toda idea de | |
belleza tradicional, la funci�n de un motor el�ctrico, que no este trabajo muscular, rudo, | |
b�rbaro y mal aprovechado! | |
VI.- Tipos de casino | |
Al llegar el invierno, las noches largas y fr�as hicieron a Hurtado buscar un refugio | |
fuera de casa, donde distraerse y pasar el tiempo. Comenz� a ir al casino de Alcolea. | |
Este casino, "La Fraternidad", era un vestigio del antiguo esplendor del pueblo; | |
ten�a salones inmensos, mal decorados, espejos de cuerpo entero, varias mesas de billar | |
y una peque�a biblioteca con algunos libros. | |
Entre la generalidad de los tipos vulgares, oscuros, borrosos que iban al casino a | |
leer los peri�dicos y hablar de pol�tica, hab�a dos personajes verdaderamente | |
pintorescos. | |
Uno de ellos era el pianista; el otro, un tal don Blas Carre�o, hidalgo acomodado de | |
Alcolea. | |
Andr�s lleg� a intimar bastante con los dos. | |
El pianista era un viejo flaco, afeitado, de cara estrecha, larga y anteojos de gruesas | |
lentes. Vest�a de negro y accionaba al hablar de una manera un tanto afeminada. Era al | |
mismo tiempo organista de la iglesia, lo que le daba cierto aspecto eclesi�stico. | |
El otro se�or, don Blas Carre�o, tambi�n era flaco; pero m�s alto, de nariz aguile�a, | |
pelo entrecano, tez cetrina y aspecto marcial. | |
Este buen hidalgo hab�a llegado a identificarse con la vida antigua y a convencerse | |
de que la gente discurr�a y obraba como los tipos de las obras espa�olas cl�sicas, de tal | |
manera, que hab�a ido poco a poco arcaizando su lenguaje, y entre burlas y veras | |
hablaba con el alambicamiento de los personajes de Feliciano de Silva, que tanto | |
encantaba a Don Quijote. | |
El pianista imitaba a Carre�o y le ten�a como modelo. Al saludar a Andr�s, le dijo: | |
--Este mi se�or don Blas, querido y agareno amigo, ha tenido la dignaci�n de | |
presentarme a su merced como un hijo predilecto de Euterpe; pero no soy, aunque me | |
pesa, y su merced lo habr� podido comprobar con el array�n de su buen juicio, m�s que | |
un pobre, cuanto humilde aficionado al trato de las Musas, que labora con estas sus | |
torpes manos en amenizar las veladas de los socios, en las frigid�simas noches del | |
helado invierno. | |
Don Blas escuchaba a su disc�pulo sonriendo. Andr�s, al o�r a aquel se�or | |
expresarse as�, crey� que se trataba de un loco; pero luego vio que no, que el pianista | |
era una persona de buen sentido. | |
�nicamente ocurr�a, que tanto don Blas como �l, hab�an tomado la costumbre de | |
hablar de esta manera enf�tica y altisonante hasta familiarizarse con ella. Ten�an frases | |
hechas, que las empleaban a cada paso: el ascua de la inteligencia, la flecha de la | |
sabidur�a, el collar de perlas de las observaciones juiciosas, el jard�n del buen decir... | |
Don Blas le invit� a Hurtado a ir a su casa y le mostr� su biblioteca con varios | |
armarios llenos de libros espa�oles y latinos. Don Blas la puso a disposici�n del nuevo | |
m�dico. | |
--Si alguno de estos libros le interesa a usted, puede usted llev�rselo --le dijo | |
Carre�o. | |
--Ya aprovechar� su ofrecimiento. | |
Don Blas era para Andr�s un caso digno de estudio. A pesar de su inteligencia no | |
notaba lo que pasaba a su alrededor; la crueldad de la vida en Alcolea, la explotaci�n | |
inicua de los miserables por los ricos, la falta de instinto social, nada de esto para �l | |
exist�a, y si exist�a ten�a un car�cter de cosa libresca, serv�a para decir: | |
--Dice Scaligero... o: Afirma Huarte en su "Examen de ingenios"... | |
Don Blas era un hombre extraordinario, sin nervios; para �l no hab�a calor, ni fr�o, | |
placer ni dolor. Una vez dos socios del casino le gastaron una broma trascendental; le | |
llevaron a cenar a una venta y le dieron a prop�sito unas migas detestables, que parec�an | |
de arena, dici�ndole que eran las verdaderas migas del pa�s, y don Blas las encontr� tan | |
excelentes y las elogi� de tal modo y con tales hip�rboles, que lleg� a convencer a sus | |
amigos de su bondad. El manjar m�s insulso, si se lo daban diciendo que estaba hecho | |
con una receta antigua y que figuraba en "La Lozana Andaluza", le parec�a maravilloso. | |
En su casa gozaba ofreciendo a sus amigos sus golosinas. | |
--Tome usted esos melindres, que me han tra�do expresamente de Yepes...; esta | |
agua no la beber� usted en todas partes, es de la fuente del Maillo. | |
Don Blas viv�a en plena arbitrariedad; para �l hab�a gente que no ten�a derecho a | |
nada; en cambio otros lo merec�an todo. �Por qu�? Probablemente porque s�. | |
Dec�a don Blas que odiaba a las mujeres, que le hab�an enga�ado siempre; pero no | |
era verdad; en el fondo esta actitud suya serv�a para citar trozos de Marcial, de Juvenal, | |
de Quevedo... | |
A sus criados y labriegos don Blas les llamaba galopines, bellacos, follones, casi | |
siempre sin motivo, s�lo por el gusto de emplear estas palabras quijotescas. | |
Otra cosa que le encantaba a don Blas era citar los pueblos con sus nombres | |
antiguos: Est�bamos una vez en Alc�zar de San Juan, la antigua Alce... En Baeza, la | |
Biatra de Ptolomeo, nos encontramos un d�a... | |
Andr�s y don Blas se asombraban mutuamente. Andr�s se dec�a: | |
--�Pensar que este hombre y otros muchos como �l viven en esta mentira, | |
envenenados con los restos de una literatura, y de una palabrer�a amanerada es | |
verdaderamente extraordinario! En cambio, don Blas miraba a Andr�s sonriendo, y | |
pensaba: �Qu� hombre m�s raro! Varias veces discutieron acerca de religi�n, de pol�tica, | |
de la doctrina evolucionista. Estas cosas del darwinismo como dec�a �l, le parec�an a | |
don Blas cosas inventadas para divertirse. Para �l los datos comprobados no | |
significaban nada. Cre�a en el fondo que se escrib�a para demostrar ingenio, no para | |
exponer ideas con claridad, y que la investigaci�n de un sabio se echaba abajo con una | |
frase graciosa. | |
A pesar de su divergencia, don Blas no le era antip�tico a Hurtado. | |
El que s� le era antip�tico e insoportable era un jovencito, hijo de un usurero, que en | |
Alcolea pasaba por un prodigio, y que iba con frecuencia al casino. Este joven, abogado, | |
hab�a le�do algunas revistas francesas reaccionarias, y se cre�a en el centro del mundo. | |
Dec�a que �l contemplaba todo con una sonrisa ir�nica y piadosa. | |
Cre�a tambi�n que se pod�a hablar de filosof�a empleando los lugares comunes del | |
casticismo espa�ol, y que Balmes era un gran fil�sofo. | |
Varias veces el joven, que contemplaba todo con una sonrisa ir�nica y piadosa, | |
invit� a Hurtado a discutir; pero Andr�s rehuy� la discusi�n con aquel hombre que, a | |
pesar de su barniz de cultura, le parec�a de una imbecilidad fundamental. | |
Esta sentencia de Dem�crito, que hab�a le�do en la Historia del Materialismo de | |
Lange, le parec�a a Andr�s muy exacta. El que ama la contradicci�n y la verbosidad, es | |
incapaz de aprender nada que sea serio. | |
VII.- Sexualidad y pornograf�a | |
En el pueblo, la tienda de objetos de escritorio, era al mismo tiempo librer�a y | |
centro de suscripciones. Andr�s iba a ella a comprar papel y algunos peri�dicos. | |
Un d�a le choc� ver que el librero ten�a quince a veinte tomos con una cubierta en | |
donde aparec�a una mujer desnuda. Eran de estas novelas a estilo franc�s; novelas | |
pornogr�ficas, torpes, con cierto barniz psicol�gico hechas para uso de militares, | |
estudiantes y gente de poca mentalidad. | |
--�Es que eso se vende? --le pregunt� Andr�s al librero. | |
--S�; es lo �nico que se vende. | |
El fen�meno parec�a parad�jico y sin embargo era natural. Andr�s hab�a o�do a su | |
t�o Iturrioz que en Inglaterra, en donde las costumbres eran interiormente de una libertad | |
extraordinaria, libros, aun los menos sospechosos de libertinaje, estaban prohibidos, y | |
las novelas que las se�oritas francesas o espa�olas le�an delante de sus madres, all� se | |
consideraban nefandas. | |
En Alcolea suced�a lo contrario; la vida era de una moralidad terrible; llevarse a una | |
mujer sin casarse con ella, era m�s dif�cil que raptar a la Giralda de Sevilla a las doce | |
del d�a; pero en cambio se le�an libros pornogr�ficos de una pornograf�a grotesca por lo | |
trascendental. | |
Todo esto era l�gico. En Londres, al agrandarse la vida sexual por la libertad de | |
costumbres, se achicaba la pornograf�a; en Alcolea, al achicarse la vida sexual, se | |
agrandaba la pornograf�a. | |
--Qu� paradoja �sta de la sexualidad --pensaba Andr�s al ir a su casa--. En los | |
pa�ses donde la vida es intensamente sexual no existen motivos de lubricidad; en | |
cambio en aquellos pueblos como Alcolea, en donde la vida sexual era tan mezquina y | |
tan pobre, las alusiones er�ticas a la vida del sexo estaban en todo. | |
Y era natural, era en el fondo un fen�meno de compensaci�n. | |
VIII.- El dilema | |
Poco a poco y sin saber c�mo, se form� alrededor de Andr�s una mala reputaci�n; | |
se le consideraba hombre violento, orgulloso, mal intencionado, que se atra�a la | |
antipat�a de todos. | |
Era un demagogo, malo, da�ino, que odiaba a los ricos y no quer�a a los pobres. | |
Andr�s fue notando la hostilidad de la gente del casino y dej� de frecuentarlo. | |
Al principio se aburr�a. | |
Los d�as iban sucedi�ndose a los d�as y cada uno tra�a la misma desesperanza, la | |
seguridad de no saber qu� hacer, la seguridad de sentir y de inspirar antipat�a, en el | |
fondo sin motivo, por una mala inteligencia. | |
Se hab�a decidido a cumplir sus deberes de m�dico al pie de la letra. | |
Llegar a la abstenci�n pura, completa, en la peque�a vida social de Alcolea, le | |
parec�a la perfecci�n. | |
Andr�s no era de estos hombres que consideran el leer como un suced�neo de vivir; | |
�l le�a porque no pod�a vivir. Para alternar con esta gente del casino, est�pida y mal | |
intencionada, prefer�a pasar el tiempo en su cuarto, en aquel mausoleo blanqueado y | |
silencioso. | |
�Pero con qu� gusto hubiera cerrado los libros si hubiera habido algo importante | |
que hacer; algo como pegarle fuego al pueblo o reconstruirlo! La inacci�n le irritaba. | |
De haber caza mayor, le hubiera gustado marcharse al campo; pero para matar | |
conejos, prefer�a quedarse en casa. | |
Sin saber qu� hacer, paseaba como un lobo por aquel cuarto. | |
Muchas veces intent� dejar de leer estos libros de filosof�a. Pens� que quiz� le | |
irritaban. Quiso cambiar de lecturas. Don Blas le prest� una porci�n de libros de | |
historia. Andr�s se convenci� de que la historia es una cosa vac�a. | |
Crey� como Schopenhauer que el que lea con atenci�n "Los Nueve Libros de | |
Herodoto", tiene todas las combinaciones posibles de cr�menes, destronamientos, | |
hero�smos e injusticias, bondades y maldades que puede suministrar la historia. | |
Intent� tambi�n un estudio poco humano y trajo de Madrid y comenz� a leer un | |
libro de astronom�a, la Gu�a del Cielo de Klein, pero le faltaba la base de las | |
matem�ticas y pens� que no ten�a fuerza en el cerebro para dominar esto. Lo �nico que | |
aprendi� fue el plano estelar. Orientarse en ese infinito de puntos luminosos, en donde | |
brillan como dioses Arturus y Vega, Altair y Aldebar�n era para �l una voluptuosidad | |
algo triste; recorrer con el pensamiento esos cr�teres de la Luna y el mar de la | |
Serenidad; leer esas hip�tesis acerca de la V�a L�ctea y de su movimiento alrededor de | |
ese supuesto sol central que se llama Alci�n y que est� en el grupo de las Pl�yades, le | |
daba el v�rtigo. | |
Se le ocurri� tambi�n escribir; pero no sab�a por d�nde empezar, ni manejaba | |
suficientemente el mecanismo del lenguaje para expresarse con claridad. | |
Todos los sistemas que discurr�a para encauzar su vida dejaban precipitados | |
insolubles, que demostraban el error inicial de sus sistemas. | |
Comenzaba a sentir una irritaci�n profunda contra todo. | |
A los ocho o nueve meses de vivir as� excitado y aplanado al mismo tiempo, | |
empez� a padecer dolores articulares; adem�s el pelo se le ca�a muy abundantemente. | |
--Es la castidad --se dijo. | |
Era l�gico; era un neuroartr�tico. De chico, su artritismo se hab�a manifestado por | |
jaquecas y por tendencia hipocondr�aca. Su estado artr�tico se exacerbaba. Se iban | |
acumulando en el organismo las sustancias de desecho y esto ten�a que engendrar | |
productos de oxidaci�n incompleta, el �cido �rico sobre todo. | |
El diagn�stico lo consider� como exacto; el tratamiento era lo dif�cil. | |
Este dilema se presentaba ante �l. Si quer�a vivir con una mujer ten�a que casarse, | |
someterse. Es decir, dar por una cosa de la vida toda su independencia espiritual, | |
resignarse a cumplir obligaciones y deberes sociales, a guardar consideraciones a un | |
suegro, a una suegra, a un cu�ado; cosa que le horrorizaba. | |
Seguramente entre aquellas muchachas de Alcolea, que no sal�an m�s que los | |
domingos a la iglesia, vestidas como papagayos, con un mal gusto exorbitante, hab�a | |
algunas, quiz� muchas, agradables, simp�ticas. �Pero qui�n las conoc�a? Era casi | |
imposible hablar con ellas. Solamente el marido podr�a llegar a saber su manera de ser y | |
de sentir. | |
Andr�s se hubiera casado con cualquiera, con una muchacha sencilla; pero no sab�a | |
d�nde encontrarla. Las dos se�oritas que trataba un poco eran la hija del m�dico | |
S�nchez y la del secretario. | |
La hija de S�nchez quer�a ir monja; la del secretario era de una cursiler�a | |
verdaderamente venenosa; tocaba el piano muy mal, calcaba las laminitas del "Blanco y | |
Negro" y luego las iluminaba, y ten�a unas ideas rid�culas y falsas de todo. | |
De no casarse Andr�s pod�a transigir e ir con los perdidos del pueblo a casa de la | |
Fulana o de la Zutana, a estas dos calles en donde las mujeres de vida airada viv�an | |
como en los antiguos burdeles medievales; pero esta promiscuidad era ofensiva para su | |
orgullo. �Qu� m�s triunfo para la burgues�a local y m�s derrota para su personalidad si | |
se hubiesen contado sus devaneos? No; prefer�a estar enfermo. | |
Andr�s decidi� limitar la alimentaci�n, tomar s�lo vegetales y no probar la carne, ni | |
el vino, ni el caf�. Varias horas despu�s de comer y de cenar beb�a grandes cantidades | |
de agua. El odio contra el esp�ritu del pueblo le sosten�a en su lucha secreta, era uno de | |
esos odios profundos, que llegan a dar serenidad al que lo siente, un desprecio �pico y | |
altivo. Para �l no hab�a burlas, todas resbalaban por su coraza de impasibilidad. | |
Algunas veces pensaba que esta actitud no era l�gica. �Un hombre que quer�a ser de | |
ciencia y se incomodaba porque las cosas no eran como �l hubiese deseado! Era | |
absurdo. La tierra all� era seca; no hab�a �rboles, el clima era duro, la gente ten�a que ser | |
dura tambi�n. | |
La mujer del secretario del ayuntamiento y presidenta de la Sociedad del Perpetuo | |
Socorro, le dijo un d�a: | |
--Usted, Hurtado, quiere demostrar que se puede no tener religi�n y ser m�s bueno | |
que los religiosos. | |
--�M�s bueno, se�ora? --replic� Andr�s--. Realmente, eso no es dif�cil. | |
Al cabo de un mes del nuevo r�gimen, Hurtado estaba mejor; la comida escasa y | |
s�lo vegetal, el ba�o, el ejercicio al aire libre le iban haciendo un hombre sin nervios. | |
Ahora se sent�a como divinizado por su ascetismo, libre; comenzaba a vislumbrar ese | |
estado de "ataraxia", cantado por los epic�reos y los pirronianos. | |
Ya no experimentaba c�lera por las cosas ni por las personas. | |
Le hubiera gustado comunicar a alguien sus impresiones y pens� en escribir a | |
Iturrioz; pero luego crey� que su situaci�n espiritual era m�s fuerte siendo �l s�lo el | |
�nico testigo de su victoria. | |
Ya comenzaba a no tener esp�ritu agresivo. Se levantaba muy temprano, con la | |
aurora, y paseaba por aquellos campos llanos, por los vi�edos, hasta un olivar que �l | |
llamaba el tr�gico por su aspecto. | |
Aquellos olivos viejos, centenarios, retorcidos, parec�an enfermos atacados por el | |
t�tanos; entre ellos se levantaba una casa aislada y baja con bardales de cambroneras, y | |
en el v�rtice de la colina hab�a un molino de viento tan extraordinario, tan absurdo, con | |
su cuerpo rechoncho y sus brazos chirriantes, que a Andr�s le dejaba siempre | |
sobrecogido. | |
Muchas veces sal�a de casa cuando a�n era de noche y ve�a la estrella del | |
crep�sculo palpitar y disolverse como una perla en el horno de la aurora llena de | |
resplandores. | |
Por las noches, Andr�s se refugiaba en la cocina, cerca del fog�n bajo. Dorotea, la | |
vieja y la ni�a hac�an sus labores al amor de la lumbre y Hurtado charlaba o miraba | |
arder los sarmientos. | |
IX.- La mujer del t�o Garrota | |
Una noche de invierno, un chico fue a llamar a Andr�s; una mujer hab�a ca�do a la | |
calle y estaba muri�ndose. | |
Hurtado se emboz� en la capa, y de prisa, acompa�ado del chico, lleg� a una calle | |
extraviada, cerca de una posada de arrieros que se llamaba el Parador de la Cruz. | |
Se encontr� con una mujer privada de sentido, y asistida por unos cuantos vecinos | |
que formaban un grupo alrededor de ella. | |
Era la mujer de un prendero llamado el t�o Garrota; ten�a la cabeza ba�ada en | |
sangre y hab�a perdido el conocimiento. | |
Andr�s hizo que llevaran a la mujer a la tienda y que trajeran una luz; ten�a la vieja | |
una conmoci�n cerebral. | |
Hurtado le hizo una sangr�a en el brazo. Al principio la sangre negra, coagulada, no | |
sal�a de la vena abierta; luego comenz� a brotar despacio; despu�s m�s regularmente, y | |
la mujer respir� con relativa facilidad. | |
En este momento lleg� el juez con el actuario y dos guardias, y fue interrogando, | |
primero a los vecinos y despu�s a Hurtado. | |
--�C�mo se encuentra esta mujer? --le dijo. | |
--Muy mal. | |
--�Se podr� interrogarla? | |
--Por ahora, no; veremos si recobra el conocimiento. | |
--Si lo recobra av�seme usted en seguida. Voy a ver el sitio por donde se ha tirado y | |
a interrogar al marido. | |
La tienda era una prender�a repleta de trastos viejos que hab�a por todos los rincones | |
y colgaban del techo; las paredes estaban atestadas de fusiles y escopetas antiguas, | |
sables y machetes. | |
Andr�s estuvo atendiendo a la mujer hasta que �sta abri� los ojos y pareci� darse | |
cuenta de lo que le pasaba. | |
--Llamadle al juez --dijo Andr�s a los vecinos. | |
El juez vino en seguida. | |
--Esto se complica --murmur�--; luego pregunt� a Andr�s: �Qu�? �Entiende | |
algo? | |
--S�, parece que s�. | |
Efectivamente, la expresi�n de la mujer era de inteligencia. | |
--�Se ha tirado usted, o la han tirado a usted desde la ventana? --pregunt� el juez. | |
--�Eh! --dijo ella. | |
--�Qui�n la ha tirado? | |
--�Eh! | |
--�Qui�n la ha tirado? | |
--Garro... Garro... --murmur� la vieja haciendo un esfuerzo. | |
El juez y el actuario y los guardias quedaron sorprendidos. | |
--Quiere decir Garrota --dijo uno. | |
--S�, es una acusaci�n contra �l --dijo el juez--. �No le parece a usted, doctor? | |
--Parece que s�. | |
--�Por qu� le ha tirado a usted? | |
--Garro... Garro... --volvi� a decir la vieja. | |
--No quiere decir m�s sino que es su marido --afirm� un guardia. | |
--No, no es eso --repuso Andr�s--. La lesi�n la tiene en el lado izquierdo. | |
--�Y eso qu� importa? --pregunt� el guardia. | |
--C�llese usted --dijo el juez--. �Qu� supone usted, doctor? | |
--Supongo que esta mujer se encuentra en un estado de afasia. La lesi�n la tiene en | |
el lado izquierdo del cerebro; probablemente la tercera circunvoluci�n frontal, que se | |
considera como un centro del lenguaje, estar� lesionada. Esta mujer parece que | |
entiende, pero no puede articular m�s que esa palabra. A ver, preg�ntele usted otra cosa. | |
--�Est� usted mejor? --dijo el juez. | |
--�Eh! | |
--�Si est� usted ya mejor? | |
--Garro... Garro... --contest� ella. | |
--S�; dice a todo lo mismo --afirm� el juez. | |
--Es un caso de afasia o de sordera verbal --a�adi� Andr�s. | |
--Sin embargo..., hay muchas sospechas contra el marido --replic� el actuario. | |
Hab�an llamado al cura para sacramentar a la moribunda. | |
Le dejaron solo y Andr�s subi� con el juez. La prender�a del t�o Garrota ten�a una | |
escalera de caracol para el primer piso. | |
�ste constaba de un vest�bulo, la cocina, dos alcobas y el cuarto desde donde se | |
hab�a tirado la vieja. En medio de este cuarto hab�a un brasero, una badila sucia y una | |
serie de manchas de sangre que segu�an hasta la ventana. | |
--La cosa tiene el aspecto de un crimen --dijo el Juez. | |
--�Cree usted? --pregunt� Andr�s. | |
--No, no creo nada; hay que confesar que los indicios se presentan como en una | |
novela polic�aca para despistar a la opini�n. Esta mujer que se le pregunta qui�n la ha | |
tirado, y dice el nombre de su marido; esta badila llena de sangre; las manchas que | |
llegan hasta la ventana, todo hace sospechar lo que ya han comenzado a decir los | |
vecinos. | |
--�Qu� dicen? | |
--Le acusan al t�o Garrota, al marido de esta mujer. Suponen que el t�o Garrota y su | |
mujer ri�eron; que �l le dio con la badila en la cabeza; que ella huy� a la ventana a pedir | |
socorro, y que entonces �l, agarr�ndola de la cintura, la arroj� a la calle. | |
--Puede ser. | |
--Y puede no ser. | |
Abonaba esta versi�n la mala fama del t�o Garrota y su complicidad manifiesta en | |
las muertes de dos jugadores, el Ca�amero y el Pollo, ocurridas hac�a unos diez a�os | |
cerca de Daimiel. | |
--Voy a guardar esta badila --dijo el juez. | |
--Por si acaso no deb�an tocarla --repuso Andr�s--; las huellas pueden servirnos | |
de mucho. | |
El juez meti� la badila en un armario, lo cerr� y llam� al actuario para que lo | |
lacrase. Se cerr� tambi�n el cuarto y se guard� la llave. | |
Al bajar a la prender�a Hurtado y el juez, la mujer del t�o Garrota hab�a muerto. | |
El juez mand� que trajeran a su presencia al marido. Los guardias le hab�an atado | |
las manos. | |
El t�o Garrota era un hombre ya viejo, corpulento, de mal aspecto, tuerto, de cara | |
torva, llena de manchas negras, producidas por una perdigonada que le hab�an soltado | |
hac�a a�os en la cara. | |
En el interrogatorio se puso en claro que el t�o Garrota era borracho, y hablaba de | |
matar a uno o de matar a otro con frecuencia. | |
El t�o Garrota no neg� que daba malos tratos a su mujer; pero s� que la hubiese | |
matado. Siempre conclu�a diciendo: | |
--Se�or juez, yo no he matado a mi mujer. He dicho, es verdad, muchas veces que | |
la iba a matar; pero no la he matado. | |
El juez, despu�s del interrogatorio, envi� al t�o Garrota incomunicado a la c�rcel. | |
--�Qu� le parece a usted? --le pregunt� el Juez a Hurtado. | |
--Para m� es una cosa clara; este hombre es inocente. | |
El juez, por la tarde fue a ver al t�o Garrota a la c�rcel, y dijo que empezaba a creer | |
que el prendero no hab�a matado a su mujer. | |
La opini�n popular quer�a suponer que Garrota era un criminal. Por la noche el | |
doctor S�nchez asegur� en el casino que era indudable que el t�o Garrota hab�a tirado | |
por la ventana a su mujer, y que el juez y Hurtado tend�an a salvarle, Dios sabe por qu�; | |
pero que en la autopsia aparecer�a la verdad. | |
Al saberlo Andr�s fue a ver al juez y le pidi� nombrara a don Tom�s Solana, el otro | |
m�dico, como �rbitro para presenciar la autopsia, por si acaso hab�a divergencia entre el | |
dictamen de S�nchez y el suyo. | |
La autopsia se verific� al d�a siguiente por la tarde; se hizo una fotograf�a de las | |
heridas de la cabeza producidas por la badila y se se�alaron unos cardenales que ten�a la | |
mujer en el cuello. | |
Luego se procedi� a abrir las tres cavidades y se encontr� la fractura craneana, que | |
cog�a parte del frontal y del parietal y que hab�a ocasionado la muerte. En los pulmones | |
y en el cerebro aparecieron manchas de sangre, peque�as y redondas. | |
En la exposici�n de los datos de la autopsia estaban conformes los tres m�dicos; en | |
su opini�n, acerca de las causas de la muerte, diverg�an. | |
S�nchez daba la versi�n popular. Seg�n �l, la interfecta, al sentirse herida en la | |
cabeza por los golpes de la badila, corri� a la ventana a pedir socorro; all� una mano | |
poderosa la sujet� por el cuello, produci�ndole una contusi�n y un principio de asfixia | |
que se evidenciaba en las manchas petequiales de los pulmones y del cerebro, y | |
despu�s, lanzada a la calle, hab�a sufrido la conmoci�n cerebral y la fractura de cr�neo, | |
que le produjo la muerte. La misma mujer, en la agon�a, hab�a repetido el nombre del | |
marido indicando qui�n era su matador. | |
Hurtado dec�a primeramente que las heridas de la cabeza eran tan superficiales que | |
no estaban hechas por un brazo fuerte, sino por una mano d�bil y convulsa; que los | |
cardenales del cuello proced�an de contusiones anteriores al d�a de la muerte, y que | |
respecto a las manchas de sangre en los pulmones y en el cerebro no eran producidas | |
por un principio de asfixia, sino por el alcoholismo inveterado de la interfecta. Con | |
estos datos, Hurtado aseguraba que la mujer, en un estado alcoh�lico, evidenciado por el | |
aguardiente encontrado en su est�mago, y presa de man�a suicida, hab�a comenzado a | |
herirse ella misma con la badila en la cabeza, lo que explicaba la superficialidad de las | |
heridas, que apenas interesaban el cuero cabelludo, y despu�s, en vista del resultado | |
negativo para producirse la muerte, hab�a abierto la ventana y se hab�a tirado de cabeza | |
a la calle. Respecto a las palabras pronunciadas por ella, estaba claramente demostrado | |
que al decirlas se encontraba en un estado af�sico. | |
Don Tom�s, el m�dico arist�crata, en su informe hac�a equilibrios, y en conjunto no | |
dec�a nada. | |
S�nchez estaba en la actitud popular; todo el mundo cre�a culpable al t�o Garrota, y | |
algunos llegaban a decir que, aunque no lo fuera, hab�a que castigarlo, porque era un | |
desalmado capaz de cualquier fechor�a. | |
El asunto apasion� al pueblo; se hicieron una porci�n de pruebas; se estudiaron las | |
huellas frescas de sangre de la badila, y se vio no coincid�an con los dedos del prendero; | |
se hizo que un empleado de la c�rcel, amigo suyo, le emborrachara y le sonsacara. El t�o | |
Garrota confes� su participaci�n en las muertes del Pollo y del Ca�amero; pero afirm� | |
repetidas veces entre furiosos juramentos que no y que no. No ten�a nada que ver en la | |
muerte de su mujer, y aunque le condenaran por decir que no y le salvaran por decir que | |
s�, dir�a que no, porque esa era la verdad. | |
El juez, despu�s de repetidos interrogatorios, comprendi� la inocencia del prendero | |
y lo dej� en libertad. | |
El pueblo se consider� defraudado. Por indicios, por instinto, la gente adquiri� la | |
convicci�n de que el t�o Garrota, aunque capaz de matar a su mujer, no la hab�a matado; | |
pero no quiso reconocer la probidad de Andr�s y del juez. El peri�dico de la capital que | |
defend�a a los Mochuelos escribi� un art�culo con el t�tulo "�Crimen o suicidio?", en el | |
que supon�a que la mujer del t�o Garrota se hab�a suicidado; en cambio, otro peri�dico | |
de la capital, defensor de los Ratones, asegur� que se trataba de un crimen y que las | |
influencias pol�ticas hab�an salvado al prendero. | |
--Habr� que ver lo que habr�n cobrado el m�dico y el juez --dec�a la gente. | |
A S�nchez, en cambio, lo elogiaban todos. | |
--Ese hombre iba con lealtad. | |
--Pero no era cierto lo que dec�a --replicaba alguno. | |
--S�; pero �l iba con honradez. | |
Y no hab�a manera de convencer a la mayor�a de otra cosa. | |
X.- Despedida | |
Andr�s, que hasta entonces hab�a tenido simpat�a entre la gente pobre, vio que la | |
simpat�a se trocaba en hostilidad. En la primavera decidi� marcharse y presentar la | |
dimisi�n de su cargo. | |
Un d�a de mayo fue el fijado para la marcha; se despidi� de don Blas Carre�o y del | |
juez y tuvo un violento altercado con S�nchez, quien, a pesar de ver que el enemigo se | |
le iba, fue bastante torpe para recriminarle con acritud. | |
Andr�s le contest� rudamente y dijo a su compa�ero unas cuantas verdades un poco | |
explosivas. | |
Por la tarde, Andr�s prepar� su equipaje y luego sali� a pasear. | |
Hac�a un d�a tempestuoso con vagos rel�mpagos, que brillaban entre dos nubes. Al | |
anochecer comenz� a llover y Andr�s volvi� a su casa. | |
Aquella tarde Pepinito, su hija y la abuela hab�an ido al Maillo, un peque�o | |
balneario pr�ximo a Alcolea. | |
Andr�s acab� de preparar su equipaje. A la hora de cenar entr� la patrona en su | |
cuarto. | |
--�Se va usted de verdad ma�ana, don Andr�s? | |
--S�. | |
--Estamos solos; cuando usted quiera cenaremos. | |
--Voy a terminar en un momento. | |
--Me da pena verle a usted marchar. Ya le ten�amos a usted como de la familia. | |
--�Qu� se le va a hacer! Ya no me quieren en el pueblo. | |
--No lo dir� usted por nosotros. | |
--No, no lo digo por ustedes. Es decir, no lo digo por usted. Si siento dejar el | |
pueblo, es m�s que nada por usted. | |
--�Bah! Don Andr�s. | |
--Cr�alo usted o no lo crea, tengo una gran opini�n de usted. Me parece usted una | |
mujer muy buena, muy inteligente... | |
--�Por Dios, don Andr�s, que me va usted a confundir! --dijo ella riendo. | |
--Conf�ndase usted todo lo que quiera, Dorotea. Eso no quita para que sea verdad. | |
Lo malo que tiene usted... | |
--Vamos a ver lo malo... --replic� ella con seriedad fingida. | |
--Lo malo que tiene usted --sigui� diciendo Andr�s-- es que est� usted casada con | |
un hombre que es un idiota, un imb�cil petulante, que le hace sufrir a usted, y a quien yo | |
como usted le enga�ar�a con cualquiera. | |
--�Jes�s! �Dios m�o! �Qu� cosas me est� usted diciendo! | |
--Son las verdades de la despedida... Realmente yo he sido un imb�cil en no | |
haberle hecho a usted el amor. | |
--�Ahora se acuerda usted de eso, don Andr�s? | |
--S�, ahora me acuerdo. No crea usted que no lo he pensado otras veces; pero me ha | |
faltado decisi�n. Hoy estamos solos en toda la casa. �No? | |
--S�, estamos solos. Adi�s, don Andr�s; me voy. | |
--No se vaya usted, tengo que hablarle. | |
Dorotea, sorprendida del tono de mando de Andr�s, se qued�. | |
--�Qu� me quiere usted? --dijo. | |
--Qu�dese usted aqu� conmigo. | |
--Pero yo soy una mujer honrada, don Andr�s --replic� Dorotea con voz ahogada. | |
--Ya lo s�, una mujer honrada y buena, casada con un idiota. Estamos solos, nadie | |
habr�a de saber que usted hab�a sido m�a. Esta noche para usted y para m� ser�a una | |
noche excepcional, extra�a... | |
--S�, �y el remordimiento? | |
--�Remordimiento? | |
Andr�s, con lucidez, comprendi� que no deb�a discutir este punto. | |
--Hace un momento no cre�a que le iba a usted a decir esto. �Por qu� se lo digo? | |
No s�. Mi coraz�n palpita ahora como un martillo de fragua. | |
Andr�s se tuvo que apoyar en el hierro de la cama, p�lido y tembloroso. | |
--�Se pone usted malo? --murmur� Dorotea con voz ronca. | |
--No; no es nada. | |
Ella estaba tambi�n turbada, palpitante. Andr�s apag� la luz y se acerc� a ella. | |
Dorotea no resisti�. Andr�s estaba en aquel momento en plena inconsciencia... | |
Al amanecer comenz� a brillar la luz del d�a por entre las rendijas de las maderas. | |
Dorotea se incorpor�. Andr�s quiso retenerla entre sus brazos. | |
--No, no --murmur� ella con espanto, y levant�ndose r�pidamente huy� del cuarto. | |
Andr�s se sent� en la cama at�nito, asombrado de s� mismo. | |
Se encontraba en un estado de irresoluci�n completa; sent�a en la espalda como si | |
tuviera una plancha que le sujetara los nervios y ten�a temor de tocar con los pies el | |
suelo. | |
Sentado, abatido, estuvo con la frente apoyada en las manos, hasta que oy� el ruido | |
del coche que ven�a a buscarle. Se levant�, se visti� y abri� la puerta antes que | |
llamaran, por miedo al pensar en el ruido de la aldaba; un mozo entr� en el cuarto y | |
carg� con el ba�l y la maleta y los llev� al coche. | |
Andr�s se puso el gab�n y subi� a la diligencia, que comenz� a marchar por la | |
carretera polvorienta. | |
--�Qu� absurdo! �Qu� absurdo es todo esto! --exclam� luego--. Y se refer�a a su | |
vida y a esta �ltima noche tan inesperada, tan aniquiladora. | |
En el tren su estado nervioso empeor�. Se sent�a desfallecido, mareado. Al llegar a | |
Aranjuez se decidi� a bajar del tren. Los tres d�as que pas� aqu� tranquilizaron y | |
calmaron sus nervios. | |
Sexta parte: La experiencia en Madrid | |
I.- Comentario a lo pasado | |
A los pocos d�as de llegar a Madrid, Andr�s se encontr� con la sorpresa | |
desagradable de que se iba a declarar la guerra a los Estados Unidos. Hab�a alborotos, | |
manifestaciones en las calles, m�sica patri�tica a todo pasto. | |
Andr�s no hab�a seguido en los peri�dicos aquella cuesti�n de las guerras | |
coloniales; no sab�a a punto fijo de qu� se trataba. Su �nico criterio era el de la criada | |
vieja de la Dorotea, que sol�a cantar a voz en grito mientras lavaba, esta canci�n: | |
Parece mentira que por unos mulatos | |
Estemos pasando tan malitos ratos. | |
A Cuba se llevan la flor de la Espa�a | |
Y aqu� no se queda m�s que la morralla. | |
Todas las opiniones de Andr�s acerca de la guerra estaban condensadas en este | |
cantar de la vieja criada. | |
Al ver el cariz que tomaba el asunto y la intervenci�n de los Estados Unidos, | |
Andr�s qued� asombrado. | |
En todas partes no se hablaba m�s que de la posibilidad del �xito o del fracaso. El | |
padre de Hurtado cre�a en la victoria espa�ola; pero en una victoria sin esfuerzo; los | |
yanquis, que eran todos vendedores de tocino, al ver a los primeros soldados espa�oles, | |
dejar�an las armas y echar�an a correr. El hermano de Andr�s, Pedro, hac�a vida de | |
"sportman" y no le preocupaba la guerra; a Alejandro le pasaba lo mismo; Margarita | |
segu�a en Valencia. | |
Andr�s encontr� un empleo en una consulta de enfermedades del est�mago, | |
sustituyendo a un m�dico que hab�a ido al extranjero por tres meses. | |
Por la tarde Andr�s iba a la consulta, estaba all� hasta el anochecer, luego marchaba | |
a cenar a casa y por la noche sal�a en busca de noticias. | |
Los peri�dicos no dec�an m�s que necedades y bravuconadas; los yanquis no | |
estaban preparados para la guerra; no ten�an ni uniformes para sus soldados. En el pa�s | |
de las m�quinas de coser el hacer unos cuantos uniformes era un conflicto enorme, | |
seg�n se dec�a en Madrid. | |
Para colmo de ridiculez, hubo un mensaje de Castelar a los yanquis. Cierto que no | |
ten�a las proporciones bufo-grandilocuentes del manifiesto de V�ctor Hugo a los | |
alemanes para que respetaran Par�s; pero era bastante para que los espa�oles de buen | |
sentido pudieran sentir toda la vacuidad de sus grandes hombres. | |
Andr�s sigui� los preparativos de la guerra con una emoci�n intensa. | |
Los peri�dicos tra�an c�lculos completamente falsos. Andr�s lleg� a creer que hab�a | |
alguna raz�n para los optimismos. | |
D�as antes de la derrota encontr� a Iturrioz en la calle. | |
--�Qu� le parece a usted esto? --le pregunt�. | |
--Estamos perdidos. | |
--�Pero si dicen que estamos preparados? | |
--S�, preparados para la derrota. S�lo a ese chino, que los espa�oles consideramos | |
como el colmo de la candidez, se le pueden decir las cosas que nos est�n diciendo los | |
peri�dicos. | |
--Hombre, yo no veo eso. | |
--Pues no hay m�s que tener ojos en la cara y comparar la fuerza de las escuadras. | |
T�, f�jate; nosotros tenemos en Santiago de Cuba seis barcos viejos, malos y de poca | |
velocidad; ellos tienen veintiuno, casi todos nuevos, bien acorazados y de mayor | |
velocidad. | |
Los seis nuestros, en conjunto, desplazan aproximadamente veintiocho mil | |
toneladas; los seis primeros suyos sesenta mil. Con dos de sus barcos pueden echar a | |
pique toda nuestra escuadra; con veintiuno no van a tener sitio d�nde apuntar. | |
--�De manera que usted cree que vamos a la derrota? | |
--No a la derrota, a una cacer�a. Si alguno de nuestros barcos puede salvarse ser� | |
una gran cosa. | |
Andr�s pens� que Iturrioz pod�a enga�arse; pero pronto los acontecimientos le | |
dieron la raz�n. | |
El desastre hab�a sido como dec�a �l; una cacer�a, una cosa rid�cula. | |
A Andr�s le indign� la indiferencia de la gente al saber la noticia. Al menos �l hab�a | |
cre�do que el espa�ol, inepto para la ciencia y para la civilizaci�n, era un patriota | |
exaltado y se encontraba que no; despu�s del desastre de las dos peque�as escuadras | |
espa�olas en Cuba y en Filipinas, todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo; | |
aquellas manifestaciones y gritos hab�an sido espuma, humo de paja, nada. | |
Cuando la impresi�n del desastre se le pas�, Andr�s fue a casa de Iturrioz; hubo | |
discusi�n entre ellos. | |
--Dejemos todo eso, ya que afortunadamente hemos perdido las colonias --dijo su | |
t�o--, y hablemos de otra cosa. �Qu� tal te ha ido en el pueblo? | |
--Bastante mal. | |
--�Qu� te pas�? �Hiciste alguna barbaridad? | |
--No; tuve suerte. Como m�dico he quedado bien. Ahora, personalmente, he tenido | |
poco �xito. | |
--Cuenta, veamos tu odisea en esa tierra de Don Quijote. | |
Andr�s cont� sus impresiones en Alcolea. Iturrioz le escuch� atentamente. | |
--�De manera que all� no has perdido tu virulencia ni te has asimilado el medio? | |
--Ninguna de las dos cosas. Yo era all� una bacteridia colocada en un caldo | |
saturado de �cido f�nico. | |
--�Y esos manchegos son buena gente? | |
--S�, muy buena gente; pero con una moral imposible. | |
--Pero esa moral, �no ser� la defensa de la raza que vive en una tierra pobre y de | |
pocos recursos? | |
--Es muy posible; pero si es as�, ellos no se dan cuenta de este motivo. | |
--Ah, claro. �En d�nde un pueblo del campo ser� un conjunto de gente con | |
conciencia? �En Inglaterra, en Francia, en Alemania? En todas partes el hombre en su | |
estado natural es un canalla, idiota y ego�sta. Si ah� en Alcolea es una buena persona, | |
hay que decir que los alcoleanos son gente superior. | |
--No digo que no. Los pueblos como Alcolea est�n perdidos porque el ego�smo y el | |
dinero no est� repartido equitativamente; no lo tienen m�s que unos cuantos ricos; en | |
cambio entre los pobres no hay sentido individual. El d�a que cada alcoleano se sienta a | |
s� mismo y diga: no transijo, ese d�a el pueblo marchar� hacia adelante. | |
--Claro; pero para ser ego�sta hay que saber; para protestar hay que discurrir. Yo | |
creo que la civilizaci�n le debe m�s al ego�smo que a todas las religiones y utop�as | |
filantr�picas. El ego�smo ha hecho el sendero, el camino, la calle, el ferrocarril, el barco, | |
todo. | |
--Estamos conformes. Por eso indigna ver a esa gente, que no tiene nada que ganar | |
con la maquinaria social que, a cambio de cogerle al hijo y llevarlo a la guerra, no les da | |
m�s que miseria y hambre para la vejez, y que aun as� la defienden. | |
--Eso tiene una gran importancia individual, pero no social. | |
Todav�a no ha habido una sociedad que haya intentado un sistema de justicia | |
distributiva, y, a pesar de eso, el mundo, no digamos que marcha, pero al menos se | |
arrastra y las mujeres siguen dispuestas a tener hijos. | |
--Es imb�cil. | |
--Amigo, es que la naturaleza es muy sabia. No se contenta s�lo con dividir a los | |
hombres en felices y en desdichados, en ricos y pobres, sino que da al rico el esp�ritu de | |
la riqueza, y al pobre el esp�ritu de la miseria. T� sabes c�mo se hacen las abejas | |
obreros; se encierra a la larva en un alveolo peque�o y se le da una alimentaci�n | |
deficiente. La larva �sta se desarrolla de una manera incompleta; es una obrera, una | |
proletaria, que tiene el esp�ritu del trabajo y de la sumisi�n. As� sucede entre los | |
hombres, entre el obrero y el militar, entre el rico y el pobre. | |
--Me indigna todo esto --exclam� Andr�s. | |
--Hace unos a�os --sigui� diciendo Iturrioz-- me encontraba yo en la isla de Cuba | |
en un ingenio donde estaban haciendo la zafra. | |
Varios chinos y negros llevaban la ca�a en manojos a una m�quina con grandes | |
cilindros que la trituraba. | |
Contempl�bamos el funcionamiento del aparato, cuando de pronto vemos a uno de | |
los chinos que lucha arrastrado. El capataz blanco grita para que paren la m�quina. | |
El maquinista no atiende a la orden y el chino desaparece e inmediatamente sale | |
convertido en una s�bana de sangre y de huesos machacados. Los blancos que | |
presenci�bamos la escena nos quedamos consternados; en cambio los chinos y los | |
negros se re�an. Ten�an esp�ritu de esclavos. | |
--Es desagradable. | |
--S�, como quieras; pero son los hechos y hay que aceptarlos y acomodarse a ellos. | |
Otra cosa es una simpleza. Intentar andar entre los hombres, en ser superior, como t� | |
has querido hacer en Alcolea, es absurdo. | |
--Yo no he intentado presentarme como ser superior --replic� Andr�s con | |
viveza--. Yo he ido en hombre independiente. A tanto trabajo, tanto sueldo. Hago lo | |
que me encargan, me pagan, y ya est�. | |
--Eso no es posible; cada hombre no es una estrella con su �rbita independiente. | |
--Yo creo que el que quiere serlo lo es. | |
--Tendr� que sufrir las consecuencias. | |
--�Ah, claro! Yo estoy dispuesto a sufrirlas. El que no tiene dinero paga su libertad | |
con su cuerpo; es una onza de carne que hay que dar, que lo mismo le pueden sacar a | |
uno del brazo que del coraz�n. El hombre de verdad busca antes que nada su | |
independencia; se necesita ser un pobre diablo o tener alma de perro para encontrar | |
mala la libertad. �Que no es posible? �Que el hombre no puede ser independiente como | |
una estrella de otra? A esto no se puede decir m�s sino que es verdad, | |
desgraciadamente. | |
--Veo que vienes l�rico del pueblo. | |
--Ser� la influencia de las migas. | |
--O del vino manchego. | |
--No; no lo he probado. | |
--�Y quer�as que tuvieran simpat�a por ti y despreciabas el producto mejor del | |
pueblo? Bueno, �qu� piensas hacer? | |
--Ver si encuentro alg�n sitio donde trabajar. | |
--�En Madrid? | |
--S�, en Madrid. | |
--�Otra experiencia? | |
--Eso es, otra experiencia. | |
--Bueno, vamos ahora a la azotea. | |
II.- Los amigos | |
A principio de oto�o, Andr�s qued� sin nada que hacer. Don Pedro se hab�a | |
encargado de hablar a sus amigos influyentes, a ver si encontraban alg�n destino para su | |
hijo. | |
Hurtado pasaba las ma�anas en la Biblioteca Nacional, y por las tardes y noches | |
paseaba. Una noche, al cruzar por delante del teatro de Apolo, se encontr� con | |
Montaner. | |
--Chico, �cu�nto tiempo! --exclam� el antiguo condisc�pulo, acerc�ndosele. | |
--S�, ya hace algunos a�os que no nos hemos visto. | |
Subieron juntos la cuesta de la calle de Alcal�, y al llegar a la esquina de la de | |
Peligros, Montaner insisti� para que entraran en el caf� de Fornos. | |
--Bueno, vamos --dijo Andr�s. | |
Era s�bado y hab�a gran entrada; las mesas estaban llenas; los trasnochadores, de | |
vuelta de los teatros, se preparaban a cenar, y algunas busconas paseaban la mirada de | |
sus ojos pintados por todo el �mbito de la sala. | |
Montaner tom� �vidamente el chocolate que le trajeron, y despu�s le pregunt� a | |
Andr�s: | |
--�Y t�, qu� haces? --Ahora nada. He estado en un pueblo. �Y t�? �Concluiste la | |
carrera? | |
--S�, hace un a�o. No pod�a acabarla, por aquella chica que era mi novia. Me | |
pasaba el d�a entero hablando con ella; pero los padres de la chica se la llevaron a | |
Santander y la casaron all�. Yo entonces fui a Salamanca, y he estado hasta concluir la | |
carrera. | |
--�De manera que te ha convenido que casaran a la novia? | |
--En parte, s�. �Aunque para lo que me sirve el ser m�dico! | |
--�No encuentras trabajo? | |
--Nada. He estado con Julio Aracil. | |
--�Con Julio? | |
--S�. | |
--�De qu�? | |
--De ayudante. | |
--�Ya necesita ayudantes Julio? | |
--S�; ahora ha puesto una cl�nica. El a�o pasado me prometi� protegerme. Ten�a | |
una plaza en el ferrocarril, y me dijo que cuando no la necesitara me la ceder�a a m�. | |
--�Y no te la ha cedido? | |
--No; la verdad es que todo es poco para sostener su casa. | |
--�Pues qu� hace? �Gasta mucho? | |
--S�. | |
--Antes era muy ro�oso. | |
--Y sigue si�ndolo. | |
--�No avanza? | |
--Como m�dico poco, pero tiene recursos: el ferrocarril, unos conventos que visita; | |
es tambi�n accionista de "La Esperanza", una sociedad de �sas, de m�dico, botica y | |
entierro; y tiene participaci�n en una funeraria. | |
--�De manera que se dedica a la explotaci�n de la caridad? | |
--S�; ahora, adem�s, como te dec�a, tiene una cl�nica que ha puesto con dinero del | |
suegro. Yo he estado ayud�ndole; la verdad es que me ha cogido de primo; durante m�s | |
de un mes he hecho de alba�il, de carpintero, de mozo de cuerda y hasta de ni�era; | |
luego me he pasado en la consulta asistiendo a pobres, y ahora que la cosa empieza a | |
marchar, me dice Julio que tiene que asociarse con un muchacho valenciano que se | |
llama Nebot, que le ha ofrecido dinero, y que cuando me necesite me llamar�. | |
--En resumen, que te ha echado. | |
--Lo que t� dices. | |
--�Y qu� vas a hacer? | |
--Voy a buscar un empleo cualquiera. | |
--�De m�dico? | |
--De m�dico o de no m�dico. Me es igual. | |
--�No quieres ir a un pueblo? | |
--No, no; eso nunca. Yo no salgo de Madrid. | |
--Y los dem�s, �qu� han hecho? --pregunt� Andr�s--. �D�nde est� aquel Lamela? | |
--En Galicia. Creo que no ejerce, pero vive bien. De Ca�izo no s� si te acordar�s... | |
--No. | |
--Uno que perdi� curso en anatom�a. | |
--No, no me acuerdo. | |
--Si lo vieras, te acordar�as en seguida --repuso Montaner--. Pues este Ca�izo es | |
un hombre feliz; tiene un peri�dico de carnicer�a. Creo que es muy glot�n, y el otro d�a | |
me dec�a: "Chico, estoy muy contento; los carniceros me regalan lomo, me regalan | |
filetes... | |
Mi mujer me trata bien; me da langosta algunos domingos". | |
--�Qu� animal! | |
--De Ortega s� te acordar�s. | |
--�Uno bajito, rubio? | |
--S�. | |
--Me acuerdo. | |
--�se estuvo de m�dico militar en Cuba, y se acostumbr� a beber de una manera | |
terrible. Alguna vez le he visto y me ha dicho: "Mi ideal es llegar a la cirrosis alcoh�lica | |
y al generalato". | |
--De manera que nadie ha marchado bien de nuestros condisc�pulos. | |
--Nadie o casi nadie, quitando a Ca�izo con su peri�dico de carnicer�a, y con su | |
mujer que los domingos le da langosta. | |
--Es triste todo eso. Siempre en este Madrid la misma interinidad, la misma | |
angustia hecha cr�nica, la misma vida sin vida, todo igual. | |
--S�; esto es un pantano --murmur� Montaner. | |
--M�s que un pantano es un campo de ceniza. �Y Julio Aracil, vive bien? | |
--Hombre, seg�n lo que se entienda por vivir bien. | |
--Su mujer, �c�mo es? | |
--Es una muchacha vistosa, pero �l la est� prostituyendo. | |
--�Por qu�? | |
--Porque la va dando un aire de "cocotte". �l hace que se ponga trajes exagerados, | |
la lleva a todas partes; yo creo que �l mismo la ha aconsejado que se pinte. Y ahora | |
prepara el golpe final. Va a llevar a ese Nebot, que es un muchacho rico, a vivir a su | |
casa y va a ampliar la cl�nica. Yo creo que lo que anda buscando es que Nebot se | |
entienda con su mujer. | |
--�De veras? | |
--S�. Ha mandado poner el cuarto de Nebot en el mejor sitio de la casa, cerca de la | |
alcoba de su mujer. | |
--Demonio. �Es que no la quiere? | |
--Julio no quiere a nadie, se cas� con ella por su dinero. �l tiene una querida que es | |
una se�ora rica, ya vieja. | |
--�De manera que en el fondo, marcha? | |
--�Qu� s� yo! Lo mismo puede hundirse que hacerse rico. | |
Era ya muy tarde y Montaner y Andr�s salieron del caf� y cada cual se fue a su | |
casa. | |
A los pocos d�as Andr�s encontr� a Julio Aracil que entraba en un coche. | |
--�Quieres dar una vuelta conmigo? --le dijo Julio--. Voy al final del barrio de | |
Salamanca, a hacer una visita. | |
--Bueno. | |
Entraron los dos en el coche. | |
--El otro d�a vi a Montaner --le dijo Andr�s. | |
--�Te hablar�a mal de m�? Claro. Entre amigos es indispensable. | |
--S� parece que no est� muy contento de ti. | |
--No me choca. La gente tiene una idea est�pida de las cosas --dijo Aracil con voz | |
col�rica--. | |
No quisiera m�s que tratar con ego�stas absolutos, completos, no con gente | |
sentimental que le dice a uno con las l�grimas en los ojos: | |
Toma este pedazo de pan duro, al que no le puedo hincar el diente, y a cambio | |
conv�dame a cenar todos los d�as en el mejor hotel. | |
Andr�s se ech� a re�r. | |
--La familia de mi mujer es tambi�n de las que tienen una idea imb�cil de la vida | |
--sigui� diciendo Aracil--. Constantemente me est�n poniendo obst�culos. | |
--�Por qu�? --Nada. Ahora se les ocurre decir que el socio que tengo en la cl�nica, | |
le hace el amor a mi mujer y que no le debo tener en casa. Es rid�culo. �Es que voy a ser | |
un Otelo? No; yo le dejo en libertad a mi mujer. Concha no me ha de enga�ar. Yo tengo | |
confianza en ella. | |
--Haces bien. | |
--No s� qu� idea tienen de las cosas --sigui� diciendo Julio-- estas gentes | |
chapadas a la antigua, como dicen ellos. Porque yo comprendo un hombre como t� que | |
es un puritano. �Pero ellos! Que me presentara yo ma�ana y dijera: | |
Estas visitas, que he hecho a don Fulano o a do�a Zutana, no las he querido cobrar | |
porque, la verdad, no he estado acertado... �toda la familia me pondr�a de imb�cil hasta | |
las narices! | |
--�Ah! No tiene duda. | |
--Y si es as�, �a qu� se vienen con esas moralidades rid�culas? | |
--�Y qu� te pasa para necesitar socio? �Gastas mucho? | |
--Mucho; pero todo el gasto que llevo es indispensable. Es la vida de hoy que lo | |
exige. La mujer tiene que estar bien, ir a la moda, tener trajes, joyas... Se necesita | |
dinero, mucho dinero para la casa, para la comida, para la modista, para el sastre, para el | |
teatro, para el coche; yo busco como puedo ese dinero. | |
--�Y no te convendr�a limitarte un poco? --le pregunt� Andr�s. | |
--�Para qu�? �Para vivir cuando sea viejo? No, no; ahora mejor que nunca. Ahora | |
que es uno joven. | |
--Es una filosof�a; no me parece mal, pero vas a inmoralizar tu casa. | |
--A m� la moralidad no me preocupa --replic� Julio--. Aqu�, en confianza, te dir� | |
que una mujer honrada me parece uno de los productos m�s est�pidos y m�s amargos de | |
la vida. | |
--Tiene gracia. | |
--S�, una mujer que no sea algo coqueta no me gusta. Me parece bien que gaste, | |
que se adorne, que se luzca. Un marqu�s, cliente m�o, suele decir: Una mujer elegante | |
deb�a tener m�s de un marido. Al o�rle todo el mundo se r�e. | |
--�Y por qu�? | |
--Porque su mujer, como marido no tiene m�s que uno; pero, en cambio, amantes | |
tiene tres. | |
--�A la vez? | |
--S�, a la vez; es una se�ora muy liberal. | |
--Muy liberal y muy conservadora, si los amantes le ayudan a vivir. | |
--Tienes raz�n, se le puede llamar liberal-conservadora. | |
Llegaron a la casa del cliente. | |
--�Ad�nde quieres ir t�? --le pregunt� Julio. | |
--A cualquier lado. No tengo nada que hacer. | |
--�Quieres que te dejen en la Cibeles? | |
--Bueno. | |
--Vaya usted a la Cibeles y vuelva --le dijo Julio al cochero. | |
Se despidieron los dos antiguos condisc�pulos y Andr�s pens� que por mucho que | |
subiera su compa�ero no era cosa de envidiarle. | |
III.- Ferm�n Ibarra | |
Unos d�as despu�s, Hurtado se encontr� en la calle con Ferm�n Ibarra. Ferm�n | |
estaba desconocido; alto, fuerte, ya no necesitaba bast�n para andar. | |
--Un d�a de �stos me voy --le dijo Ferm�n. | |
--�A d�nde? | |
--Por ahora, a B�lgica; luego, ya ver�. No pienso estar aqu�; probablemente no | |
volver�. | |
--�No? --No. Aqu� no se puede hacer nada; tengo dos o tres patentes de cosas | |
pensadas por m�, que creo que est�n bien; en B�lgica me las iban a comprar, pero yo he | |
querido hacer primero una prueba en Espa�a, y me voy desalentado, descorazonado; | |
aqu� no se puede hacer nada. | |
--Eso no me choca --dijo Andr�s--, aqu� no hay ambiente para lo que t� haces. | |
--Ah, claro --repuso Ibarra--. Una invenci�n supone la recapitulaci�n, la s�ntesis | |
de las fases de un descubrimiento; una invenci�n es muchas veces una consecuencia tan | |
f�cil de los hechos anteriores, que casi se puede decir que se desprende ella sola sin | |
esfuerzo. �D�nde se va a estudiar en Espa�a el proceso evolutivo de un descubrimiento? | |
�Con qu� medios? �En qu� talleres? �En qu� laboratorios? | |
--En ninguna parte. | |
--Pero en fin, a m� esto no me indigna --a�adi� Ferm�n--, lo que me indigna es la | |
suspicacia, la mala intenci�n, la petulancia de esta gente... Aqu� no hay m�s que chulos | |
y se�oritos juerguistas. El chulo domina desde los Pirineos hasta C�diz...; pol�ticos, | |
militares, profesores, curas, todos son chulos con un yo hipertrofiado. | |
--S�, es verdad. | |
--Cuando estoy fuera de Espa�a --sigui� diciendo Ibarra-- quiero convencerme de | |
que nuestro pa�s no est� muerto para la civilizaci�n; que aqu� se discurre y se piensa, | |
pero cojo un peri�dico espa�ol y me da asco; no habla m�s que de pol�ticos y de toreros. | |
Es una verg�enza. | |
Ferm�n Ibarra cont� sus gestiones en Madrid, en Barcelona, en Bilbao. Hab�a | |
millonarios que le hab�an dicho que �l no pod�a exponer dinero sin base; que despu�s de | |
hechas las pruebas con �xito, no tendr�a inconveniente en dar dinero al cincuenta por | |
ciento. | |
--El capital espa�ol est� en manos de la canalla m�s abyecta --concluy� diciendo | |
Ferm�n. | |
Unos meses despu�s, Ibarra le escrib�a desde B�lgica, diciendo que le hab�an hecho | |
jefe de un taller y que sus empresas iban adelante. | |
IV.- Encuentro con Lul� | |
Un amigo del padre de Hurtado, alto empleado en Gobernaci�n, hab�a prometido | |
encontrar un destino para Andr�s. Este se�or viv�a en la calle de San Bernardo. Varias | |
veces estuvo Andr�s en su casa, y siempre le dec�a que no hab�a nada; un d�a le dijo: | |
--Lo �nico que podemos darle a usted es una plaza de m�dico de higiene que va a | |
haber vacante. | |
Diga usted si le conviene y, si le conviene, le tendremos en cuenta. | |
--Me conviene. | |
--Pues ya le avisar� a tiempo. | |
Este d�a, al salir de casa del empleado, en la calle Ancha esquina a la del Pez, | |
Andr�s Hurtado se encontr� con Lul�. Estaba igual que antes; no hab�a variado nada. | |
Lul� se turb� un poco al ver a Hurtado, cosa rara en ella. | |
Andr�s la contempl� con gusto. | |
Estaba con su mantillita, tan fina, tan esbelta, tan graciosa. | |
Ella le miraba, sonriendo un poco ruborizada. | |
--Tenemos mucho que hablar --le dijo Lul�--; yo me estar�a charlando con gusto | |
con usted, pero tengo que entregar un encargo. Mi madre y yo solemos ir los s�bados al | |
caf� de la Luna. �Quiere usted ir por all�? | |
--S�, ir�. | |
--Vaya usted ma�ana que es s�bado. De nueve y media a diez. No falte usted, �eh? | |
--No, no faltar�. | |
Se despidieron, y Andr�s, al d�a siguiente por la noche, se present� en el caf� de la | |
Luna. | |
Estaban do�a Leonarda y Lul� en compa��a de un se�or de anteojos, joven. Andr�s | |
salud� a la madre, que le recibi� secamente, y se sent� en una silla lejos de Lul�. | |
--Si�ntese usted aqu� --dijo ella haci�ndole sitio en el div�n. | |
Se sent� Andr�s cerca de la muchacha. | |
--Me alegro mucho que haya usted venido --dijo Lul�--; ten�a miedo de que no | |
quisiera usted venir. | |
--�Por qu� no hab�a de venir? | |
--�Como es usted tan as�! | |
--Lo que no comprendo es por qu� han elegido ustedes este caf�. �O es que ya no | |
viven all� en la calle del F�car? | |
--�Ca, hombre! Ahora vivimos aqu� en la calle del Pez. �Sabe usted qui�n nos | |
resolvi� la vida de plano? | |
--�Qui�n? | |
--Julio. | |
--�De veras? | |
--S�. | |
--Ya ve usted c�mo no es tan mala persona como usted dec�a. | |
--Oh, igual; lo mismo que yo cre�a o peor. Ya se lo contar� a usted. �Y usted qu� | |
ha hecho? �C�mo ha vivido? Andr�s cont� r�pidamente su vida y sus luchas en Alcolea. | |
--�Oh! �Qu� hombre m�s imposible es usted! --exclam� Lul�--. �Qu� lobo! El | |
se�or de los anteojos, que estaba de conversaci�n con do�a Leonarda, al ver que Lul� | |
no dejaba un momento de hablar con Andr�s, se levant� y se fue. | |
--Lo que es si a usted le importa algo por Lul�, puede usted estar satisfecho --dijo | |
do�a Leonarda con tono desde�oso y agrio. | |
--�Por qu� lo dice usted? --pregunt� Andr�s. | |
--Porque �sta le tiene a usted un cari�o verdaderamente raro. Y la verdad, no s� por | |
qu�. | |
--Yo tampoco s� que a las personas se les tenga cari�o por algo --replic� Lul� | |
vivamente--; se las quiere o no se las quiere; nada m�s. | |
Do�a Leonarda, con un moh�n despectivo, cogi� el peri�dico de la noche y se puso | |
a leerlo. Lul� sigui� hablando con Andr�s. | |
--Pues ver� usted c�mo nos resolvi� la vida Julio --dijo ella en voz baja--. Yo ya | |
le dec�a a usted que era un canalla que no se casar�a con Nin�. Efectivamente, cuando | |
concluy� la carrera comenz� a huir el bulto y a no aparecer por casa. Yo me enter�, y | |
supe que estaba haciendo el amor a una se�orita de buena posici�n. Llam� a Julio y | |
hablamos; me dijo claramente que no pensaba casarse con Nin�. | |
--�As�, sin ambages? | |
--S�; que no le conven�a; que ser�a para �l un engorro casarse con una mujer pobre. | |
Yo me qued� tranquila y le dije: Mira, yo quisiera que t� mismo fueras a ver a don | |
Prudencio y le advirtieras eso. �Qu� quieres que le advierta? --me pregunt� �l--. Pues | |
nada; que no te casas con Nin� porque no tienes medios; en fin, por las razones que me | |
has dado. | |
--Se quedar�a at�nito --exclam� Andr�s--, porque �l pensaba que el d�a que lo | |
dijera iba a haber un cataclismo en la familia. | |
--Se qued� helado, en el mayor asombro. Bueno, bueno --dijo--, ir� a verle y se lo | |
dir�. Yo le comuniqu� la noticia a mi madre, que pens� hacer algunas tonter�as, pero | |
que no las hizo; luego se lo dije a Nin�, que llor� y quiso tomar venganza. Cuando se | |
tranquilizaron las dos, le dije a Nin� que vendr�a don Prudencio y que yo sab�a que a | |
don Prudencio le gustaba ella y que la salvaci�n estaba en don Prudencio. | |
Efectivamente, unos d�as despu�s, vino don Prudencio en actitud diplom�tica; habl� de | |
que si Julio no encontraba destino, de que si no le conven�a ir a un pueblo... Nin� estuvo | |
admirable. Desde entonces, yo ya no creo en las mujeres. | |
--Esa declaraci�n tiene gracia --dijo Andr�s. | |
--Es verdad --replic� Lul�--, porque mire usted que los hombres son mentirosos, | |
pues las mujeres todav�a son m�s. A los pocos d�as don Prudencio se presenta en casa; | |
habla a Nin� y a mam�, y boda. Y all� le hubiera usted visto a Julio unos d�as despu�s en | |
casa, que fue a devolver las cartas a Nin�, con la risa del conejo cuando mam� le dec�a | |
con la boca llena que don Prudencio ten�a tantos miles de duros y una finca aqu� y otra | |
all�... | |
--Le estoy viendo a Julio con esa tristeza que le da pensar que los dem�s tienen | |
dinero. | |
--S�, estaba fren�tico. Despu�s del viaje de boda don Prudencio me pregunt�: -- | |
�T� qu� quieres? �Vivir con tu hermana y conmigo o con tu madre?-- Yo le dije: | |
Casarme no me he de casar; estar sin trabajar tampoco me gusta; lo que preferir�a es | |
tener una tiendecita de confecciones de ropa blanca y seguir trabajando. --Pues nada, lo | |
que necesites d�melo. Y puse la tienda. | |
--�Y la tiene usted? | |
--S�; aqu� en la calle del Pez. Al principio mi madre se opuso, por esas tonter�as de | |
que si mi padre hab�a sido esto o lo otro. Cada uno vive como puede. �No es verdad? | |
--Claro. �Qu� cosa m�s digna que vivir del trabajo! | |
Siguieron hablando Andr�s y Lul� largo rato. Ella hab�a localizado su vida en la | |
casa de la calle del F�car, de tal manera que s�lo lo que se relacionaba con aquel | |
ambiente le interesaba. Pasaron revista a todos los vecinos y vecinas de la casa. | |
--�Se acuerda usted de aquel don Cleto el viejecito? --le pregunt� Lul�. | |
--S�; �qu� hizo? | |
--Muri� el pobre..., me dio una pena. | |
--�Y de qu� muri�? | |
--De hambre. Una noche entramos la Venancia y yo en su cuarto, y estaba | |
acabando, y �l dec�a con aquella vocecita que ten�a: --No, si no tengo nada; no se | |
molesten ustedes; un poco de debilidad nada m�s-- y se estaba muriendo. | |
A la una y media de la noche do�a Leonarda y Lul� se levantaron, y Andr�s las | |
acompa�� hasta la calle del Pez. | |
--�Vendr� usted por aqu�? --le dijo Lul�. | |
--S�; �ya lo creo! | |
--Algunas veces suele venir Julio tambi�n. | |
--�No le tiene usted odio? | |
--�Odio? M�s que odio siento por �l desprecio, pero me divierte, me parece | |
entretenido, como si viera un bicho malo metido debajo de una copa de cristal. | |
V.- M�dico de higiene | |
A los pocos d�as de recibir el nombramiento de m�dico de higiene y de comenzar a | |
desempe�ar el cargo, Andr�s comprendi� que no era para �l. | |
Su instinto antisocial se iba aumentando, se iba convirtiendo en odio contra el rico, | |
sin tener simpat�a por el pobre. | |
--�Yo que siento este desprecio por la sociedad --se dec�a a s� mismo--, teniendo | |
que reconocer y dar patentes a las prostitutas! �Yo que me alegrar�a que cada una de | |
ellas llevara una toxina que envenenara a doscientos hijos de familia! Andr�s se qued� | |
en el destino, en parte por curiosidad, en parte tambi�n para que el que se lo hab�a dado | |
no le considerara como un fatuo. | |
El tener que vivir en este ambiente le hac�a da�o. | |
Ya no hab�a en su vida nada sonriente, nada amable; se encontraba como un hombre | |
desnudo que tuviera que andar atravesando zarzas. Los dos polos de su alma eran un | |
estado de amargura, de sequedad, de acritud, y un sentimiento de depresi�n y de | |
tristeza. | |
La irritaci�n le hac�a ser en sus palabras violento y brutal. | |
Muchas veces a alguna mujer que iba al Registro le dec�a: | |
--�Est�s enferma? | |
--S�. | |
--�T� qu� quieres, ir al hospital o quedarte libre? | |
--Yo prefiero quedarme libre. | |
--Bueno. Haz lo que quieras; por m� puedes envenenar medio mundo; me tiene sin | |
cuidado. | |
En ocasiones, al ver estas busconas que ven�an escoltadas por alg�n guardia, riendo, | |
las increpaba: | |
--No ten�is odio siquiera. | |
Tened odio; al menos vivir�is m�s tranquilas. | |
Las mujeres le miraban con asombro. Odio, �por qu�?, se preguntar�a alguna de | |
ellas. Como dec�a Iturrioz: la naturaleza era muy sabia; hac�a el esclavo, y le daba el | |
esp�ritu de la esclavitud; hac�a la prostituta, y le daba el esp�ritu de la prostituci�n. | |
Este triste proletariado de la vida sexual ten�a su honor de cuerpo. Quiz�s lo tienen | |
tambi�n en la oscuridad de lo inconsciente las abejas obreras y los pulgones, que sirven | |
de vacas a las hormigas. | |
De la conversaci�n con aquellas mujeres sacaba Andr�s cosas extra�as. | |
Entre los due�os de las casas de lenocinio hab�a personas decentes: un cura ten�a | |
dos, y las explotaba con una ciencia evang�lica completa. �Qu� labor m�s cat�lica, m�s | |
conservadora pod�a haber, que dirigir una casa de prostituci�n! Solamente teniendo al | |
mismo tiempo una plaza de toros y una casa de pr�stamos pod�a concebirse algo m�s | |
perfecto. | |
De aquellas mujeres, las libres iban al registro, otras se somet�an al reconocimiento | |
en sus casas. | |
Andr�s tuvo que ir varias veces a hacer estas visitas domiciliarias. | |
En alguna de aquellas casas de prostituci�n distinguidas encontraba se�oritos de la | |
alta sociedad, y era un contraste interesante ver estas mujeres de cara cansada, llena de | |
polvos de arroz, pintadas, dando muestras de una alegr�a ficticia, al lado de gomosos | |
fuertes, de vida higi�nica, rojos, membrudos por el "sport". | |
Espectador de la iniquidad social, Andr�s reflexionaba acerca de los mecanismos | |
que van produciendo esas lacras: el presidio, la miseria, la prostituci�n. | |
--La verdad es que si el pueblo lo comprendiese --pensaba Hurtado--, se matar�a | |
por intentar una revoluci�n social, aunque �sta no sea m�s que una utop�a, un sue�o. | |
Andr�s cre�a ver en Madrid la evoluci�n progresiva de la gente rica que iba | |
hermose�ndose, fortific�ndose, convirti�ndose en casta; mientras el pueblo | |
evolucionaba a la inversa, debilit�ndose, degenerando cada vez m�s. | |
Estas dos evoluciones paralelas eran sin duda biol�gicas; el pueblo no llevaba | |
camino de cortar los jarretes de la burgues�a, e incapaz de luchar, iba cayendo en el | |
surco. | |
Los s�ntomas de la derrota se revelaban en todo. En Madrid, la talla de los j�venes | |
pobres y mal alimentados que viv�an en tabucos era ostensiblemente m�s peque�a que | |
la de los muchachos ricos, de familias acomodadas que habitaban en pisos exteriores. | |
La inteligencia, la fuerza f�sica, eran tambi�n menores entre la gente del pueblo que | |
en la clase adinerada. La casta burguesa se iba preparando para someter a la casta pobre | |
y hacerla su esclava. | |
VI.- La tienda de confecciones | |
Cerca de un mes tard� Hurtado en ir a ver a Lul�, y cuando fue se encontr� un poco | |
sorprendido al entrar en la tienda. Era una tienda bastante grande, con el escaparate | |
ancho y adornado con ropas de ni�o, gorritos rizados y camisas llenas de lazos. | |
--Al fin ha venido usted --le dijo Lul�. | |
--No he podido venir antes. Pero �toda esta tienda es de usted? --pregunt� Andr�s. | |
--S�. | |
--Entonces es usted capitalista; es usted una burguesa infame. | |
Lul� se ri� satisfecha; luego ense�� a Andr�s la tienda, la trastienda y la casa. | |
Estaba todo muy bien arreglado y en orden. | |
Lul� ten�a una muchacha que despachaba y un chico para los recados. Andr�s | |
estuvo sentado un momento. Entraba bastante gente en la tienda. | |
--El otro d�a vino Julio --dijo Lul�-- y hablamos mal de usted. | |
--�De veras? | |
--S�; y me dijo una cosa, que usted hab�a dicho de m�, que me incomod�. | |
--�Qu� le dijo a usted? | |
--Me dijo que usted hab�a dicho una vez, cuando era estudiante, que casarse | |
conmigo era lo mismo que casarse con un orangut�n. �Es verdad que ha dicho usted de | |
m� eso? �Conteste usted! | |
--No lo recuerdo; pero es muy posible. | |
--�Que lo haya dicho usted? | |
--S�. | |
--�Y qu� deb�a hacer yo con un hombre que paga as� la estimaci�n que yo le tengo? | |
--No s�. | |
--�Si al menos, en vez de orangut�n, me hubiera usted llamado mona! | |
--Otra vez ser�. No tenga usted cuidado. | |
Dos d�as despu�s, Hurtado volvi� a la tienda, y los s�bados se reun�a con Lul� y su | |
madre en el caf� de la Luna. Pronto pudo comprobar que el se�or de los anteojos | |
pretend�a a Lul�. Era aquel se�or un farmac�utico que ten�a la botica en la calle del Pez, | |
hombre muy simp�tico e instruido. Andr�s y �l hablaron de Lul�. | |
--�Qu� le parece a usted esta muchacha? --le pregunt� el farmac�utico. | |
--�Qui�n? �Lul�? | |
--S�. | |
--Pues es una muchacha por la que yo tengo una gran estimaci�n --dijo Andr�s. | |
--Yo tambi�n. | |
--Ahora, que me parece que no es una mujer para casarse con ella. | |
--�Por qu�? | |
--Es mi opini�n; a m� me parece una mujer cerebral, sin fuerza org�nica y sin | |
sensualidad, para quien todas las impresiones son puramente intelectuales. | |
--�Qu� s� yo! No estoy conforme. | |
Aquella misma noche Andr�s pudo ver que Lul� trataba demasiado desde�osamente | |
al farmac�utico. | |
Cuando se quedaron solos, Andr�s le dijo a Lul�: | |
--Trata usted muy mal al farmac�utico. Eso no me parece digno de una mujer como | |
usted, que tiene un fondo de justicia. | |
--�Por qu�? | |
--Porque no. Porque un hombre se enamore de usted, �hay motivo para que usted le | |
desprecie? Eso es una bestialidad. | |
--Me da la gana de hacer bestialidades. | |
--Habr�a que desear que a usted le pasara lo mismo, para que supiera lo que es estar | |
desde�ada sin motivo. | |
--�Y usted sabe si a m� me pasa lo mismo? | |
--No; pero me figuro que no. | |
Tengo demasiado mala idea de las mujeres para creerlo. | |
--�De las mujeres en general y de m� en particular? | |
--De todas. | |
--�Qu� mal humor se le va poniendo a usted, don Andr�s! Cuando sea usted viejo | |
no va a haber quien le aguante. | |
--Ya soy viejo. Es que me indignan esas necedades de las mujeres. �Qu� le | |
encuentra usted a ese hombre para desde�arle as�? Es un hombre culto, amable, | |
simp�tico, gana para vivir... | |
--Bueno, bueno; pero a m� me fastidia. Basta ya de esa canci�n. | |
VII.- De los focos de la peste | |
Andr�s sol�a sentarse cerca del mostrador. Lul� le ve�a sombr�o y meditabundo. | |
--Vamos, hombre, �qu� le pasa a usted? --le dijo Lul� un d�a que le vio m�s hosco | |
que de ordinario. | |
--Verdaderamente --murmur� Andr�s-- el mundo es una cosa divertida: | |
hospitales, salas de operaciones, c�rceles, casas de prostituci�n; todo lo peligroso tiene | |
su ant�doto; al lado del amor, la casa de prostituci�n; al lado de la libertad, la c�rcel. | |
Cada instinto subversivo, y lo natural es siempre subversivo, lleva al lado su gendarme. | |
No hay fuente limpia sin que los hombres metan all� las patas y la ensucien. Est� en su | |
naturaleza. | |
--�Qu� quiere usted decir con eso? �Qu� le ha pasado a usted? --pregunt� Lul�. | |
--Nada; este empleo sucio que me han dado, me perturba. Hoy me han escrito una | |
carta las pupilas de una casa de la calle de la Paz que me preocupa. Firman "Unas | |
desgraciadas". | |
--�Qu� dicen? | |
--Nada; que en esos burdeles hacen bestialidades. Estas "desgraciadas" que me | |
env�an la carta me dicen horrores. La casa donde viven se comunica con otra. Cuando | |
hay una visita del m�dico o de la autoridad, a todas las mujeres no matriculadas las | |
esconden en el piso tercero de la otra casa. | |
--�Para qu�? | |
--Para evitar que las reconozcan, para tenerlas fuera del alcance de la autoridad | |
que, aunque injusta y arbitraria, puede dar un disgusto a las amas. | |
--�Y esas mujeres vivir�n mal? | |
--Muy mal; duermen en cualquier rinc�n amontonadas, no comen apenas; les dan | |
unas palizas brutales; y cuando envejecen y ven que ya no tienen �xito, las cogen y las | |
llevan a otro pueblo sigilosamente. | |
--�Qu� vida! �Qu� horror! --murmur� Lul�. | |
--Luego todas estas amas de prost�bulo --sigui� diciendo Andr�s-- tienen la | |
tendencia de martirizar a las pupilas. Hay algunas que llevan un vergajo, como un cabo | |
de vara, para imponer el orden. Hoy he visitado una casa de la calle de Barcelona, en | |
donde el mat�n es un hombre afeminado a quien llaman el Cotorrita, que ayuda a la | |
celestina al secuestro de las mujeres. Este invertido se viste de mujer, se pone | |
pendientes, porque tiene agujeros en las orejas, y va a la caza de muchachas. | |
--Qu� tipo. | |
--Es una especie de halc�n. Este eunuco, por lo que me han contado las mujeres de | |
la casa, es de una crueldad terrible con ellas, y las tiene aterrorizadas. "Aqu� --me ha | |
dicho el Cotorrita-- no se da de baja a ninguna mujer". "�Por qu�?", le he preguntado | |
yo. "Porque no"; y me ha ense�ado un billete de cinco duros. Yo he seguido | |
interrogando a las pupilas y he mandado al hospital a cuatro. | |
Las cuatro estaban enfermas. | |
--�Pero esas mujeres no tienen alguna defensa? | |
--Ninguna, ni nombre, ni estado civil, ni nada. Las llaman como quieren; todas | |
responden a nombres falsos: Blanca, Marina, Estrella, �frica... En cambio, las celestinas | |
y los matones est�n protegidos por la polic�a, formada por chulos y por criados de | |
pol�ticos. | |
--�Vivir�n poco todas ellas? --dijo Lul�. | |
--Muy poco. Todas estas mujeres tienen una mortalidad terrible; cada ama de esas | |
casas de prostituci�n ha visto sucederse y sucederse generaciones de mujeres; las | |
enfermedades, la c�rcel, el hospital, el alcohol, va mermando esos ej�rcitos. Mientras la | |
celestina se conserva agarrada a la vida, todas esas carnes blancas, todos esos cerebros | |
d�biles y sin tensi�n van cayendo al pudridero. | |
--�Y c�mo no se escapan al menos? | |
--Porque est�n cogidas por las deudas. El burdel es un pulpo que sujeta con sus | |
tent�culos a estas mujeres bestias y desdichadas. Si se escapan las denuncian como | |
ladronas, y toda la canalla de curiales las condena. Luego estas celestinas tienen | |
recursos. Seg�n me han dicho en esa casa de la calle de Barcelona, hab�a hace d�as una | |
muchacha reclamada por sus padres desde Sevilla en el Juzgado, y mandaron a otra, | |
algo parecida f�sicamente a ella, que dijo al juez que ella viv�a con un hombre muy bien | |
y que no quer�a volver a su casa. | |
--�Qu� gente! | |
--Todo eso es lo que queda de moro y de jud�o en el espa�ol; el considerar a la | |
mujer como una presa, la tendencia al enga�o, a la mentira... Es la consecuencia de la | |
impostura sem�tica; tenemos la religi�n sem�tica, tenemos sangre semita. De ese | |
fermento malsano, complicado con nuestra pobreza, nuestra ignorancia y nuestra | |
vanidad, vienen todos los males. | |
--�Y esas mujeres son enga�adas de verdad por sus novios? --pregunt� Lul�, a | |
quien preocupaba m�s el aspecto individual que el social. | |
--No; en general no. Son mujeres que no quieren trabajar; mejor dicho, que no | |
pueden trabajar. | |
Todo se desarrolla en una perfecta inconsciencia. Claro que nada de esto tiene el | |
aire sentimental y tr�gico que se le supone. Es una cosa brutal, imb�cil, puramente | |
econ�mica, sin ning�n aspecto novelesco. Lo �nico grande, fuerte, terrible, es que a | |
todas estas mujeres les queda una idea de la honra como algo formidable suspendido | |
sobre sus cabezas. Una mujer ligera de otro pa�s, al pensar en su juventud seguramente | |
dir�: Entonces yo era joven, bonita, sana. | |
Aqu� dicen: Entonces no estaba deshonrada. Somos una raza de fan�ticos, y el | |
fanatismo de la honra es de los m�s fuertes. Hemos fabricado �dolos que ahora nos | |
mortifican. | |
--�Y eso no se pod�a suprimir? --dijo Lul�. | |
--�El qu�? --El que haya esas casas. | |
--�C�mo se va a impedir! Preg�ntele usted al se�or obispo de Trebisonda o al | |
director de la Academia de Ciencias Morales y Pol�ticas, o a la presidenta de la trata de | |
blancas, y le dir�n: Ah, es un mal necesario. Hija m�a, hay que tener humildad. No | |
debemos tener el orgullo de creer que sabemos m�s que los antiguos... Mi t�o Iturrioz, | |
en el fondo, est� en lo cierto cuando dice riendo que el que las ara�as se coman a las | |
moscas no indica m�s que la perfecci�n de la naturaleza. | |
Lul� miraba con pena a Andr�s cuando hablaba con tanta amargura. | |
--Deb�a usted dejar ese destino --le dec�a. | |
--S�; al fin lo tendr� que dejar. | |
VIII.- La muerte de Villas�s | |
Con pretexto de estar enfermo, Andr�s abandon� el empleo, y por influencia de | |
Julio Aracil le hicieron m�dico de "La Esperanza", sociedad para la asistencia | |
facultativa de gente pobre. | |
No ten�a en este nuevo cargo tantos motivos para sus indignaciones �ticas, pero en | |
cambio la fatiga era terrible; hab�a que hacer treinta y cuarenta visitas al d�a en los | |
barrios m�s lejanos; subir escaleras y escaleras, entrar en tugurios infames... | |
En verano sobre todo, Andr�s quedaba reventado. Aquella gente de las casas de | |
vecindad, miserable, sucia, exasperada por el calor, se hallaba siempre dispuesta a la | |
c�lera. El padre o la madre que ve�a que el ni�o se le mor�a, necesitaba descargar en | |
alguien su dolor, y lo descargaba en el m�dico. Andr�s algunas veces o�a con calma las | |
reconvenciones, pero otras veces se encolerizaba y les dec�a la verdad: que eran unos | |
miserables y unos cerdos; que no se levantar�an nunca de su postraci�n por su incuria y | |
su abandono. | |
Iturrioz ten�a raz�n: la naturaleza no s�lo hac�a el esclavo, sino que le daba el | |
esp�ritu de la esclavitud. | |
Andr�s hab�a podido comprobar en Alcolea como en Madrid que, a medida que el | |
individuo sube, los medios que tiene de burlar las leyes comunes se hacen mayores. | |
Andr�s pudo evidenciar que la fuerza de la ley disminuye proporcionalmente al | |
aumento de medios del triunfador. La ley es siempre m�s dura con el d�bil. | |
Autom�ticamente pesa sobre el miserable. | |
Es l�gico que el miserable por instinto odie la ley. | |
Aquellos desdichados no comprend�an todav�a que la solidaridad del pobre pod�a | |
acabar con el rico, y no sab�an m�s que lamentarse est�rilmente de su estado. | |
La c�lera y la irritaci�n se hab�an hecho cr�nicas en Andr�s; el calor, el andar al sol | |
le produc�an una sed constante que le obligaba a beber cerveza y cosas fr�as que le | |
estragaban el est�mago. | |
Ideas absurdas de destrucci�n le pasaban por la cabeza. Los domingos, sobre todo | |
cuando cruzaba entre la gente a la vuelta de los toros, pensaba en el placer que ser�a | |
para �l poner en cada bocacalle una media docena de ametralladoras y no dejar uno de | |
los que volv�an de la est�pida y sangrienta fiesta. | |
Toda aquella sucia morralla de chulos eran los que vociferaban en los caf�s antes de | |
la guerra, los que soltaron baladronadas y bravatas para luego quedarse en sus casas tan | |
tranquilos. La moral del espectador de corrida de toros se hab�a revelado en ellos; la | |
moral del cobarde que exige valor en otro, en el soldado en el campo de batalla, en el | |
histri�n, o en el torero en el circo. A aquella turba de bestias crueles y sanguinarias, | |
est�pidas y petulantes, le hubiera impuesto Hurtado el respeto al dolor ajeno por la | |
fuerza. | |
El oasis de Andr�s era la tienda de Lul�. All�, en la oscuridad y a la fresca, se | |
sentaba y hablaba. | |
Lul� mientras tanto cos�a, y si llegaba alguna compradora, despachaba. | |
Algunas noches Andr�s acompa�� a Lul� y a su madre al paseo de Rosales. Lul� y | |
Andr�s se sentaban juntos, y hablaban contemplando la hondonada negra que se | |
extend�a ante ellos. | |
Lul� miraba aquellas l�neas de luces interrumpidas de las carreteras y de los | |
arrabales, y fantaseaba suponiendo que hab�a un mar con sus islas, y que se pod�a andar | |
en lancha por encima de estas sombras confusas. | |
Despu�s de charlar largo rato volv�an en el tranv�a, y en la glorieta de San Bernardo | |
se desped�an estrech�ndose la mano. | |
Quitando estas horas de paz y de tranquilidad, todas las dem�s eran para Andr�s de | |
disgusto y de molestia... | |
Un d�a al visitar una guardilla de barrios bajos, al pasar por el corredor de una casa | |
de vecindad, una mujer vieja con un ni�o en brazos se le acerc� y le dijo si quer�a pasar | |
a ver a un enfermo. | |
Andr�s no se negaba nunca a esto, y entr� en el otro tabuco. | |
Un hombre demacrado, fam�lico, sentado en un camastro, cantaba y recitaba | |
versos. De cuando en cuando se levantaba en camisa e iba de un lado a otro tropezando | |
con dos o tres cajones que hab�a en el suelo. | |
--�Qu� tiene este hombre? --pregunt� Andr�s a la mujer. | |
--Est� ciego, y ahora parece que se ha vuelto loco. | |
--�No tiene familia? --Una hermana m�a y yo; somos hijas suyas. | |
--Pues por este hombre no se puede hacer nada --dijo Andr�s--. Lo �nico ser�a | |
llevarlo al hospital o a un manicomio. Yo mandar� una nota al director del hospital. | |
�C�mo se llama el enfermo? | |
--Villas�s, Rafael Villas�s. | |
--��ste es un se�or que hac�a dramas? | |
--S�. | |
Andr�s lo record� en aquel momento. Hab�a envejecido en diez o doce a�os de una | |
manera asombrosa; pero a�n la hija hab�a envejecido m�s. Ten�a un aire de | |
insensibilidad y de estupor que s�lo un aluvi�n de miserias puede dar a una criatura | |
humana. | |
Andr�s se fue de la casa pensativo. | |
--�Pobre hombre! --se dijo-- �Qu� desdichado! �Este pobre diablo, empe�ado en | |
desafiar a la riqueza, es extraordinario! �Qu� caso de hero�smo m�s c�mico! Y quiz� si | |
pudiera discurrir pensar�a que ha hecho bien; que la situaci�n lamentable en que se | |
encuentra es un timbre de gloria de su bohemia. �Pobre imb�cil! | |
Siete u ocho d�as despu�s, al volver a visitar al ni�o enfermo, que hab�a reca�do, le | |
dijeron que el vecino de la guardilla, Villas�s, hab�a muerto. | |
Los inquilinos de los cuartuchos le contaron que el poeta loco, como le llamaban en | |
la casa, hab�a pasado tres d�as y tres noches vociferando, desafiando a sus enemigos | |
literarios, riendo a carcajadas. | |
Andr�s entr� a ver al muerto. Estaba tendido en el suelo, envuelto en una s�bana. La | |
hija, indiferente, se manten�a acurrucada en un rinc�n. Unos cuantos desarrapados, entre | |
ellos uno melenudo, rodeaban el cad�ver. | |
--�Es usted el m�dico? --le pregunt� uno de ellos a Andr�s con impertinencia. | |
--S�; soy m�dico. | |
--Pues reconozca usted el cuerpo, porque creemos que Villas�s no est� muerto. | |
Esto es un caso de catalepsia. | |
--No digan ustedes necedades --dijo Andr�s. | |
Todos aquellos desarrapados, que deb�an ser bohemios, amigos de Villas�s, hab�an | |
hecho horrores con el cad�ver: le hab�an quemado los dedos con f�sforo para ver si | |
ten�a sensibilidad. Ni aun despu�s de muerto, al pobre diablo lo dejaban en paz. | |
Andr�s, a pesar de que ten�a el convencimiento de que no hab�a tal catalepsia, sac� | |
el estetoscopio y auscult� al cad�ver en la zona del coraz�n. | |
--Est� muerto --dijo. | |
En esto entr� un viejo de melena blanca y barba tambi�n blanca, cojeando, apoyado | |
en un bast�n. Ven�a borracho completamente. Se acerc� al cad�ver de Villas�s, y con | |
una voz melodram�tica grit�: | |
--�Adi�s, Rafael! �T� eras un poeta! �T� eras un genio! �As� morir� yo tambi�n! | |
�En la miseria!, porque soy un bohemio y no vender� nunca mi conciencia. No. | |
Los desarrapados se miraban unos a otros como satisfechos del giro que tomaba la | |
escena. | |
Segu�a desvariando el viejo de las melenas, cuando se present� el mozo del coche | |
f�nebre, con el sombrero de copa echado a un lado, el l�tigo en la mano derecha y la | |
colilla en los labios. | |
--Bueno --dijo hablando en chulo, ense�ando los dientes negros--. �Se va a bajar | |
el cad�ver o no? Porque yo no puedo esperar aqu�, que hay que llevar otros muertos al | |
Este. | |
Uno de los desarrapados, que ten�a un cuello postizo, bastante sucio, que le sal�a de | |
la chaqueta, y unos lentes, acerc�ndose a Hurtado le dijo con una afectaci�n rid�cula: | |
--Viendo estas cosas, dan ganas de ponerse una bomba de dinamita en el velo del | |
paladar. | |
La desesperaci�n de este bohemio le pareci� a Hurtado demasiado alambicada para | |
ser sincera, y dejando a toda esta turba de desarrapados en la guardilla sali� de la casa. | |
IX.- Amor, teor�a y pr�ctica | |
Andr�s divagaba, lo que era su gran placer, en la tienda de Lul�. | |
Ella le o�a sonriente, haciendo de cuando en cuando alguna objeci�n. | |
Le llamaba siempre en burla don Andr�s. | |
--Tengo una peque�a teor�a acerca del amor --le dijo un d�a �l. | |
--Acerca del amor deb�a usted tener una teor�a grande --repuso burlonamente | |
Lul�. | |
--Pues no la tengo. He encontrado que en el amor, como en la medicina de hace | |
ochenta a�os, hay dos procedimientos: la alopat�a y la homeopat�a. | |
--Expl�quese usted claro, don Andr�s --replic� ella con severidad. | |
--Me explicar�. La alopat�a amorosa est� basada en la neutralizaci�n. Los | |
contrarios se curan con los contrarios. Por este principio, el hombre peque�o busca | |
mujer grande, el rubio mujer morena y el moreno rubia. Este procedimiento es el | |
procedimiento de los t�midos; que desconf�an de s� mismos... El otro procedimiento... | |
--Vamos a ver el otro procedimiento. | |
--El otro procedimiento es el homeop�tico. Los semejantes se curan con los | |
semejantes. �ste es el sistema de los satisfechos de su f�sico. El moreno con la morena, | |
el rubio con la rubia. De manera que, si mi teor�a es cierta, servir� para conocer a la | |
gente. | |
--�S�? | |
--S�; se ve un hombre gordo, moreno y chato, al lado de una mujer gorda, morena y | |
chata, pues es un hombre petulante y seguro de s� mismo; pero el hombre gordo, | |
moreno y chato tiene una mujer flaca, rubia y nariguda, es que no tiene confianza en su | |
tipo ni en la forma de su nariz. | |
--De manera que yo, que soy morena y algo chata... | |
--No; usted no es chata. | |
--�Algo tampoco? | |
--No. | |
--Muchas gracias, don Andr�s. | |
Pues bien; yo que soy morena, y creo que algo chata, aunque usted diga que no, si | |
fuera petulante, me gustar�a ese mozo de la peluquer�a de la esquina, que es m�s moreno | |
y m�s chato que yo, y si fuera completamente humilde, me gustar�a el farmac�utico, que | |
tiene unas buenas napias. | |
--Usted no es un caso normal. | |
--�No? | |
--No. | |
--�Pues qu� soy? | |
--Un caso de estudio. | |
--Yo ser� un caso de estudio; pero nadie me quiere estudiar. | |
--�Quiere usted que la estudie yo, Lul�? Ella contempl� durante un momento a | |
Andr�s con una mirada enigm�tica, y luego se ech� a re�r: | |
--Y usted, don Andr�s, que es un sabio, que ha encontrado esas teor�as sobre el | |
amor, �qu� es eso del amor? | |
--�El amor? | |
--S�. | |
--Pues el amor, y le voy a parecer a usted un pedante, es la confluencia del instinto | |
fetichista y del instinto sexual. | |
--No comprendo. | |
--Ahora viene la explicaci�n. | |
El instinto sexual empuja el hombre a la mujer y la mujer al hombre, | |
indistintamente; pero el hombre que tiene un poder de fantasear, dice: esa mujer, y la | |
mujer dice: ese hombre. Aqu� empieza el instinto fetichista; sobre el cuerpo de la | |
persona elegida porque s�, se forja otro m�s hermoso y se le adorna y se le embellece, y | |
se convence uno de que el �dolo forjado por la imaginaci�n es la misma verdad. Un | |
hombre que ama a una mujer la ve en su interior deformada, y la mujer que quiere al | |
hombre le pasa lo mismo, lo deforma. A trav�s de una nube brillante y falsa, se ven los | |
amantes el uno al otro, y en la oscuridad r�e el antiguo diablo, que no es m�s que la | |
especie. | |
--�La especie! �Y qu� tiene que ver ah� la especie? | |
--El instinto de la especie es la voluntad de tener hijos, de tener descendencia. La | |
principal idea de la mujer es el hijo. La mujer instintivamente quiere primero el hijo; | |
pero la naturaleza necesita vestir este deseo con otra forma m�s po�tica, m�s sugestiva, | |
y crea esas mentiras, esos velos que constituyen el amor. | |
--�De manera que el amor en el fondo es un enga�o? | |
--S�; es un enga�o como la misma vida; por eso alguno ha dicho, con raz�n: una | |
mujer es tan buena como otra y a veces m�s; lo mismo se puede decir del hombre: un | |
hombre es tan bueno como otro y a veces m�s. | |
--Eso ser� para la persona que no quiere. | |
--Claro, para el que no est� ilusionado, enga�ado... Por eso sucede que los | |
matrimonios de amor producen m�s dolores y desilusiones que los de conveniencia. | |
--�De verdad cree usted eso? | |
--S�. | |
--�Y a usted qu� le parece que vale m�s, enga�arse y sufrir o no enga�arse nunca? | |
--No s�. Es dif�cil saberlo. Creo que no puede haber una regla general. | |
Estas conversaciones les entreten�an. | |
Una ma�ana, Andr�s se encontr� en la tienda con un militar joven hablando con | |
Lul�. Durante varios d�as lo sigui� viendo. No quiso preguntar qui�n era, y s�lo cuando | |
lo dej� de ver se enter� de que era primo de Lul�. | |
En este tiempo Andr�s empez� a creer que Lul� estaba displicente con �l. Quiz� | |
pensaba en el militar. | |
Andr�s quiso perder la costumbre de ir a la tienda de confecciones, pero no pudo. | |
Era el �nico sitio agradable donde se encontraba bien... | |
Un d�a de oto�o por la ma�ana fue a pasear por la Moncloa. | |
Sent�a esa melancol�a, un poco rid�cula, del solter�n. Un vago sentimentalismo | |
anegaba su esp�ritu al contemplar el campo, el cielo puro y sin nubes, el Guadarrama | |
azul como una turquesa. | |
Pens� en Lul� y decidi� ir a verla. Era su �nica amiga. Volvi� hacia Madrid, hasta | |
la calle del Pez, y entr� en la tiendecita. | |
Estaba Lul� sola, limpiando con el plumero los armarios. | |
Andr�s se sent� en su sitio. | |
--Est� usted muy bien hoy, muy guapa --dijo de pronto Andr�s. | |
--�Qu� hierba ha pisado usted, don Andr�s, para estar tan amable? | |
--Verdad. Est� usted muy bien. | |
Desde que est� usted aqu� se va usted humanizando. Antes ten�a usted una | |
expresi�n muy sat�rica, muy burlona, pero ahora no; se le va poniendo a usted una cara | |
m�s dulce. Yo creo que de tratar as� con las madres que vienen a comprar gorritos para | |
sus hijos se le va poniendo a usted una cara maternal. | |
--Y, ya ve usted, es triste hacer siempre gorritos para los hijos de los dem�s. | |
--�Qu� querr�a usted m�s que fueran para sus hijos? --Si pudiera ser; �por qu� no? | |
Pero yo no tendr� hijos nunca. �Qui�n me va a querer a m�? | |
--El farmac�utico del caf�, el teniente..., puede usted ech�rselas de modesta, y anda | |
usted haciendo conquistas... | |
--�Yo? | |
--Usted, s�. | |
Lul� sigui� limpiando los estantes con el plumero. | |
--�Me tiene usted odio, Lul�? --dijo Hurtado. | |
--S�; porque me dice usted tonter�as. | |
--Deme usted la mano. | |
--�La mano? | |
--S�. | |
--Ahora si�ntese usted a mi lado. | |
--�A su lado de usted? | |
--S�. | |
--Ahora m�reme usted a los ojos. Lealmente. | |
--Ya le miro a los ojos. �Hay m�s que hacer? | |
--�Usted cree que no la quiero a usted, Lul�? | |
--S�..., un poco..., ve usted que no soy una mala muchacha..., pero nada m�s. | |
--�Y si hubiera algo m�s? Si yo la quisiera a usted con cari�o, con amor, �qu� me | |
contestar�a usted? | |
--No; no es verdad. Usted no me quiere. No me diga usted eso. | |
--S�, s�; es verdad --y acercando la cabeza de Lul� a �l, la bes� en la boca. | |
Lul� enrojeci� violentamente, luego palideci� y se tap� la cara con las manos. | |
--Lul�, Lul� --dijo Andr�s--. �Es que la he ofendido a usted? | |
Lul� se levant� y pase� un momento por la tienda, sonriendo. | |
--Ve usted, Andr�s; esa locura, ese enga�o que dice usted que es el amor, lo he | |
sentido yo por usted desde que le vi. | |
--�De verdad? | |
--S�, de verdad. | |
--�Y yo ciego? | |
--S�; ciego, completamente ciego. | |
Andr�s tom� la mano de Lul� entre las suyas y la llev� a sus labios. Hablaron los | |
dos largo rato, hasta que se oy� la voz de do�a Leonarda. | |
--Me voy --dijo Andr�s, levant�ndose. | |
--Adi�s --exclam� ella, estrech�ndose contra �l--. Y ya no me dejes m�s, Andr�s. | |
Donde t� vayas, ll�vame. | |
S�ptima parte: La experiencia del hijo | |
I.- El derecho a la prole | |
Unos d�as m�s tarde Andr�s se presentaba en casa de su t�o. | |
Gradualmente llev� la conversaci�n a tratar de cuestiones matrimoniales, y despu�s | |
dijo: | |
--Tengo un caso de conciencia. | |
--�Hombre! | |
--S�. Fig�rese usted que un se�or a quien visito, todav�a joven, pero hombre | |
artr�tico, nervioso, tiene una novia, antigua amiga suya, d�bil y algo hist�rica. | |
Y este se�or me pregunta: �Usted cree que me puedo casar? Y yo no s� qu� | |
contestarle. | |
--Yo le dir�a que no --contest� Iturrioz--. Ahora, que �l hiciera despu�s lo que | |
quisiera. | |
--Pero hay que darle una raz�n. | |
--�Qu� m�s raz�n! �l es casi un enfermo, ella tambi�n, �l vacila..., basta; que no se | |
case. | |
--No, eso no basta. | |
--Para m� s�; yo pienso en el hijo; yo no creo como Calder�n, que el delito mayor | |
del hombre sea el haber nacido. Esto me parece una tonter�a po�tica. El delito mayor del | |
hombre es hacer nacer. | |
--�Siempre? �Sin excepci�n? | |
--No. Para m� el criterio es �ste: Se tienen hijos sanos a quienes se les da un hogar, | |
protecci�n, educaci�n, cuidados... podemos otorgar la absoluci�n a los padres; se tienen | |
hijos enfermos, tuberculosos, sifil�ticos, neurast�nicos, consideremos criminales a los | |
padres. | |
--�Pero eso se puede saber con anterioridad? | |
--S�, yo creo que s�. | |
--No lo veo tan f�cil. | |
--F�cil no es; pero s�lo el peligro, s�lo la posibilidad de engendrar una prole | |
enfermiza, deb�a bastar al hombre para no tenerla. | |
El perpetuar el dolor en el mundo me parece un crimen. | |
--�Pero puede saber nadie c�mo ser� su descendencia? Ah� tengo yo un amigo | |
enfermo, estropeado, que ha tenido hace poco una ni�a sana, fort�sima. | |
--Eso es muy posible. Es frecuente que un hombre robusto tenga hijos raqu�ticos y | |
al contrario; pero no importa. La �nica garant�a de la prole es la robustez de los padres. | |
--Me choca en un antiintelectualista como usted esa actitud tan de intelectual -- | |
dijo Andr�s. | |
--A m� tambi�n me choca en un intelectual como t� esa actitud de hombre de | |
mundo. Yo te confieso, para m� nada tan repugnante como esa bestia prol�fica, que entre | |
vapores de alcohol va engendrando hijos que hay que llevar al cementerio o que si no | |
van a engrosar los ej�rcitos del presidio y de la prostituci�n. Yo tengo verdadero odio a | |
esa gente sin conciencia, que llena de carne enferma y podrida la tierra. Recuerdo una | |
criada de mi casa; se cas� con un idiota borracho, que no pod�a sostenerse a s� mismo | |
porque no sab�a trabajar. Ella y �l eran c�mplices de chiquillos enfermizos y tristes, que | |
viv�an entre harapos, y aquel idiota ven�a a pedirme dinero creyendo que era un m�rito | |
ser padre de su abundante y repulsiva prole. | |
La mujer, sin dientes, con el vientre constantemente abultado, ten�a una indiferencia | |
animal para los embarazos, los partos y las muertes de los ni�os. �Se ha muerto uno? | |
Pues se hace otro, dec�a c�nicamente. No, no debe ser l�cito engendrar seres que vivan | |
en el dolor. | |
--Yo creo lo mismo. | |
--La fecundidad no puede ser un ideal social. No se necesita cantidad, sino calidad. | |
Que los patriotas y los revolucionarios canten al bruto prol�fico, para m� siempre ser� un | |
animal odioso. | |
--Todo eso est� bien --murmur� Andr�s--; pero no resuelve mi problema. �Qu� le | |
digo yo a ese hombre? --Yo le dir�a: C�sese usted si quiere, pero no tenga usted hijos. | |
Esterilice usted su matrimonio. | |
--Es decir, que nuestra moral acaba por ser inmoral. Si Tolstoi le oyera, le dir�a: Es | |
usted un canalla de la facultad. | |
--�Bah! Tolstoi es un ap�stol y los ap�stoles dicen las verdades suyas, que | |
generalmente son tonter�as para los dem�s. Yo a ese amigo tuyo le hablar�a claramente; | |
le dir�a: �Es usted un hombre ego�sta, un poco cruel, fuerte, sano, resistente para el | |
dolor propio e incomprensivo para los padecimientos ajenos? �S�? Pues c�sese usted, | |
tenga usted hijos, ser� usted un buen padre de familia... Pero si es usted un hombre | |
impresionable, nervioso, que siente demasiado el dolor, entonces no se case usted, y si | |
se casa no tenga hijos. | |
Andr�s sali� de la azotea aturdido. Por la tarde escribi� a Iturrioz una carta | |
dici�ndole que el artr�tico que se casaba era �l. | |
II.- La vida nueva | |
A Hurtado no le preocupaban gran cosa las cuestiones de forma, y no tuvo ning�n | |
inconveniente en casarse en la iglesia, como quer�a do�a Leonarda. Antes de casarse | |
llev� a Lul� a ver a su t�o Iturrioz y simpatizaron. | |
Ella le dijo a Iturrioz. | |
--A ver si encuentra usted para Andr�s alg�n trabajo en que tenga que salir poco de | |
casa, porque haciendo visitas est� siempre de un humor mal�simo. | |
Iturrioz encontr� el trabajo, que consist�a en traducir art�culos y libros para una | |
revista m�dica que publicaba al mismo tiempo obras nuevas de especialidades. | |
--Ahora te dar�n dos o tres libros en franc�s para traducir --le dijo Iturrioz--; pero | |
vete aprendiendo el ingl�s, porque dentro de unos meses te encargar�n alguna | |
traducci�n en este idioma y entonces si necesitas te ayudar� yo. | |
--Muy bien. Se lo agradezco a usted mucho. | |
Andr�s dej� su cargo en la sociedad "La Esperanza". Estaba dese�ndolo; tom� una | |
casa en el barrio de Pozas, no muy lejos de la tienda de Lul�. | |
Andr�s pidi� al casero que de los tres cuartos que daban a la calle le hiciera uno, y | |
que no le empapelara el local que quedase despu�s, sino que lo pintara de un color | |
cualquiera. | |
Este cuarto ser�a la alcoba, el despacho, el comedor para el matrimonio. La vida en | |
com�n la har�an constantemente all�. | |
--La gente hubiera puesto aqu� la sala y el gabinete y despu�s se hubieran ido a | |
dormir al sitio peor de la casa --dec�a Andr�s. | |
Lul� miraba estas disposiciones higi�nicas como fantas�as, chifladuras; ten�a una | |
palabra especial para designar las extravagancias de su marido. | |
--�Qu� hombre m�s ide�tico! --dec�a. | |
Andr�s pidi� prestado a Iturrioz alg�n dinero para comprar muebles. | |
--�Cu�nto necesitas? --le dijo el t�o. | |
--Poco; quiero muebles que indiquen pobreza; no pienso recibir a nadie. | |
Al principio do�a Leonarda quiso ir a vivir con Lul� y con Andr�s; pero �ste se | |
opuso. | |
--No, no --dijo Andr�s--; que vaya con tu hermana y con don Prudencio. Estar� | |
mejor. | |
--�Qu� hip�crita! Lo que sucede es que no la quieres a mam�. | |
--Ah, claro. Nuestra casa ha de tener una temperatura distinta a la de la calle. La | |
suegra ser�a una corriente de aire fr�o. Que no entre nadie, ni de tu familia ni de la m�a. | |
--�Pobre mam�! �Qu� idea tienes de ella! --dec�a riendo Lul�. | |
--No; es que no tenemos el mismo concepto de las cosas; ella cree que se debe | |
vivir para fuera y yo no. | |
Lul�, despu�s de vacilar un poco, se entendi� con su antigua amiga y vecina la | |
Venancia y la llev� a su casa. Era una vieja muy fiel, que ten�a cari�o a Andr�s y a | |
Lul�. | |
--Si le preguntan por m� --le dec�a Andr�s--, diga usted siempre que no estoy. | |
--Bueno, se�orito. | |
Andr�s estaba dispuesto a cumplir bien en su nueva ocupaci�n de traductor. | |
Aquel cuarto aireado, claro, donde entraba el sol, en donde ten�a sus libros, sus | |
papeles, le daba ganas de trabajar. | |
Ya no sent�a la impresi�n de animal acosado, que hab�a sido en �l habitual. Por la | |
ma�ana tomaba un ba�o y luego se pon�a a traducir. | |
Lul� volv�a de la tienda y la Venancia les serv�a la comida. | |
--Coma usted con nosotros --le dec�a Andr�s. | |
--No, no. | |
Hubiera sido imposible convencer a la vieja de que se pod�a sentar a la mesa con | |
sus amos. | |
Despu�s de comer, Andr�s acompa�aba a Lul� a la tienda y luego volv�a a trabajar | |
en su cuarto. | |
Varias veces le dijo a Lul� que ya ten�an bastante para vivir con lo que ganaba �l, | |
que pod�an dejar la tienda; pero ella no quer�a. | |
--�Qui�n sabe lo que puede ocurrir? --dec�a Lul�--; hay que ahorrar, hay que estar | |
prevenidos por si acaso. | |
De noche a�n quer�a Lul� trabajar algo en la m�quina; pero Andr�s no se lo | |
permit�a. | |
Andr�s estaba cada vez m�s encantado de su mujer, de su vida y de su casa. Ahora | |
le asombraba c�mo no hab�a notado antes aquellas condiciones de arreglo, de orden y | |
de econom�a de Lul�. | |
Cada vez trabajaba con m�s gusto. Aquel cuarto grande le daba la impresi�n de no | |
estar en una casa con vecinos y gente fastidiosa, sino en el campo, en alg�n sitio lejano. | |
Andr�s hac�a sus trabajos con gran cuidado y calma. En la redacci�n de la revista le | |
hab�an prestado varios diccionarios cient�ficos modernos e Iturrioz le dej� dos o tres de | |
idiomas que le serv�an mucho. | |
Al cabo de alg�n tiempo, no s�lo ten�a que hacer traducciones, sino estudios | |
originales, casi siempre sobre datos y experiencias obtenidos por investigadores | |
extranjeros. | |
Muchas veces se acordaba de lo que dec�a Ferm�n Ibarra; de los descubrimientos | |
f�ciles que se desprenden de los hechos anteriores sin esfuerzo. �Por qu� no hab�a | |
experimentados en Espa�a cuando la experimentaci�n para dar fruto no exig�a m�s que | |
dedicarse a ella? Sin duda faltaban laboratorios, talleres para seguir el proceso evolutivo | |
de una rama de la ciencia; sobraba tambi�n un poco de sol, un poco de ignorancia y | |
bastante de la protecci�n del Santo Padre, que generalmente es muy �til para el alma, | |
pero muy perjudicial para la ciencia y para la industria. | |
Estas ideas, que hac�a tiempo le hubieran producido indignaci�n y c�lera, ya no le | |
exasperaban. | |
Andr�s se encontraba tan bien, que sent�a temores. �Pod�a durar esta vida tranquila? | |
�Habr�a llegado a fuerza de ensayos a una existencia no s�lo soportable, sino agradable | |
y sensata? Su pesimismo le hac�a pensar que la calma no iba a ser duradera. | |
--Algo va a venir el mejor d�a --pensaba-- que va a descomponer este bello | |
equilibrio. | |
Muchas veces se le figuraba que en su vida hab�a una ventana abierta a un abismo. | |
Asom�ndose a ella el v�rtigo y el horror se apoderaban de su alma. | |
Por cualquier cosa, con cualquier motivo, tem�a que este abismo se abriera de nuevo | |
a sus pies. | |
Para Andr�s todos los allegados eran enemigos; realmente la suegra, Nin�, su | |
marido, los vecinos, la portera, miraban el estado feliz del matrimonio como algo | |
ofensivo para ellos. | |
--No hagas caso de lo que te digan --recomendaba Andr�s a su mujer--. Un | |
estado de tranquilidad como el nuestro es una injuria para toda esa gente que vive en | |
una perpetua tragedia de celos, de envidias, de tonter�as. Ten en cuenta que han de | |
querer envenenarnos. | |
--Lo tendr� en cuenta --replicaba Lul�, que se burlaba de la grave recomendaci�n | |
de su marido. | |
Nin� algunos domingos, por la tarde, invitaba a su hermana a ir al teatro. | |
--�Andr�s no quiere venir? --preguntaba Nin�. | |
--No. Est� trabajando. | |
--Tu marido es un erizo. | |
--Bueno; dejadle. | |
Al volver Lul� por la noche contaba a su marido lo que hab�a visto. Andr�s hac�a | |
alguna reflexi�n filos�fica que a Lul� le parec�a muy c�mica, cenaban y despu�s de | |
cenar paseaban los dos un momento. | |
En verano, sal�an casi todos los d�as al anochecer. Al concluir su trabajo, Andr�s iba | |
a buscar a Lul� a la tienda, dejaban en el mostrador a la muchacha y se marchaban a | |
corretear por el Canalillo o la Dehesa de Amaniel. | |
Otras noches entraban en los cinemat�grafos de Chamber�, y Andr�s o�a entretenido | |
los comentarios de Lul�, que ten�an esa gracia madrile�a ingenua y despierta que no se | |
parece en nada a las groser�as est�pidas y amaneradas de los especialistas en | |
madrile�ismo. | |
Lul� le produc�a a Andr�s grandes sorpresas; jam�s hubiera supuesto que aquella | |
muchacha, tan atrevida al parecer, fuera �ntimamente de una timidez tan completa. | |
Lul� ten�a una idea absurda de su marido, lo consideraba como un portento. | |
Una noche que se les hizo tarde, al volver del Canalillo, se encontraron en un | |
callej�n sombr�o, que hay cerca del abandonado cementerio de la Patriarcal, con dos | |
hombres de mal aspecto. Estaba ya oscuro; un farol medio ca�do, sujeto en la tapia del | |
camposanto, iluminaba el camino, negro por el polvo del carb�n y abierto entre dos | |
tapias. Uno de los hombres se les acerc� a pedirles limosna de una manera un tanto | |
sospechosa. | |
Andr�s contest� que no ten�a un cuarto y sac� la llave de casa del bolsillo, que | |
brill� como si fuera el ca��n de un rev�lver. | |
Los dos hombres no se atrevieron a atacarles, y Lul� y Andr�s pudieron llegar a la | |
calle de San Bernardo sin el menor tropiezo. | |
--�Has tenido miedo, Lul�? --le pregunt� Andr�s. | |
--S�; pero no mucho. Como iba contigo... | |
--Qu� espejismo --pens� �l--, mi mujer cree que soy un H�rcules. | |
Todos los conocidos de Lul� y de Andr�s se maravillaban de la armon�a del | |
matrimonio. | |
--Hemos llegado a querernos de verdad --dec�a Andr�s--, porque no ten�amos | |
inter�s en mentir. | |
III.- En paz | |
Pasaron muchos meses y la paz del matrimonio no se turb�. | |
Andr�s estaba desconocido. El m�todo de vida, el no tener que sufrir el sol, ni subir | |
escaleras, ni ver miserias, le daba una impresi�n de tranquilidad, de paz. | |
Explic�ndose como un fil�sofo, hubiera dicho que la sensaci�n de conjunto de su | |
cuerpo, la "cenesthesia" era en aquel momento pasiva, tranquila, dulce. Su bienestar | |
f�sico le preparaba para ese estado de perfecci�n y de equilibrio intelectual, que los | |
epic�reos y los estoicos griegos llamaron "ataraxia", el para�so del que no cree. | |
Aquel estado de serenidad le daba una gran lucidez y mucho m�todo en sus | |
trabajos. Los estudios de s�ntesis que hizo para la revista m�dica tuvieron gran �xito. El | |
director le alent� para que siguiera por aquel camino. No quer�a ya que tradujera, sino | |
que hiciera trabajos originales para todos los n�meros. | |
Andr�s y Lul� no ten�an nunca la menor ri�a; se entend�an muy bien. S�lo en | |
cuestiones de higiene y alimentaci�n, ella no le hac�a mucho caso a su marido. | |
--Mira, no comas tanta ensalada --le dec�a �l. | |
--�Por qu�? Si me gusta. | |
--S�; pero no te conviene ese �cido. Eres artr�tica como yo. | |
--�Ah, tonter�as! --No son tonter�as. | |
Andr�s daba todo el dinero que ganaba a su mujer. | |
--A m� no me compres nada --le dec�a. | |
--Pero necesitas... | |
--Yo no. Si quieres comprar, compra algo para la casa o para ti. | |
Lul� segu�a con la tiendecita; iba y ven�a del obrador a su casa, unas veces de | |
mantilla, otras con un sombrero peque�o. | |
Desde que se hab�a casado estaba de mejor aspecto; como andaba m�s al aire libre | |
ten�a un color sano. Adem�s, su aire sat�rico se hab�a suavizado, y su expresi�n era m�s | |
dulce. | |
Varias veces desde el balc�n vio Hurtado que alg�n pollo o alg�n viejo hab�an | |
venido hasta casa, siguiendo a su mujer. | |
--Mira, Lul� --le dec�a--, ten cuidado; te siguen. | |
--�S�? | |
--S�; la verdad es que te est�s poniendo muy guapa. Vas a hacerme celoso. | |
--S�, mucho. T� ya sabes demasiado c�mo yo te quiero --replicaba ella-- . Cuando | |
estoy en la tienda, siempre estoy pensando: �Qu� har� aqu�l? | |
--Deja la tienda. | |
--No, no. �Y si tuvi�ramos un hijo? Hay que ahorrar. | |
�El hijo! Andr�s no quer�a hablar, ni hacer la menor alusi�n a este punto, | |
verdaderamente delicado; le produc�a una gran inquietud. | |
La religi�n y la moral vieja gravitan todav�a sobre uno --se dec�a--; no puede uno | |
echar fuera completamente el hombre supersticioso que lleva en la sangre la idea del | |
pecado. | |
Muchas veces, al pensar en el porvenir, le entraba un gran terror; sent�a que aquella | |
ventana sobre el abismo pod�a entreabrirse. | |
Con frecuencia, marido y mujer iban a visitar a Iturrioz, y �ste tambi�n a menudo | |
pasaba un rato en el despacho de Andr�s. | |
Un a�o, pr�ximamente despu�s de casados, Lul� se puso algo enferma; estaba | |
distra�da, melanc�lica y preocupada. | |
--�Qu� le pasa? �Qu� tiene? --se preguntaba Andr�s con inquietud. | |
Pas� aquella racha de tristeza, pero al poco tiempo volvi� de nuevo con m�s fuerza; | |
los ojos de Lul� estaban velados, en su rostro se notaban se�ales de haber llorado. | |
Andr�s, preocupado, hac�a esfuerzos para parecer distra�do; pero lleg� un momento | |
en que le fue imposible fingir que no se daba cuenta del estado de su mujer. | |
Una noche le pregunt� lo que le ocurr�a y ella, abraz�ndose a su cuello, le hizo | |
t�midamente la confesi�n de lo que le pasaba. | |
Era lo que tem�a Andr�s. La tristeza de no tener el hijo, la sospecha de que su | |
marido no quer�a tenerlo, hac�a llorar a Lul� a l�grima viva, con el coraz�n hinchado | |
por la pena. | |
�Qu� actitud tomar ante un dolor semejante? �C�mo decir a aquella mujer, que �l se | |
consideraba como un producto envenenado y podrido, que no deb�a tener descendencia? | |
Andr�s intent� consolarla, explicarse... Era imposible. Lul� lloraba, le abrazaba, le | |
besaba con la cara llena de l�grimas. | |
--�Sea lo que sea! --murmur� Andr�s. | |
Al levantarse Andr�s al d�a siguiente, ya no ten�a la serenidad de costumbre. | |
Dos meses m�s tarde, Lul�, con la mirada brillante, le confes� a Andr�s que deb�a | |
estar embarazada. | |
El hecho no ten�a duda. Ya Andr�s viv�a en una angustia continua. La ventana que | |
en su vida se abr�a a aquel abismo que le produc�a el v�rtigo, estaba de nuevo de par en | |
par. | |
El embarazo produjo en Lul� un cambio completo; de burlona y alegre, la hizo | |
triste y sentimental. | |
Andr�s notaba que ya le quer�a de otra manera; ten�a por �l un cari�o celoso e | |
irritado; ya no era aquella simpat�a afectuosa y burlona tan dulce; ahora era un amor | |
animal. La naturaleza recobraba sus derechos. Andr�s, de ser un hombre lleno de talento | |
y un poco "ide�tico", hab�a pasado a ser su hombre. Ya en esto, Andr�s ve�a el principio | |
de la tragedia. Ella quer�a que le acompa�ara, le diera el brazo, se sent�a celosa, supon�a | |
que miraba a las dem�s mujeres. | |
Cuando adelant� el embarazo, Andr�s comprob� que el histerismo de su mujer se | |
acentuaba. | |
Ella sab�a que estos des�rdenes nerviosos ten�an las mujeres embarazadas, y no le | |
daba importancia; pero �l temblaba. | |
La madre de Lul� comenz� a frecuentar la casa, y como ten�a mala voluntad para | |
Andr�s, envenenaba todas las cuestiones. | |
Uno de los m�dicos que colaboraba en la revista, un hombre joven, fue varias veces | |
a ver a Lul�. | |
Seg�n dec�a, se encontraba bien; sus manifestaciones hist�ricas no ten�an | |
importancia, eran frecuentes en las embarazadas. El que se encontraba cada vez peor era | |
Andr�s. | |
Su cerebro estaba en una tensi�n demasiado grande, y las emociones que cualquiera | |
pod�a sentir en la vida normal, a �l le desequilibraban. | |
--Ande usted, salga usted --le dec�a el m�dico. | |
Pero fuera de casa ya no sab�a qu� hacer. | |
No pod�a dormir, y despu�s de ensayar varios hipn�ticos se decidi� a tomar | |
morfina. La angustia le mataba. | |
Los �nicos momentos agradables de su vida eran cuando se pon�a a trabajar. Estaba | |
haciendo un estudio sint�tico de las aminas, y trabajaba con toda su fuerza para | |
olvidarse de sus preocupaciones y llegar a dar claridad a sus ideas. | |
IV.- Ten�a algo de precursor | |
Cuando lleg� el embarazo a su t�rmino, Lul� qued� con el vientre excesivamente | |
aumentado. | |
--A ver si tengo dos --dec�a ella riendo. | |
--No digas esas cosas --murmuraba Andr�s exasperado y entristecido. | |
Cuando Lul� crey� que el momento se acercaba, Hurtado fue a llamar a un m�dico | |
joven, amigo suyo y de Iturrioz, que se dedicaba a partos. | |
Lul� estaba muy animada y muy valiente. El m�dico le hab�a aconsejado que | |
anduviese, y a pesar de que los dolores le hac�an encogerse y apoyarse en los muebles, | |
no cesaba de andar por la habitaci�n. | |
Todo el d�a lo pas� as�. El m�dico dijo que los primeros partos eran siempre | |
dif�ciles, pero Andr�s comenzaba a sospechar que aquello no ten�a el aspecto de un | |
parto normal. | |
Por la noche, las fuerzas de Lul� comenzaron a ceder. Andr�s la contemplaba con | |
l�grimas en los ojos. | |
--Mi pobre Lul�, lo que est�s sufriendo --la dec�a. | |
--No me importa el dolor --contestaba ella--. �Si el ni�o viviera! | |
--Ya vivir�, �no tenga usted cuidado! --dec�a el m�dico. | |
--No, no; me da el coraz�n que no. | |
La noche fue terrible. Lul� estaba extenuada. Andr�s, sentado en una silla, la | |
contemplaba est�pidamente. Ella, a veces se acercaba a �l. | |
--T� tambi�n est�s sufriendo. �Pobre! --y le acariciaba la frente y le pasaba la | |
mano por la cara. | |
Andr�s, presa de una impaciencia mortal, consultaba al m�dico a cada momento; no | |
pod�a ser aquello un parto normal; deb�a de existir alguna dificultad; la estrechez de la | |
pelvis, algo. | |
--Si para la madrugada esto no marcha --dijo el m�dico-- veremos qu� se hace. | |
De pronto, el m�dico llam� a Hurtado. | |
--�Qu� pasa? --pregunt� �ste. | |
--Prepare usted los f�rceps inmediatamente. | |
--�Qu� ha ocurrido? | |
--La procidencia del cord�n umbilical. El cord�n est� comprimido. | |
Por muy r�pidamente que el m�dico introdujo las dos l�minas del f�rceps e hizo la | |
extracci�n, el ni�o sali� muerto. | |
Acababa de morir en aquel instante. | |
--�Vive? --pregunt� Lul� con ansiedad. | |
Al ver que no le respond�an, comprendi� que estaba muerto y cay� desmayada. | |
Recobr� pronto el sentido. No se hab�a verificado a�n el alumbramiento. La situaci�n | |
de Lul� era grave; la matriz hab�a quedado sin tonicidad y no arrojaba la placenta. | |
El m�dico dej� a Lul� que descansara. La madre quiso ver el ni�o muerto. Andr�s, | |
al tomar el cuerpecito sobre una s�bana doblada, sinti� una impresi�n de dolor | |
agud�simo, y se le llenaron los ojos de l�grimas. | |
Lul� comenz� a llorar amargamente. | |
--Bueno, bueno --dijo el m�dico--, basta; ahora hay que tener energ�a. | |
Intent� provocar la expulsi�n de la placenta, por la compresi�n, pero no lo pudo | |
conseguir. Sin duda estaba adherida. Tuvo que extraerla con la mano. Inmediatamente | |
despu�s, dio a la parturienta una inyecci�n de ergotina, pero no pudo evitar que Lul� | |
tuviera una hemorragia abundante. | |
Lul� qued� en un estado de debilidad grande; su organismo no reaccionaba con la | |
necesaria fuerza. | |
Durante dos d�as estuvo en este estado de depresi�n. Ten�a la seguridad de que se | |
iba a morir. | |
--Si siento morirme --le dec�a a Andr�s-- es por ti. �Qu� vas a hacer t�, pobrecito, | |
sin m�? --y le acariciaba la cara. | |
Otras veces era el ni�o lo que la preocupaba y dec�a: | |
--Mi pobre hijo. Tan fuerte como era. �Por qu� se habr� muerto, Dios m�o? Andr�s | |
la miraba con los ojos secos. | |
En la ma�ana del tercer d�a, Lul� muri�. Andr�s sali� de la alcoba extenuado. | |
Estaban en la casa do�a Leonarda y Nin� con su marido. Ella parec�a ya una jamona; �l | |
un chulo viejo lleno de alhajas. Andr�s entr� en el cuartucho donde dorm�a, se puso una | |
inyecci�n de morfina, y qued� sumido en un sue�o profundo. | |
Se despert� a media noche y salt� de la cama. Se acerc� al cad�ver de Lul�, estuvo | |
contemplando a la muerta largo rato y la bes� en la frente varias veces. | |
Hab�a quedado blanca, como si fuera de m�rmol, con un aspecto de serenidad y de | |
indiferencia, que a Andr�s le sorprendi�. | |
Estaba absorto en su contemplaci�n cuando oy� que en el gabinete hablaban. | |
Reconoci� la voz de Iturrioz, y la del m�dico; hab�a otra voz, pero para �l era | |
desconocida. | |
Hablaban los tres confidencialmente. | |
--Para m� --dec�a la voz desconocida-- esos reconocimientos continuos que se | |
hacen en los partos, son perjudiciales. Yo no conozco este caso, pero, �qui�n sabe? | |
quiz� esta mujer, en el campo, sin asistencia ninguna, se hubiera salvado. | |
La naturaleza tiene recursos que nosotros no conocemos. | |
--Yo no digo que no --contest� el m�dico que hab�a asistido a Lul�--; es muy | |
posible. | |
--�Es l�stima! --exclam� Iturrioz--. �Este muchacho ahora, marchaba tan bien! | |
Andr�s, al o�r lo que dec�an, sinti� que se le traspasaba el alma. R�pidamente, volvi� a | |
su cuarto y se encerr� en �l. | |
.......................................................................................................... | |
........................................................................................................ | |
Por la ma�ana, a la hora del entierro, los que estaban en la casa, comenzaron a | |
preguntarse qu� hac�a Andr�s. | |
--No me choca nada que no se levante --dijo el m�dico-- porque toma morfina. | |
--�De veras? --pregunt� Iturrioz. | |
--S�. | |
--Vamos a despertarle entonces --dijo Iturrioz. | |
Entraron en el cuarto. Tendido en la cama, muy p�lido, con los labios blancos, | |
estaba Andr�s. | |
--�Est� muerto! --exclam� Iturrioz. | |
Sobre la mesilla de noche se ve�a una copa y un frasco de aconitina cristalizada de | |
Duquesnel. | |
Andr�s se hab�a envenenado. | |
Sin duda, la rapidez de la intoxicaci�n no le produjo convulsiones ni v�mitos. | |
La muerte hab�a sobrevenido por par�lisis inmediata del coraz�n. | |
--Ha muerto sin dolor --murmur� Iturrioz--. Este muchacho no ten�a fuerza para | |
vivir. Era un epic�reo, un arist�crata, aunque �l no lo cre�a. | |
--Pero hab�a en �l algo de precursor --murmur� el otro m�dico. | |
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Pío Baroja y Nessi murió en 1956; por tanto, El árbol de la ciencia está protegida por Copyright en España hasta diciembre de 1956+80=diciembre de 2036, inclusive.
El hecho de que la obra esté en Dominio Público en Estados Unidos (por ejemplo, en Gutenberg.org) se debe a una interpretación trapacera de la ley norteamericana: puesto que se publicó en España, las ediciones escaneadas por Google no llevan una nota de Copyright en inglés (la llevan en español), y eso hace que las consideren "obras publicadas antes de 1940 sin nota de copyright o con copyright no renovado".
Dado que en tu perfil dices que vives en Sevilla, deberías tener cuidado porque la SGAE podría perseguirte.